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José Ángel Cuevas: “La poesía no le importa a nadie”

El poeta vuelve a las librerías con Canciones rock para chilenos y otros poemas, un volumen que recupera dos libros publicados a fines de los años 80 y una selección de su obra, marcada por el habla popular, la memoria colectiva y las consecuencias del golpe de Estado. En esta entrevista, reflexiona sobre su proceso de escritura y el desencanto que siente con el Chile actual.

Por José Núñez | Fotografía: Leonardo Cuevas

Cuando uno conversa con José Ángel Cuevas (Santiago, 1942), lo primero que llama la atención es la manera particular que tiene de referirse a sí mismo. En vez de emplear la primera persona del singular, ya sea para relatar una anécdota o expresar una opinión, habla en plural, trocando el “yo” por el “nosotros”. “Vivíamos de la literatura”, dice al recordar sus años de juventud, cuando estudiaba en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, de donde se graduó como profesor de Filosofía.

El mayestático no es raro proviniendo de alguien cuya poesía gira en torno a una comunidad. En el epílogo de su antología Restaurant Chile (2005), Raúl Zurita señalaba precisamente eso, que lo suyo “no se trata de un sujeto inmerso en discursos que le conciernen sobre todo a su interioridad: a ‘su’ angustia, a ‘su’ soledad, a ‘su’ discurso existencial, como fue casi toda la poesía chilena de los últimos cuarenta años, sino de un habla cuya voz da cuenta de un estado de lo colectivo”.

Se trata, entonces, de una ética de la escritura, que en vez de dar voz o representar a un tercero —el obrero, el poblador, el peatón santiaguino: los actores recurrentes de su obra—, se extiende en un acto horizontal de confraternización. Se trata de cifrar una época mediante el habla, ese tono coloquial y desenfadado, a través del cual es posible acceder a un Santiago que ya no existe, el de la memoria, el de un sueño colectivo trizado tras el golpe de Estado, en títulos ineludibles como Efectos personales y dominios públicos (1979), Introducción a Santiago (1982), Treinta poemas del ex poeta (1992), 1973 (2003), Poemas bolcheviques (2018) y Poesía de la banda posmo (2019), que lo han llevado a ser candidato al Premio Nacional de Literatura en más de una ocasión.

Canciones rock para chilenos y otros poemas
José Ángel Cuevas 
Lumen, 2025
172 páginas 

En mayo de este año, la colección de poesía del sello Lumen, que celebra una década, reeditó dos de sus libros, que en su momento circularon artesanalmente y que se encontraban descatalogados: Canciones rock para chilenos (1987) y Cánticos amorosos y patrióticos (1988), una suerte de díptico sobre el desenlace de una época —la de los años previos al golpe— y el desencanto experimentado durante la dictadura. 

El libro incluye también una breve antología de su obra, donde es posible rastrear los distintos periodos que ha atravesado, desde los epigramas contenidos en Contravidas (1983) hasta sus textos más recientes, que critican la compulsión por el consumo en el Chile neoliberal. Los poemas seleccionados son de una inconfundible estética rockera: allí están las referencias a Cliff Richard, Dean Reed, los Beatles, Jimi Hendrix, The Doors, Bob Dylan, Janis Joplin, Creedence Clearwater Revival y Mick Jagger. “A la gente no le importa nada, no está ni ahí con nada, pero de repente algo produjo comunidad y el rockerismo fue eso”, comenta José Ángel Cuevas por teléfono desde su casa en Puente Alto.

El libro es también una buena puerta de entrada a su obra. Casi todos los poemas tienen como centro “ese cruento día de la historia”, el del golpe, en un registro casi documental de los hechos: algunos se sitúan durante el mismo día, mediante una descripción algo despersonalizada (“Cae algo de llovizna / llueve / A todos sus amigos da por muertos / llama por teléfono a los muertos / Ve camiones cerrados autos que huyen”, escribe en “Alguien que pasea por la historia”), y otros varios años después, cuando al hablante solo le queda proferir un soliloquio desesperanzado. En poemas como “Espejismo” o “De los ancianos que aprietan su puño y lo levantan cuando cantan”, por otro lado, la desolación, la constatación del desastre, da paso a una evocación nostálgica de la clase trabajadora (“Creíste que eran pampinos / mineros / portuarios que venían (…) Pero no, eran solo limosneros” ) o del proyecto de la Unidad Popular (“nadie nacionalizará ya ninguna cosa / no pienses en un centímetro de tierra / alguna canción para ti”).

Cuando José Ángel Cuevas escribió esos libros, se llamaba a sí mismo expoeta, una ocurrencia que, según la crítica literaria Soledad Bianchi, Nicanor Parra se lamentaba no haber tenido. “Se me ocurrió porque no quería ser poeta como algunos cuicos que había, fue una forma de decir que andaba en otra, que me retiraba de ser poeta a la manera de ellos”, explica. “Había una unidad con algunos poetas mayores, pero con otros no, nos caían mal”, dice por ejemplo de Enrique Lihn, a quien encontraban “pesado, cuico. No así [Jorge] Teillier, que era distinto. Te abría las puertas. En el Bar Unión Chica nos sentábamos y teníamos la costumbre de ponernos a tomar su poco, pero menos que Teillier. Era bonito conversar con él”, recuerda.

Una cosa a la que vuelve constantemente durante la conversación son los años que estudiaba en el Pedagógico, poco antes del golpe, ese día en que todo “se detuvo” y empezó “a esperar / a vivir en estado provisorio”, escribe en “Confesiones de bar”. La poesía no solo era discutir sobre autores y libros, sino, también “andar por la noche, hacer cuestiones audaces, ir a las poblaciones, buscar sentimientos distintos. Nosotros lo llamábamos vivir como poeta. Me acuerdo mucho de algunas poblaciones al final de la Alameda, nos recibían bien, participábamos en las reuniones. Teníamos mucho contacto con el pueblo”, sostiene.

La vida popular fue algo que Pepe Cuevas conoció desde temprano, cuando acompañaba a su padre, que era mecánico, a reparar máquinas de escribir a las poblaciones. “Él en casa era violento. Me decía ‘ya, mierda, toma las herramientas’ y partíamos a trabajar. Así fui conociendo las fábricas, los lugares populares, trabajando igual que una persona mayor. Yo tendría unos 15 años. Recorrí mucho más Santiago que otros cabros de mi edad”, recuerda.

Esa experiencia le serviría años después para retratar la ciudad. En 1982, por ejemplo, publicó Introducción a Santiago, un extenso monólogo dedicado a los parques, plazas, mercados, conventillos, restaurantes, calles y avenidas emblemáticas de la capital, una que recorría a pie, cuando trabajaba como profesor en un liceo de La Cisterna y desde allí caminaba hasta Franklin y Av. Matta, para aparecer luego en Estación Central y Quinta Normal. “No hay mucha gente que se haya metido a poetizar Santiago”, opina. “Yo me propuse conocer todo Santiago. Recorría los barrios, las poblaciones. Hay unas partes, en el centro, de casas viejas que me gustaría ir a recorrer de nuevo. Meterme en esos lugares me da la posibilidad de escribir, por ejemplo, un nuevo poema sobre Santiago”, relata.

Al respecto, cuenta que en los últimos años ha escrito menos, y que para hacerlo debería “empezar a formarme una idea en torno a lo último que vivimos. Yo pensaba que después del estallido social iba a empezar algo mejor, pero no fue así. Uno pensaba que iban a salir elementos nuevos, positivos, pero eso no pasó. Me dolió que no haya mejorado nada. Entonces, seguí escribiendo por mi cuenta”, dice. En ese contexto, en septiembre de 2020, su obra volvió a cobrar notoriedad, cuando los colectivos Delight Lab de Santiago y Pésimo Servicio de Valparaíso proyectaron el título de un poema suyo —“Destruir en nuestro corazón la lógica del sistema”— en Plaza Italia, alrededor del monumento al general Baquedano. Ya todo eso le parece lejano. “La gente no está ni ahí. Y la poesía tampoco, no le importa a nadie. Solo a un grupo de gallos”, agrega.

De todas formas, José Ángel Cuevas sigue llenando cuadernos con esbozos, apuntes y versos sueltos. Algunos giran en torno a sus caminatas nocturnas por la ciudad; otros, a su vida personal. Casi todo emerge de lo que observa, de anécdotas y frases que vienen a su memoria, tal y como lo hacía a fines de los ochenta cuando escribió Canciones rock para chilenos y Cánticos amorosos y patrióticos. “Yo veía cómo vivía la gente en la dictadura. Todos sufriendo, escondidos, metidos en su casa. [Mi escritura] tenía que ver con lo que estaba pasando en general, con cómo afecta a uno lo que está pasando exteriormente”. Sobre cómo su obra ha sido leída, confiesa: “No tengo idea. De eso no me hago ninguna esperanza, nunca lo hice. No me paso películas”.