El libro Valientes. Chile 1973-1990, de la médica y escritora María de la Fuente, se suma a la literatura testimonial de los últimos 50 años en Chile. A pesar de centrarse en duras experiencias personales y colectivas derivadas del golpe de Estado y la dictadura, el discurso narrativo de la autora juega con la ironía y el humor, y también, las pequeñas alegrías que pueden recuperarse de aquellos años.
Por Alicia Salomone | Foto: STR / AFP
La literatura testimonial del Cono Sur, que se ha hecho cargo de las consecuencias de las pasadas dictaduras, ha resultado esencial para mantener una cultura de la memoria en tiempos en los que arrecia el negacionismo y el potencial retroceso de las conquistas democráticas. A diferencia del testimonio judicial, que demanda la comprobación de hechos y datos, el literario no busca ser un recuento objetivo de los acontecimientos, ni pretende serlo. Si bien se basa en situaciones reales, es esencialmente un relato subjetivo en el que el sobreviviente se convierte en testigo de su propia experiencia con el fin de transmitir vivencias individuales y colectivas. Así, el testimonio literario instala una voz “a contrapelo” y un “lenguaje de la rememoración” —como lo plantea la escritora y docente argentina Nora Strejilevich— que, al mismo tiempo, expone y contradice los mecanismos de sometimiento a los que fueron sometidas cientos de miles de personas.
La literatura testimonial que se ha producido a lo largo de los últimos 50 años en Chile es amplia y diversa, y a este corpus se agrega hoy el libro Valientes. Chile 1973-1990, de la médica, escritora y militante de dilatada trayectoria María de la Fuente. En este caso, no se narra una experiencia personal en un centro de detención, como ocurre con Frazadas del Estadio Nacional (LOM, 2003), de Jorge Montealegre, o Una mujer en Villa Grimaldi (Pehuén, 2011), de Nubia Bécker, ni tiene el tono trágico que atraviesa estos textos. Por el contrario, a pesar de centrarse en duras experiencias personales y colectivas derivadas del golpe de Estado y la dictadura, el discurso narrativo juega con la ironía y el humor, y también, las pequeñas alegrías que pueden recuperarse de aquellos años. Para proceder a esa reconstrucción, el libro entrega una suma de historias y personajes, muchos de ellos entrañables, que pintan una época y, sobre todo, iluminan las capacidades humanas para sobreponerse a las peores circunstancias, para resistir a ellas y para no cejar en la lucha por un mundo más humano y solidario.
El 11 de septiembre de 1973 encontró a Maruja de la Fuente en su puesto de profesora de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, la que hoy lleva el nombre del presidente Salvador Allende Gossens, una figura que aparece recursivamente en varios relatos y a quien se le rinden diversos homenajes, como sucede en el cuento “Décimo aniversario”, un relato donde un grupo de personas visita la tumba sin nombre que resguardaba sus restos para conmemorar su vida y sacrificio.
Valientes reúne un conjunto de 38 relatos breves, que narran historias reales — propias y ajenas— que la autora fue escuchando, recopilando y componiendo a lo largo de décadas, y que se organizan en tres secciones de extensión decreciente: los 70, los 80 y los 90. Esta estructura responde al hecho de que el peso fundamental de las historias atañe al momento del golpe militar y al impacto que este tuvo en personas ligadas al proyecto político de la Unidad Popular. A estos relatos siguen otra serie de narraciones que se enmarcan en la resistencia social de los años 80, hasta concluir con tres historias que incumben al tiempo de la primera transición, cuando las ilusiones democráticas comenzaban a desdibujarse a causa de una herencia dictatorial que ponía constantes cortapisas a aquellas aspiraciones.
Para crear estas narraciones la autora se valió de su propia experiencia, y así encontramos varias autoficciones donde cuenta vivencias o escenifica situaciones en las que se vio envuelta tras el golpe de Estado, apelando en ocasiones a un relato retrospectivo que se hila a través de una carta. En uno de estos textos, fechado el 15 de febrero de 1974, la narradora refiere a unos amigos que parecen estar lejos los hechos del 11 de septiembre y los días posteriores, mostrando los visibles contrastes que empezaban a manifestarse entre vencedores y vencidos y reconociendo que ella misma habitaba un espacio que se volvía irreconocible a cada minuto:
Estábamos en medio de vecinos felices que colocaban banderas, se daban la “buena nueva” de la muerte de Allende, salían a pasear sonrientes llevando de la mano a sus preciosos y limpios niños. La juventud con su descuidada vestimenta pulcramente desteñida gozaba de la tibieza del sol.
Por su parte, el espacio de trabajo, donde se habían gestado acciones y solidaridades al calor de las transformaciones vividas en los años de la UP, también se tornaba extraño bajo el imperio de bandos, delaciones, allanamientos, detenciones y de la quema de libros, esa experiencia devastadora que ella describe en el cuento titulado “Barbarie”:
Por primera vez escuché la palabra barbarie cuando mi padre la dijo a propósito de la quema de libros que hicieron los nazis el 10 de mayo de 1933, cuando asociaciones de estudiantes y profesores miembros del Partido Nazi lideraron la destrucción sistemática de libros en más de veinte universidades del país. […] Cincuenta años después, en 1973, yo sería testigo de una quema de libros en mi país, en mi ciudad, en mi lugar de trabajo: la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile. Debo decir que no liderada por estudiantes ni profesores sino por militares. Apareció ante mí la palabra barbarie en todo su horror.
Junto con narrar las propias vivencias, el libro también teje historias de otros y de otras, fijando instantáneas de la vida cotidiana en las que, junto con el miedo y las actitudes miserables, se descubren inesperadas formas de heroísmo. Entre estos relatos destaca “Maquillaje”, que cuenta la historia de una mujer a quien el golpe había devuelto a un existencia gris y carente de sentido, hasta que una llamada y un pedido inesperados le permiten revalorizar el oficio que ejerce. Gracias a ese saber, ella transforma la fisonomía de un hombre hasta convertirlo en un personaje nuevo creado por su mano experta, que de este modo logra eludir la persecución de que era objeto. Su trabajo, que salva la vida del perseguido, al mismo tiempo devuelve vida a la autora de esa obra y así nos lo hace saber la narradora: “Diez días después, cuando escuchó por radio Moscú la voz de su maquillado, esbozó una sonrisa. No cabía la menos duda: su oficio era útil en estos tiempos y ella era muy buena en él”.
Muchas otras historias integran este libro y abarcan, junto con los relatos comentados, otros que se refieren a las duras vivencias del exilio, a la valentía de jóvenes que no dudaron en arriesgar su seguridad personal para enfrentar al régimen, a esas mujeres que visitaban a sus compañeros en las cárceles y, también, a quienes apostaron por la cultura montando obras teatrales en los barrios. Sin duda, Valientes es también un homenaje a esas personas y, desde ya, se le agradece a María de la Fuentes que las haya hecho presentes con su libro.