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La apuesta del traductor

“Tal vez debemos volver a leer a Melville sin moralina, considerando sus dudas, aprendiendo otra vez lo que la novela moderna aprendió durante varios siglos y que hoy parece olvidado: dentro de un narrador hay muchas más voces que la suya propia, y el relato moderno intenta, siempre de manera imperfecta, ver y contar una y otra vez a su otro”, escribe Ignacio Álvarez sobre Benito Cereno, del escritor estadounidense Herman Melville, recientemente traducido al español por Rodrigo Olavarría.

Por Ignacio Álvarez | Crédito de imagen: Deutsche Fotothek/Europeana

Puesto que ocurre muy cerca de la isla Santa María, territorio ubicado a veinte kilómetros de Lota, en el golfo de Arauco, la novela Benito Cereno (1855) de Herman Melville merece ser considerada chilena. No es exactamente lo mismo, pero esto que cuento se parece a esa identificación inmediata que uno siente cuando ve a Pedro Pascal en The Mandalorian o The Last of Us. Entre ese texto y nosotros, me digo, hay un vínculo misterioso que de alguna manera hay que dilucidar. 

Imagino que algo parecido debió haber sentido Rodrigo Olavarría (Puerto Montt, 1979), el autor de la espléndida traducción que acaba de editar Hueders y que quiero comentar aquí. Olavarría es un escritor bastante indiscutible en nuestro campo cultural: es el autor de la traducción al español más leída de Aullido, de Allen Ginsberg, y también un poeta de fuste, así como un importante narrador y ensayista. En su Instagram tiene una hermosa entrada que dedica a Benito Cereno y que vale la pena revisar. Cuenta que tuvo la idea de traducirlo hace quince años y que, además de una cantidad enorme de trabajo de archivo, el proyecto lo llevó a recorrer la mismísima isla de Santa María. Traducir la novela en el modo en que lo hizo fue, quizá, la manera que encontró para resolver la relación que hay entre el libro y Chile.  

Benito Cereno se basa en un episodio bastante conocido de la historia naval estadounidense, ocurrido en 1805. El barco ballenero Perserverance, al mando del capitán Amasa Delano, se acercó al Tryal, transporte de esclavos comandado por el español Benito Cereno, para socorrerlo, puesto que parecía estar en tribulación. Los hechos duros fueron narrados por el propio Delano en sus Relatos de viajes y travesías por los hemisferios norte y sur (1817) y constan en varios documentos oficiales sobre el caso que fueron redactados por distintas autoridades de Lima, Chile y Estados Unidos. Melville realiza algunos cambios, sin embargo. Sitúa los hechos seis años antes, en 1799, como para que sea más notorio el declive español. En vez de Perseverance, el barco de Delano es bautizado como Bachelor’s Delight en la novela, y el Tryal se convierte en San Dominick, una alusión relativamente abierta a la liberación de Haití, ocurrida en el curso de una rebelión de esclavos que Toussaint Louverture comenzó en 1791.  

Pero este referente histórico y los sutiles movimientos de nombres y fechas que hace Melville en la novela son indicios que nos llevan a lo más importante, que es el modo en que el autor imagina la curiosa situación de Delano: el capitán de un ballenero estadounidense aborda, en son de paz, un barco lleno de hombres raptados en África que serán vendidos como esclavos en América, y que responde a la soberanía de un crepuscular Imperio español. 

Benito Cereno
Herman Melville
Hueders, 2023
212 páginas

Me imagino mirando la escena desde Lota: los Estados Unidos, potencia ascendente en la hegemonía mundial, a través de la caza de mamíferos marinos, una de sus actividades económicas más fascinantes y globales, toma contacto con otra potencia mundial, esta vez declinante, el Imperio español, y en mitad de ese encuentro aparece otro universo, el de los esclavos africanos. Todo eso, me gusta repetirlo, mirado por un grupo de chilenos desde Lota, cuarto universo geográfico que podemos allegar a esta madeja imaginaria. 

El arte de Melville aparece en el modo brillante en que detecta ese nudo y en la forma no menos brillante en que lo resuelve. El capitán Delano ve lo que ve el amo: esclavos y españoles a mal traer, débiles muestras de un proyecto que ya está en las últimas y que no puede compararse con la energía y fuerza con la que él se imagina a sí mismo. Su juicio sobre Cereno está espléndidamente resumido en esta hermosa cita: “No había por qué sorprenderse ante la manifiesta incompetencia de alguien que reunía juventud, enfermedad y elegancia”. Eso es el Imperio español para un ballenero estadounidense, un espacio enfermo y estúpidamente elegante. Por otro lado, la utopía de los esclavos asoma en la novela a través de los ojos del mismo Delano: “Babo le preguntó si en esas aguas había algún país con negros donde los pudiera llevar”, dice Delano que dijo el jefe de los esclavos, y allí es imposible no ver la ilusión de que, ojalá, exista en algún rincón de estos mundos, el español o el estadounidense, algún lugar en el que los hombres africanos no estén destinados a la esclavitud. 

La traducción de Rodrigo Olavarría no solo incluye el texto de la novela, que está enriquecido por detalles imposibles de percibir para alguien que no conozca nuestras costas (las “seals” del original inglés no son “focas”, como se traduce en las versiones peninsulares, sino los comunes y corrientes lobos de mar). El volumen trae, además, un esclarecedor prólogo, que persigue la procedencia exacta de los esclavos y el lugar que Benito Cereno ocupa en la obra de Melville; las páginas que el capitán Delano escribió sobre el episodio en sus memorias, los documentos oficiales de Chile, Perú y Estados Unidos sobre el caso, y una selección de citas de otros textos de Melville en donde se refiere a la cuestión de la esclavitud y la libertad. No olvidemos que la novela se publicó en 1855, y que Lincoln abolió la “peculiar institución” en 1863. 

Esta edición chilena se hace cargo del ovillo melvilleano a partir de la terrible e inexplicable cuestión de la esclavitud. Delano es un producto típicamente norteamericano y decimonónico, y sus opiniones sobre los esclavos, inaceptables el día de hoy, aparecen por todos lados. Melville, sin embargo, no es Delano. Melville se deja interpelar por sus materiales, sugiere Olavarría, y la novela permite que entre las rendijas del imperio por morir y del imperio naciente se cuele ese enorme otro que son los esclavos. 

La apuesta del traductor, tal vez, consiste en tender un puente entre Chile y Benito Cereno a través de la esclavitud. ¿Por qué precisamente ese puente? No logro verlo con claridad todavía. Arriesgo una hipótesis: tal vez debemos volver a leer a Melville sin moralina, considerando sus dudas, aprendiendo otra vez lo que la novela moderna aprendió durante varios siglos y que hoy parece olvidado: dentro de un narrador hay muchas más voces que la suya propia, y el relato moderno intenta, siempre de manera imperfecta, ver y contar una y otra vez a su otro.