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¿Dónde está la ternura?

En la plaquette A un elefante (Cuadro de Tiza), la escritora Macarena García Moggia reúne dos poemas en torno a la muerte del padre, a la desaparición de un cuerpo que, sin embargo, vuelve una y otra vez. “Es así como el oleaje del poema nos retira y nos devuelve, engañoso, insinuando grandes rompientes, pero que se entregan suaves al borde de la arena”, escribe la poeta y editora Emiliana Pereira.

Por Emiliana Pereira

Un ojo origina el mundo y la cola de un elefante lo termina. En la plaquette de Macarena García Moggia titulada A un elefante, podemos ver el oleaje antes de leer las palabras “puerto”, “barco”, “bahía”, “nadar”. El susurro que hay cuando se está cerca del mar y se asume el tránsito del agua que viene y que va, ese mismo susurro que en el texto deviene en los cuerpos insistentes que se quedan, que se van, que se quedan, que se van. Dar la espalda por un segundo para luego descubrir que algo se nos ha quitado y, sin embargo, ese mismo algo (pero más vacío) aún sigue ahí.

Hay un poema de Sharon Olds, que por una alegre coincidencia tuve que releer, que se titula “Poema tardío a mi padre”, y que dice (respecto al padre):

Siempre pensé que
el punto era lo que nos hiciste a nosotros
como hombre grande, pero después recordé a aquel
niño formándose delante del fuego, los
pequeños huesos dentro de su alma
retorcidos y rotos desde el tallo

 Y finaliza así:

me gusta pensar que le estoy dando mi amor
directamente a ese niño en el cuarto del fuego
como si pudiera llegarle al tiempo.

Estos versos se me cruzan en la cabeza con la plaquette de Macarena, puntualmente donde dice:

para entonces
quizás me vuelva como tú
un elefante y otros hijos
velarán junto a mi respiración entrecortada
cada una de las vidas que perdí en mi nombre
y no la tuya que ahora quemas en las puertas
de la mediana edad

 Y es que en esta rotativa que hay de sentir desde el origen, sucede que un espejo se instala, como si ese cortocircuito que existe entre la niñez y la adultez se resolviera para decir que sí, que se entiende, que quizá no hay perdón, pero se entiende, que quizá no hay perdón, pero se intenta, que quizá no hay perdón pero a todos nos llega el momento, que quizá no hay perdón, pero quizá, eventualmente, postrada desde una cama, haya perdón.

A un elefante,
de Macarena García Moggia
Cuadro de Tiza, 2024
24 páginas

Es así como el oleaje del poema nos retira y nos devuelve, engañoso, insinuando grandes rompientes, pero que se entregan suaves al borde de la arena, en medio de un día nublado y frío en un lugar donde se es la ola, pero también se es quien observa y vuelve otra vez el espejo.

Curiosamente, se dice que los elefantes tienen cementerios, que tienen rituales funerarios, que sienten pena y entre ellos se consuelan, que patean los cuerpos para confirmar que están muertos. Elefantes, toscos, duros, gigantes. Elemento extraño el de la trompa, elemento extraño las orejas, elemento extraño el de las patas, sin embargo, una oreja abanica una mejilla, suavemente una tropa acaricia un lomo, y quisiera imaginar, incluso, que seca una lágrima. Así también una mano podría tocar un cuerpo, cubierto con una sábana, tantear. 

¿Dónde está la dulzura? La busco en cada verso y no la encuentro, pero sé que sí, que está. ¿Dónde está la ternura?

muchos tienen un padre
yo lo tuve a él
mitad hombre mitad padre mitad animal
perdida su mirada en el horizonte
con la misma pasión con la que un hombre
a la edad de caer
observa los Juegos Olímpicos durante días:
saltos de pájaro nados de tiburón
punterías de insecto
llantos de reptil

¿Dónde está la ternura? Un hombre, un padre, un animal, con su corazón en la mano completamente capaz de apretarlo. ¿Dónde?


Este texto fue leído en la presentación del libro A un elefante, que tuvo lugar el 6 de junio de 2024.