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Franco “Bifo” Berardi: Filosofía de lo inimaginable

“Alguien dijo en el 68: ‘Socialismo o barbarie’. No fue un juego de palabras, sino una lúcida predicción”, se lee en La segunda venida, el último libro del filósofo italiano que, además de ser uno de los pensadores más inquietos de la izquierda europea, es uno de los pocos que ha seguido el “caso chileno”: “en Chile nació el ciclo neoliberal, en 1973, y en Chile empezó a morir con la revuelta de 2019 y el proceso constituyente”, decía un texto que hizo circular en mayo. Bifo, que lleva décadas imaginando un futuro negro pavimentado por un capitalismo depredador, se atreve a hacer un pronóstico esperanzador: un nuevo horizonte se puede abrir desde Chile al mundo.

Por Evelyn Erlij

Poco después de las elecciones contituyentes de mayo, Franco “Bifo” Berardi (Bolonia, 1949) envió un correo a sus conocidos hispanoparlantes para pedirles que difundieran una noticia: “estoy trabajando en el proyecto de una asamblea online organizada por el GRIP (Grupo de Investigación Intercontinental sobre la Pandemia) para reflexionar sobre los acontecimientos chilenos”. La idea era hacer circular una convocatoria para un encuentro internacional en vistas a pensar el nuevo horizonte que, desde el sur del mundo, se abre hacia todo el planeta. “La revuelta chilena y el modo como se viene construyendo un poder constituyente es una novedad, una invención política que la convierte en una emergente situación universal (…). Debemos hacer todo lo posible para que la información sobre Chile comience a circular, y también debemos entender que el proceso constituyente nos concierne a todos, porque es la última ventana abierta en el mundo antes de que la oscuridad sea total”.

El texto, que luego apareció en internet bajo el nombre “Tiempo de imaginar lo inimaginable”, tenía un tono reconociblemente bifeano: apocalíptico, radical; tan urgente como el que se esperaría de un sesentaiochista como él, que no dejó que el tiempo deslavara su discurso político. Como Paolo Virno, Silvia Federici o Antonio Negri, Berardi pertenece a la ola de pensadores marxistas nacidos entre las décadas de 1940 y 1950 que se desmarcaron de la corriente gramsciana del Partido Comunista italiano, y tal como explica McKenzie Wark —quien lo eligió en su lista de grandes intelectuales que están descifrando el siglo XXI—, una buena parte de su obra ha consistido en desentrañar el semiocapitalismo, ese capitalismo que “toma la mente, el lenguaje y la creatividad como sus herramientas principales para la producción de valor”.

—Necesitamos difundir globalmente el mensaje que viene de Chile. Este es un punto importante —dice el filósofo desde Bolonia, quien por décadas ha mirado hacia este rincón de América: Chile no es un lugar cualquiera, afirma, aquí empezó la contrarrevolución mundial en 1973—. Puedo asegurar que en Europa no se habla de Chile: la prensa, los intelectuales, los sindicatos, lo poco que queda de la izquierda, no han recibido el mensaje, no han entendido el sentido de la elección constituyente. Tenemos la obligación de hacer circular de inmediato la posibilidad que contiene el proceso constituyente por dos razones: antes que nada, para crear una red de solidaridad, y para denunciar amenazas y ataques contra la democracia en un país que ya conoció la violencia antidemocrática hace casi 50 años. Pero además porque el proceso chileno no es algo aislado, específico de ese país: es la única posibilidad que nos queda de romper el vínculo entre el fascismo y la agresividad capitalista y financiera.

Franco Berardi. Crédito: Julieta Colomer

Esta entrevista tiene lugar a raíz de la publicación de su ensayo La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis, que acaba de publicar la editorial argentina Caja Negra, pero es imposible hablar sobre este y otros de sus libros sin pensar en lo que está pasando en este lado del mundo. Bifo lleva años advirtiendo lo peor: si no salimos de la barbarie del capitalismo —que a punta de aceleración, sobreexplotación y competitividad nos tiene al borde de la extinción—, el porvenir será negro. El autoritarismo, el racismo y la violencia de los últimos años son algunos de los síntomas de una enfermedad que parece terminal: “El colapso de la democracia ha sido preparado por cuarenta años de competencia neoliberal. Alguien dijo en el 68: ‘Socialismo o barbarie’. No fue un juego de palabras, sino una lúcida predicción”, escribe en La segunda venida, un libro en el que, como en Después del futuro (2014), Fenomenología del fin (2017), Futurabilidad (2019) y El umbral (2020), vuelve a un ejercicio que lo obsesiona: especular cómo serán los tiempos venideros si no cambiamos el rumbo.

Adelantarse a lo inevitable es la primera tarea de los intelectuales, dice Berardi, pero no se trata de caer en una futurología simplona. Parafraseando a John Maynard Keynes, el filósofo explica que lo inevitable por lo general no sucede porque siempre prevalece lo impredecible, y hacia allá, dice, debe apuntar el trabajo intelectual. Basta con pensar en el coronavirus: lo lógico era que el neoliberalismo —y el mundo con él— explotara, pero llegó la pandemia y vino la implosión. Ese afán por imaginar lo inimaginable explica que sus textos suenen excesivos, pero en su último libro se defiende: a la luz de las revueltas mundiales de 2019, sus “premoniciones apocalípticas empezaron entonces a perder el tono irónico de algún profeta exaltado y se convirtieron en sentido común”, apunta.

Por esos días, Bifo se dedicó a escribir sobre lo que veía a través de las noticias: esas convulsiones que sacudieron el cuerpo planetario —desde Santiago, Hong Kong y Barcelona, hasta Quito, París y Beirut— llegaron cuando ya nadie lo esperaba, cuando la depresión y la impotencia, la soledad del individualismo y la humillación de la desigualdad tenían a medio mundo hundido en la derrota. En ese escenario, afirma, Chile se convirtió en el centro de la revuelta antineoliberal: aquí empezó el experimento de Chicago y aquí puede terminar.

—Lo que sucede en Chile tiene una importancia universal. Después de la revuelta caótica de 2019, después de la crisis pandémica y del debate que la acompañó, ahora el país se convierte en un laboratorio de la posibilidad contra la catastrófica probabilidad. Lo probable está claro: un enorme incremento de la desigualdad económica a nivel global, desempleo, frustración producida por la disciplina sanitaria, concentración del poder en las manos de corporaciones privadas que controlan logística, informática y biofarmacología. Pero lo probable no cancela lo posible: una redistribución de los recursos a través de una tasación del capital financiero y de los patrimonios; transformación frugal del consumo, organización comunitaria de la supervivencia, utilización del conocimiento técnico por la sociedad según su interés.

Luego del experimento neoliberal que estalló en Chile, ahora vendrá otro experimento inédito: reconstruir, a través de una nueva Constitución, el cuerpo social y político. ¿Cómo cree que debería ser ese experimento?

—No estamos hablando de fórmulas políticas del siglo pasado, cuando la potencia del conocimiento técnico estaba en las manos de una minoría social. Hoy, la potencia del conocimiento pertenece a una clase social de trabajadores cognitivos expropiados por las corporaciones tecnofinancieras. Tampoco estamos hablando de fórmulas políticas del pasado porque la catástrofe ecológica en curso nos obliga (y nos permite) a pensar en términos de lo concreto-útil, no en términos de acumulación y de crecimiento. Estamos hablando de una experimentación social que tiene que vincular la frugalidad de las expectativas y la reactivación de la afectividad social, el placer de vivir que el neoliberalismo ha sofocado bajo una competencia desencadenada, un individualismo agresivo y un agotamiento nervioso masivo.

Se decía que Chile era el país más estable de América Latina y, de repente, vino un caos que aún muchos no logran interpretar. ¿Qué lecciones se podrían sacar del caso chileno?

—Cuando la velocidad y la intensidad de la estimulación supera nuestra capacidad de elaboración consciente y emocional, reaccionamos con pánico, como organismos al borde del colapso. El caos es eso, la reacción de un cuerpo que ha llegado a un punto intolerable de sufrimiento. No podemos juzgarlo en términos morales o políticos, no podemos controlarlo con medidas legales. Lo que tenemos que hacer es entender el ritmo que contiene, entender los deseos que expresa. En Chile, una nueva generación de militantes políticos, sobre todo jóvenes sin experiencia de gobierno, ha sido capaz de interpretar el caos, de entender la sinrazón, y ahora está tratando de elaborar de manera compartida, democrática y realista las potencialidades que trae consigo. No será fácil, habrá errores. Y tendrán que enfrentar la reacción del sistema financiero internacional (que ya jugó un papel criminal en 1973) y la reacción de la casta militar.

El caos es la única alternativa al automatismo, a la asfixia de la vida cotidiana. ¿Qué hacer cuando explote el caos? Los que hacen guerra contra el caos serán derrotados porque el caos se alimenta de la guerra. ¿Qué tenemos que hacer? Tenemos que recordar algunas palabras de Félix Guattari, cuando en su último libro habla de chaosmosis: en el caos está la búsqueda de una nueva osmosis, de una nueva relación armónica entre la potencia de la técnica y la potencia de la naturaleza. Esta búsqueda aparece hoy en la tarea de una asamblea constituyente compuesta por jóvenes, mujeres, intelectuales que no se definen como políticos, sino como “experimentadores sociales”, en una situación muy difícil pero a la vez completamente estimulante. No es la política como ejercicio arrogante de voluntad y manipulación la que puede ayudarnos. Es la sensibilidad, es el conocimiento, es la búsqueda pragmática de soluciones lo que permitirá a la mayoría de los chilenos gozar de las potencias técnicas y del placer de encontrarse en el espacio público.

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Franco Berardi dio varias vueltas por el mundo antes de volver a Italia, donde hoy es profesor de Historia social de los medios en la Academia de Brera, en Milán. En 1976, luego de cofundar la radio clandestina Alice, fue encarcelado y acusado de participar en el grupo terrorista Brigadas Rojas, cargo del que fue absuelto un mes después. Tras ser uno de los líderes de la protesta estudiantil boloñesa de 1977, partió al exilio, a París, donde conoció a Félix Guattari y Michel Foucault. Vivió en Nueva York y en California; publicó libros y ensayos en revistas de todo el mundo sobre esquizoanálisis, emociones, cyberpunk, arte y las formas en que la comunicación se convirtió en uno de los ejes del capitalismo posindustrial —fundado en el “cognitariado” y el “infotrabajo”—; hasta que en los 90 volvió a Bolonia, donde vive hoy.

La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis
Caja Negra Editora, 2021
112 páginas

Desde que empezó la pandemia, Bifo lleva una suerte de diario titulado Crónica de la psicodeflación, en la que ha analizado en tiempo real las transformaciones del mundo: “En las últimas décadas, la precarización del trabajo ha fragilizado a la sociedad y ha debilitado su resistencia. El covid-19 fue el golpe final: la sociedad fue disgregada por el encierro obligatorio y el miedo, y hasta el momento no es posible resistir con la acción. Por más paradójico que parezca, es precisamente la pasividad la que vencerá al capitalismo conduciéndolo a la muerte por asfixia”, apuntó en uno de esos textos, en los que plantea que la nueva consigna ultrasubversiva es resignarse: lo revolucionario hoy es esperar que el virus desinfle la burbuja de la aceleración. Mientras tanto, dice, el capitalismo resiste volviéndose cada vez más feroz e inhumano.

—La alianza entre neoliberalismo y fascismo domina el escenario global; la oposición entre nacionalismo y globalismo capitalista es una ilusión óptica que esconde la verdad de una alianza entre los actores que han destruido la vida de la mayor parte de la población mundial— alerta el filósofo, quien En La segunda venida denuncia también un apagón de la razón; una razón universal que ha humillado a los individuos y quienes hoy, a modo de venganza, recurren al discurso de la identidad y la raza. “Así se hizo la noche más oscura”, escribe, pero aclara que sus análisis, por más alarmantes que parezcan, van más allá del pesimismo o el optimismo:

—La sombra no pertenece a la mirada, pertenece al objeto de la mirada: este objeto es la sociedad humana después de siglos de capitalismo, colonialismo y violencia.  

Afirma que si bien los jóvenes están más informados, también están menos preparados para expresar opiniones críticas. La culpa, dice, sería de la reforma neoliberal al sistema educativo ocurrida tras la Declaración de Bolonia. ¿Qué piensa de dejar en manos de las nuevas generaciones este futuro que hay que reimaginar?

—Las generaciones nacidas al interior del mundo conectado, los nativos de internet educados por el neoliberalismo, han crecido en un clima de individualismo y de competencia que favoreció el dominio capitalista por décadas. Pero en la esfera íntima, afectiva de esta generación, algo está pasando. El pánico provocado por la aceleración y la depresión se difunde cada vez más en esta generación que aprendió más palabras de las máquinas que de la voz materna. Y en Chile, el efecto ha sido muy visible. El efecto es una nueva activación, una búsqueda de solidaridad afectiva y política. Esas palabras escritas en un muro de Santiago, “no es depresión, es capitalismo”, fueron leídas en todo el mundo como signo de una posible psicoterapia.

En La segunda venida escribe que “desde que Maquiavelo declaró que el poder político se basa en la sumisión violenta del lado femenino de la realidad, la historia moderna ha sido ante todo una permanente guerra masculina contra la feminidad”. ¿Cree que los movimientos feministas están redefiniendo las formas de hacer política?

—Esta es una pregunta compleja que necesita una respuesta compleja. Yo no creo que haya “un” feminismo. Hoy hay muchos, y no todos son igual de interesantes desde el punto de vista cultural y evolutivo. Hay unfeminismo institucional que se identifica con una presunta cara democrática del poder, el feminismo que exige la verdad y se la pide a la ley: el feminismo del #metoo. Este feminismo ha jugado y juega un papel útil en la denuncia de la violencia masculina, pero no cuestiona el orden antropológico moderno y patriarcal de manera profunda. También existe un feminismo de la solidaridad social que desarrolla una función esencial en la emergencia de nuevos movimientos. Pero el que más me interesa es un feminismo de tipo evolutivo y posthumano, que se encuentra en los ensayos de Luisa Muraro, por un lado, y de Donna Haraway, por el otro. El feminismo evolutivo cuestiona el orden capitalista y patriarcal desde un punto de vista que no es político, es antropológico. Este feminismo está a la altura del horizonte de la extinción, algo que se está develando cada vez más. La extinción de la civilización humana es un fenómeno ambiguo en el cual podemos ver una amenaza espantosa, pero también una línea de escape, una posibilidad.

Cuando se dice que el futuro de la política está en el feminismo, generalmente se trata de una afirmación hipócrita: cooptar a las mujeres en la gestión del poder, valorar la agresividad de las mujeres, las ganas de vencer en la competencia. Mostrar que las mujeres pueden ser como los hombres, más productivas, más cínicas. El feminismo que me interesa no está dispuesto a compartir el poder con los explotadores.

Hoy, en Chile, hay un precandidato presidencial comunista, Daniel Jadue, con posibilidades de ganar. En su libro dice que el futuro estaría en la “segunda venida del comunismo”, pero aclara que no lo entiende en su sentido ideológico. ¿Cómo se debería repensar el viejo comunismo para adaptarse al mundo de hoy?

—El comunismo histórico ha sido una forma del poder autoritario y patriarcal. Pero en todos los momentos de la historia moderna, los comunistas han sido las personas más conscientes y más solidarias. Por eso estoy orgulloso de ser comunista, aunque no me identifico en nada con la experiencia histórica del comunismo del siglo XX. A los 15 años me afilié al Partido Comunista italiano, pero a los 17 me expulsaron, acusándome de tendencias anarquistas. Creo que necesitamos un nuevo concepto: igualdad, frugalidad y amistad son palabras que definen un horizonte más allá del capitalismo del patriarcado y del consumismo. Hoy necesitamos un comunismo cognitivo, de los trabajadores del conocimiento, de los innovadores técnicos. Un comunismo que haga posible la colaboración del ingeniero y del poeta. Necesitamos liberarnos del miedo a la innovación. Es más, tenemos que sustraerla de las manos de los propietarios. Necesitamos un comunismo que no se proponga defender la composición técnica y social del trabajo, sino reducir el tiempo de trabajo, liberar a la sociedad de la obligación salarial. La actividad liberadora y útil tiene que ser tomar el tiempo del trabajo asalariado, del trabajo abstracto, sin relación con el placer del conocimiento.

Ha habido otros momentos históricos en que se ha tenido la sensación de algo parecido al apocalipsis. A pesar del tono sombrío de sus predicciones, en sus libros vuelve una y otra vez al tema del futuro, como si hubiese algo de esperanza.

—No es la primera vez en la historia humana que se enfrenta una perspectiva de extinción. Los pueblos que vivían en el continente que hoy llamamos América Latina han conocido el fin del mundo, porque “fin del mundo” significa que la experiencia cotidiana ha perdido su sentido y que las palabras que conocimos dejan de significar algo. Así es como el antropólogo Ernesto de Martino define el fin del mundo: como una ruptura de la relación entre lenguaje y mundo. Sobre esto, además, puedo decir que nos encontramos al borde de un fin del mundo. La devastación ecológica y psíquica es inherente a la explotación capitalista. No se trata de ser pesimista u optimista: se trata de reconocer que, si no salimos del cadáver del capitalismo, la supervivencia física y psíquica de los humanos se hace cada vez más azarosa.

La pandemia ha acelerado y expandido la conciencia de este peligro. Pero no ha proporcionado una visión política que nos permita salir del capitalismo, que no es un organismo viviente, sino un cadáver que se alimenta de la repetición obsesiva del acto de extracción de las energías de los seres vivientes. Lo que vemos hoy, un año y medio después del comienzo de la pandemia, es un incremento espantoso de la desigualdad, de la explotación, de la concentración de capital y de poder. La extinción de la civilización humana (y del género humano como entidad biológica) se vuelve cada vez más probable. Pero la posibilidad de salir del cadáver del capitalismo no desaparece. Hoy la encontramos en Chile.

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Foto gentileza de Julieta Colomer