Por Natalia Cisternas | Fotografías: Archivo Central Andrés Bello
En 1922, una joven escritora chillaneja envía por correo a Santiago, al prestigioso crítico Hernán Díaz Arrieta (Alone), un poemario de un amigo con una entusiasta carta de recomendación. Alone no se tarda en contestar: “los poemas de su amigo son malos”, dice, “pero la carta es muy buena”, agrega. A renglón seguido le pregunta a la joven si no tiene algo de su propia autoría. La muchacha le envía inmediatamente a Alone un conjunto de poemas suyos acompañados de una nueva carta. “Los poemas son malos”, vuelve a responder Alone, “pero la carta es buena, ¿no tiene algo en prosa?”, le consulta el crítico. La joven envía por tercera vez un correo a Alone, esta vez con una novela escrita a mano en un cuaderno escolar. Alone no puede creer lo que lee, la novela estaba lejos de ser una muestra inicial de una ficción en proceso, era una novela acabada y de gran nivel literario, con una suma de imágenes estéticamente poderosas. La joven en cuestión era Marta Brunet, y la novela enviada era Montaña Adentro, la que con el apoyo del mismo Alone, terminaría siendo publicada al año siguiente. Esta anécdota, que será relatada por Brunet y por el propio Alone en más de una ocasión, nos muestra a una escritora de talento que, aunque inmersa en la provincia, no desconoce las instancias y las formas de legitimación del ámbito cultural nacional: sabe cómo y a quién hay que dirigirse para lograr un mayor reconocimiento y circulación de los textos literarios. Por aquellos años, Brunet con 25 años, no era ninguna novata en los espacios de difusión y validación cultural. Ya había publicado varios cuentos con el nombre de Miriam en distintos periódicos de Chillán y Concepción, también participaba activamente en un pequeño ateneo literario en su ciudad, conformado por jóvenes escritores varones, de uno de ellos era precisamente el primer poemario que envía a Alone. Así, si bien Marta Brunet no había publicado ningún libro, y no tenía grandes contactos en los circuitos letrados más importantes, sí era una escritora activa de la vida cultural chillaneja y con la suficiente claridad para entender que el reconocimiento a nivel nacional pasaba por obtener la legitimación en los circuitos artísticos e intelectuales de la capital.
Si antes de la carta a Alone y de la publicación de Montaña Adentro, Marta Brunet dibujaba con dedicación, pero de manera dispersa, una trayectoria literaria sólo visible en algunos periódicos locales, después de estos acontecimientos su obra constituyó un proyecto literario cada vez más maduro y coherente, acompañado por un trabajo cultural y público de envergadura, que cuatro décadas después vería definitivamente consagrado con la obtención del Premio Nacional de Literatura. Marta Brunet fue la segunda mujer en obtener el Premio, después de Gabriela Mistral, a quien, como todos ya saben, la máxima distinción de las letras locales le fue otorgada seis años después del Nobel. Al momento de recibir el Premio Nacional, en 1961, Brunet tenía publi cadas ocho novelas y tres libros de cuentos, y decenas de relatos y crónicas en distintas revistas y periódicos tantos nacionales como extranjeros, entre los que se destacaban los periódicos La Discusión de Chillán, El Mercurio y La Nación de Santiago, La Nación de Buenos Aires, y las revistas Caras y Caretas y Sur de Buenos Aires y Repertorio Americano de San José de Costa Rica. A inicios de la década de los sesenta, cuando el jurado se decidió por su nombre para ser la vigésima figura en recibir el Premio Nacional, Brunet trabajaba intensamente en la publicación de sus Obras Completas que aparecerían en 1963 bajo la editorial Zig-Zag, estaba terminando su última novela Amasijo y contaba con una trayectoria profesional e intelectual sobresaliente, en la que destacaba su trabajo diplomático en Argentina y Uruguay, su labor como editora de la prestigiosa revista Familia y su rol docente en las Escuelas de Temporada de la Universidad de Chile.
Los antecedentes mencionados hacen de Marta Brunet una justa merecedora del Premio Nacional. Sin embargo, si consideramos que sus principales obras literarias las había publicado dos décadas antes y que previamente el jurado se había inclinado por figuras como el historiador Francisco Encina y el crítico literario Hernán Díaz Arrieta (Alone), la entrega de esta distinción llegó con un evidente e injustificado retraso; un retraso que al final de cuentas era parte de las formas de funcionamiento de un campo cultural que respondía a las mismas lógicas de exclusión y validación del sujeto femenino que operaban en el resto de la sociedad. En otras palabras, si las mujeres y su trabajo creativo e intelectual rara vez eran visibilizados y legitimados, la tardanza del Premio Nacional de Brunet no era en ningún caso la excepción, sino la norma.
Así, ese mismo campo cultural que Brunet había demostrado conocer muy bien al inicio de su carrera cuando le escribió a Alone y aceptó la tutela del crítico para abrirse paso en ese mundo letrado, era el que la relegaba a un segundo plano a la hora de su valoración definitiva. Marta Brunet obtendría finalmente el Premio de la misma manera como lo había obtenido Mistral: cuando ya era imposible e injustificable seguir manteniendo su nombre entre los eternos candidatos; cuando la importancia de su obra traspasaba fronteras y su producción creativa era vista como un hito dentro de la historia literaria nacional.
En relación a su aporte literario, desde sus primeras publicaciones Marta Brunet fue considerada por la crítica como una autora innovadora, cuya prosa introducía un nuevo aire a la representación del mundo rural, hasta entonces dominada por la corriente criollista que imponía un estilo más bien descriptivo del paisaje campesino y las costumbres regionales. A diferencia de autores como Mariano Latorre, Brunet proponía una literatura cuyos conflictos centrales descansaban en la subjetividad de sus personajes, principalmente en el desarrollo emocional e intelectual de protagonistas enfrentados a complejos dictámenes sociales. Con Montaña Adentro se habló de una suerte de neocriollismo, el retrato del mundo campesino adquiría en la novela una densidad existencial que escapaba a la sola necesidad de elaborar retratos fieles de la vida rural. Con el correr de los años, la escritura de Marta Brunet se distanciaría cada vez más de esta definición de neocriollista. En la década del cuarenta publicará los libros de cuentos Aguas abajo (1943) y Raíz del sueño (1949) y las novelas Humo hacia el sur (1945) y La mampara (1946). Aun cuando en varios de estos relatos las acciones se sitúan en espacios campesinos, nos encontramos con historias cuyas temáticas rebasan los límites de ese mundo. Marta Brunet, con recursos propiamente literarios, despliega elaboradas reflexiones sobre el lugar político y social del sujeto femenino en comunidades rurales, poblados de provincia en vías de modernización o urbes completamente modernas. Las complejas formas de explotación de la mujer trabajadora, las tensas relaciones con sus pares de género en un marco social que las obliga a competir por el varón, las obligaciones domésticas que anulan sus capacidades creativas e intelectuales, la apropiación de su patrimonio y de sus derechos sobre su prole por parte de los hombres (maridos u otros), la necesidad de encajar en los moldes de femineidad que se le asignan, son los desafíos y problemas más frecuentes que viven las protagonistas brunetianas. En sus textos se constituyen universos en los que las enrevesadas formas de subordinación de la mujer se despliegan como constantes que proyectan la idea de una sociedad en la que, independiente de los avances modernizadores, persiste una jerarquía rígida en donde las mujeres, y sobre todo las mujeres pobres, constituyen el sector más marginado y explotado de la comunidad.
Esta dimensión crítica de la literatura de Marta Brunet la hace especialmente incómoda, al punto que la crítica de las primeras décadas prefirió omitirla de sus interpretaciones o bien ocultarla bajo la definición de una “prosa recia”, “poco femenina”, que no dudaba en exponer con un lenguaje crudo y directo los aspectos más crueles y violentos de la vida campesina. Bajo estas descripciones amplias, el fino análisis a los roles de género y las formas de exclusión de la mujer presente en sus ficciones quedaba totalmente desdibujado. Varias décadas más tarde, importantes críticas feministas, realizando lecturas desde una perspectiva de género, darían cuenta de una obra no sólo estéticamente notable sino capaz de desarrollar elaboradas reflexiones sobre el rol de la mujer en la sociedad chilena. Lorena Amaro, Kemy Oyarzún, Rubí Carreño, Diamela Eltit, Eugenia Brito, por mencionar a algunas, han contribuido a que ahora podamos entender en términos estéticos y también ideológicos la obra de una de las narradoras más significativas de la literatura chilena.