A fines de los años 60 y comienzos de los 70, los chilenos tuvieron acceso como nunca a bienes culturales: ponerlos al alcance de todos fue una de las misiones del Estado antes de que el golpe militar truncara esta “revolución”. En tiempos en que el consumo cultural está marcado por la desigualdad, vale recordar dos experiencias que democratizaron la cultura y pusieron a disposición discos esenciales de la música popular chilena: la Discoteca del Cantar Popular (Dicap) y la Industria de Radio y Televisión (IRT).
Por David Ponce | Fotografía principal: Felipe PoGa
Ya no existe en Santiago el céntrico cine Gran Palace, presente en la memoria de generaciones gracias a películas y conciertos vistos en ese lugar ornado por columnas de colores cambiantes en sus paredes laterales. Pero queda cierto vestigio de memoria inadvertido en uno de los locales de la galería contigua al cine, signado con la letra F, que persiste desde los años de la Unidad Popular y donde se vendían discos. Discos de la Discoteca del Cantar Popular, Dicap.
Una memoria mucho más visual y visible de esa misma discoteca quedó impresa en el reconocido arte gráfico del fotógrafo Antonio Larrea y los diseñadores Vicente Larrea y Luis Albornoz para los más de sesenta discos long play que durante poco más de un lustro publicó este sello, fundado por las Juventudes Comunistas chilenas e instalado como un referente cultural y popular de su tiempo. Se llamó Jota Jota al inicio, y como tal publicó su primera grabación, el LP X Viet-Nam (1968), de Quilapayún. El último fue Pisagua (1973), de Ángel Parra, al filo del golpe militar que puso fin abrupto a la discoteca, antes del terror y el exilio decretados por la dictadura.
No partió de una idea preconcebida, explica Cecilia Coll, quien era encargada de cultura de la dirección de las Juventudes Comunistas cuando Quilapayún hizo ese primer disco. “No teníamos la intención de crear un sello ni una Discoteca del Cantar Popular”, recuerda. “Íbamos a grabar un disco porque tenía mucho que ver con la situación política de ese momento, relacionada con la solidaridad con Vietnam. Posteriormente salió el disco X la CUT (1969), y con motivo del Congreso de las Juventudes Comunistas (JJCC) le planteamos a Víctor [Jara] hacer un disco, y ese fue el tercero [Pongo en tus manos abiertas, de 1969]. Ahí se fue estructurando lo que más tarde sería Dicap”.
Grabaciones de Quilapayún, Víctor Jara, Inti-Illimani, Ángel e Isabel Parra, Pablo Neruda, Payo Grondona, el Trío Lonqui, Curacas, Tiemponuevo, Amerindios, Homero Caro, Rolando Alarcón, Combo Xingú, el Dúo Coirón, Roberto Parra, Tito Fernández e Illapu, entre muchas otras, dan forma al catálogo de Dicap, hoy piezas de colección en su gran mayoría. Parte del equipo que puso en marcha el sello sigue en contacto hasta hoy, y son las voces de trabajadores como Victoria Acevedo, Alfredo Contreras, Mario Fuentes y la propia Cecilia Coll las que se juntan a hacer esta memoria compartida de los años de Dicap.
En el sello trabajaban Ricardo Valenzuela en la gerencia, Hernán Briones en coordinación, el tenor Juan Carvajal en dirección artística y Raúl Gómez, quien se sumó más tarde en la producción de espectáculos. “Nos destacamos como movimiento político por dar el valor que corresponde a la manifestación cultural”, afirma Alfredo Contreras, contador del sello desde 1968. “Se fue dando por la calidad del movimiento popular y juvenil”, agrega Cecilia Coll. “Teníamos una tremenda influencia en el movimiento juvenil, particularmente en la música, pero no había precedente. No estábamos copiando nada”.
“Dentro de lo que he buscado no hay referente alguno de un sello que tenga estas características, porque escapa a lo que uno entiende hoy por un sello musical”, observa el coleccionista Álex Pulgar, quien ha reconstituido casi en su totalidad el catálogo cuantioso de Dicap. “Si bien era una empresa, era absolutamente atípica, donde todos hacían de todo, pegaban afiches, vendían discos, cobraban, embolsaban, llevaban a los artistas”.
Grabaron en la Discoteca del Cantar Popular grupos y solistas de procedencias diversas, como el dúo Amerindios, de filiación socialista, o los Blops, exponentes del rock y la contracultura juvenil ajenos a toda adscripción partidista. Tampoco todo el personal del sello tenía militancia en las JJCC, pero la impronta partidaria sí hacía una distinción. “Trabajábamos en gran medida como funcionaba nuestra organización política”, coincide Victoria Acevedo. “Piensa tú que como juventud comunista estábamos en todo el país. Teníamos más de noventa mil militantes en el año 73, solo de la Jota, además del partido. Nuestros canales de distribución no fueron solamente los habituales de las tiendas. Me tocó mucho trabajar en cordones industriales, sindicatos, federaciones, universidades, recitales, además de que fuimos los campeones de la venta en la calle. Había una concentración y ahí estábamos con nuestros discos”.
Desde 1971, Dicap abrió oficinas en Concepción, Valparaíso y Antofagasta, en paralelo a la creación de la Organización Nacional del Espectáculo (ONAE), dedicada a producir conciertos en teatros, giras de artistas locales e internacionales y apariciones en televisión. Discos como la Cantata popular Santa María de Iquique (1970), de Quilapayún; Autores chilenos (1971), de Inti-Illimani, y Tito Fernández (1971) fueron algunos de los más populares. “Se vendía tanto que a veces no llegaban las carátulas y la gente se los llevaba sin carátula. Se les entregaba un vale para después. Siempre estaba agotado”, recuerda Mario Fuentes sobre la Cantata.
Tras el golpe de Estado, la etiqueta Dicap siguió circulando por el mundo como parte de la campaña internacional de solidaridad con Chile, pero la historia terminó el 11 de septiembre de 1973 para gran parte de quienes habían dado forma al sello. “A nosotros se nos destruyó absolutamente”, dice Victoria Acevedo. “La oficina fue arrasada por gente de la FACH que entró al segundo o tercer día del golpe, había una pira de cosas en la calle de lo que tiraban por las ventanas hacia afuera. La sede de ONAE fue centro de interrogatorios. El local de la galería Gran Palace permaneció bastante rato con todos los discos adentro, y si tú lo ves hoy, todavía está con la estructura que teníamos, con los cajones de puertas correderas donde ponías los discos. Uno lo mira ahora y yo digo que fuimos testigos y actores, sin habernos propuesto esto, de grandes cosas”.
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El disco es cultura. Pocas frases hay tan preclaras para situar el valor de la música popular como ese aserto inscrito en las contraportadas de discos de IRT, el sello grabador chileno más ligado al proceso histórico llevado adelante por el gobierno de la Unidad Popular. Cincuenta años después del golpe militar, El disco es cultura fue el nombre elegido en 2023 por el diseñador Pablo Castro para difundir a todo público en una radio online —que funcionó en el sitio https://eldiscoescultura.online y dejó de existir el 11 de septiembre del año pasado, para la conmemoración de los 50 años del golpe— el legado sonoro de esa casa disquera nacional.
En su caso era también un asunto familiar. Pablo Castro Zamorano es hijo de Juan Castro Gómez, trabajador radial y de la industria discográfica, y jefe de promoción de IRT entre 1971 y 1973, quien asistió desde ahí a las transformaciones políticas y culturales de la época.
“Cuando se inicia el gobierno de Allende y se empieza a ver qué empresas importantes había que nacionalizar, estaba RCA [Radio Corporation of America], más que nada porque era una industria tremenda que hacía radios, tocadiscos, televisores, tubos”, recuerda Juan Castro. Pero RCA Victor tenía también una división que producía discos, que fue parte del mismo proceso. Según registran Juan Pablo González, Óscar Ohlsen y Claudio Rolle en el segundo volumen de Historia social de la música popular chilena (2009), en febrero de 1971 la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) obtuvo el 51% de las acciones de RCA y asumió la conducción de la firma, convertida en Industria de Radio y Televisión: IRT.
Tras la nacionalización, la plana mayor de la empresa quedó integrada por César Aguilera en la gerencia, que había dirigido la Radio Corporación, y por una tríada de directores artísticos, según recuerda Juan Castro: el músico Julio Numhauser (integrante de Amerindios y fundador de Quilapayún) se hizo cargo de la vanguardista colección Machitún, el compositor Ariel Arancibia asumió la línea de IRT y Roberto Inglez se mantuvo a cargo del catálogo de RCA, que continuó vigente como una etiqueta de la nueva compañía.
“RCA siguió trabajando, porque había artistas que tenían contratos: Gloria Simonetti, Antonio Zabaleta, Frutos del País, toda la parte folclórica de Los de Ramón, del Dúo Rey Silva, etcétera. Y el interés en IRT fue reforzar los catálogos nacionales”, explica Juan Castro. En esa perspectiva, el catálogo de IRT resulta aún más diverso que el de Dicap. Durante los tres años previos al golpe de Estado, la compañía nacionalizada lanzó grabaciones del Ballet Folklórico Nacional de Chile Aucamán, repertorios de tonadas y cuecas con Raúl Gardy y Los Puntillanos, canciones de raíz folclórica con Los Cuatro de Chile, cumbias con Giolito y su Combo, rock con Los Ecos y creaciones de jóvenes grupos como Los Jaivas, Congregación, Sacros, Manduka y Amerindios; además de cumbres como el adelantado disco de música electrónica El computador virtuoso (1973), de José Vicente Asuar, y las canciones dedicadas a la niñez de Tolín tolín tolán (1972), de Charo Cofré.
El mayor legado a la música chilena por IRT siempre será el himno de Los Jaivas “Todos juntos”, lanzado en abril de 1972. “Sale en la época en que todos estaban con la onda argentina de ‘La pequeña langosta’ y otras cosas por el estilo. Se veía difícil trabajarlo en las radios porque tenía una introducción extensa, un solo de batería extremadamente largo y el disco pasaba de los cinco minutos. La verdad es que me fue mal en un principio en las radios”, reconoce el exjefe de promoción. Entonces fue necesaria una estrategia distinta: “Acudí a un amigo de una discotheque que estaba en [la calle] San Antonio, en los bajos del Capri, para que testeara el disco —continúa Juan Castro—. ‘Está difícil esta cuestió’”, me dice, ‘pero ya, vente tipo dos de la mañana cuando no esté el dueño y ahí lo ponemos’. A esa hora lo tiró, no pasó nada. Pero como a la cuarta vez salieron a bailar. Y después no pararon más. Sobre todo en la parte de la percusión: se volvían locos bailando. Luego de eso, mi amigo dice por el micrófono ‘Muchachos, este es el disco de un nuevo conjunto, pídanlo en las radios para que se toque’”. Y parece que resultó. El primer disc-jockey que tocó “Todos juntos” fue Miguel Davagnino, que estaba en la radio Cooperativa. Y después ya fue el éxito que rompió todas las normas.
La colección de IRT no está completa sin una selección de discos que son documentos históricos, entre ellos el dramático El pueblo unido jamás será vencido (1973), publicado tras el intento golpista de junio de 1973 conocido como el “tanquetazo”; el documental sonoro El diálogo de América (1972), registro del encuentro en Chile entre Salvador Allende y Fidel Castro, con música de Amerindios; y Primer año de gobierno popular (1971), con motivo del aniversario de la UP.
De este último también conserva un recuerdo personal Juan Castro. “Sabíamos que se estaba haciendo un disco para el primer año del gobierno de Allende, y no necesitaba promoción porque se iba a regalar en algunas instituciones. Pero un día llega a mi oficina César (Aguilera) muy urgido y me dice que la agencia a cargo de la gráfica no iba a hacer la carátula. “Y tienes que hacerla como sea”. Se me ocurrió sacar fotos que representaran las cuarenta medidas del gobierno, y llamé a Gerd Hasenberg, que era el fotógrafo de los artistas. Salimos en su auto. Por Melipilla entramos a un potrero y fotografiamos a un señor con un tractor. Fuimos a [la fábrica] Yarur y pedimos entrar para sacar varias fotos. Y se hizo la composición”.
El jefe de promoción tuvo una idea más ese día. “Me acordé del medio litro de leche: vine para la casa, pesqué a mi hijo y lo llevé a la sala de fotografía de Gerd. Listo: foto. Así se hizo la carátula”. Y así se ve Pablo Castro Zamorano, de un año de edad, en esa portada de long play del 71. “A la semana siguiente nos invita el presidente Salvador Allende a conversar para hablar del disco”, cuenta Juan Castro. “Fuimos a La Moneda con César y nos felicitó. ‘La carátula está bonita, muy bien hecha”, me dijo. Ésa es la historia de la carátula del primer año de gobierno”.