Luego de años de investigación entrevistando a mujeres chilenas que, tras la dictadura militar, se vieron forzadas a dejar el país, la periodista y doctora en Antropología Social Carolina Espinoza Cartes publica Exiliadas. 50 años de no retorno, un libro que “viene a reparar, en parte, esta falta de reconocimiento sobre la experiencia del exilio chileno, al indagar en las vivencias de mujeres (…) que, por distintos motivos, decidieron no retornar al país”, escribe Alicia Salomone, académica del Departamento de Literatura de la U. de Chile, en el texto de presentación del libro.
Por Alicia Salomone | Crédito de foto: Memoria Chilena.
El libro de Carolina Espinoza Cartes (Concepción, 1974) aborda una problemática clave para la historia contemporánea de Chile y el Cono Sur, como lo es la memoria del exilio provocado por las dictaduras de los años 1970 y 1980. El libro, además, reflexiona sobre este tema desde una de sus equinas menos exploradas: las memorias de chilenas exiliadas, de distintas generaciones, que nunca volvieron a vivir definitivamente en el país.
El exilio político ha sido un mecanismo de exclusión aplicado reiteradamente en nuestra región desde los inicios de su historia independiente; sin embargo, durante las pasadas dictaduras, alcanzó una extensión y sistematicidad sin precedentes. Si bien no hay cifras definitivas, distintos estudios han estimado que en Chile este mecanismo de represión y retaliación política habría impactado a cerca de un millón de personas. Por más contradictorio que parezca, el tema aún permanece en una zona de semisombra, como si el hecho de haber preservado la vida hiciera del exilio una experiencia menos terrible de lo que fue para quienes atravesaron por ella.
En el prólogo de Exiliadas, la socióloga Teresa Valdés señala este punto cuando afirma que el exilio ha sido un tema “callado o invisible por años” (16), silenciamiento que agrega más vulneración a esta forma cruel de violación a los derechos humanos. El destierro, dice Valdés, supone “perder la tierra y las raíces, la comunidad de pertenencia, la historia compartida, el destino que se construía colectivamente” (16).
El libro de Carolina Espinoza viene a reparar, en parte, esta falta de reconocimiento sobre la experiencia del exilio chileno, al indagar en las vivencias de mujeres y destacar, en particular, las de aquellas que, por distintos motivos, decidieron no retornar al país. En 2015, en un artículo de la revista Historia, voces y memoria, la investigadora uruguaya Mariana Norandi (15) definió esta situación como la del “no-retorno”, nombrándola como la decisión de no volver a establecer residencia en el país de origen, aun cuando las circunstancias que provocaron la migración forzada hayan desaparecido. Muchas son las razones que pueden haber motivado esta durísima determinación en cada historia individual y familiar. Sin embargo, en general está asociada al temor de enfrentar un nuevo desarraigo, o bien a la sospecha de que se retornaría a un lugar irremediablemente perdido, porque el país de la memoria casi nunca coincide con el país real.
El libro de Carolina Espinoza, basado en la recopilación y análisis de un conjunto numeroso de entrevistas a mujeres que habitan en distintos países, abre con una contextualización de las circunstancias que generaron el exilio tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973; un evento trágico que, entre sus muchas consecuencias, impuso un cerrojo a los avances en los derechos de mujeres que había impulsado el gobierno de la Unidad Popular. Es significativo que muchas de las entrevistadas, acostumbradas a un papel secundario en este drama, en tanto “hijas de” o “esposas de”, suelen sorprenderse de que alguien se interese en sus biografías. Otras se excusan de hablar para no remover vivencias dolorosas. Sin embargo, algunas de ellas toman el desafío y dan curso a un relato que se distancia de los raccontos heroicos masculinos, porque en sus narrativas aflora lo personal y los afectos, y no necesariamente reproducen las llamadas memorias emblemáticas, como las llama el historiador estadounidense Steve J. Stern en Luchando por mentes y corazones. Las batallas de la memoria en el Chile de Pinochet (2013). Así, como dice la autora, en la conversación, estas mujeres dejan fluir una articulada “red de microhistorias” que, si bien todavía permanece al margen de las memorias legitimadas y los discursos oficiales, tiene la virtud de ligar la historia personal con la de una comunidad mayor, sea esta la familia, el territorio o el país en su conjunto (37).
Son múltiples los relatos que teje este libro y que configuran una trama compleja que anuda puntos de contacto y zonas donde se despliegan diferencias. La autora las organiza en una suerte de recorrido, que coincide con los hitos característicos del tiempo del exilio. Nos referimos a la salida de Chile, a la llegada al territorio de acogida; a las vivencias más o menos complejas de la maternidad, la dinámica familiar y las relaciones afectivas; a la inserción laboral y los estudios; a las militancias; a la difícil decisión del retorno o no-retorno; y a las formas en que la literatura y el arte contribuyen a traducir en imagen y palabra las complejas memorias de las exiliadas.
Nivia Alarcón cuenta que llegó a Francia en 1975, luego de pasar, como muchos, por un breve exilio en la Argentina. Siempre estuvo involucrada en los movimientos de solidaridad con Chile y también trabajó como enfermera. Mantener activa la memoria del exilio chileno ha sido un impulso que sostiene hasta la actualidad y que además proyecta en la creación artística, trabajando con arpilleras y música folklórica. Llegar a Grenoble, después de un difícil tránsito por un albergue parisino, le permitió construir un nuevo lugar de pertenencia al descubrir un paisaje con el que pudo identificarse. Dice Nivia: “… cuando íbamos en la carretera empezamos a mirar y le digo a mi compañero ¿viste adelante, la montaña? (…) ¡eso era lo que el compañero de Sant Vito quería decirme, era una sorpresa, porque se veía toda la cadena de la montaña, que eran los Alpes, pero para mí era la cordillera de los Andes!” (69). Antonieta, la hija de Nivia, sintió una emoción semejante en el encuentro con los Alpes; sin embargo, también recuerda la sensación de extrañeza y pérdida que sintió al arribar al nuevo espacio: “llegamos a un departamento que era inmenso, muy grande, y llegamos con mi hermana; yo me puse a correr por todas las piezas, a mirar (…) para mí fue muy extraño porque yo estaba ganando algo, pero perdí mucho en ese momento”.
Si la salida de Chile y la llegada al territorio de acogida marcan el inicio del exilio, el hito de salida o desexilio está asociado a la difícil decisión del retorno o no retorno. Algunas personas regresaron a Chile apenas pudieron, en especial, después del triunfo del No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, pero, para otras, la opción fue menos clara. Tras 17 años de dictadura y de reconstruir la vida en otro país, se enfrentaban al retorno pensando en que podría representar un nuevo desarraigo, especialmente para los hijos e hijas, o incluso una definitiva disolución familiar. Dice Cristina Alarcón: “Conversamos con toda la familia la posibilidad de volver a Chile cuando acabó la dictadura, pero hubiera sido bastante cruel llevar a mis hijas a un país que ni siquiera nosotros teníamos muy en claro si seguía existiendo” (142).
Por su parte, para los hijos e hijas que habían salido de Chile en la infancia o habían nacido fuera, donde establecieron nuevas pertenencias e identidades, la vuelta representó un dilema, cuando no un quiebre profundo. Esto, porque forzó a tomar decisiones que, en muchos casos, implicaban encrucijadas vitales, así como tensiones y distanciamiento frente a las trayectorias, visiones de mundo, identidades e incluso afiliaciones políticas de sus progenitores: “Creo que (…) regresar era un tema muy presente en los padres, y uno a veces también pensaba que teníamos que regresar. Pero ese proyecto no era el nuestro, era el proyecto de nuestros padres”, dice Alejandra Quezada.
Como surge de los múltiples testimonios recogidos por Carolina Espinoza, tanto el exilio como el desexilio son procesos de honda intensidad y significación, pero las respuestas ante ellos no son unívocas. Mientras para muchas mujeres el exilio implicó una experiencia traumática, cuyas huellas fueron insuperables, para otras trajo no solo vivencias duras sino la apertura de nuevos derroteros para sus vidas y las de sus familias. La relación con Chile, sin embargo, siempre permanece como una pregunta abierta: ¿hay que volver?, ¿es posible relacionarse con Chile a la distancia?, ¿dónde quedó ese país de los sueños?, ¿existe todavía? Interrogantes que probablemente no alcanzarán una respuesta definitiva, pero que siguen pulsando en las vivencias y palabras de las mujeres del exilio.