La escritora mexicana Elena Garro escribió la que se considera una de las primeras novelas del realismo mágico, pero en vez de pasar a la historia por su talento, quedó en el recuerdo como la esposa de Octavio Paz. A casi tres décadas de su muerte, Jazmina Barrera le dedica La reina de espadas, un volumen apasionante sobre una mujer tan brillante como tormentosa.
Por Claudia Lagos Lira | Imagen principal: Archivo Helena Paz Garro
“Yo no quepo en este cuerpo”
―Elena Garro, Los recuerdos del porvenir
Jazmina Barrera (Ciudad de México, 1988), además de escritora, es editora y socia fundadora del sello mexicano Antílope. Es autora de varios libros, como Linea nigra (2020) y Punto de cruz (2022), traducidos al inglés, italiano y neerlandés, entre otros idiomas. El último, La reina de espadas (Lumen, 2024), “no es una biografía” sobre la escritora mexicana Elena Garro (1916-1998), sino “apenas una libreta de apuntes, una colección de historias, ideas, datos y gatos”, como advierte la misma Barrera ni bien empezamos a leer el volumen. Esta tampoco es una entrevista, sino que son algunas notas hilvanadas a partir de respuestas que Barrera envió por e-mail. Como los caleidoscopios. Llenos de fragmentos de espejos y colores que mutan según la luz que refracta. O como puntadas de un bordado a medio camino.
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¿Cómo se cuenta la vida de alguien? ¿Qué hay que considerar para contarla? Un fragmento del libro sobre Elena Garro la “cuenta”: 86 casas (en las que vivió), 17 libros, 20 años (los que duró su matrimonio con Octavio Paz), 1 hija, 30 gatos. Una vida en números, una vida contada. De contar (1, 2, 3…). Y de cuentos (había una vez…), también.
Elena Garro escribió novelas, poesía, cuentos, obras de teatro y trabajó como periodista. Su novela más conocida es Los recuerdos del porvenir, publicada en 1963, pero que empezó a redactar en 1952. Algunos entusiastas de las etiquetas afirman que se trata de una obra de realismo mágico; antes incluso que García Márquez publicara Cien años de soledad en 1967. Como sea, Los recuerdos del porvenir abre con esas oraciones que se graban a fuego: “Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Solo mi memoria sabe lo que encierra”. Es uno de esos libros que no queremos soltar cuando pone el punto final después de decir: “Aquí estaré con mi amor a solas, como recuerdo del porvenir, por los siglos de los siglos”. En un ensayo sobre la novela, la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara dice que lo que hace Garro en el libro “es excepcional, es representar eso que no estaba representado aún, la experiencia del tiempo en este subcontinente en el que la Conquista no se acaba nunca”. O, como dice la mexicana, Guadalupe Nettel, “la historia circular que cuenta el pueblo [de Ixtepec, protagonista de Los recuerdos del porvenir] es, también, la nuestra”.
Dos décadas antes, en 1941, Elena Garro colaboraba con la revista mexicana Así y publicó la serie “Mujeres perdidas. Reformatorio de señoritas”, en la que denunció los maltratos de adolescentes acusadas de cometer delitos. El estadounidense Hunter S. Thompson, considerado por algunos como pionero en estas lides, comenzó a publicar sus primeras crónicas a lo gonzo recién en la década de 1960. Garro no había sido la primera mujer en practicar periodismo encubierto, ya lo había hecho Nellie Bly para el periódico The New York World en 1887. Pero, claro, ni la una ni la otra gozaban de tanta valoración pública. Ni entonces. Ni ahora.
Garro, en realidad, fue conocida como “la esposa de…”. No la tuvo fácil al lado de Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, diplomático, figura gravitante de la intelectualidad mexicana del siglo XX. Su sombra, por suerte, se diluye gracias al trabajo sistemático que otras escritoras, intelectuales y académicas han dedicado a la obra de Garro; una obra autónoma y monumental a pesar de la de Paz (y de Paz mismo). De lo que se sabe, Garro publicó también guiones de cine, cartas y artículos para la prensa. De lo que se sabe, digo, porque hay cartas que sabemos que recibió, pero que no se encuentran —no están “habidas”— y, así como su hija salvó el manuscrito de Los recuerdos del porvenir de que Elena lo quemara, vaya a saber una cuántos otros papeles no están en los archivos de la Universidad de Princeton —donde están resguardados—ni de nadie porque los quemó/botó/perdió entre tanto trajín de México a Francia a España a Estados Unidos a Japón y otra vez a México. O, bien, porque quizás quedaron fuera de lo que Jazmina Barrera u otros han buscado o citado, como se pregunta la ensayista Malva Flores en la reseña del libro publicada en la revista Letras Libres.
Por cierto, el archivo de Elena Garro en la Universidad de Princeton también podemos contarlo: son 15 cajas que, una al lado de la otra, totalizan 7,21 pies (o sea, poco más de 2 metros). Y Barrera se sumergió en él durante varios meses de los más de dos años que le tomó investigar y escribir La reina de espadas.
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Etiquetan a Garro como agrarista. Como pendenciera. Como controvertida. Que era una activista política. Dependía de quién la describiera. En la década de 1960, la seguridad interior del Estado mexicano la espió. En esa convulsa década, Elena acusó a intelectuales de izquierda de ser los que conspiraban contra el gobierno federal de Gustavo Díaz Ordaz, organizando las manifestaciones masivas y el activismo político contra el entonces presidente mexicano. Que no eran los estudiantes los que se sublevaron contra un régimen que, a su vez, los encajonó y les disparó en la conocida matanza de Tlatelolco, en 1968. La acusaron de haber dado nombres. Ella lo negó. Las detuvieron a ella y a su hija. Las soltaron. Cruzaron a Estados Unidos por tierra.
En alguna parte del libro, Barrera dice “hay todavía muchas cosas que no entiendo. Demasiadas”. Pero, ¿es necesario comprender a una biografiada o perfilada? Elena Garro, esposa de Octavio Paz. Paz celando a Garro. Paz pidiéndole que no salga, que deje el teatro, que no trabaje en el cine, que no escriba poemas. Que use guantes. Que no use pantalones. Garro siguió a Paz a sus destinos académicos y diplomáticos. Se pelearon. Se reconciliaron. Tuvieron amantes. Se pelearon. Se divorciaron a fines de la década de 1950. Se siguieron peleando. Por plata. Por propiedades. Por la hija. Por política. En una carta a un amigo, Garro dice que “sería tristísimo que Dios nos recogiera en este momento y nos llamara a cuentas. ‘Y qué hizo usted con los dones que le di’, yo pelear con Octavio Paz”.
Octavio Paz miente sobre la edad de Elena cuando se casan. Y él la viola en su noche de bodas. ¿Qué tan conocidos eran estos y otros episodios en su relación que pueden dar un retrato más complejo de ella, que no sea solo el de una mujer “imposible” o “loca”?
—No estoy diciendo nada nuevo. Toda esa información está en los testimonios de Elena y de su hija, en cartas, diarios y otros documentos que ya habían sido publicados antes. Lo que me parece que ha cambiado es el contexto en el que recibimos esta información. El feminismo reciente ha cambiado muchas cosas (los feminismos, quizás debo decir, porque dependiendo de qué se entienda por feminismo las reacciones al libro han sido también muy diversas), y la respuesta reaccionaria al avance del feminismo, también.
Lo que le sucede a Garro pre y post 1968 lo cuentas en un estilo más cablegráfico, como línea de tiempo. ¿Cómo llegaste a narrar ese período en su vida con un estilo tan distinto al resto de la obra?
—Se trata de un episodio tan enredado que sentía que había que abordarlo con muchísimo orden y cuidado. Ir casi minuto por minuto. Pensaba que solo así era posible llegar a cierta comprensión de lo que había sucedido ese día. Ese trabajo de relojería lo único que me llevó a entender fue que, hasta cierto punto, era incomprensible.
Seguro que si hurgamos en la vida de cualquiera, encontraremos agujas afiladas. Pero también los hilos que enhebramos con ellas.
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En el proceso de investigación, Jazmina Barrera tuvo compañía, como se desprende de la descripción que hace de otros que, como ella, hurgaban en los papeles de escritores —Alejandra Pizarnik, Sergio Pitol, Juan Gelman— alojados en Princeton. Una suerte de pequeña comunidad con la cual se encontró y cultivó lazos mientras consultaba el archivo de Elena Garro. Barrera los llama “embajadores”, pero la chilena Cecilia García-Huidobro (quien, por entonces, revisaba los archivos de Donoso para su libro Diarios Centrales. A season in hell. 1966-1980, publicado por UDP en 2023) considera que son, más bien, “chismosos profesionales”.
Los “archivos fantasmas”, las cartas que no están, los rastros perdidos, los vacíos o preguntas sin respuestas en el proceso de investigación y escritura, ¿influyeron en la estructura del libro?
—Sin duda. Para mí era indispensable permitir el suficiente espacio, los suficientes silencios, el suficiente desorden, para que las lectoras y los lectores pudieran construir su propia Elena Garro. Existen muchas maneras de entender a una mujer tan multifacética como ella y yo nunca quise imponerle mi mirada a nadie.
En La reina de espadas dices que le agarraste “cariño a Elena” y que, por lo tanto, el libro entero hay que tomarlo como “un grano de sal”. O sea, con pinzas. ¿Por qué persististe en el proyecto que pensabas sería un “ensayito” biográfico y que no te tomaría muchos meses?
—Me di cuenta de la enormidad del personaje y de su obra. Elena está rodeada de misterios todavía y la curiosidad por entenderlos se me volvió una necesidad.
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Llegué tanto a las obras de Jazmina Barrera como a las de Elena Garro por azar —o tozudez— durante los años de la pandemia, cuando decidí leer a escritoras latinoamericanas que no hubiera leído hasta entonces. Toparme con esta libreta de Barrera sobre su lectura de Garro parece abrochar estos años de rondarlas a ambas. O anudar.
“Si no bordara, no podría escribir”, dice Jazmina Barrera citando a Elena Garro. Pensé enseguida en su libro Punto de cruz, una obra que transita entre la novela, la crónica y el cuaderno de viajes en el cual el bordado está al centro de las relaciones entre un grupo de amigas y de sus memorias sobre cómo se transformaron en quienes son. Hay algo de tejido, de hebra, de la que Barrera tira con y en este libro sobre Elena Garro, que teje y desteje su vida y sus (múltiples) facetas (y las propias, y también de quien las lee, por qué no). Hay algo de tejido en el trabajo de Barrera. Como dice en Punto de cruz, “texto” y “tejido” comparten la raíz latina texere, “que significa tejer, trenzar, enlazar”.
¿Ves este libro y, en general, tu trabajo, como parte de una suerte de entramado o bordado mayor desde Elena y hasta otras escritoras contemporáneas a ti en América Latina? ¿Así como también de otras editoriales o librerías o clubes de lecturas o festivales y ferias del libro en América Latina?
—Definitivamente. Pienso mis libros siempre como parte de una conversación con voces del pasado y del presente. Y siendo parte del equipo de Ediciones Antílope me queda clarísimo que hay un ecosistema entero que posibilita esas conversaciones. La escritura puede ser solitaria a ratos, pero nunca escribimos en soledad.
De hecho, no solo la escritura puede ser en comunidad, sino también el rito de leer, como lo demuestra la experiencia del club de lectura que diriges con Elvis Liceaga, Junta de Vecinas (que tiene un podcast, sesiones para suscriptoras vía Patreon —un sitio de micromecenazgo— y redes sociales). ¿Cómo ha sido el proceso de este club de lectura? ¿Parece haber cierto entusiasmo por este tipo de espacios sobre todo por y para mujeres lectoras/escritoras?
—Ha sido muy lindo. Es un grupo pequeño y nos gusta que sea así porque lo vuelve más íntimo. Mi sensación es que cada libro que leemos ahí se expande, es como leerlo con muchos ojos, con distintas cabezas. Gracias al club, he recuperado el gusto de leer por leer, porque de un tiempo para acá me he llenado de lecturas por trabajo.
¿Autoras mexicanas que por ahora han circulado menos en el resto del continente y contemporáneas que recomendarías leer?
—¡Muchísimas! Verónica Murguía, Marina Azahua, Diana del Ángel, Aurelia Cortés, Yolanda Segura, Mariana Oliver, Elvira Liceaga, Karen Villeda, Gabriela Damián, Astrid López, Tania Tagle, Olivia Teroba, Aura García-Junco, Gabriela Jáuregui y Nayeli García son solo algunas.