El dramaturgo y Premio Nacional de Arte 2017 falleció a los 85 años tras combatir por largo tiempo un cáncer a la piel. Autor de obras emblemáticas como Ánimas de día claro y Tres tristes tigres, deja viuda a su compañera de vida y oficio, Bélgica Castro (98), con quien formó una de las parejas más queridas de las tablas locales.
A mediados de 2019 Alejandro Sieveking estrenó una nueva obra: Todos mienten y se van, que debutó en el Teatro UC bajo la dirección de Alejandro Goic. El texto era parte de la trilogía que partió en 2012 con la elogiada Todo pasajero debe descender, donde además compartía escenario con Bélgica Castro. Sin embargo, en esta nueva obra no estaba la nonagenaria actriz. Retirada de las tablas debido a una avanzado Alzheimer, Sieveking mostró públicamente varias veces preocupación por su mujer y su estado de salud: “Bélgica extraña mucho el teatro, y yo verla actuar. Cada tanto me lo dice y se lo digo”, decía en una entrevista a La Tercera el año pasado ad portas al estreno del montaje. Uno de sus mayores miedos -dijo también en la entrevista- era morir antes que ella. Finalmente sucedió así: el autor de La Remolienda, uno de los grandes dramaturgos del teatro chileno del siglo XX, falleció la tarde del 5 de marzo en su casa de Parque Forestal, a los 85 años.
Siguió activo y cuidando esmeradamente a su mujer hasta que hace sólo un par de meses cayó hospitalizado por una gripe fuerte. Hace décadas el dramaturgo combatía, además, un cáncer a la piel que lo obligó a someterse a varias intervenciones y que ahora último lo hizo salir de escena sorpresivamente. Sus restos son velados en la Sala Antonio Varas, ubicada en Morandé 25, y este sábado será cremado en el Cementerio General. Tras de sí deja un prolífico legado de obras entre las que destaca Ánimas de día claro (1961), Tres tristes tigres (1967), La mantis religiosa (1971) y Todo pasajero debe descender (2012).
En 2017, el dramaturgo recibió el Premio Nacional de Artes de la Representación y Audiovisuales, mismo galardón que su esposa Bélgica recibiera en 1995. Juntos, y al igual que su amigo Víctor Jara, dieron a conocer su trabajo en los años 50 y 60 en el entonces llamado Teatro Experimental nacido al alero de la U. de Chile, y que hoy es el Teatro Nacional Chileno. Seguido a ese galardón también recibió la Medalla Rectoral de la U. de Chile.
“Alejandro Sieveking contribuye en la construcción del espíritu de un país. Se trata de un creador en constante contacto con los artistas contemporáneos, que permanentemente ha hecho de este oficio un sentido de vida. Consecuente con sus principios, se exiliaba cuando la tiranía lo obligaba a someterse. Un premio totalmente merecido», decía el dramaturgo Ramón Griffero en 2017, a propósito del premio para Sieveking.
El director, escenógrafo y Premio Nacional de Arte, Ramón Núñez recuerda haber conocido a Sieveking a los 18 años, cuando él era alumno de la Escuela de Teatro UC y Sieveking de la U. de Chile. » Generamos un lazo de amistad con todo ese grupo, estaba Alejandro, Víctor Jara, Miriam Benovich, Tomás Vidiella. Hice algunas obras suyas como Peligro a 50 metros y Una vaca mirando el piano, también participamos juntos de la película La pasión de Michelangelo. Siempre le decía que se presentara al Premio Nacional y él se negaba rotundamente, finalmente yo mismo levanté su campaña junto a la Facultad de Arte porque yo mismo me daba cuenta que los otros candidatos no le llegaban ni a los talones», dice Nuñez.
«Simplemente hay un antes y después de Alejandro Sieveking en el teatro nacional», agrega el director. «El recuperó el realismo local y lo llevó a las tablas, pero convertido en un folclore urbano con toques de realismo mágico que se vieron en La remolienda y Ánimas de día claro, que es simplemente una maravilla onírica insuperable. Sus obras tenían compromiso social y político, pero nunca fueron panfletarias, las dotaba de un halo de misterio y de una belleza incalculable», resume Núñez.
Un año después del golpe de Estado, Alejandro y Bélgica se exiliaron de Chile, debido al clima hostil en que vivía el país y las trabas para ejercer el teatro -además del duro golpe emocional que le significó el brutal asesinato de su amigo Víctor Jara en el Estadio Chile. Se fueron a Costa Rica, donde recibió el Premio Casa de las Américas de Cuba, volviendo al país recién en 1984. En esos años, además de obras teatrales, escribió guiones para la televisión y publicó dos novelas, La señorita Kitty y Bella cosa mortal.
El fotógrafo Luis Poirot también recuerda su larga amistad con el dramaturgo y valora su gran aporte al teatro chileno: «La dupla que formó con Víctor Jara significó la transformación del teatro de la Chile. En el año 59, Víctor Jara debuto como director con Parecido a la felicidad, escrita por Alejandro, que era increíble porque hacía una radiografía psicológica de los chilenos. Con esa obra se abrió el Teatro Antonio Varas a los jóvenes y luego salió a girar por Latinoámerica», cuenta Poirot. «Víctor entendía muy bien la poética de las obras de Alejandro, donde había humor, ternura y un conocimiento complejo de lo que somos los chilenos. Para mi es como un Chejov chileno», agrega el fotógrafo, con quien el año pasado Sieveking realizó una exposición conjunta en la Tienda Chile pianos ubicada en Ñuñoa, donde Poirot exhibió fotos y el dramaturgo, una serie de collages, otra de sus pasiones.
En la última década, Sieveking -siempre dispuesto a colaborar con las generaciones jóvenes realizadores- incursionó en el cine como actor en filmes como La vida me mata (2007) de Sebastián Silva, El club (2015) de Pablo Larraín y Los perros (2017) de Marcela Said. Premonitoriamente, en la película Gatos viejos (2010) dirigida por Sebastián Silva y Pedro Peirano, grabada en su propio departamento de Parque Forestal, el dramaturgo interpretaba junto a Bélgica Castro a una pareja de ancianos que debían lidiar con el Alzheimer de ella.
Poirot recuerda que vio por última vez a Sieveking durante el mes de enero, cuando había sido hospitalizado para recibir tratamiento por el cáncer que se había expandido hacia uno de sus ojos. «Lo vi cansado, pero que nos encontráramos le devolvió el ánimo. Siempre hablábamos de que volviera a dirigir una de sus obras, un proyecto que postergábamos y postergábamos, una de las razones era porque a él no lo dejaban de llamar para nuevos proyectos. Se reía diciendo que ‘ahora que estoy viejo me están descubriendo’. El trabajó hasta el último minuto, ese rigor, ese amor y entrega total al oficio es lo que vamos a echar de menos y es su gran legado y ejemplo a las nuevas generaciones», dice el fotógrafo.