Como una nativa digital, Adriana Goñi se mueve por las redes con total soltura. A sus 74 años, tiene Twitter, Instagram, chatea por Whatsapp con sus nietos y su madre de 96 años y arma grupos en Facebook, como Hijos e hijas de la memoria, un espacio que reúne a más de 4 mil familiares y cercanos de víctimas de la dictadura. En el último Congreso Futuro, Goñi presentó su investigación sobre el cambio de paradigmas en el mundo virtual de temas trascendentales como la memoria, la muerte y los Derechos Humanos.
Por Florencia La Mura
“Como nunca en la historia, estamos expuestos a presenciar la muerte cotidianamente. Sin embargo, nadie muere realmente”, afirma Adriana Goñi, antropóloga y académica de la Universidad de Chile, quien en el último Congreso Futuro presentó la ponencia Morir y trascender digitalmente. A sus 74 años, cuenta que ha enfrentado la muerte de dos de sus hijos y que ella misma carga con un cáncer de tiroides muy difícil de operar. Desde esa experiencia personal, pero también profesional, Goñi aborda el tema de la muerte en la era de las redes sociales y plantea, por ejemplo, cómo el cúmulo de posteos, fotos y textos dejados por usuarios fallecidos en Facebook -que suman 30 millones en 8 años-, sirve como una especie de animita virtual, generando trascendencia y ayudando a sobrellevar el luto.
Todo comenzó en 1998, cuando trabajando en la creación de un centro de estudios de memoria y DDHH en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC). Allí, Goñi encontró un vacío con respecto al registro de la experiencia de los hijos de exiliados y qué sucedía con la memoria personal y familiar de ellos. Comenzó a establecer redes entre esos descendientes a través de plataformas como MSN y MySpace y se sumergió en nuevas áreas de investigación como la etnografía digital y antropología virtual, hasta llegar a integrarse al Observatorio de Cibersociedad. “Mi generación fue muy golpeada por la muerte, además se me murieron dos hijos hace poco. Tengo la suerte de que mi mamá tiene 96 años, su hermana mayor tiene 100, entonces, el tema de la longevidad, la vida y la muerte me ronda en el cotidiano. Todos nuestros compañeros caídos no los sentimos muertos”, explica la antropóloga.
-¿Qué fue lo que le fascinó y atrajo de trabajar el tema de memoria y DDHH desde las redes sociales?
Fui dándome cuenta que el espacio virtual es un espacio antropológico al que hemos llegado como conquistadores a colonizarlo y nos encontramos con tribus, lenguajes, códigos que son propios de ese espacio virtual, que funciona como espejo de la realidad análoga. Me zambullí en eso, como broma me decían Adriana Spam, porque mandaba muchas cosas. Al comienzo no había gente que trabajara el tema, ahora sí hay colegas jóvenes que lo trabajan, y me dediqué a la sociabilidad que existe en la web.
Me interesé en los descendientes de quienes sufrieron violencia, y ellos están todos en la red, es una memoria muy activa. Conozco a esos hijos desde pequeños y están permanentemente escribiéndole cartas a sus papás, para cada aniversario, cada condena, cuando encuentran restos de detenidos desaparecidos. Es una retraumatización permanente y reaccionan en la red, escribiendo. También formé un grupo de Facebook que se llama Hijos e hijas de la memoria y estamos en contacto, con un correlato online-offline. Todas las convocatorias y registros pasan por la web. Si ves las manifestaciones en Plaza de la Dignidad, la performance de Las Tesis, todas se han convocado por internet, es un medio vivo, muy líquido, porque va mutando permanentemente.
-Se tiende a pensar en el espacio virtual como uno aparte del “real”, más que una continuación de otros espacios y tan real como uno físico ¿de qué manera puede afectar en nuestras interacciones sociales la interpretación que tengamos del uso de estos espacios?
Pienso que son complementarios. En mi círculo cercano hay muchos homenajes y convocatorias sobre violaciones a los Derechos Humanos, esa convocatoria se traduce en el acto físico y se está grabando y fotografiando todo, que luego se sube a Instagram o Facebook. Es una interacción muy fluida, pareciera que lo que no fotografías no existiera. La presencia en el espacio virtual parece legitimar lo que se hace presencialmente, si no lo registras ni compartes, falta toda una parte de ese evento que sin ella no tiene repercusión pública.
-¿De qué forma las redes sociales ayudan a vivir el duelo?
Voy a hablarte de mi caso. En febrero del año pasado se murió mi hijo en una carrera de mountain bike, y mi hija murió también murió hace seis años. A ninguno lo tenía de amigo en Facebook, pero ahora he podido ver sus posteos, los mensajes que intercambiaba con los amigos, sus amigos ciclistas hicieron una ceremonias increíbles en su honor, con convocatorias por redes sociales. Hicieron un monolito arriba del cerro y se juntan a recordarlo ahí. Por supuesto que eso me consuela, son todas cosas que yo no sabía de él. El hecho de escribir algo también sana, lo veo en los familiares de detenidos desaparecidos. Escribir es muy catártico en el duelo, sobre todo para quienes han tenido un duelo patológico, de muertos sin tumba. Mientras no se encuentren los restos, el duelo está latente, lo que hace un dolor crónico. Eso tu lo escribes y lo compartes y tu lo compartes y la gente te demuestra su apoyo. Hay una parte de mi disciplina que es la antropología de la muerte, de la enfermedad, del envejecimiento, le he echado vistazos a esto y si ves para atrás y ayuda a entender cómo se enfrentaba la muerte en otras sociedades precapitalistas, en términos de qué significa la muerte para el grupo social. Es otra relación, lo más conocido son las momificaciones y ahí te preguntas porqué lo hacían, quizás por esta idea de volverlos eternos. En la universidad supe que las mujeres esquimales masticaban el cuero para hacer utensilios y cuando perdían los dientes y las mujeres ancianas ya no tenían ningún valor, las dejaban morir. Todos tienen una relación con la muerte, los ancestros, el territorio y es distinta cualitativamente la percepción que se tiene de ella.
-Con su frase del Congreso Futuro “nadie muere realmente”, se me vienen a la mente las figuras que han emergido de las protestas en Chile, como el Negro Matapacos y todas las veces que han destrozado su estatua ¿Cuál es el peso de los símbolos frente a la memoria?
Los símbolos y significados son muy importantes de entender, desde la postura de cada uno y se pueden demonizar o enaltecer como al Negro Matapacos, que ya es universal. Tengo un dibujo del perro en mi auto y estoy segura que en cualquier momento me puede llegar un piedrazo, como me pueden llegar señales de aprobación. Tengo ese dibujo porque me hace sentido. Los símbolos unen un código en común de un colectivo, por algo es tan fuerte cuando se destruyen estatuas, por un lado o el otro, porque apela a tu grupo de pertenencia y en una sociedad tan fragmentada como la nuestra, esto ha hecho explotar las burbujas y nos dimos cuenta que existen los demás. En esto sí creo que hemos retrocedido veinte años, en un buen sentido, cuando éramos comunidades, era una sociedad abierta. El estallido social lo veo desde los cambios culturales que se están produciendo. Pasamos de tener una comunicación individualista en RRSS, del cotidiano, y se nos empezó a abrir la burbuja. Lo veo en mis nietos, ya no publican las uñas postizas, las vacaciones, sólo cosas de su mundo personal, ahora también comparten convocatorias y afiches.
-Si cambia nuestra percepción en torno a la muerte gracias a las redes sociales ¿Cómo cree que afecta a grandes temas como el amor, las relaciones a distancia, la violencia online?
Este mundo digital lo estamos recién colonizando, entonces no entendemos los códigos que se dan entre la gente. Tengo una amiga que está todo el día en Tinder y me molesta mucho, pero no sé por qué, si entiendo que ella es dueña de su cuerpo y hace lo que quiere, pero me daba pena. No he sabido ponerlo bien en palabras, pero pensaba ¿Por qué no se relaciona presencialmente con gente? Tuve cuatro maridos, soy lo menos cartucha del mundo, pero igual me costaba entender su forma de relacionarse. Creo que lo importante es poder ser tú, virtual o presencialmente, y esperar que el otro sea auténtico, pensando en las cuentas falsas y gente que se hace pasar por otra. Son grandes temas a estudiar: cómo socializamos con los otros en las redes, cómo cambia. Hay un discurso demonizador de las redes sociales y en mi caso, si no fuera por ellas no sabría de mis nietos, si no tuviera un grupo de Whatsapp con ellos o viera sus fotos en instagram no ejercería mi función de abuela. El mundo virtual es un espacio habitado, es una herramienta, una posibilidad, una amenaza, es todo, tal como el mundo análogo, porque te obliga a asumir posiciones y a hacerte responsable.