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Rusia y Ucrania: Una guerra (también) retórica

A la ofensiva militar que ha dejado miles de muertos, refugiados y ciudades arrasadas, se suma una contienda discursiva que el presidente ruso Vladimir Putin, desde hace años, ha librado para justificar sus invasiones. La vigencia de un pasado imperial, actitudes coloniales y las narrativas usadas por cada país son algunos de los elementos que han marcado el conflicto actual. Olivia Durand, especialista en estudios coloniales rusos de la Universidad de Oxford, ahonda en las historias que cada país ha tejido y que hoy se enfrentan tanto en los medios de comunicación como en el campo de batalla.

Por Sofía Brinck V.

Las palabras han sido importantes desde el primer día en el conflicto militar en Ucrania. El presidente Putin lo tuvo claro y así lo demostró en su discurso del 24 de febrero pasado, cuando le anunció al mundo el inicio de una “operación especial” de su ejército en el país vecino. No era una invasión, no era una guerra, advirtió, a pesar de las imágenes de tanques, soldados, heridos y muertos que aparecieron ante nuestros ojos al día siguiente. 

No fueron las únicas palabras escogidas con pinzas. Las referencias a “salvar Rusia”, al supuesto “extremismo nazi” de los ucranianos y al imperativo “moral” de los rusos de intervenir en sus tierras respondían a una cuidada retórica que Putin ha mantenido durante los últimos años. El artículo De la unidad histórica de rusos y ucranianos, publicado en la página web oficial de la presidencia en 2021, fue sin duda un preámbulo de lo que sucedería: en el texto, el presidente argumentaba que rusos y ucranianos son un mismo pueblo con una historia indisoluble, cuestionaba el derecho de Ucrania a ser un país soberano y aseguraba que la república ucraniana actual ocupa tierras históricamente rusas. Un discurso según el que la hegemonía rusa en la zona sería incontestable, y que hoy tiene ecos del viejo, aunque vigente, colonialismo de las grandes potencias. 

Olivia Durand. Crédito: Faculty of History University of Oxford

Para Olivia Durand, doctora en Historia Global e Imperial de la Universidad de Oxford, asociada postdoctoral de la misma universidad y de la Freie Universität de Berlín, e investigadora del Instituto de Justicia Histórica y Reconciliación de La Haya, el choque entre narrativas es una de las principales características de este conflicto militar. Según la investigadora, especializada en estudios de diáspora y colonialismo en el Imperio ruso y Estados Unidos, se trata de una estrategia fomentada por el gobierno ruso y recogida por la prensa a nivel mundial: “Ha habido cierto descuido en el lenguaje utilizado, especialmente referido a los habitantes rusohablantes de Ucrania. Eso ha contribuido a desdibujar las diferencias entre los dos países”, explica.  

Se ha hablado mucho sobre las características comunes entre Rusia y Ucrania, entre ellas, un pasado histórico y, en algunas partes, el idioma. Sin embargo, se tiende a pasar por alto las diferencias. ¿Cuántas de estas similitudes son reales y cuáles son los factores que unen o separan a ambos países en relación al conflicto?

—Las diferencias entre Ucrania y Rusia son claras: son países distintos, estados distintos, uno más grande que el otro en términos geográficos. Ambos son repúblicas, aunque Ucrania tiene un sentido más profundo de la democracia, con elecciones libres y libertad de prensa, lo que no ocurre necesariamente en Rusia. Esto se debe a que tenemos dos formas diferentes de abordar el período postsoviético, modelos adoptados después de décadas de intentos de regímenes políticos. Existen patrones comunes como el control y poder de las oligarquías, enriquecidas rápidamente tras el colapso de la Unión Soviética. Pero en Ucrania hay intentos por desmarcarse de este modelo y moverse hacia una sociedad más justa, a pesar de los problemas obvios que existen. Hay una cierta satisfacción con la independencia, no de todos, pero de forma bastante general. En Rusia, en cambio, hay un sentimiento de nostalgia por una Rusia más grande. Un sentimiento de ”alguna vez fuimos un país importante”, una nostalgia de haber sido parte en un enfrentamiento entre dos potencias. También se diferencian por su relación con el idioma y la cultura. En mi experiencia, Ucrania siempre ha sido un país orgulloso de su diversidad cultural y que aprecia la pluralidad. Pero esta misma diversidad se ha convertido en un problema en la relación con Rusia.  

El ruso se habla en ambos países, ¿en qué sentido es un aspecto diferenciador?

—Rusia no tiene el monopolio del idioma ruso, no se habla solo dentro de sus fronteras. Cerca de un tercio de la población ucraniana ha hablado ruso como su lengua materna durante las últimas tres décadas. El ucraniano fue suprimido por casi 80 años en la URSS, por lo que se habla menos y no ha sido el idioma dominante en el país. Por otra parte, también hubo una migración rusa importante a Ucrania a mediados del siglo XX, cuyos descendientes siguen viviendo en el país, pero son ucranianos que hablan ruso. El idioma ucraniano nunca murió, pero no era importante, no se usaba en los espacios públicos, en la administración estatal, en las artes. Hablar ruso en Ucrania no es problemático, mucha gente lo escoge para avanzar en sus carreras o darles oportunidades a sus hijos. Y hay un movimiento muy fuerte en las generaciones más jóvenes en Ucrania de aprender ucraniano.   

El poder de una historia

En The Invention of Yesterday (2019), el escritor afgano-estadounidense Tamim Ansary retoma la idea de Tolstói y otros autores que plantea que “la historia es un cuento”, es decir, se trata de una serie de hechos escogidos que luego se convierten en la historia oficial. ¿Cuáles son los cuentos que Rusia y Ucrania se cuentan con relación al otro?

—Es una muy buena cita. El problema con los cuentos es que tienen un inicio y un final, lo que implica una idea de progreso narrativo, y es problemático mirar la historia como hitos que se suceden unos a otros en una línea progresiva. Respecto de Rusia, Putin ha usado mucho la historia. Lo hizo un par de días después de la anexión de Crimea, cuando instaló la idea de que Rusia y Ucrania eran un mismo país. Es un cuento que viene contando hace tiempo y lo repitió en su discurso de febrero, cuando anunció la invasión. Es una actitud muy colonial negar la soberanía y el derecho a existir de un país, la voluntad de un pueblo. Un cuento que está muy arraigado en Rusia es el de la Segunda Guerra Mundial, que ellos llaman la Gran Guerra Patria. Aunque no se llevaban bien, la URSS terminó en el lado victorioso junto a los Aliados, y sobre esa experiencia se formó un discurso de la Unión Soviética como un país que luchaba contra los nazis y el fascismo. Es una retórica que sigue muy presente en Rusia: la idea de que luchan contra el fascismo, el nazismo, contra un enemigo que se construye siguiendo la figura de la Alemania nazi y que puede ser encarnado por cualquiera que sea nacionalista, separatista o crítico del poder. Es la justificación que se dio para la “operación especial” en Ucrania.  

¿Cuáles serían los cuentos ucranianos?

—Existe la idea de que Ucrania es un país que sobrevive a pesar de que han intentado dividirlo y hacerlo desaparecer. Es una narrativa muy poderosa y construye la idea de que ellos escogieron ser un país, un estado, a pesar de las cosas horribles que han vivido durante siglos. Hay mucho orgullo relacionado con sus lazos históricos al Rus de Kiev, un estado medieval centrado en Kiev y vinculado a los vikingos, que se considera la cuna de la ortodoxia religiosa en el este de Europa. 

Luego están los cosacos, muy importantes en la narrativa nacional, porque gran parte de la cultura popular ucraniana está ligada a ellos y a la idea de que eran un pueblo semiigualitario, seminómade, una protodemocracia. Incluso, luego de la Revolución Rusa de 1917, existieron dos repúblicas ucranianas, una en el este y otra en el oeste, y, a pesar de las divisiones, decidieron unirse. Por eso el voto por la independencia en 1991 tuvo cerca de un 90% de aprobación. 

Es curioso que la narrativa dominante rusa tenga relación con la Segunda Guerra Mundial y no con la Unión Soviética y con recuperar un poder político y territorial perdido. ¿Cuánto de este discurso apunta a un nacionalismo ligado a la idea de una Gran Rusia?

—Me haces pensar en cómo Estados Unidos se ve a sí mismo como el líder del mundo libre y al mismo tiempo lidera intervenciones en todas partes. El legado de la URSS es complicado, porque dejó una gran inestabilidad en los 90. Son las generaciones de los 60, 70 y 80 las que sienten nostalgia por la estabilidad de la Unión Soviética, por los discursos de la carrera espacial y los logros alcanzados. Pero no se habla mucho de cómo Putin ha evitado esa narrativa y ha preferido echar mano al pasado imperial zarista, a la idea de una Gran Rusia o al reino de Moscovia en los últimos años de la Edad Media. Un discurso que supone que la Unión Soviética fue solo una versión diferente de Rusia, que no implicó una ruptura con el pasado histórico. Existe esta idea de que Rusia ha sido siempre como es y no debería cambiar nunca, lo que implicaría entonces la subyugación inevitable de países como Georgia, Ucrania, Bielorrusia, entre otros. En ese sentido, la Unión Soviética fue un imperio de naciones. 

Las herencias imperiales y coloniales

Cuando se piensa los legados coloniales no se tiende a pensar en Europa como territorio colonizado. Pero el continente está compuesto por múltiples realidades, y las de Europa del Este divergen radicalmente de las de su contraparte occidental. “No todas las sociedades son postcoloniales de la misma manera”, recordó el teórico cultural jamaiquino Stuart Hall en su ensayo ¿Cuándo fue lo ‘postcolonial’? Pensando en el límite (1996). Para Hall, los usos de términos aparentemente descriptivos como colonialismo, imperialismo o neocolonialismo evidencian la poderosa carga epistemológica y conceptual que estos conllevan y cómo deben ser entendidos discursivamente. 

Se ha hablado de colonialismo o imperialismo con relación a los discursos tras la anexión de Crimea en 2014 y la guerra actual. ¿Hay intereses coloniales entre Rusia y Ucrania?

—Hay líneas muy delgadas que separan lo colonial, imperial y neocolonial, y probablemente varíen según con quien hables. Para mí, imperialismo es lo que se vive en la zona debido a la hegemonía cultural y la prominencia de la producción cultural rusa sobre la ucraniana. Creo que el colonialismo, por otra parte, está más relacionado con las formas discursivas. Un ejemplo es negar verbal y narrativamente a Ucrania y a su gente como país soberano y abrazar un discurso de salvación, como si los rusos fuesen a liberar Ucrania y a salvar a su gente oprimida. Es muy similar a los discursos coloniales humanitarios del siglo XIX, a “la carga del hombre blanco”, como la llamó en un poema (Rudyard) Kipling, pero con dinámicas y perspectivas diferentes, aunque también existe una relación racializada entre Rusia y Ucrania o con Europa del Este en general. Mencionaría además el uso de colonos, que empezó durante la URSS luego de una hambruna que asoló Ucrania en los años 30, y que, combinada con la Segunda Guerra Mundial, causó que el país perdiera un tercio de su población. Los colonos volvieron a usarse en Crimea luego de 2014, y también en la región del Donbás. 

En Ucrania, las huellas del pasado imperial no se viven solo en lo discursivo, sino también en el paisaje cotidiano. En Odessa, por ejemplo, se erigió en 1894 una estatua a la emperatriz rusa Catalina la Grande, conquistadora de Crimea y del sur de Ucrania, y responsable de instalar un sistema de servidumbre en la zona. El monumento fue reemplazado en 1917 por uno a Marx, el que luego fue sustituido por uno a los marineros del submarino Potemkin. En los 90, Odessa buscó ser considerada como patrimonio mundial de la UNESCO, y en ese contexto, apareció la idea de reinstaurar la estatua de la emperatriz, lo que finalmente sucedió en 2007, a pesar de la oposición de grupos de cosacos.  

Monumento a Catalina la Grande, en Ucrania. Crédito: Marco Fieber/Flickr

El cuestionamiento a los monumentos históricos relacionados con el pasado colonial se ha intensificado durante los últimos años en el mundo, pero Rusia parece insistir en esta narrativa. ¿Ha sido disputada? 

Los debates sobre la memoria están presentes en el Este de Europa a partir de los años 90, pero los legados del pasado ruso imperial son más complejos de abordar. Los monumentos a emperadores, por ejemplo, fueron sacados durante el período soviético para marcar una diferencia con el pasado zarista, pero a partir de fines de los 90 ha habido intentos por reinstalarlos por prestigio histórico o porque se ven bonitas. Pero estas discusiones nunca se han visto como anticoloniales, sino más bien como antiimperiales. En Ucrania hay un sentimiento de frustración respecto de cómo la historia del país parece solo comenzar con el involucramiento ruso, como si no hubiese nada previo. 

Desde la anexión de Crimea ha habido un proceso de reflexión sobre cómo el caso ucraniano y sus narrativas calzan en un análisis postcolonial, que no es completamente nuevo, pero estaba muy ligado al pasado imperial. Y el Imperio ruso no se veía a sí mismo como un imperio colonial, a pesar de que utilizó prácticas coloniales y tuvo una historia de conquista de territorios. Solo no fue un imperio de ultramar. Pero el interés por entrar en discusión con las figuras del pasado imperial es algo que comenzó a pasar en los últimos años, diría que después de 2020 recién hubo un llamado serio a analizar la relación rusa-ucraniana a través de un lente de estudios coloniales y postcoloniales. 

Los discursos de la guerra afectan a toda Europa del Este, que ha sido utilizada como excusa tanto de la OTAN como de Rusia para culparse mutuamente de querer llevar la zona a su propia esfera de influencia. ¿Se ha discutido qué desean esos países para ellos mismos?

—Creo que hay algo colonial en la actitud de Rusia, la OTAN y la Unión Europea en términos de representación, jerarquías y oportunidades. En general, se ha visto a Europa del Este como una zona de amortiguación, de transición, donde no hay nada nuevo, lo que ha impedido que se dialogue con su realidad histórica. Europa del Este es un concepto que en realidad no significa nada, ni siquiera en términos geográficos. Implica más que nada una región que está al este de Europa occidental. Es un constructo inventado tal como se inventó el Oriente, sujeto a prejuicios y asociaciones similares a los del Orientalismo. Sin embargo, hay una falta de definición de las formas en que Europa del Este ha sido silenciada y marginada. 

Cuando se habla de historia global, Europa del Este ocupa un lugar extraño, ya que es vista como parte de Europa pero no del todo. Muchas veces se iguala Europa a Europa occidental. Pero el Este y el Sur de Europa han sido históricamente sometidos a la explotación del Occidente, e incluso fueron lugares de prueba para la implementación del colonialismo. Sería interesante poder mirar a Europa del Este y compararlo con lo que ha pasado en otros lugares como Sudamérica, para entender el rol que ha jugado como espacio en el desarrollo de estructuras de poder alrededor del mundo.