Claudia Lagos: “En la TV aún hay una cobertura más de discurso oficial que de periodismo informativo”

La periodista Claudia Lagos, magíster en Estudios de Género y doctora en Medios y Comunicación de la U. de Illinois, EE.UU., comparte sus reflexiones sobre la cobertura periodística que han hecho los medios de comunicación durante la pandemia y el estallido social. La académica de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile cree que es necesario regular de manera más estricta la manera en que se informa sobre grupos vulnerables de la población, como personas que viven en situación de calle, privadas de libertad o mujeres y niños víctimas de violencia en el hogar. Además, aplaude la iniciativa del canal cultural y advierte cómo, a pesar de las críticas, la televisión sigue siendo uno de los soportes de información más populares.

Por Jennifer Abate

—Hablemos de medios de comunicación y de lo extremadamente importantes que son en este contexto de tanta incertidumbre, que en nuestro caso suma un estallido social a la emergencia por Coronavirus. ¿Qué te ha parecido, en términos generales, la cobertura mediática que se ha hecho en los últimos meses en nuestro país?

Si vemos todo este periodo, de octubre hasta ahora, los medios de comunicación, después de la llamada “revuelta social”, tuvieron una pésima evaluación, eso si nos fijamos solamente en las encuestas, que son una foto de un momento determinado y operan, si se quiere, como un termómetro. Había muy pocas diferencias entre los medios según soporte, no había muchas diferencias entre cómo la ciudadanía, a través de estas encuestas, manifestaba su rechazo o disconformidad con cómo los medios de comunicación estaban cubriendo todo lo derivado de la revuelta. Y eso vino a poner una especie de lápida, si se quiere, a la evaluación de los medios de comunicación y a su credibilidad, que ha venido a la baja en los últimos diez años, por lo menos. Es importante recordar que los problemas que dieron origen a la revuelta de octubre todavía se mantienen y en parte esta crisis sanitaria los ha acentuado y nos ha recordado que siguen ahí. Sin embargo, en el último mes, lo vimos en encuestas como la de IPSOS sobre la radio, ha habido una revalorización y habrá que ver, con el tiempo, a qué se debe, cuáles son las razones de esa revalorización por parte de las audiencias de la radio y otros medios de comunicación en términos generales. Es particularmente curiosa o interesante la valoración de las audiencias en las últimas encuestas, aplicadas y difundidas durante marzo y abril, de la televisión, que se aprecia como un soporte y medio de comunicación a través del cual las personas buscan información o se conectan con el afuera. 

La periodista y docente del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile.

Sabemos que la televisión no sólo es una experiencia informativa, sino que es también una experiencia colectiva. Es bastante curioso cómo un medio de comunicación que había sido tan duramente criticado adquiere cierto valor en nuestro contexto. En nuestros países, en Chile en particular, a pesar de que la televisión ha sido criticada por su espectacularización, por su estereotipación, etc., sigue siendo uno de los lugares donde nos vemos reflejados. Es uno de los medios de comunicación más importantes para amplios sectores de la población, pues a pesar de que Internet puede ser muy relevante en ciertos sectores sociales, en América Latina y otros lugares del mundo, el acceso a una Internet de calidad, estable, una banda ancha que soporte una videoconferencia e incluso la alfabetización digital de sectores importantes de la ciudadanía, siguen siendo una deuda de las democracias modernas.

—Durante mucho tiempo, sobre todo con la masificación de las redes sociales, se levantó una discusión sobre si realmente iban a seguir siendo necesarios los medios de comunicación, en el entendido de que la información estaba ahí y que bastaba con que cualquiera tomara un teléfono, sacara una foto y reporteara. Quizás en este momento se revaloriza, efectivamente, el trabajo de filtro, interpretación y chequeo de la información que hacen los medios de comunicación.

Exacto, podemos entrar a discutir con mayor detalle qué aspectos son más críticos, pero hay otro estudio que se publicó recientemente y que discutíamos hace unos días con el profesor del ICEI Cristian Cabalín, que da cuenta, en Estados Unidos, de que a pesar de que existen tasas de penetración de conectividad mayores que las que pueden tener países como Chile y otros de América Latina, la televisión sigue siendo un lugar, un género, un soporte mucho más relevante que las redes sociales a la hora de diseminar informaciones falsas, desinformación o información malintencionada. 

Es un estudio bien interesante, pero, como digo, muy acotado a las prácticas de audiencias y producción de contenido en Estados Unidos. Sin embargo, abre preguntas relevantes sobre el poder que sigue teniendo la televisión para las audiencias. Creo que es importante hacer distinciones, porque una cosa es cómo ha actuado la televisión y otra cosa cómo ha sido valorizada la radio, la prensa digital y la impresa, que también ha establecido algunos esfuerzos para, por ejemplo, liberar los contenidos de algunos medios de comunicación relacionados con la cobertura del Covid-19, de los contagios, etc. Creo que es importante destacar la liberación de algunos medios de pago, no es el caso de El Mercurio, claro, que sigue teniendo un muro de pago, a contrapelo de diarios como La Tercera y otros que han liberado sus restricciones entendiendo que hay un esfuerzo colectivo de llevar información de calidad a mayores audiencias.

—A propósito de lo mismo, la semana pasada el periodista Andrés Azócar, en una columna en The Clinic, aseguraba que han aumentado las visitas a los medios de comunicación y que esto les ofrecería una posibilidad de volverse nuevamente indispensables para las personas. ¿Crees que los medios de comunicación chilenos han sintonizado con esa “oportunidad”?

Tiendo a creer que sí, pero tenemos que recordar que nuestro sistema de medios de comunicación, sin distinción de soporte, lleva golpeado varios años. La cantidad de despidos en todos los soportes, medios grandes, pequeños, radio, televisión, ha sido una constante en los últimos años. Eso ha significado un desguace, un despotenciamiento de los equipos profesionales, y se nota en cierta cobertura particular de televisión en que eso es visible: profesionales con pocos años de experiencia, con menos calle, y eso se nota en la cobertura diaria, muy apegada a lo que está sucediendo en el momento, muy encima, con poca distancia. Entonces, definitivamente, la columna de Andrés Azócar abre preguntas que son necesarias y que no están en el debate público. Me parece que por la urgencia no son centrales o no han aparecido, pero es algo que hay que retomar porque se trata de una cuestión que se discutió a propósito de los eventos desencadenados por la revuelta de octubre.

¿Qué tipo de medios queremos? ¿Qué tipo de periodismo queremos? ¿Qué tipo de periodismo es necesario en una sociedad democrática del siglo XXI? Siguen siendo preguntas que a la luz de la urgencia y la cobertura sanitaria se hacen evidentes. Es importante revisitar los mismos mecanismos legales de autorregulación que están disponibles en Chile, que incluyen desde el Código de Ética del Colegio de Periodistas hasta las orientaciones programáticas de los canales de televisión. Creo que ahí hay herramientas que parecen guardadas en el cajón. Por ejemplo, es algo que debiera considerarse en la discusión sobre las personas que viven en situación de calle o la población penal o las mujeres que viven violencia intrafamiliar en época de cuarentena (algo que las organizaciones feministas advirtieron muy temprano, antes de la toma de decisiones sobre las cuarentenas obligatorias), todos temas que aparecieron muy recientemente en los medios más tradicionales y en voz de las autoridades. Creo que ahí hay todavía, por parte de los medios de comunicación, un rezago en advertir y proyectar, a eso me refiero con que están muy apegados al día a día, a la calle, a esa cobertura de matinal que le ha quitado peso y espesor a una cobertura que puede ser un poco más distante en la relación con la autoridad, por ejemplo.

Hay herramientas, tanto de autorregulación como de regulación a nivel legislativo en Chile, que los medios de comunicación y el periodismo deberían recordar y repasar en estos días, que tienen que ver con el respeto a las comunidades más vulnerables, que incluyen a niños y adolescentes, y otras cuestiones que tienen que ver, por ejemplo, con el derecho a la protección de los datos de salud. Ha habido todo un tema bien intenso y agresivo respecto de quienes son los que están enfermos y contagiados en las comunidades de edificios y condominios, y eso abre cuestiones que me parece que son centrales para el periodismo y que han estado pasando por el costado.

—En el contexto de emergencia sanitaria en el que estamos, las autoridades están haciendo puntos de prensa diarios, varias veces al día, intentando instalar una suerte de verdad única, que los medios de comunicación, en muchas ocasiones, reproducen sin mucho cuestionamiento, a pesar del buen trabajo que han hecho algunos profesionales haciendo preguntas concretas. Según tu opinión, ¿cuáles son los riesgos de esta visión única de la realidad en un escenario tan crítico e incierto como el que vivimos hoy?

Los riesgos tienen que ver con cómo combinar la entrega de información útil para la ciudadanía, que permita tomar las medidas de resguardo necesarias, con las decisiones en nuestra vida cotidiana respecto a nuestra salud y la de los demás, y la ansiedad e incertidumbre que significa en términos individuales y para la comunidad. En esto, las autoridades, en términos generales, no sólo en este caso particular, ocupan un rol central. Es impresionante el pilar en el que se han convertido las autoridades del gobierno central a la hora de copar la agenda mediática. A ratos parece que estuviésemos asistiendo a una conferencia de prensa estatal, permanente, que va desde poco después de las 9 o 10 de la mañana hasta la noche. Evidentemente, hay una estrategia política de comunicación que ha visto en esto una oportunidad de reposicionamiento de un gobierno que estaba muy golpeado por la crisis de octubre. La efectividad de esa estrategia y los alcances que tenga están aún por verse, pero me parece que es bastante evidente, incluso para un observador poco entrenado en esto, cuáles son los riesgos.

El gobierno ha optado por realizar diarias pautas de prensa para informar sobre el avance del Covid-19 en Chile, discurso oficial que es ampliamente difundido, pero también poco cuestionado por los medios de comunicación.

—Por lo menos ahora las autoridades están aceptando las preguntas de la prensa, porque durante los meses del estallido e incluso al comienzo de la crisis sanitaria, nos habíamos acostumbrado a estas conferencias de prensa donde las autoridades hablaban y se retiraban, sin darle la oportunidad a las y los periodistas de hacer su trabajo y hacer las preguntas que correspondían.

Sí, y agregaría otra cosa, volviendo al tema de por qué no se ocupan las herramientas que se conocen, sugerencias, manuales, etc., para hacer una cobertura periodística más adecuada en un contexto de emergencia sanitaria. Algo que ha sido bien complejo es el tema de la estadística, porque viene de la ciencia. Necesitamos tener de dónde agarrarnos, tener ciertas certezas y ellas están en el conteo diario. Algunas  vocecitas del área más especializada han llamado la atención sobre las cifras y sus vacíos, sus áreas grises, el tipo de información, el volumen de la información, el acceso a la información, pero me parece que hay una cobertura más de discurso, de quién dijo qué, cuándo y por qué, que una cobertura más informativa. 

—Desde el 27 de abril se puso a disposición TV Educa Chile, una plataforma cultural infantil para las y los estudiantes que están sin clases presenciales. Resulta curioso que haya tenido que llegar una pandemia para que se alcanzara el viejo anhelo de un canal cultural. ¿Cómo evalúas esta medida? 

Hay vastos sectores de la población en Chile que no tienen aún dispositivos electrónicos o una conexión a Internet estable que les permita acceder a este universo inacabable y maravilloso de contenidos por medio de la red, por lo tanto, los contenidos culturales a través de las señales abiertas de la televisión son sin duda una buena noticia. No es una nueva estrategia en el caso chileno, recordemos que la televisión nace como un proyecto educativo y cultural al alero de las universidades a fines de los años 50, pero evidentemente que esta estrategia, hoy, en un contexto donde el ecosistema es completamente distinto en términos mediáticos, será un laboratorio en tiempo real y vital. Será interesante ver cómo las audiencias se relacionan con ese contenido. Hablo de distintos tipos de audiencias, no solamente las audiencias a las que está destinada, los niños y adolescentes, sino que otros actores del campo de la educación, cómo pueden ellos relacionarse con estos contenidos en un contextos de insistencia en la educación remota.

—Esta es una demanda que había sido planteada hace mucho tiempo por diferentes actores y solía decirse que era imposible, que era muy difícil de implementar, que no existía el financiamiento. Ahora, con la presión de la emergencia sanitaria, ¿qué te pasa al ver que no era tan difícil desarrollar una iniciativa de estas características?

Creo que tiene que ver con un sistema mediático y televisivo altamente comercializado, donde no nos hemos planteado el tipo de estructura de televisión que queremos, la que deberíamos estar abordando desde la perspectiva de la convergencia, entendiendo las lógicas más multimediales. Creo que esa discusión está bastante en pañales, por lo menos en términos de la industria y, como tú mencionas, hay mucha reticencia a las apuestas culturales, más bien a apuestas que proveen menos réditos comerciales y que, por lo tanto, son más riesgosas en una industria que lleva diez años registrando pérdidas. Pero si uno ve algunos proyectos que han tenido financiamiento a través del fondo del Consejo Nacional de Televisión (CNTV), evidentemente hay una audiencia a la que le interesan los productos culturales de calidad. Por supuesto, no estamos hablando de la sinfónica, estamos hablando de “Los 80”, de la programación infantil que ha financiado el CNTV, con muy poco espacio, estamos hablando de “31 minutos”. Tenemos claro que la cultura popular es cultura y, por lo tanto, es necesario abrir esos matices. 

Según Claudia Lagos, la televisión aún es el soporte más popular de Chile para informarse, sobre todo en aquellos hogares que tienen poco acceso a una cobertura estable de Internet.

—Viviste en Estados Unidos y te has dedicado a analizar e investigar este tema. ¿Cuál es la discusión que se tiene en otros países respecto a la existencia de canales culturales?

Haría varias distinciones. A nivel internacional hay muchas experiencias de modelos de sistemas de medios de comunicación públicos y con eso me refiero a una lógica convergente, es decir, empresas de carácter público que producen contenidos tanto audiovisuales, radiales, etc. El ejemplo que siempre sale a colación es el de la BBC, pero no es el único. Todas las sociedades de países derivados del imperio británico tienen algún tipo de sistema de medios público, robusto, vigoroso, importante. Del mismo modo, la enorme mayoría de los países de Europa también tienen sistemas de medios de comunicación públicos, que incluyen no sólo televisión, sino también radio y producción digital. En otras ocasiones se han mencionado las experiencias de los países nórdicos, en todos ellos hay distintos modelos, por ejemplo, gobiernos corporativos. ¿Quiénes son los que integran los gobiernos corporativos de estas empresas públicas mediáticas? ¿Cuál es la relación que estas empresas tienen con el Estado? ¿Cuál es la regulación que tienen? ¿Cuál es el financiamiento? Todos tienen, de alguna manera, financiamiento público importante, y en algunos países, en particular, producto de la creciente privatización y recortes de gastos públicos, ha habido una tensión por aminorar esos presupuestos. Hay contenidos que compiten en el mercado y otros contenidos que no, que están amarrados a las funciones públicas que tienen esas compañías de medios públicos. Hay estudios interesantes, comparativos, que señalan que en aquellos países en que hay sistemas robustos de comunicación pública, el resto de los medios “tira para arriba”, la vara de comparación tira para arriba más que para abajo; se eleva la calidad, en general, de esos sistemas de medios donde están insertas estas compañías de medios públicos. Otra cosa interesante es que hay estudios que demuestran que en aquellos países donde hay medios públicos, la ciudadanía manifiesta mayor interés en la política y en la participación en lo público.

—Hablemos de propuestas. ¿Qué recomendaciones emergen desde la sociedad civil, las instituciones, que apunten a una mejor comunicación y a un mejor ejercicio del periodismo?

En el caso del periodismo, en particular, hay organizaciones internacionales y profesionales tanto en Latinoamérica como en otras partes del mundo que están entregando distintas herramientas y recomendaciones. Tienen que ver con cómo hacer una mejor cobertura periodística de la crisis sanitaria que estamos viviendo ahora y con la manera en que se entregan herramientas a los profesionales del campo de la comunicación para la cobertura en terreno de la pandemia. Esto está relacionado tanto con la calidad de la información que ponemos a disposición, en la cual está incluida la pregunta acerca de la información falsa o la manipulación informativa, y, en otros casos, tiene que ver más con la práctica, con las personas, los seres humanos e individuos, que, en el marco de sus oficios o profesiones están más expuestos a distintos riesgos. Ahí hay varias recomendaciones que han salido a la luz. En el caso de una mejor cobertura, esta tiene que ver con que no se cubran sólo los discursos, quién dijo qué, sino que se aborde lo que está pasando, quién lo ha hecho, cuáles son los datos, cuál es la evidencia, etc. Hay que promover y preferir fuentes informativas especializadas en vez de fuentes informativas que apuntan más bien a la discursividad. Utilizar menos adjetivos, utilizar más datos, menos anécdotas, pues estas exacerban la discriminación, el sensacionalismo, la ansiedad o la incertidumbre en las audiencias. Ahora, nada de esto es una receta mágica, pero son recomendaciones que dan distintas organizaciones profesionales tanto en Latinoamérica como en otros países para intentar que el enfoque sea desde la calma y no desde la alarma, y eso incluye el tono. 

—¿Quieres terminar con alguna recomendación para que nuestros auditores y auditoras accedan a contenidos e información diferentes?

Sí, a mi me gusta mucho Radio Ambulante, un proyecto bilingüe en español y en inglés que produce la radio pública en Estados Unidos y que tiene muchos medios y reporteros a lo largo de Latinoamérica. Ellos están cubriendo historias, pero también patrones más largos en la sociedad, en versión podcast. Ya que estamos valorando la radio y que la semana pasada la encuesta de IPSOS demostró la aprobación que tiene este soporte, me parece bueno relevarlo en este contexto. Allí se van a encontrar con historias que no sólo son de crisis sanitaria, así podemos introducir un poco de diversidad en nuestra vida informativa en estos días.

Entrevista realizada el 17 de abril de 2020 en el programa radial Palabra Pública de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Vivienda y segregación social, la otras desigualdades que el Covid-19 hizo visibles

“Hasta que la dignidad se haga costumbre” fue una de las frases que se transformó en consigna tras el estallido social del 18 de octubre y que de alguna manera engloba las exigencias de la ciudadanía relacionadas con diversas materias que van desde mejora de sueldos, pensiones y término de las AFP hasta reformas en la educación. Sin embargo, en esa larga lista, las demandas de mejor salud y vivienda digna aparecían más bien desplazadas. Hoy, la pandemia ha hecho nítida la vulnerabilidad de quienes viven en condiciones precarias como campamentos y viviendas sociales de baja calidad, o en situación de hacinamiento y con escaso acceso a una atención de salud oportuna. Es allí donde el virus podría causar estragos cuando llegue el invierno.

Por Denisse Espinoza A.

La cuarentena o el llamado aislamiento social ha sido una de las estrategias de los gobiernos para enfrentar la pandemia por Covid-19 que ya lleva cuatro meses desde el primer caso detectado en Wuhan, China, y que ha afectado a Chile desde mediados de marzo. El llamado general ha sido a “guardarse en los domicilios” y así evitar que la infección se siga expandiendo. Pero ¿qué pasa cuando “quedarse en casa” es sinónimo de seguridad y tranquilidad sólo para una parte de la población? ¿Qué pasa cuando hay más de tres grupos familiares, por ejemplo, viviendo bajo mismo techo? ¿Qué pasa con quienes viven en campamentos y ni siquiera tienen agua potable? Hay familias que no tienen condiciones térmicas o sanitarias adecuadas para pasar un invierno normal sin enfermarse. ¿Qué pasa con ellas? Las realidades de vivienda en Chile distan mucho unas de otras y aunque no necesariamente debiera ser un factor correlacionado, lo cierto es que en nuestro país la vivienda precaria sí está asociada también a sectores geográficos: Santiago es sin duda una de las ciudades paradigmáticas en esa división entre barrios ricos y barrios pobres.

Según cifras del Ministerio de Vivienda y Urbanismo,  el déficit habitacional en Chile disminuyó en casi 200 mil viviendas en los últimos 15 años. Sin embargo aún se necesitarían construir 393.613 viviendas en todo el territorio.

En octubre de 2019, la Fundación Vivienda presentó uno de sus últimos estudios, Allegados, una olla de presión social en la ciudad, donde junto con entregar cifras preocupantes sobre déficit habitacional, cuestionó la efectividad del mercado inmobiliario –en cuanto a la provisión de vivienda para sectores emergentes y medios– y los programas públicos de vivienda actuales, y relevó la urgencia de elaborar un plan de desarrollo urbano que dé solución efectiva y a largo plazo a los problemas de segregación y precariedad en que vive gran parte de la población. En la actualidad, 1.528.284 personas, equivalentes al 8,6% de la población, viven bajo la línea de la pobreza medida por ingresos y un 20,7% se encuentra en situación de pobreza multidimensional. Además, de las 497.560 viviendas, 91,4% tienen familias viviendo el fenómeno del allegamiento y hacinamiento. A los días de lanzado el estudio se produjo el estallido social del 18 de octubre, otra olla a presión donde la situación habitacional era sólo una de las causas de la molestia general, y quizás la menos visible.

Así lo confirma el geógrafo Juan Correa, uno de los autores del estudio de Fundación Vivienda: “Los temas urbanos y de salud no aparecieron en la primera línea de las demandas durante la crisis social, pero ahora la pandemia dejó al desnudo estas desigualdades estructurales. La vivienda tiene mucho que decir sobre tu vulnerabilidad espacial de cara al Covid-19. Lo más seguro es que el nuevo discurso del gobierno, de volver a la normalidad, a los trabajos, a las clases, hará que el virus se expanda porque ni siquiera ha llegado a su peak. Es urgente identificar aquellos sectores de la población en los que el virus puede ser más desastroso, y la vivienda es clave. A mayor hacinamiento, más concentración de personas, y, por ende, más contacto, por lo que el contagio será más probable”.

Desde enero, Correa trabaja en el Centro de Producción del Espacio (CPE) de la Universidad de las Américas y con ellos ha estado elaborando una serie de artículos que justamente cruzan variables entre territorio y la expansión del virus. Uno de ellos, Cuarentena o no cuarentena, esa es la pregunta –publicado el 7 de abril–, plantea el riesgo que se produce al levantar la medida en el sector oriente y retomar actividades productivas en esa zona –la apertura de los mall sería un ejemplo–, ya que al estudiar los desplazamientos de la población se hace evidente que muchas personas de comunas que aún no poseen altos índices de contagio, suelen desplazarse hacia el eje del corazón en cuarentena: Santiago, Providencia y Las Condes, lo que haría más probable el contagio y que el virus se traslade a otras comunas periféricas.

Además, Correa y otros integrantes del centro apelan a la necesidad de establecer cuarentenas preventivas en barrios vulnerables incluso antes de que se detecten casos de contagio. “Nosotros creemos que lo mejor es hacer la cuarentena, porque justamente es en situación de hacinamiento o de allegamiento que suben las probabilidades de que mucha gente se contagie y en un plazo más corto. También cuando hay condiciones precarias de materialidad. Por ejemplo, si una persona está enferma en casa, pero esa vivienda tiene mala calidad térmica, no va a estar cómodo, va a pasar frío, habrá humedad y el virus puede ser más difícil de controlar”, dice Correa. “Estamos seguros de que el Estado puede aumentar su deuda pública en un 20%, como muchos países lo están haciendo, porque Chile es uno de los que tiene menor deuda pública de Latinoamérica. Si el Estado hiciera la inversión, por ejemplo, de apoyar a estas familias vulnerables con entrega de alimentos, medicamentos, pago de los arriendos y un ingreso ético para tres meses, con el fin de que no necesiten salir de sus casas, bien se podría frenar la expansión del virus, que si llega a expandirse en estos lugares, de seguro tendrá el costo de muchas vidas humanas. Eso es muy grave, porque se podría evitar”.

Al igual que Correa, Fernando Campos, sociólogo y académico de la Universidad de Chile, experto en temas de desarrollo urbano y miembro de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la misma casa de estudios, enfatiza en la urgencia que supone que el Estado otorgue ayudas efectivas durante la pandemia a los grupos más vulnerables, entre ellos, los migrantes. “Ya que con este virus todos podemos infectarnos por igual, el gobierno ha planteado la idea de que también todos podemos acceder por igual a los sistemas de salud, y eso no es así. La población migrante es vulnerable en ese aspecto. En otros países, como Portugal, por ejemplo, se les dio permiso y residencia a todos los migrantes para asegurarles la atención médica en los servicios de salud”, cuenta Campos. 

“También es necesario desarmar la idea de que los migrantes tengan un problema especial con el virus; son las condiciones habitacionales las que tienen un problema y eso afecta a todos quienes vivan en esas condiciones. El tema con los migrantes es que se les debe asegurar el acceso a los servicios públicos de salud, independiente de su estatus migratorio, si tiene los papeles al día o no, ya que lamentablemente la mayoría vive en malas condiciones de vivienda y es allí donde hay un alto foco de contagio, y es allí donde urge que las personas sean diagnosticadas y monitoreadas a tiempo”, agrega el sociólogo.

El MINVU tiene catastrados 802 campamentos a lo largo de Chile, pero es probable que las cifras no alcancen a dar cuenta de toda la precaria realidad habitacional.

Según un informe desarrollado en febrero pasado por el Departamento de Sociología de la U. de Chile en conjunto con Un Techo para Chile y el Centro de Ética y Reflexión Social de la U. Alberto Hurtado, las personas migrantes representan el 14% del déficit habitacional que existe en Chile, donde el 22% son allegados y 19%, además, vive en condiciones de hacinamiento. A esto se agrega que la mayoría no tiene acceso a vivienda propia, sino arrendada, y que una de cada cuatro personas arrienda sin contrato. Un 30% de ellos vive en campamentos. Esa fue una de las razones del lanzamiento de la campaña “La humanidad somos todes”, impulsada por la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la U. de Chile, la Universidad Abierta de Recoleta y la Red Nacional de Organizaciones Migrantes y Promigrantes. 

En este sentido, durante las últimas semanas el Ministerio de Vivienda comprometió la entrega de “kits de salud” que incluyen cloro gel, toallas desinfectantes, detergente, pasta de dientes, cepillos de dientes, guantes, jabón, paños de limpieza y lavalozas, entre otros,  que están destinados a las personas que viven en los 802 campamentos que se tienen catastrados. La ayuda ya estaría llegando a los primeros 290 campamentos y seguirá sucediendo así todos los días, dice el ministro Cristián Monckeberg. “Mediante una alianza público privada, se acordó el aporte de la CPC para contar con 47 mil kits más, con los que llegaremos al total de campamentos. Estamos trabajando en conjunto con las Fuerzas Armadas, el mundo privado, para llegar con estos kits, y con toda la información a las familias para prevenir contagios en los campamentos. Efectivamente, este virus a todos nos puede tocar, pero hay familias más vulnerables y en ellas debemos focalizar una ayuda lo más integral posible”.

Claro que estas serían ayudas de emergencia y, en ese sentido, el ministro asegura que lo que se busca es dar soluciones más permanentes. “Estamos trabajando en una política de erradicación a largo plazo, que busca otorgar soluciones definitivas a estas familias que, gracias al catastro, están identificadas y con las cuales se está trabajando en diferentes proyectos para una solución, ya sea en el mismo lugar donde viven, mediante un proceso de urbanización, como lo hemos hecho, por ejemplo, en el campamento Manuel Bustos en Viña del Mar; o con la construcción o relocalización de las familias en otros lugares”, dice Monckeberg, quien asegura que además han acelerado la entrega de dos mil viviendas sociales desde que comenzó la pandemia, “lo que viene a ser muy importante para que puedan pasar este tiempo en la seguridad de sus nuevos hogares”.

Sin embargo, no es la cantidad de las viviendas sociales ni la capacidad de entrega lo que preocupa a los expertos, quienes comparten una crítica profunda y de larga data a la falta de actualización de los estándares de calidad de lo que se construye y la falta de planificación urbana de largo plazo, sin la cual se ha seguido reproduciendo un modelo segregatorio a la hora de habitar las ciudades chilenas. A esto se suma el hecho de que la vivienda no está contemplada como un derecho garantizado dentro de la Constitución. Hoy, el modelo considera la vivienda como un bien más dentro del mercado que promueve la libre competencia entre empresas constructoras, y ese es uno de los puntos clave que se debería reformar para construir una ciudad más igualitaria.

No son 30 pesos ni 30 años

Si bien es cierto que en los últimos años han habido mejoras en la construcción de viviendas sociales, se han aumentado los metrajes –entre los años 80 y 90 se construían viviendas de 25 a 36 metros cuadrados mientras que hoy el estándar va de los 44 a los 55 metros cuadrados– y hay ejemplos aplaudidos de viviendas sociales ampliables como las que ha levantado la oficina Elemental, lo cierto es que la construcción ha bajado debido al alto precio del suelo, lo que supone seguir desplazando este tipo de viviendas a la periferia, donde el suelo es más barato.

El plano de erradicación de campamentos entre 1979 y 1985, da cuenta del desplazamiento de las personas hacia la periferia.

El arquitecto Ricardo Tapia, académico de la U. de Chile y especialista en vivienda social, realizó una investigación Fondecyt que justamente analiza el tema. “Entre 1980 y 2002 se construyeron 230 mil viviendas sociales, la mayor cantidad de producción de viviendas en toda la historia de Chile, pero el tamaño eran en promedio de 45 m2, mientras que entre 2003 y 2010 se construyeron apenas 23 mil viviendas, y esto es simplemente porque el suelo fue cada vez más caro, sobre todo en las metrópolis. Ya que el suelo eminentemente urbano es un bien que se transa en el mercado, en las ciudades el precio va de las tres a cuatro UF hacia arriba el m2, y para que una vivienda social se pueda construir y genere utilidades a las empresas, no debería superar el precio de una UF por m2. Pero eso ya es imposible de encontrar en ciudades de más de 100 mil habitantes, por lo que terminan construyendo en la periferia, en lugares como Lampa, Buin, Talagante, Melipilla, donde hay menos población y donde tampoco están obligados a dotarlos de equipamientos complementarios, que las viviendas estén cerca de colegios, servicios de salud, etc.”, explica. “Por otro lado, aunque ha habido un avance con respecto a lo que se hizo durante la dictadura militar, todavía quedamos al debe en cuanto a otras condiciones de habitabilidad, como la parte acústica, térmica y de localización”.

Fernando Campos comparte ese primer diagnóstico y califica de obsoletos los criterios para medir la calidad de las viviendas. “El índice que se ocupa es el de déficit habitacional, que dice poco del criterio de calidad que se utiliza y que está construido en base a datos de hace 50 años o más, entonces, que te digan si la vivienda tiene piso de tierra o no, son criterios muy básicos. Hoy el estándar de vida ha subido y eso no se ve reflejado en estos indicadores. La capacidad de ventilación o los niveles de humedad de una vivienda no se toman en cuenta y son justamente los que hoy, en medio de una pandemia, ponen en juego la rapidez del contagio”, dice el sociólogo.

La política de vivienda social que existe hoy en Chile se instauró en 1979, luego de que la junta militar dictaminara que el suelo no era un bien escaso y por lo tanto dejó en manos de los privados y del mercado la apropiación y construcción de estos bienes. La arquitecta Alejandra Celedón, Jefa de Magíster de Arquitectura UC, ha estudiado el tema a fondo y lo llevó a la palestra internacional cuando en 2018 representó a Chile en la Bienal de Arquitectura de Venecia con la muestra Stadium, donde exhibió cómo se desarrolló el Programa de Radicación y Erradicación de Barrios Marginales a la Periferia de la Ciudad (1976-1985) y la Política Nacional de Desarrollo Urbano (PNUD) de 1979, que liberó el perímetro urbano de la ciudad. Todo esto se anunció, en esa época, en un evento en el Estado Nacional, el 29 de septiembre de 1979, cuando 37 mil pobladores fueron convocados para una entrega masiva de títulos de propiedad bajo esta nueva política. “De ahí en adelante, no el Estado sino el mercado regularía, desde los costos de la tierra hasta la construcción. Ese es el cambio fundamental con el gobierno anterior: la vivienda ya no es un derecho sino una mercancía, y los proletarios son transformados en propietarios, los pobladores en deudores. El resultado era esperable y hoy aún visible: un proyecto de ciudad (o falta de este) en base a una suma de lotes privados, atomizados, desprovistos de un programa colectivo”, dice Celedón.

Hoy, esa segregación se hace aún más patente con la expansión de la pandemia: “El virus ya está distinguiendo entre barrios (y países) según sus recursos y su capacidad de admitir los distanciamientos y aislamientos que demanda. Está el caso de Puente Alto, que se transformó en el foco más alto de contagiados del país. Hacinamiento, imposibilidad de hacer cuarentena, espacios domésticos inadecuados, harán visible la inequidad a través de la enfermedad”, reflexiona la académica de la UC.

Antes de 1973, la visión de la ciudad era un problema territorial y colectivo donde entidades como la CORMU (Corporación de Mejoramiento Urbano) y la CORVI (Corporación de la Vivienda) entendían la arquitectura como piezas colectivas e integradoras de la ciudad. De esa época hay ejemplos emblemáticos como la Villa Portales, ubicada en Estación Central e inaugurada en 1966, o la remodelación San Borja, ubicada en el centro de Santiago, en las que el Estado expropió terrenos pagándolos a precio de mercado para levantar edificios en altura interconectados y con grandes áreas comunes. En 1972, incluso, el gobierno de Salvador Allende entregó las primeras viviendas sociales ubicadas en Las Condes, la Villa San Luis, que contaba con 250 departamentos que llegarían a ser mil, para quienes vivían en campamentos en esa comuna y que hoy figuran destruidos y abandonados.

Imagen del pabellón chileno en la Bienal de Arquitectura de Venecia de 2018, donde Alejandra Celedón estuvo a cargo de la muestra Stadium, sobre el cambio en la política de viviendas sociales llevada a cabo en 1979.

Durante la dictadura, en tanto, la Oficina de Planificación Nacional (ODEPLAN) a cargo de Miguel Kast elaboró los primeros mecanismos para diseñar, aplicar y evaluar su política social, entre los que se cuentan el Mapa de Extrema Pobreza (1974), la Ficha CAS (1977) y la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional o CASEN (1985). Con ellas se proponía una política social que tuviera como objetivo erradicar la pobreza extrema mediante el crecimiento económico y la entrega directa, desde el Estado, de subsidios a los más pobres, pero para ello se debía identificar a los beneficiarios. 

“El planteamiento político fue: ‘bueno, tenemos muchos pobres, mucha demanda de vivienda y los recursos del Estado son escasos, entonces vayamos focalizando’. El concepto de focalización es el que se mantiene hasta ahora en el sentido de que se le da preferencia a los más carenciados. Bajos de Mena es un ejemplo de eso, se juntó a un grupo de gente que tenía más o menos el mismo puntaje de ficha CAS, lo que significó grandes áreas homogéneas de igual nivel de pobreza y precariedad, sin ninguna clase de integración de distintos niveles socioeconómicos. Craso error”, dice el arquitecto Ricardo Tapia.

Sin embargo, en las últimas décadas la falta de planificación y la especulación del valor del suelo por parte del mercado no sólo ha perjudicado a los grupos más pobres, sino también a la clase media a través de la construcción de grandes torres con cientos de departamentos, poco metraje y sobreprecios que han formado una burbuja inmobiliaria. “Los famosos guetos verticales obedecen a esa lógica. El mercado descubrió un nicho de gente que trabajaba en áreas centrales y que sólo necesitaba un lugar para dormir y comenzó a construir departamentos de 17 m2 y a venderlos en más de mil UF, simplemente porque había mercado para hacerlo. La verdad es que no existe una norma que regularice la cantidad mínima de m2 que debe tener una vivienda privada”, agrega Tapia.

En agosto de 2019 se aprobó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley de Integración Social Urbana que impulsa el MINVU y que incentiva la densificación de buenas locaciones de vivienda con proyectos privados que incorporen cuotas para viviendas sociales, lo que le permitirá a las personas acceder, con subsidios, a barrios mejor localizados. La iniciativa ya se discute en el Senado y es defendida por el ministro Monckeberg, ya que “busca acabar con la segregación”, pero ha sido más bien cuestionada por los expertos entrevistados.

“Es un cheque en blanco para las empresas inmobiliarias”, dispara Juan Correa. “Les da la facultad a los privados a seguir construyendo en lugares con buenos indicadores, cuando lo que se debería hacer es dotar de mejores servicios a los barrios de la periferia, que haya hospital, un Cesfam, colegios y profesionales de calidad, no comprimir más el centro”, agrega.

Mientras, el arquitecto Ricardo Tapia repara en la falta de conexión que existe entre la clase dirigente y la ciudadanía. “La gente de menos recursos y sectores más vulnerables no quiere irse a vivir a aquellos sectores donde vive la gente de mayores recursos: lo que la gente quiere es que sus barrios y comunas gocen de la misma calidad residencial que tienen los barrios altos, mejor transporte, más áreas verdes, mejores servicios complementarios. Lo mismo sucede con la Política Nacional de Desarrollo Urbano, que viene desde el primer gobierno de Piñera y que se fundamenta en cinco pilares espectaculares, en los que todos estamos de acuerdo, pero que son sólo indicativos y no vinculantes, y en los que, la verdad, tampoco se le ha pedido la opinión a la ciudadanía”.

“Creo que es fundamental volver a considerar la vivienda como un derecho”, dice el sociólogo Fernando Campos. “No creo que el problema sea la regulación, la regulación existe, pero está orientada a fines que no compartimos todos, o no se transparentan los fines a los que apuntan esas normas y ciertos grupos las utilizan a su conveniencia. A Chile no le faltan mecanismos regulatorios, le falta que nos pongamos de acuerdo sobre cómo queremos regular las cosas. A mí me cuesta pensar, por ejemplo, que en el último año en Santiago se haya construido una mejor ciudad. Es el momento de pensar en una ciudad más equitativa con los estándares de vida, es brutal que eso no esté en discusión hoy día y es brutal también que mandemos a la gente a hacer cuarentena en su casa, pero no tengamos idea de en qué condiciones vive”.

Aquellos que aún no se hayan dado cuenta de la verdadera calidad del espacio en el que viven, lo harán ahora gracias a la cuarentena, y aún más si el virus se convierte en una normalidad de duración incierta. Probablemente, quienes nunca antes se sintieron como parte de un grupo vulnerable, lo sentirán ahora con condiciones más precarizadas de habitabilidad, con la invasión de sus espacios domésticos por el teletrabajo y la educación en línea y, quién sabe, la futura reducción de sus antiguos espacios de interacción como oficinas, teatros, escuelas y cines. “Estos fenómenos no son nuevos”, dice Alejandra Celedón. “Son propios de la era digital, radicalizados por la pandemia. Sin duda, el virus ha hecho visible que es imperativo mejorar y asegurar los estándares que se venían estableciendo para viviendas mínimas posibles. La crisis puede gatillar cambios profundos que nos debemos hace ya largo tiempo. Si la ciudad es parte del problema, también puede ser parte de la solución”.

Comunicación alternativa y popular: la importancia de multiplicar los relatos

La llamada “crisis informativa” en que nos ha situado la pandemia y el aislamiento social debería suponer una oportunidad para las grandes industrias de la comunicación periodística de poder posicionar su labor informativa y educativa por sobre el bochorno que ha significado su tendenciosa cobertura del reciente estallido social. Sin embargo, los medios han demostrado no estar a la altura y por eso y muchas otras razones se fortalece una escena alternativa, mayor y más diversa, que da cuenta de audiencias no menores que no se ven representadas en los grandes medios, ni sus voces ni sus imágenes ni sus vivencias.

Por Juan Enrique Ortega

Pensar hoy los procesos comunicativos que se producen desde el sector social conlleva analizar un complejo número de variables que superan ampliamente el llamado periodismo ciudadano o periodismo popular como concepto. Las diversas estrategias de libre apropiación que se hace de las técnicas y usos de la comunicación desde múltiples colectivos, organizaciones y movimientos desafían incluso los formatos mediáticos para reelaborar y adaptar la herramienta en defensa del derecho a la comunicación.

“El neoliberalismo ha separado la libertad de la democracia para convertirla en antidemocrática”, dice Wendy Brown.

La industria de la comunicación junto, a sus estructuras de poder y producción de sentido social, enfrenta profundas transformaciones, no sólo por la vertiginosa revolución tecnológica que habitamos y que afecta a los medios, modificando las bases y los objetivos modernos de estas plataformas de comunicación, sino también por la profunda hibridación de formatos, estilos y géneros que afecta al periodismo también, como una parte importante de la reproducción de los relatos cotidianos de una sociedad.

En la cancha de los medios comunitarios, populares y la construcción mediática alternativa, es aún más frenético este momento de mutaciones y redefiniciones, porque dicha escena tiene una necesidad mayor de permear audiencias incidiendo en la opinión pública, una urgencia por resignificar los discursos oficiales y poder instalar nuevas visiones de país, territorio y comunidad, conceptos que hoy no existen en los flujos comerciales de información. Chile es un caso único por la ausencia paradigmática de debates relacionados con la comunicación, lo que incide en lo diverso, espontáneo y rizomático de los ejercicios y formatos de apropiación comunicativa.

La llamada “crisis informativa” en que nos ha situado el momento de pandemia y aislamiento social debería suponer una oportunidad para las grandes industrias de la comunicación periodística de poder posicionar su labor informativa y educativa por sobre el bochorno general que ha significado su tendenciosa cobertura del reciente estallido social. Cómo no reconocer este momento histórico para reposicionar una cobertura que contextualice, analice, informe y eduque acorde a la crisis de relato civilizatorio que estamos viviendo. Cómo no soñar con medios que reflejen los diálogos necesarios para una sociedad, donde se proyecte el nivel de debates que debemos abordar.

Lamentablemente, la oferta ha sido una confirmación de lo que ya es vox populi en nuestro país: coberturas sesgadas centradas en el Estado como actor principal de la pauta. Medios esclavos de cifras que ni siquiera cuestionan, que sobreviven encadenados al morbo de la discriminación por género, raza, condición social y tantas dimensiones de vulnerabilidad. 

El Covid-19 no sólo está demostrando la ineptitud de la clase dirigente para enfrentar la situación, sino también el silencio cómplice de un gran grupo de medios que se pone al servicio del reporteo simplista y la mediocridad informativa. Los medios de comunicación no han demostrado estar a la altura de los lineamientos éticos mínimos en un contexto de pandemia y, más aún, afirman su servil rol al sector dominante de turno. El levantamiento popular iniciado en octubre y que se prolonga este año, reafirmó que la industria mediática nacional no cumple su rol de informar de forma pluralista ni representa los intereses de la diversidad de sectores de la sociedad chilena. 

Hoy más que nunca hay, desde la ciudadanía, una explosión de voces, de preguntas, de debates negados por años y de exigencias a actores importantes de la sociedad. Si dicho flujo discursivo no encuentra cabida en las editorialidades empresariales lo hará en diversos canales que hoy construyen las propias comunidades excluidas. Las esferas de comunicación alternativa hoy están bullantes por esa y muchas razones. 

Otra comunicación

En Chile, el movimiento de comunicación popular alternativa no es nuevo, existen desde al menos cuatro décadas iniciativas mediáticas y no mediáticas que desde la experimentación han abierto canales de expresión popular por donde se cuelan las voces de hombres y mujeres, niños y niñas, con mensajes reales de las vivencias populares. La radio comunitaria, la televisión popular, los medios y espacios de comunicación de pueblos originarios, redes feministas, migrantes, territoriales, socioambientales y de diversos sectores pueblan hoy la oferta mediática alternativa. 

Sin duda, hoy, gracias al avance del acceso a internet y múltiples herramientas de grabación, producción audiovisual, transmisión y circulación masiva de mensajes, la parrilla desde la escena alternativa es mayor y más diversa, lo que da cuenta de audiencias no menores que no se ven representadas en los grandes medios, ni sus voces ni sus imágenes ni sus vivencias.

La ausencia y debilidad de medios públicos, que han sido fundamentales en las democracias modernas del mundo, nos tiene sobreviviendo a merced del mercado de las comunicaciones, de la dictadura de los formatos, discursos e intereses que estas grandes fábricas de sentido común instalan sobre nuestra cotidianidad. No es una tarea fácil y no todos y todas somos conscientes de su envergadura.

Contar, por lo tanto, con medios alternativos fuertes es una necesidad profunda de la sociedad global, necesidad que abarca la urgencia por legislar con enfoque de derecho sobre el acceso a las frecuencias y los monopolios mediáticos y construir opiniones públicas locales que fortalezcan el debate en los territorios, descentralizando la visión de país que hoy vemos repetida de norte a sur.

En tiempos de Covid-19, los medios y plataformas alternativas, comunitarias y populares son las que están denunciando la realidad de territorios que hoy no tienen cómo lavarse las manos pues la sequía y el saqueo los ha dejado sin agua. Tienen un tratamiento de la información más ético, responsable y solidario que lo que podemos encontrar en los medios de comunicación tradicionales.  

La sociedad civil hoy se apropia de las comunicaciones no pensando en fundar medios ni levantar estructuras verticales, sino que se articula en roles funcionales a la concreción de objetivos comunicacionales particulares y generales. La mayoría de esos esfuerzos se divide en lógicas productivas (registro y producción de mensajes desde esferas alternativas, con actores sociales comunitarios y en códigos coloquiales) y lógicas circulatorias donde lo principal es participar de un ejercicio viralizatorio de mensajes, imágenes y formatos virtuales que participan de la guerrilla diaria de la información. En cada uno de estos esfuerzos hay una constatación básica: los medios de comunicación no “nos” reflejan, no dan cuenta de voces que deberían estar.

Rol de la comunicación alternativa en tiempos de infodemia

Aun cuando la tradición de la comunicación alternativa en Chile ha tenido un desarrollo mayor en los formatos mediáticos, radio, TV y prensa, desde hace más de una década el desarrollo de experiencias de comunicación se asocia mucho más a colectivos fotográficos, equipos audiovisuales y grandes “centrales” de publicación en plataformas de redes sociales. Formatos como el diseño, la ilustración y la gráfica mixta son los que hoy recorren millones de teléfonos al día.

Los nuevos formatos de la comunicación hoy muchas veces eluden el escenario de “los medios” y establecen identidades y referencias desde la virtualidad, ya no desde un territorio específico o una comunidad. Se trata de transmisiones y programas que se emiten desde espacios cotidianos no lujosos y que están cumpliendo un rol educativo y liberador de muchas audiencias. 

Las diversas faunas que hoy habitan y conviven en la esfera comunicacional alternativa participan de ejercicios de producción espontánea de formatos periodísticos hechos desde la contrahegemonía temática, de fuentes y de estilos, y construyen estrategias de circulación y masificación de mensajes, imágenes y videos. En cada una de estas apuestas se deconstruye una realidad mediática y se crea relato social con autonomía.

En tiempos de Covid-19, los medios y plataformas alternativas, comunitarias y populares son las que están denunciando la realidad de territorios que hoy no tienen cómo lavarse las manos pues la sequía y el saqueo los ha dejado sin agua; son los espacios donde las comunidades migrantes intercambian estrategias para sobrevivir al racismo y discriminación que se instala desde las grandes esferas; son los espacios donde millones de mujeres intercambian estrategias para prevenir, disminuir y denunciar la violencia patriarcal en tiempos de encierro; donde se educa a los trabajadores en derechos básicos ante la crisis económica que se avecina.

Los movimientos sociales y organizaciones territoriales que desde hace décadas vienen entregando discursividades, testimonios y consignas desde la experiencia profunda del neoliberalismo, usan hoy los espacios comunicacionales para dialogar y proponer un tratamiento de la información en tiempos de pandemia, uno mucho más ético, responsable y solidario que lo que podemos encontrar en los medios de comunicación tradicionales.  

Los medios alternativos nos muestran la crisis en la salud primaria de localidades en regiones, enfrentan y desenmascaran falsos discursos de autoridades, organizan e informan de cadenas de ayuda y visibilizan la autogestión popular de la salud, la educación y la sobrevivencia en crisis económica. Son las radios populares las que conmemoran los seis meses de la revuelta social, los núcleos audiovisuales independientes los que nos muestran cómo las propias comunidades sanitizan las calles, cómo el Estado, que dejó de estar, ha sido reemplazado precariamente pero con dignidad, por estrategias solidarias y colectivas.

Sin embargo, no basta con tener y sostener espacios de denuncia transversal, sino que es necesario apostar también a la construcción de nuevos espacios de interacción y reinterpretación de los discursos oficiales, con incidencia indirecta pero real en la esfera social cotidiana, ya sea de la mano de la convergencia del meme, la ilustración, el diseño, el podcast y la producción audiovisual.

La esfera comunicacional alternativa hoy es un amplio espacio de interacción espontánea a través del que se ejercen nuevas estrategias discursivas, donde se pone en vitrina a nuevos sujetos sociales y se reproducen nuevas formas de ser en el mundo. Son las voces vivas de una ciudadanía que bulle bajo la opinión pública convencional, relatos de resistencia al modelo que se multiplican y resginifican a alta velocidad.

En tiempos de crisis social y de pandemia sanitaria-informativa, a la comunicación comunitaria, alternativa y popular no le corresponde ni imitar ni adaptar los formatos comerciales, tampoco esforzarse por llenar los vacíos de los medios públicos ausentes en Chile. A las voces, relatos y medios de la esfera social les corresponde subvertir los discursos oficiales, poner en duda y debatir colectivamente con las audiencias prosumidoras sobre horizontes políticos, culturales y también sanitarios, reformulando los sentidos de la comunicación, del periodismo y de la construcción de realidad. La comunicación comunitaria es el síntoma de un pueblo que reflexiona, dialoga y se hace preguntas sobre la realidad.

Hoy es un deber colectivo sumar voces al debate y participar ya sea de la producción, circulación o resemantización de la información. La necesidad de expresar, dialogar y articular voces es demasiado profunda para dejarle la pega a los medios tradicionales.

Patricia Rivadeneira: “Escenix te permite vivir una experiencia teatral más crítica y repetirla”

La actriz y gestora cultural es una de las creadoras de Escenix, la plataforma digital para ver teatro local anunciada el año pasado y que fue lanzada hace unas semanas en medio de la crisis asociada a la pandemia. La contingencia sanitaria que tiene a las salas y centros culturales cerrados ha hecho que el teatro y otras disciplinas artísticas deban adaptarse al mundo digital y, en ese sentido, Rivadeneira explica cómo ha mutado el proyecto original y cómo le gustaría que siguiera a futuro.

Por Florencia La Mura

Dentro del mundo del arte, muchos espacios nacionales han tenido que adaptarse al mundo digital como única manera de mantenerse vivos en medio de una pandemia que impide todo lo presencial. Entre ellas están las distintas opciones digitales que han nacido desde las artes escénicas y audiovisuales, como es el caso del programa delivery que inició el Teatro Municipal en su sitio web, u otras plataformas que ya existían, pero que hoy se han visto potenciadas, como Ondamedia.cl, que reúne películas y documentales chilenos y es auspiciada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Si bien en Chile la tendencia hacia lo digital es relativamente nueva y creciente, en el resto del mundo lleva tiempo, con ejemplos como Broadway HD, que reúne presentaciones en los clásicos escenarios de Nueva York desde 2013, y Teatrix, un proyecto similar que recoge obras argentinas desde 2015. 

La actriz y gestora cultural Patricia Rivadeneira, es la co-creadora de Escenix. Crédito de foto: Nacho Rojas.

Con estos últimos referentes nace Escenix, una plataforma digital para disfrutar de teatro y danza, un proyecto conjunto creado entre el cineasta Esteban Larraín y la actriz y gestora cultural Patricia Rivadeneira. ¿Cuál es su gracia? No se trata sólo de un registro de las obras montadas para un escenario real, sino que involucra una verdadera propuesta visual y de montaje pensada desde un comienzo para ser vista en formato digital.

Así, en la plataforma se pueden reproducir montajes recientes como Xuárez (2016), de Manuela Infante y protagonizado por la propia Patricia Rivadeneira; Emergenz (2019), obra de danza contemporánea del destacado coreógrafo José Vidal, o Lucila, luces de Gabriela (2020), obra familiar que recorre la vida y legado de la Premio Nobel chilena, entre otras. Actualmente, el catálogo cuenta con nueve obras estrenadas en los últimos tres años, filmadas con el sello Escenix, además de otras nueve que tienen un registro distinto, de corte histórico y que pertenecen al Archivo del Teatro Ictus, una de las compañías más antiguas del país. 

Conocida desde fines de los años 80 por su trabajo en televisión, teatro y performance, como por su posterior carrera dedicada a la diplomacia política como agregada cultural en Italia entre 2001 y 2006 durante el segundo gobierno de Ricardo Lagos, Patricia Rivadeneira asegura que la idea principal de Escenix es “salvaguardar a las obras de su carácter efímero” y, por otra parte, influir en la formación tanto de audiencias generales como de profesionales de las artes escénicas. 

En términos prácticos, el sitio web requiere de una inscripción para acceder de forma gratuita a ver las distintas obras de teatro y danza, las que se pueden disfrutar en alta calidad con sólo un par de clicks. Para el segundo semestre -cuando sea lanzada comercialmente, como aclaran en el mismo sitio web- se comenzará a hacer un cobro (aún por definir) por la suscripción con el fin de poder retribuir económicamente tanto al equipo de Escenix como a las compañías que están detrás de las obras, cuenta Patricia. Además, el catálogo crecerá hasta tener unas 45 obras, sumando de dos a tres por mes, y contempla musicales y stand-up dentro de las opciones. 

Lucila, luces de Gabriela, sobre la Premio Nobel chilena se estrenó en el GAM y ahora está disponible en Escenix. Crédito de foto: Patricio Melo.

Por estos días, Escenix se ha aliado a varios espacios cerrados, entre ellos, Matucana 100, con el que acaba de cerrar un convenio que permitió poner en línea la obra Arpeggione, la alabada versión de Jesús Urquieta de la obra de Luis Alberto Heiremans, con interpretaciones de Claudia Cabezas y Nicolás Zárate. Por ahora, Rivadeneira confiesa que están adaptándose a la contingencia y viendo cómo el escenario de pandemia va cambiando el proyecto.

Escenix fue trabajado para ser lanzado el segundo semestre de este año. ¿Modificó de alguna manera el enfoque del proyecto el hecho de lanzarlo en el contexto de pandemia? ¿Qué pretenden recoger de esta experiencia, sirve como marcha blanca?

Las ideas son ideas y las realidades las cambian, hay que saber moldearse. En ese sentido, si bien Escenix partió como una plataforma de streaming, como pueden ser Teatrix o Scenario o Broadway HD -que son plataformas de registro de espectáculos grabados y puestos a disposición del público por una suscripción mensual-, la realidad de las circunstancias en las que nos encontramos y en las que Escenix sale al aire han transformado completamente el proyecto. Se está convirtiendo en una especie de canal de las artes escénicas chilenas. Un espacio transversal donde estamos sellando acuerdos con distintos teatros, como Matucana 100, Mori, GAM, y recibiendo sus materiales, además de otras compañías que nos están ofreciendo registros de obras que no tienen el sello Escenix, ya que no fueron hechas para plataforma streaming, pero que en estas condiciones permiten a los artistas seguir vigentes y mantener un contacto con sus públicos.

¿Qué diferencias existen entre ir al teatro y ver una obra por Escenix y cuál es finalmente el aporte que hace esta plataforma al medio teatral?

Es distinto como lo son el sexo y el sexo virtual, no tienen nada que ver. No pretende ser en vivo, son dos cosas distintas y puede que te guste más una que la otra. No tengo una respuesta clara, creo que cada uno tiene sus propias respuestas a través de su experiencia. En un sentido social, creo que tiene validez en muchos ámbitos. Primero, en la formación de profesionales de las artes escénicas, como también en la formación de audiencias. Te permite, más allá de la experiencia de la función, que es única y que tiene una duración acotada, analizar el trabajo, volver a verlo, repensarlo, ver algo que no viste o se te escapó. Te ofrece la posibilidad de una experiencia más crítica, de repetirla. Es imposible para mis amigos chilenos que viven en Italia ver esas obras y ahora pueden. Quizás esta posibilidad de las plataformas de streaming dé la ocasión a mucha gente que no tiene acceso a, al menos, tener un acercamiento a aquellos espectáculos que de otra forma no habrían visto jamás. Por ejemplo, La iguana de Alessandra -de Ramón Griffero y estrenada en el Teatro Nacional Chileno en 2018-, no creo que se vaya a reponer en los próximos años, y ya puedes verla en Escenix. Aunque no es lo mismo que verlo en vivo y nunca lo será. 

«El arte siempre ha tenido un lugar político, es un canal que se establece entre lo que está pasando, entre las realidades y las esperanzas, los deseos y las frustraciones de la comunidad».

¿De qué forma se reparten el trabajo de Escenix con el cineasta Esteban Larraín y cómo proyectan esta plataforma a futuro, post pandemia?

Esteban hace todo lo que tiene que ver con el registro y montaje de las obras. Por otra parte, junto a algunos asesores que están trabajando conmigo vemos las obras y decidimos cuáles podrían ser. En este momento no hubo mucho de eso en particular, porque las ocho obras que grabamos antes de salir al aire estaban saliendo de cartelera, lo que nos permitía ponerlas pronto en línea, y también queríamos tener una variedad de estilos y géneros y fue a eso a lo que apuntamos. Con el contexto actual, Escenix está cambiando, se está modelando y no sabemos a dónde nos vamos a encaminar. Por ahora, queremos ser un canal de las artes escénicas y no sólo una plataforma de streaming. 

Ha sido un trabajo enorme, con una enorme inversión personal, que todavía no tiene ninguna posibilidad de recuperar esa inversión y tampoco por ahora sabemos muy bien por dónde vamos a poder hacer que esta plataforma siga viva y tenga ganancias y se sostenga. Siempre pensé en esto no como un negocio, porque sabemos que el teatro y la cultura en Chile nunca han sido un negocio; son contados con los dedos de una mano quienes pueden hacerlo, pero sí queremos que Escenix pueda dar un servicio de gran calidad y que pueda mantener a su staff. La idea principal es salvaguardar a las obras de su carácter efímero y después también darle a los artistas una parte de las ganancias a través de la repartición de los ingresos que existan, que en este arte es tan necesario, entendiendo lo precario que es todo. Este también es un proyecto que tiene una finalidad cultural: me daría por pagada si pudiese llevar el teatro donde no puede llegar, como las cárceles o el Sename. 

De la política a la actuación y viceversa

Desde el comienzo de su carrera como actriz a fines de los 80, Patricia Rivadeneira Ruiz-Tagle (1964) destacó por su carácter desinhibido en el escenario, su multiplicidad artística y sus opiniones en contra la dictadura, las que la posicionaron como una de las artistas de la llamada resistencia cultural. Se formó en la Academia de Teatro de Fernando González y en 1987 debutó con el espectáculo Cleopatras, una agrupación musical performática donde colaboró con la artista Jacqueline Fresard, la bailarina Tahía Gómez y los músicos Cecilia Aguayo y Jorge González, quien escribió el clásico tema Corazones rojos inicialmente para ellas, quienes interpretaron la primera versión. Luego, en 1992, junto al artista Vicente Ruiz realizó una conocida y polémica performance frente al Museo Nacional de Bellas Artes, en la que Patricia apareció crucificada y envuelta en la bandera de Chile como protesta contra la discriminación de minorías sexuales y étnicas.

Patricia Rivadeneira es una de las protagonistas de Xuárez, la obra sobre la compañera de Pedro de Valdivia. Crédito foto: Maglio Pérez.

Su paso a la televisión y el cine lo dio de mano de la teleserie Secretos de familia en 1986, y en la película Sussy. En los 90 también tuvo un recordado rol en Caluga o menta, ambas de Gonzalo Justiniano. Hasta fines de los 90 fue parte del área dramática de TVN en teleseries como Estúpido cupido (1995) y Sucupira (1996). Desde comienzos de los años 90 también se dedicó a la gestión cultural, organizando charlas, seminarios y conciertos con artistas como el músico Carlos Cabezas, el pintor Bororo y el fallecido actor, dramaturgo y director Andrés Pérez. Para las elecciones presidenciales de 1999 se unió a la campaña de Ricardo Lagos, donde apoyó en la creación de las bases del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para luego ser nombrada agregada cultural en Italia y secretaria ejecutiva del Instituto Italo – Latino Americano. De vuelta en Chile, Patricia volvió a actuar: en 2014 se incorporó a Mega y en teatro ha participado en importantes montajes como La contadora de películas (2014), Allende, noche de septiembre (2013) y Xuárez (2014).

Hoy, Escenix aparece como un proyecto que de alguna forma resume su diversa trayectoria en la actuación y gestión cultural.

Hace seis meses Chile vivió el estallido social que cambió totalmente al país y ahora está sumido en la crisis derivada de la pandemia por Covid-19. ¿Cuáles son tus reflexiones sobre lo que está pasando?

Creo que todas las crisis siempre son oportunidades. La civilización que hemos creado es muy autodestructiva, muy poco amorosa con la propia comunidad y el resto de las especies. Me gustaría pensar que esta es una oportunidad, pero no sé si somos una especie que aprende rápido.

Comenzaste a actuar en los años 80, cuando el teatro y las artes eran un campo para combatir la dictadura. ¿Crees que persiste en ellas ese mismo rol de denuncia y resistencia?

El lugar político de las artes siempre ha sido ese, de alguna manera somos un medio social, un canal que se establece entre lo que está pasando, entre las realidades y las esperanzas, los deseos y las frustraciones de la comunidad. Muchas veces también muy premonitorio. Basta ver la cartelera de Escenix para darte cuenta de que en esas obras hay muchos temas que estaban siendo anunciados, denunciados, tocados, vistos por los artistas y que no habían querido ser vistos -ni menos atendidos- por el Estado o los poderes fácticos. Desde que el mundo existe es así, es una de las misiones y vocaciones inherentes al mundo del arte. Es el trasmisor de nuestros deseos, de nuestras distintas conciencias.

De ser actriz, luego pasaste a la diplomacia y ahora a la gestión cultural. ¿Qué lecciones te han dejado esas distintas experiencias?

Si estás del lado de la producción, del lado en que debes canalizar las necesidades, los deseos y aspiraciones de los artistas, debes intentar que sus trabajos sean vistos, apreciados, pagados. Es muy distinto, pero siempre me llamó la atención y me gustó. Quizás lo más difícil va por el lado de la ecuanimidad, ir más allá de lo que a mí me gusta, de lo que yo hubiera escogido, el libro que a mí me hubiera gustado presentar. Es ponerse con la cabeza mucho más amplia y ver la belleza, el esfuerzo y el trabajo que hay en cada cosa, más allá de mi percepción personal. Ese fue uno de los desafíos más interesantes. Aprendí que hay público para todo, pude aprender a apreciar cosas muy variadas, a escuchar con la mente y el corazón mucho más abiertos.También influyen muchos aspectos: la formación de audiencias, las necesidades, la curatoría -donde siempre hay algo personal en eso-, los criterios, y aún así nunca se le va a dar en el gusto a todos. Las cosas más populares no son siempre las mejores, eso lo sabemos.

Maisa Rojas: “La pandemia y el cambio climático manifiestan la misma crisis humana”

La climatóloga y directora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile analiza el lugar que ha tomado hoy la crisis medioambiental en medio del desafío que supone enfrentar la expansión del Covid-19 y advierte que si no se toman las medidas adecuadas, una recesión económica podría agudizar la emisión de gases de efecto invernadero.

Por Denisse Espinoza

Todo hacía esperar que la discusión sobre el cambio climático fuera la gran protagonista del 2019 y que Chile tuviera un lugar principal como sede de la COP25, a la que asistiría la adolescente activista Greta Thunberg, elegida como persona del año por revista Time. Sin embargo, el estallido social que comenzó el 18 de octubre cambió radicalmente el escenario. El gobierno debió enfocar sus prioridades hacia la contención de las manifestaciones y el gran encuentro mundial del cambio climático se movió hacia la ciudad de Madrid al mismo tiempo que el barco que traía a la joven sueca se desviaba hacia el Atlántico. 

Claro que eso no fue todo. La aparición del Covid-19 y su rápida expansión volvió a cambiar las prioridades, ahora mundiales, y la urgencia del calentamiento global deberá otra vez esperar su turno en la lista de desastres inminentes.

La climatóloga, académica y directora del CR2, Maisa Rojas. Crédito foto: Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile. 

Para Maisa Rojas, climatóloga y directora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, ambos fenómenos no dejan de estar relacionados. “Tanto la pandemia como el cambio climático son manifestaciones de la misma crisis humana, son el resultado de la mala relación que tenemos con el planeta”, afirma. “Si comparamos el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad con la pandemia, nos parecerán crisis menos agudas, porque nada antes nos había obligado tan drásticamente a pararlo todo en un mes, ni en la película de ciencia ficción más mala lo habríamos imaginado, pero la crisis del cambio climático también el año pasado nos estaba mostrando eventos extremos muy dramáticos y evidentes, como los incendios en Australia, que fueron el infierno, y las olas de calor. Llevamos 10 años con una mega sequía en la zona centro-norte de Chile, entonces, claro, comparado con la pandemia, esto nos parece algo lento, pero hoy tenemos claro que esos eventos extremos que ya hemos presenciado se van a intensificar tanto en duración como en frecuencia y magnitud. Es esencial que actuemos desde ya”.

La académica del Departamento de Geofísica de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas fue quien lideró el comité científico en la COP25, detrás de la ministra Carolina Schmidt. La instancia tuvo un desarrollo complejo, con resultados que fueron calificados de insuficientes. “Mi evaluación de ese encuentro es que la negociación internacional es súper compleja y lo hubiese sido para cualquier país que hubiese tomado la presidencia, No creo que Chile lo haya hecho particularmente mal, en rigor, si lees los diarios después de cualquiera de estos encuentros, la evaluación siempre es más bien negativa, porque finalmente no hemos logrado resolver el problema. Hoy la situación es aún más compleja, porque la prioridad es ahora resolver la pandemia, aunque la convención marco del cambio climático sigue activa. Al mismo tiempo, aún no tenemos claro cuándo va a ocurrir la COP26, aunque en principio se fijó para inicios de 2021”, cuenta la académica sobre el evento que se realizaría en noviembre de este año en Glasgow, Reino Unido.

-De cara a ese nuevo encuentro, ¿en que posición se encuentra Chile hoy?

Los países tienen que actualizar sus compromisos, los que deben ser más ambiciosos con respecto a los que ya entregaron en 2015. El compromiso era entregarlos durante el 2020 y antes de la COP26, y como ahora la COP26 se movió, no está claro si se alargará el plazo para entregar estos nuevos compromisos, pero dentro del plan de trabajo los países tienen que actualizarlos y elaborar estrategias de largo plazo con miras al 2050. Chile está muy bien, de hecho, porque logró, a fines de marzo, entregar ese documento tal y como lo había anunciado en diciembre. Además, el documento es ambicioso y ha sido muy bien evaluado a nivel nacional e internacional por una serie de elementos que apuntan a lograr altos índices de carbono neutralidad. 

La llamada Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC), documento que menciona Rojas, tiene como uno de los compromisos centrales la meta de la carbono neutralidad para el 2050 en seis ejes de acción: industria y minería sostenible (25%), producción y consumo de hidrógeno (21)%, edificación sostenible de viviendas y edificios públicos-comerciales (17%), electromovilidad, principalmente de sistemas públicos (17%), retiro de centrales a carbón (13%), una de las principales medidas habilitantes, y otras acciones de eficiencia energética (7%). En mitigación, Chile se comprometió a un presupuesto de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que no supere las 1.100 MtCO2eq (medida de dióxido de carbono) entre el 2020 y 2030, con un máximo de emisiones (peak) de GEI al 2025, y a alcanzar un nivel de emisiones de GEI de 95 MtCO2eq al 2030. Además, propone una reducción de al menos un 25% de las emisiones totales de carbono negro al 2030, con respecto al 2016.

«La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso es la «descarbonización de la economía».

-En el último Congreso Futuro de enero pasado, donde usted participó con una ponencia, remarcó la urgencia de mantener el aumento de temperatura por debajo del 1,5° con la reducción de gases de efecto invernadero. ¿Cómo afecta esta pandemia el cumplimiento de esa meta?

Bueno, es evidente que lo primero ahora es concentrarse en el control del virus, pero cuando eso se resuelva, lo más crucial es que la recuperación económica post pandemia esté alineada con los objetivos de sustentabilidad económica y de cambio climático, ya que es un hecho que durante las crisis económicas que hemos tenido en el pasado se emiten menos gases de efecto invernadero, pero el tema es que cuando nos recuperamos hay un importante aumento de esos gases. Fue lo que nos sucedió tras la crisis financiera del año 2008 y 2009, donde los índices se dispararon. Eso es lo que debemos evitar. Y no tiene que ver con que una desaceleración de la economía sea buena para el medioambiente, sino que debemos lograr que nuestra economía se desacople del uso de energías que producen gases de efecto invernadero, eso es la “descarbonización de la economía”. La idea es que podamos seguir haciendo lo que tenemos que hacer, crecer y salir de la pobreza, pero sin consumir combustibles fósiles. Eso ha ocurrido bastante en un montón de países, pero en Chile aún no. Por ejemplo, ahora, con la pandemia, muchos negocios han pasado de vender en sus tiendas a hacer servicio de delivery, estamos comprando mucho más online, desde la comida hasta cualquier cosa que necesites, un computador, un refrigerador, etc., y lo haces por delivery, por ende hay una demanda mucho más grande de transporte. 

Entonces, imagínate que pudieramos dar algún subsidio e incentivar que ese transporte sea eléctrico y no de diesel, seguiríamos activando la economía, pero de un transporte eléctrico que no emite gases de efecto invernadero. Son ese tipo de decisiones las que habría que tomar ahora, y eso es bien importante porque, por ejemplo, si tengo una pequeña empresa y necesito comprar uno o dos camiones para reparto a domicilio, eso es algo que voy a usar por los próximos 10 años, entonces no es trivial si compro diesel o eléctrico, la consecuencia de esa decisión de hoy va a durar por 10 años más.

-Usted también ha hablado de incentivar una economía circular. ¿De qué forma ayuda esa estrategia a enfrentar el cambio climático?

En el fondo, es cambiar la mirada. Avanzar hacia una economía circular nos va a ayudar porque es otra la manera en que se produce. Normalmente, tú necesitas algún recurso base para producir algo y luego lo produces, lo vendes y hasta ahí llegas, no más. Eso sucede en una economía lineal, mientras que en una economía circular, respecto a cualquier producto que quieras generar, tienes que preocuparte de que la materia prima a partir de la cual lo produces no genere un daño ambiental y de que el producto no sea desechable, sino que se pueda volver a utilizar, sea fácil de reciclar o que tenga una vida muy larga, que te preocupes de todo el proceso, no sólo de la elaboración de tu producto en sí. Es un concepto muy distinto.

Maisa Rojas, directora del CR2, durante el Congreso Futuro de enero pasado

-¿Qué hace falta entonces para que Chile dé el paso a este cambio de visión y tome decisiones que consideren el cambio climático?

Mira, creo que la buena noticia es que es cosa de voluntad, más que nada, de mirar las cosas con esa perspectiva, porque algunas cosas no se podrán hacer, pero si por lo menos tengo la perspectiva instalada, ante dos opciones que me cuestan quizás lo mismo, yo elijo la que me va a producir un menor uso de combustibles fósiles, pero habría que tenerlo en mente. Para eso es esencial que el Ministerio de Hacienda asuma el rol en esta activación, y lo bueno es que nuestro ministro, Ignacio Briones, lidera la Coalición de Ministros de Finanzas por la Acción Climática, que es una coalición internacional, así que en teoría él debiera estar muy sensibilizado en el tema. Esperemos que no sólo lidere esta instancia a nivel internacional, sino que aplique sus resultados a Chile, dado que el Ministerio de Medio Ambiente también tiene un plan de trabajo que está inscrito en este compromiso. Deberíamos estar confiados. En el fondo, lo que estamos pidiendo es que todos estos instrumentos que ya existen se apliquen y guíen nuestras decisiones para la reactivación de mañana.

-Durante los primeros días de la pandemia y el consecuente confinamiento de las personas en su casa para evitar contagios se vio que muchas ciudades bajaron sus índices de contaminación. Se viralizó incluso una foto del regreso de cisnes a los canales de Venecia, ya que habían vuelto a limpiarse. ¿Cuánto hay de cierto en que la pandemia ha contribuido a limpiar el planeta?

Es así, no es un mito, pero hay que distinguir dos temas, uno es la contaminación local de las sociedades, que está muy asociada a transportes y que tiene efecto en la salud de las personas, y otra cosa muy distinta es la contaminación por gases de efecto invernadero que tiene efecto en el cambio climático. Por transporte hablamos del material particulado y de otros gases que no tienen ningún efecto en el cambio climático, algunos sí, pero cuando hablamos de que limpiamos el agua, el aire y de que bajaron contaminantes, estamos hablando de contaminantes asociados a nuestra actividad humana individual en ciudades. Esa es una limpieza bastante instantánea que igual es impresionante. Siempre imaginamos qué pasaría si parábamos la circulación de autos en Santiago por dos días. Bueno, ese experimento, digamos, se hizo ahora, y lo que vimos fue que Santiago se descontaminó y cualquier persona en un segundo o tercer piso podía ver la nitidez del aire y el silencio que había. Esos son cambios instantáneos, pero que en cuanto la ciudad vuelva a funcionar, se van a ir también rápidamente. Para el cambio climático necesitamos dejar de emitir esos gases que no están asociados a la contaminación local, y lo tenemos que hacer para siempre. 

-En ese sentido, ¿qué decisiones como individuos podemos tomar para contribuir al cambio climático?

No siempre, pero a veces se puede tomar una decisión sobre cómo uno se transporta, tomar la opción de utilizar un transporte que no contamine, como la bicicleta, o caminar o usar scooter eléctrico, qué sé yo. También hay una importante cantidad de gases que se emiten por la cantidad de comida que se pierde o se bota, es un poco menos de un tercio de las emisiones globales, así que es importante. Tengo poco que decir en lo que suceda entre el campesino y el supermercado, pero por lo menos lo que yo compro y lo que yo boto, eso sí lo puedo manejar, y esa es una decisión que uno puede tomar muy fácilmente: lo que yo compro no lo boto. También hay otros hábitos de consumo. En otros países uno puede decirle a su AFP o a su banco que no quiere que invierta el dinero que uno tiene guardado en combustibles fósiles, por ejemplo, y eso todavía no lo podemos hacer acá, pero deberíamos avanzar en eso, y lo otro super importante es votar. La verdad es que vivimos en un país donde afortunadamente no hay grandes negacionistas del cambio climático, como ocurre en Brasil, EE.UU. o Australia, pero lo cierto es que con mi voto yo también puedo obligar a que se tomen ciertas medidas sobre otras. En ese sentido, votar por una nueva Constitución también nos brindará una gran oportunidad de darnos esas reglas básicas de convivencia que sean del siglo XXI, y el siglo XXI tiene de gran telón de fondo el cambio climático, así que definitivamente debe ser incorporado en una nueva Constitución.

Carlos Ruiz: “Es peligroso que se use esta pandemia para que los ricos aumenten sus caudales”

El sociólogo, doctor en Estudios Latinoamericanos de la U. de Chile y presidente de la Fundación Nodo XXI, analiza el comportamiento de la ciudadanía y el rol que debería jugar el Estado en medio de la pandemia, sin dejar de lado el contexto de estallido social, que es abordado en su último libro Octubre chileno, la irrupción de un pueblo nuevo, que acaba de arribar a librerías. Ruiz plantea la aparición de un nuevo sujeto político que viene a reinventar el movimiento social y sugiere que en el pensamiento feminista de autoras como Rita Segato y Judith Butler se pueden encontrar las claves para reformular una izquierda del siglo XXI.

Por Jennifer Abate

-¿Qué te ha parecido el manejo que el gobierno ha hecho de la pandemia en cuanto a su agenda de prioridades? He visto que has sido bastante crítico y que públicamente has instalado la idea de una “lucha por la vida” que se debería anticipar a toda medida, incluso económica.

Nosotros entramos a la situación de pandemia, de peste, en el contexto de un abismo muy fuerte entre política y sociedad. Tenemos una de las sociedades con una de las más bajas tasa de participación, en torno a un 40%, en un contexto en el que esa baja adhesión política no va de la mano de una especie de apatía, sino, por el contrario, se produce en una sociedad con alta propensión a la movilización, que se evidenció en el octubre chileno. La incapacidad e ineptitud gubernamental de trabajar el ensayo y error nos legó una sociedad más activa, que demanda más información, más informada, más social, más solidaria, y eso se ha vuelto uno de los capitales principales para poder manejarnos ante esta nueva situación. No es casual que la sociedad releve otros liderazgos, incluso, unos muy distintos a las esferas más tradicionales como el Poder Ejecutivo o Legislativo, sino que los encuentra en los alcaldes o en el Colegio Médico, en la figura de Izkia Siches. Ese es un capital tremendo que en estos momentos ha tenido no poco impacto, lo que no implica que haya que seguir presionando a la política, y he ahí la otra discusión. Las agendas que se tenían antes de esto, creo que hay que posponerlas, en su gran mayoría. En el caso nuestro, te hablo desde la izquierda, agendas de transformación. Sé que ha sido polémico el que haya que posponer las fechas del proceso constituyente, y estoy de acuerdo con que no hay condiciones para hacerlo, pero con lo que no estoy de acuerdo es con que haya una derecha que se aproveche para intentar desvirtuar el proceso constituyente con el hecho de posponerlo. Estamos posponiendo su realización, pero de ninguna manera vamos a suspenderlo. Y se creó una situación, y quiero decirlo de una manera bien directa, porque creo que lo evitamos, donde el tema que está presente es la muerte. Hemos visto cómo esto ya se ha descontrolado en países desarrollados, donde existe algo que se puede llamar sistema de salud, que dista mucho del sistema chileno. Al desmantelamiento del viejo sistema de salud pública sobrevino un enjambre de clínicas privadas que viven de subsidios estatales, del crecimiento del presupuesto o del gasto estatal, eso lo he abordado en algunos de mis libros. La salud, así como la educación, fue a parar a oferentes privados que son competidores entre sí, por lo tanto, no forman parte de un sistema articulado. Ya lo dijo Macron (presidente de Francia) y lo tuvo que reconocer Boris Johnson: la única forma de reaccionar ante una pandemia de este tipo es con una política pública, y si no tienes los instrumentos de política pública, ¿qué pasa? Si te fijas, están las famosas ofertas de planes de contingencia que ha estado teniendo el presidente Piñera, pero prácticamente no se habla de políticas sanitarias; el problema es la economía, nada más. Estoy de acuerdo con que hay resolver el tema de la economía y amortiguar a los que están más desprotegidos porque eso puede agravar el tema de la pandemia, pero de políticas sanitarias no hay nada en esa ofertas, muy poco, es un delta muy pequeño que incorpora eso. Están subordinando, abiertamente, la preocupación sanitaria a la preocupación por la economía. 

El sociólogo y presidente de Fundación Nodo XXI, Carlos Ruiz. Crédito de fotos: Alejandra Fuenzalida.

-Existe un miedo gigantesco dentro de la población que está más desprotegida y que tiene empleos más precarios. ¿Cómo se debería apoyarlos en este escenario?

Ahí hay que reaccionar y presionar, hay que reaccionar y presionar, construir propuestas, insistir desde los distintos flancos, desde los instrumentos que manejan distintos actores, academia, intelectualidad. Las fundaciones podemos hacer una cosa y la política de los parlamentarios puede hacer otra. Mi llamado es a hacer un frente común de lucha por la vida en este momento.

-La pandemia por Coronavirus ha golpeado fuerte todos los aspectos de la vida de las personas y por supuesto puso en pausa la movilización social, en las calles, al menos, que se venía dando desde el 18 de octubre. En este contexto, ¿sigues creyendo que lo que viene para Chile es “la construcción de un nuevo pueblo”, como planteas en tu libro?

En mi libro Octubre chileno, la irrupción de un pueblo nuevo, intento trabajar la idea de ese nuevo pueblo de una manera que no sólo apele a una idea de voluntarismo o de deseo. En Chile tenemos la experiencia inédita de que vamos para casi medio siglo de neoliberalismo. Yo lo he dicho otras veces: en el resto de América Latina se instaló más tarde, en la década del 90 con Menem, Cardoso, Fujimori. Aquí el año 75, cuando los Chicago Boys se toman la dirección económica de la Junta Militar y desplazaron a los llamados neodesarrollistas como Fernando Léniz. Pero de ahí hasta ahora llevamos medio siglo ininterrumpido, entre otras cosas, de desmantelamiento de los viejos servicios públicos y de una profundización de las formas de privatizar la formas de vida cotidiana de la gente y de crearles zonas de incertidumbre que en otras partes del mundo no existen. Frente a eso, se desarmaron también los viejos sujetos sociales, sobre todo los de una clase obrera industrial y también la vieja clase media desarrollista, el empleado público del Estado, profesional, etc., debido a que todos esos servicios fueron desmantelados, fueron expulsadas del Estado. 

Esos dos grandes grupos sociales eran los íconos socioculturales y políticos de los procesos del siglo XX y con ellos se constituyeron, de alguna manera, las identidades populares que alimentaban la política, eso se acabó, lo borró el neoliberalismo y en su lugar plantó a este otro sujeto. Un sujeto que venía reventando por ríos separados, digamos, por ríos que tienen que ver con las pensiones, problemas de género, problemas ambientales, de privatización de la educación, hasta que el 18 de octubre todo eso se junta en un solo gran caudal. Ese es el gran cambio de esto, y ahí lo que se empieza a configurar, al decir “nuevo pueblo”, es un nuevo sujeto histórico, un nuevo protagonista de las décadas que vienen hacia delante. Eso puede estar en este momento suspendido, en un momento en que el tema es la lucha por la vida. Entonces es difícil que, además, la historia de más larga duración vaya a cambiar por ese proceso, como dicen algunos historiadores. La posibilidad de que esto se vaya a reanimar después de que terminemos la lucha por la peste y la pandemia no la puedo anticipar. Sería irresponsable adivinar la forma en que esto se va a reconstruir, pero yo sí diría que tengo la sospecha muy cierta de que nos vamos a reencontrar de nuevo en la famosa plaza donde se va a buscar dignidad.

«Es tremendamente chocante que el Estado se lave las manos diciendo que las instituciones estatales no son capaces de proveer los créditos y que deje todo a cargo de la banca privada. Yo le llamo neoliberalismo avanzado, es la otra pandemia, la pandemia de la desigualdad económica.»

-Desde diversas fuentes, incluso medios de comunicación más conservadores como el estadounidense Financial Times, se ha propuesto la inevitable necesidad de revisar el rol del Estado en la manera de conducir las naciones, sobre todo en países neoliberales como el nuestro. ¿Qué piensas que va a suceder con el Estado?

Es una discusión que está dando vueltas en todos lados, y es impresionante cómo acá seguimos encerrados sin dejarla entrar. Es increíble cómo, acá, el grueso del paquete de contingencia que se va a otorgar para las Pymes es básicamente poner ese capital como aval en la banca privada y sin control de las tasas de interés que la banca vaya a entregar a los supuestos emprendedores. Los puede entregar con tasas de interés inaccesibles o bien con ese fondo y esos avales; eso incorporarlo en el lucro propio, porque decide trasladarlo al famoso riesgo. Lo que quiero decir es que el Estado se abstiene completamente de movilizar sus instituciones de fomento. Podríamos haber hecho todo a través de Corfo, Indap, cooperativas de ahorro y crédito, pero nada de eso. Entonces lo que me preocupa es que estas políticas pueden terminar ahondando en la desigualdad ahora que entramos a la crisis. Por un lado, porque se va a tender a regresar a la pobreza de los sectores con las economías familiares más precarias, y son los que dependen sobre todo de la pequeña empresa. Entonces es muy peligroso que usemos esta pandemia en un momento de riesgo, cuando debemos estar en una lucha por la vida, como una especie de oportunidad para que los ricos aumenten más sus caudales. Es decir, si se dan procesos que tienden a la concentración, eso va a redundar en más conflictos.

-En ciertos sectores hay una visión positiva de lo que puede traer esta crisis, un cambio para mejorar esta sociedad, pero lo que tú planteas es que si la política no es activa en este momento, el futuro podría ser incluso peor y se podría profundizar la brecha y el enriquecimiento inédito de los más ricos en este país.

Creo que nosotros no deberíamos conformarnos pasivamente con lo que vaya a suceder de manera inevitable. Somos una sociedad más activa, más informada, que puede buscar sus distintos canales, presionar a los representantes para que actúen, generar propuestas, denunciar este tipo de cuestiones. Es tremendamente chocante que el Estado se lave las manos sencillamente diciendo que las instituciones estatales no son capaces de proveer los créditos y que deje todo a cargo de la banca privada. Es una locura y, además, sin regulación de las tasas de interés. Yo le llamo neoliberalismo avanzado, somos la versión más ortodoxa, más extrema de este asunto. Es la otra pandemia, la pandemia de la desigualdad económica.

Muchas veces en la historia se había ninguneado el rol de los Estados, pero ahora aparece la necesidad, desde parte de la ciudadanía, de que sea el Estado quien fije, por ejemplo, el valor de los productos prioritarios, que sea el Estado el que asegure los empleos y el flujo de salarios. Incluso algunas empresas privadas han empezado a solicitar salvataje al propio Estado.

En ese sentido, salvemos a la gente y no a los empresarios. Aquí hay una producción política de la desigualdad, es falso decir que esta desigualdad la esté produciendo el mercado, esta desigualdad está siendo estructurada desde las esferas políticas, es decir, hay una constricción de las oportunidades para producir privilegios que están determinados políticamente, que están dictados políticamente para que esos sectores acumulen más, entonces no es cierto que es la mano invisible del Estado. Hay ciertos tipos y formas de desigualdad, sobre todo patrimonios de tipo financiero más que de tipo físico, que están determinados, que están concebidos de manera política, por lo tanto ahí el conflicto que tenemos que enarbolar en función de eso es eminentemente político, y este es un momento en que la política tiene que reaccionar y volver a vincularse con la sociedad ante una situación como esta y dejar de discutir en planos sobreideologizados. Lo que acaban de hacer, la verdad, es entregar todos los fondos a una especie de banca del segundo piso de La Moneda. Entonces no sólo es oprobioso sino que es muy peligroso lo que están haciendo, no sólo por el contexto sanitario sino también porque la manera en que va a agudizar el conflicto social.

-¿La crisis social que estalló cinco meses antes de la pandemia cambia nuestra manera de reaccionar frente a las acciones que está tomando el gobierno en esta crisis sanitaria y social?

Durante la segunda mitad de los años 90 nosotros éramos mostrados como una sociedad que era ícono del individualismo y el consumismo, yo creo que aquella sociedad y esta hubieran reaccionado de una manera completamente distinta a lo que está ocurriendo hoy. Ahora mismo se me viene la discusión entre Tomás Moulian y Eugenio Tironi en los años 90. Entonces, me parece que la sociedad tiene que buscar las formas, con todas las ataduras de manos que tengamos, así está pasando todo hoy, y exigir por distintas vías que lo que son recursos de todos nosotros, sean usados para proteger a la sociedad.

¿Se necesita entonces un cambio estructural y radical de nuestro sistema? ¿Basta sólo con el cambio constitucional?

Hay en el mundo una sensibilidad que se empieza a abrir a ciertos temas que hace 10, 15 años estaban vetados. Me parece que Chile sigue siendo muy cerrado, dominado por la élite, hay que seguir quebrando ese cascarón elitario, se empezó quebrando recién en octubre y yo creo que va a seguir haciéndolo, pero hay que seguir empujándolo y ahí hay que ensanchar el horizonte de la política, esa política tan restringida que nos heredó la transición, en condiciones muy excepcionales, con una política muy aislada, cerrada, respecto de la sociedad, muy poco transparente. Hay que tratar de abrir todo lo que permita esta situación extraordinaria en la que estamos y, saliendo de esto, hay que entregarse al proceso constituyente.

-En el debate internacional ha habido divergencia de miradas. El esloveno Slavoj Zizek pronostica que el virus es un golpe mortal al sistema capitalista y el surcoreano Byung Chul Han cree que más que a la solidaridad, el Covid-19 nos va a llevar a una condición de aislamiento. ¿Qué opinas sobre esta discusión?

No soy el primero que lo va a decir, varios intelectuales y académicos de nuestra alma máter lo han hecho. Yo creo que estos tipos están afectados por un virus de la ansiedad, que empiezan a sacar conclusiones de dimensiones epocales ante una situación extraordinaria. Creo que opinan con mucha más calma Judith Butler o Rita Segato desde el feminismo, y tengo mucha delicadeza para hablar de feminismo porque estoy aprendiendo, pero creo que ellas van adelantándose en concebir una nueva relación entre Estado e individuo que es fundamental para pensar una izquierda del siglo XXI. Me parece que ellas marcan algunas de las puntas de vanguardia que no están resueltas y que son mucho más interesantes que los otros autores que mencionaste.

Este es un extracto de la entrevista realizada el 10 de abril de 2020 en el programa radial Palabra Pública, de Radio Universidad de Chile, 102.5.

Izkia Siches: “El gobierno sigue funcionando en la tesis pre 18 de octubre”

En medio del auge de liderazgos de mujeres, la presidenta del Colegio Médico de Chile se posiciona como la figura con mayor credibilidad del momento. Su capacidad para generar consensos, pero también para criticar las medidas y el manejo de cifras respecto de la crisis sanitaria por parte del gobierno de Sebastián Piñera, la ha consolidado como una líder indiscutible en la esfera pública. Desde la Revolución Pingüina hasta el estallido social de octubre de 2019, pasando por las masivas marchas feministas, Izkia Siches representa una generación forjada en el fragor de los últimos años de ascendentes movilizaciones.

Por Bárbara Barrera Morales

“En nombre de dios y la patria, se abre la sesión”. La cámara fotográfica captura los últimos segundos de pie de los principales expositores de la jornada. El foco lo concentra Izkia Siches, llamando la atención por las antiparras que usa sobre su cabeza. Horas más tarde, ese gesto posicionaría su nombre en los titulares de la prensa al igual que en 2017, cuando asumió como la primera mujer presidenta en los 72 años de historia del Colegio Médico de Chile.

Es 19 de noviembre de 2019 y sesiona la comisión encargada de analizar la acusación constitucional contra el ex ministro del Interior, Andrés Chadwick, por su responsabilidad en las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el estallido social. Las exposiciones comienzan con otro detalle que no pasa desapercibido: la doctora Izkia Siches está sentada junto al doctor Jaime Mañalich, ministro de Salud y otrora médico de cabecera del presidente Sebastián Piñera.

En veredas políticamente opuestas, ella, 34 años, mujer y de izquierda, se encuentra ahí para denunciar el uso excesivo y desproporcionado de la fuerza por parte de Carabineros de Chile, que a un mes exacto del estallido social dejaba un total de 222 personas con heridas oculares; él, 65 años, primer ministro de Salud del primer gobierno de derecha tras el retorno a la democracia, entrega antecedentes sobre los hechos y el registro de heridos elaborado por su propia cartera.

Cinco meses más tarde, la propagación del Covid-19 sacude al planeta con más de 140 mil personas fallecidas y más de dos millones de contagios a nivel mundial. En Chile, en poco más de un mes el virus ha cobrado la vida de más de 100 personas, mientras los contagios crecen sobre los ocho mil. Y por si fuera poco, la crisis sanitaria se instala en medio de un descalabro institucional marcado por la desconfianza en las autoridades y la baja aprobación del gobierno de Sebastián Piñera. En este escenario, Izkia Siches se erige como la figura pública con mayor credibilidad.

Crédito: Colegio Médico de Chile

Falta de transparencia en la entrega de datos

A Izkia Jasvin Siches Pastén la medicina le interesó desde que era niña. Con una mamá tecnóloga médica a la que acompañaba al trabajo los sábados, Izkia se divertía corriendo por los pasillos, jugando con los médicos y revelando radiografías. Al momento de elegir una carrera universitaria no lo pensó dos veces: Medicina en la Universidad de Chile o nada. Allí comenzó su carrera política como concejera Fech y luego como presidenta del Centro de Estudiantes de Medicina, desde donde encabezó la difícil misión de reencantar al estudiantado con la política universitaria e impulsó las movilizaciones en el marco de la Revolución Pingüina.

Al pensar en un momento de aprendizaje y madurez política, recuerda cuando en 2010 asumió como representante estudiantil del Senado Universitario. Su rol ya no sólo se reducía a resolver problemáticas con estudiantes; ahora tenía que saber dialogar con autoridades, decanos y premios nacionales. En ese momento probablemente no lo imaginaba, pero 10 años más tarde tendría que dialogar y disentir también con ministros.

«Hay dos hipótesis: que el gobierno no tiene esos datos o lisa y llanamente no los quiere entregar para seguir teniendo la pelota y no poder adelantarnos a las medidas o criticar con propiedad las acciones que se están tomando»

Las discrepancias entre el Colegio Médico de Chile y el Ministerio de Salud respecto a la transparencia de las cifras de contagios fueron tempranas. «Los datos aportados a la fecha son incompletos, inconsistentes y tienen una tremenda falta de transparencia que no se había visto en la historia institucional de la salud pública chilena», sostuvo Izkia Siches en un punto de prensa el 20 de marzo. Declaraciones de la experta que constituyeron “una opinión más” para Jaime Mañalich.

Ese mismo día, La Moneda confirmó la creación de la Mesa Social Covid-19, conformada por los ministros de Salud e Interior, el Colegio Médico, asociaciones de municipalidades, expertos y rectores de las principales universidades del país. La doctora Siches valoró la iniciativa del gobierno de crear un espacio de diálogo “para que todo sea esfuerzos de Estado” y dio por superadas las controversias en pos de trabajar de forma colaborativa.

Pero a casi un mes de creada la instancia, los resultados son desalentadores. La presidenta del Colegio Médico asegura que, a la fecha, el gobierno aún no ha querido entregar datos pormenorizados para hacer un seguimiento efectivo a la curva epidemiológica y así poder adelantarse en la toma de decisiones respecto de las medidas a implementar.

“Hay dos hipótesis: que el gobierno no tiene esos datos o lisa y llanamente no los quiere entregar para seguir teniendo la pelota y no poder adelantarnos a las medidas o criticar con propiedad las acciones que se están tomando. Me parece que ambas serían gravísimas y es por eso que nosotros hemos sido tan enfáticos en que para poder manejar una pandemia, en el ‘abc’ está la transparencia de la información”, asegura Izkia Siches.

“Sobre todo en Chile –agrega–, donde después del estallido social hay muchos ciudadanos que no confían solamente en que el ministro le diga que lo que se va a hacer se está haciendo bien. Nosotros le entregamos y le ofrecimos nuestra colaboración al presidente, pero obviamente teniendo más acceso a la información, y desde el montaje de la mesa social a la fecha, todavía no tenemos esa disponibilidad de información, no tenemos los detalles o los argumentos de las medidas y creo que esa es una falencia súper relevante que otros países ya han resuelto”.

Crédito: Colegio Médico de Chile

“Queremos un Colegio Médico feminista”

Fue como estudiante de posgrado de la Universidad de Chile que comenzó a surgir la alternativa de postular al Colegio Médico. “A mí me ha tocado ser la eterna candidata”, cuenta entre risas, recordando cuando con su equipo lograron la presidencia del Consejo Regional de Santiago en 2014. Tres años después se lanzó a la carrera por la presidencia y con el triunfo hizo historia al interior del gremio.

En medio de un Chile cuyo relato nacional se ha construido sobre el clasismo y el racismo, Izkia Siches se define como «mujer joven, morena, de ojos chinos y rasgos aimara». Características que la mayoría de la población en este país esconde más que resalta, sobre todo cuando el hemisferio norte es el que se mira como ideal de progreso y desarrollo.

“Cuando estábamos haciendo campaña, nos burlábamos un poco de esta incertidumbre de si íbamos a ganar o no, de qué le iba a ocurrir a este gremio si ganaba una mujer como yo que era de izquierda, morena, que no era hija de nadie, que no era de los grupos más tradicionales en una institución que todavía tiene relevancia nacional. Iba a ser un poco desestructurante para esa gente mucho más tradicional”, cuenta.

Lo “desestructurante” del nombramiento de Izkia como presidenta de un gremio históricamente asociado a una elite masculina se condijo con el desarrollo de un proceso de movilizaciones sociales feministas. Mayo de 2018 quedó en la retina como el mes de la “ola feminista”, mientras que el 8 de marzo de 2019 hizo historia por su masividad, inédita en democracia hasta ese momento.

La presidenta del Colegio Médico de Chile profundiza en su análisis sobre la actitud del gobierno en el manejo de ambas crisis y asegura que se trata de la misma disposición de ser «poseedores de la verdad absoluta, de que las protestas o críticas no eran más que intentos de daños infundados»

Desde su llegada al Colegio Médico, la doctora Siches ha impulsado una agenda feminista que permitió levantar un Departamento de Género, aumentar la participación de las mujeres dentro del gremio y abordar la violencia de género en el ámbito de la salud, cuyas principales manifestaciones son el acoso, el abuso de poder, la violencia obstétrica, el trato desigual entre hombres y mujeres –los hombres son doctores, las mujeres, “señoritas”– e incluso la disputa por el uso de la palabra “médica”.

Si bien estas transformaciones no han sido fáciles, el pasado 8 de marzo constituyó un nuevo hito para el gremio: el Colegio Médico de Chile participó por segunda vez en la marcha de conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. “Eso fue un triunfo de nuestro departamento, antes marchábamos como mujeres, pero ahora logramos sacar a nuestro colegio. Nosotras queremos que nuestro colegio se transforme en un colegio feminista”, afirma.

Manejo de crisis: la lección que el gobierno no aprende

De alguna manera, el vertiginoso desarrollo de las movilizaciones sociales en Chile, desde la Revolución Pingüina en adelante, ha obligado a Izkia Siches a posicionarse y actuar. Octubre de 2019 no fue la excepción y como cabeza del Colegio Médico participó activamente en la construcción de propuestas y alternativas para salir de la crisis. Junto al rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi, elaboraron una propuesta de nuevo acuerdo social con el objetivo de aportar a la búsqueda de soluciones a las demandas sociales.

“Como Colegio le solicitamos al rector Vivaldi acudir a modo de colaboración para poner la pelota en el piso, tranquilizar un poco el ambiente, quitar la ansiedad en la ciudadanía de que las soluciones y propuestas no estaban pasando solamente en la reforma constitucional que ya se había destrabado cuando esto partió, sino también en una agenda social de corto y mediano plazo que sí diera respuesta a cosas sustantivas, porque si no iban a seguir siendo el caldo de cultivo del descontento que nos podía provocar más quiebre social”, explica la doctora.

Respecto al inicio de esta crisis sanitaria, reconoce que imaginó una conducción distinta. “Chile venía de un estallido social en donde existía poca credibilidad y un porcentaje importante de los ciudadanos estaban descontentos por las formas en las que se tomaban las determinaciones”, asegura, agregando que como Colegio Médico hicieron un llamado a colaborar con el gobierno pensando que Sebastián Piñera iba a tomar decisiones con mayor participación, apertura y transparencia.

“Yo hoy día veo que no hay marchas, que la gente dejó de concentrarse en Plaza de la Dignidad, o sea, los sectores que estaban en pleno estallido en miras al plebiscito sí pusieron de su parte. Nosotros nos reunimos con algunos de ellos para solicitar no poner en riesgo a la ciudadanía, pero veo que el gobierno sigue funcionando en la tesis pre 18 de octubre y esta conducción de la pandemia debería ser la oportunidad no para reivindicar al gobierno, sino para demostrar que quieren hacer las cosas de una manera diferente”, sostiene.

La presidenta del Colegio Médico de Chile profundiza en su análisis sobre la actitud del gobierno en el manejo de ambas crisis y asegura que se trata de la misma disposición de ser “poseedores de la verdad absoluta, de que las protestas o críticas no eran más que intentos de daños infundados”.

“Nosotros estábamos molestos por la falta de información, pero la respuesta, en vez de abrirla y transparentarla, ha sido ‘bueno, ustedes son una oposición infundada, están diciendo puras tonteras’. Hemos visto esa respuesta y creo que eso no permite encontrar una contraparte que quiera realmente resolver los problemas, sino que más bien quiere acallarlos”, afirma. Sin embargo, sostiene que es precisamente esa actitud la que “no les dio resultado después del 18 de octubre y no les va a dar resultado tampoco en el manejo de esta pandemia”.

Diego Matte: “Ceac TV reconecta y crea audiencias para la música clásica”

Si bien el proyecto del canal web llevaba años incubándose, su lanzamiento en diciembre pasado vino a hacer frente a la crisis social y luego sanitaria del Covid-19. Allí se transmiten semanalmente y en rotativo conciertos y presentaciones de la Orquesta Sinfónica, el Banch, la Camerata Vocal y el Coro Sinfónico. El abogado y director del Centro de Extensión Artística y Cultural de la U. de Chile, Diego Matte, explica los alcances de esta plataforma y describe cómo ha sido para los cuatro elencos artísticos nacionales sobrevivir sin poder contar desde hace un año con su sede, el Teatro Baquedano.

Por Denisse Espinoza

El primer cierre fue logístico. En marzo pasado, el Teatro Universidad de Chile cerró sus puertas debido a los preparativos para la construcción del proyecto Vicuña Mackenna 20, el futuro complejo universitario de esa casa de estudios, que incluye una moderna sala de conciertos. Con el teatro cerrado, el Centro de Extensión de la U. de Chile (Ceac) se quedó sin sede y sus cuatro elencos, la Orquesta Sinfónica de Chile, el Coro Sinfónico, la Camerata vocal y el Ballet Nacional Chileno (Banch), sin escenario para presentarse. Lo que sería una situación temporal se prolongó, primero por el estallido social del 18 de octubre, que concentró sus manifestaciones en Plaza Italia, y ahora por la llegada del Covid-19 a Chile, que tiene a toda la red cultural de salas en ascuas. 

El abogado y director del Ceac, Diego Matte Palacios.

Durante un año, Diego Matte, director del Ceac, ha sorteado cada crisis con ingenio y sin perder la esperanza de poder recuperar el espacio. “Efectivamente, ha sido difícil, veníamos trabajando muy bien con los elencos y es frustrante no poder llevar el ritmo creativo y artístico que queremos, pero también, por otro lado, son momentos históricos y ese trabajo previo y positivo que veníamos haciendo ha rendido frutos ahora para aguantar la crisis. Personalmente, también ha sido agotador intentar reinventarnos, buscar alianzas con otros teatros y soluciones que nos mantengan vivos”, reconoce el abogado, quien fuera antes director del Museo Histórico Nacional entre 2012 y 2014.

En enero, Matte dio a conocer parte de la programación de la orquesta y el ballet, cuerpos que se presentarían en diversos escenarios. El 9 de abril, por ejemplo, el director Francisco Rettig dirigiría el Réquiem de Mozart, uno de los clásicos de Semana Santa, en el Teatro Caupolicán. Este fin de semana, invitado por el Ceac, el célebre pianista Peter Donohoe tocaría el Concierto N°1 de Tchaikovsky en CorpArtes, y por estos días el Banch remontaría Giselle en el Teatro Municipal de las Condes. “Quedó todo cancelado por el Coronavirus y, claro, es difícil reprogramar sobre todo las visitas internacionales. La verdad, estamos reevaluando el programa para volver el segundo semestre, tenemos las alianzas activas y nos ilusionamos con volver al teatro para celebrar algo del año Beethoven”, adelanta Matte.

Lo cierto es que ya en diciembre pasado el centro puso en marcha una de sus grandes apuestas digitales y que en estas semanas se ha vuelto fundamental para sortear el aislamiento producto de la pandemia. Ceac TV es un canal cultural musical que transmite de forma rotativa el registro de los conciertos y puestas en escena de elencos nacionales de los últimos cuatro años, además de las entrevistas del programa radial Con Cierto Oído, que desde 2019 conduce el concertino de la Orquesta Sinfónica, Alberto Dourthé, y que transmite todos los lunes, a las 18 horas, la Radio Universidad de Chile. Y aún más: la idea es sumar eventualmente al canal documentales y películas relacionadas con la música docta y la danza contemporánea. Para la próxima semana, Ceac TV renovará su parrilla con un programa familiar pensando en las vacaciones escolares, adelantadas por el Coronavirus. El repertorio contará con obras como Pedro y el Lobo de Serguei Prokofiev, dirigida por Jorge Rotter, la Sinfonía de los Juguetes de Leopold Mozart y un concierto de Mazapán Sinfónico, con la orquesta dirigida por Francisco Núñez.

La Orquesta Sinfónica de Chile presentando el Réquiem de Mozart, con la dirección de Ola Rudner. Crédito de foto: Ceac.

¿Cómo nace la iniciativa de Ceac TV?

Cuando llegué, hace cuatro años, al Ceac me llamó la atención la existencia de muy pocos registros históricos audiovisuales de los elencos, la mayoría de hace unos 30 o 40 años, pero hasta ahora había un gran vacío. Tampoco había una biblioteca sistematizada con el material, entonces lo que empezamos a hacer fue generar ese archivo. Porque lo cierto es que nosotros generamos mucho contenido, hay semanas en que hacemos dos conciertos, una puesta en escena de danza, se presenta el coro, etc. Desde que empezamos a grabar hasta ahora, tenemos unos 300 grabaciones de conciertos, cerca de 15 programas distintos de ballet y unas 20 presentaciones de conciertos de piano y otros registros del coro y la camerata. Con todo ese material, además del programa de radio Con Cierto Oído, formamos una parrilla programática; no queríamos simplemente colgar archivos a la web como si fuese YouTube, sino que hacer una propuesta cultural que se va renovando cada una o dos semanas.

Aún en marcha blanca, Ceac TV transmite desde las 9 a las 20 horas y para esta Semana Santa, por ejemplo, programó obras como Stabat Mater (1950) del francés Francis Poulenc, el Réquiem (1791) de Mozart y Tierra Sagrada (2018) del autor local Nelson Vinot. Matte cuenta que la idea a futuro es poder transmitir en streaming y todos los viernes desde el Teatro Baquedano, además de ofrecer contenido cultural durante la semana.

En este periodo de cuarentena por la pandemia se han fortalecido los canales digitales y muchos han empezado a impulsar la cultura en Internet de forma gratuita. ¿Te parece que puede ser eventualmente riesgoso profundizar la idea de que la cultura debe ser gratis?

Creo que el riesgo existe, pero yo no le tendría miedo. Hay una falsa sensación de que Internet es exhaustivo, de que allí puedes encontrarlo todo y no es tan así. Google va priorizando las búsquedas según la popularidad de los contenidos, entonces al final los contenidos culturales se van acotando, y cuando tú buscas más especificidad, versiones de calidad no las encuentras, en el caso de las películas es lo mismo: el cine arte queda de forma muy marginal en Internet, de hecho. Por un lado eso, y por otro lado, la experiencia de escuchar un concierto o un disco por Internet es infinitamente distinta a ir al teatro. Asistir al teatro es una experiencia física, intelectual y emocional incomparable. Cuando uno está en el teatro siente las vibraciones de los instrumentos, las cuerdas en las maderas, los bronces. Para nosotros, el Ceac TV nos reconecta con un público que quizás le ha perdido la pista a la orquesta por el tema de la crisis, pero también nos permite crear nueva audiencia para la música clásica. Estas plataformas digitales pueden generar una primera inquietud en un público que luego los lleve a asistir al teatro y esa es la apuesta. Romper con esa idea de que la música docta o la danza es para una elite o es complicada, y poder mostrar lo que verdaderamente hacen nuestros músicos, cantantes y bailarines.

El Banch en escena con Giselle. Contrapunto y revisita, de Mathieu Guilhaumon. Crédito de foto: Ceac.

¿De qué forma este año de crisis que ha vivido el Ceac, alejado de su teatro, ha sido una oportunidad para reformularse?

La prioridad del centro y mi trabajo siempre ha sido generar las condiciones necesarias para que los conjuntos desarrollen su labor artística, poder crear, estrenar obras y presentarse a público. En ese sentido, ha sido complejo, pero la idea siempre ha sido buscar alternativas, adaptarse. Ahora, en cuarentena, simplemente no podemos hacer funciones, pero la vocación de ser una institución cercana a la gente nunca ha cambiado, siempre ha sido esa, desde la política de precio accesible que tenemos hasta el lugar en el que estamos ubicados, en plena Plaza Italia. En este año hemos logrado crear alianzas con otros espacios para seguir tocando y, de hecho, antes de la pandemia hicimos giras internacionales muy importantes e históricas para nuestros elencos. Con la Orquesta Sinfónica fuimos a Lima, se presentaron en el Teatro Nacional de Perú, que es un teatro maravilloso y al que la orquesta hace más de 30 años que no asistía, y también fuimos a Buenos Aires. Aunque parezca increíble, era la primera vez que la orquesta se presentaba en esa ciudad. Tocaron en la sala La Ballena Azul del Centro Cultural Kirchner, que es una maravilla y que es un poco el modelo de sala que queremos lograr acá en términos acústicos. Además, el Banch hizo una histórica gira por cinco ciudades de Francia, con un tremendo éxito, y también estuvimos con ellos en la Bienal de Cali, en Colombia. Entonces, en ese sentido, fue un año super bueno, pero desde la llegada de la pandemia el contexto es otro, más dramático.

En contexto de cuarentena, el ritmo de músicos y bailarines queda suspendido. ¿Cómo se están haciendo cargo de ese problema?

Eso es lo más complejo, porque nuestra prioridad siempre son los artistas y buscar los espacios y las instancias para que se sigan desarrollando. Reunirse a ensayar para una orquesta es vital, al igual que para los coros y los bailarines del Banch; estar parados mucho tiempo les significa un deterioro físico y emocional. Ellos son artistas y necesitan de esa contención emocional también. Como equipo hemos estado preocupados de eso, de monitorear la situación de cada uno, de brindarles apoyo y tranquilidad sobre sus puestos de trabajo, de seguir pendientes de la situación económica de la institución, etc. La verdad es que después de tanto problema que hemos tenido, se ha creado una verdadera hermandad en torno a la desgracia.

Sabemos que el futuro es difícil de predecir, pero ¿qué está proyectando el Ceac en su regreso?

Esperamos en el segundo semestre retomar la celebración de los 250 años del nacimiento de Beethoven, que más bien será el cierre. Nuestra idea es hacer presentaciones masivas y gratuitas, algunas de ellas en espacios públicos de la Novena Sinfonía. Además vamos a transmitir a través del Ceac Tv un ciclo de todas sus sinfonías y haremos conciertos educativos en torno a la figura de Beethoven. En agosto vamos a conmemorar los 60 años de la venida de Igor Stravinsky a Chile, quien estuvo en 1960 tocando y trabajando con nuestra Orquesta Sinfónica. Ese fue uno de los grandes hitos de nuestra institución y existe un registro que queremos editar, acompañado de un seminario sobre la gran influencia que tuvo su visita en el panorama artístico chileno.

Tiempos de crisis: ¿Cómo afecta la in/movilidad la vida en ciudad?

“El mundo político, empresarial y académico no ha sabido entender cómo la ciudadanía habita los territorios, algo que se volvió evidente en la crisis social que comenzó en Chile a partir del 18 de octubre. Tampoco estamos entendiendo las dificultades que enfrentan, en lo cotidiano, la mayoría de los habitantes”.

Por Paola Jirón

Esta pandemia global revela lo fundamental que resulta hoy la movilidad en todos los aspectos del mundo social, en múltiples escalas, con diversas relaciones y dimensiones, y al mismo tiempo enciende la alerta sobre los efectos impredecibles que su restricción implica en términos de desigualdades. Esto no sólo se refiere a lo esencial de la movilidad con relación al uso del espacio público y el transporte –que muchos hemos tenido que abandonar–, sino que también a comprender que, pese a que nos quedemos quietos, muchas otras cosas se siguen moviendo, lo que permite que muchos nos mantengamos fijos. Esta es parte de la importancia de los territorios relacionales y móviles en el nivel macro de la vida cotidiana.

Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

El territorio relacional va mas allá de entender a la ciudad meramente como contenedora, como un lugar donde sucede la vida, como un espacio visto desde arriba que podemos controlar o definir cómo se va a comportar. Entender el territorio relacional implica reconocer que este nos impacta así como nosotros lo impactamos con nuestras prácticas y que lo que sucede en un lugar tiene impactos en otro, aunque sea lejano y a veces imperceptible. También implica entender que no es igual para todos y que diversas personas lo viven de manera distinta según sus múltiples identidades. Y, sobre todo, es comprender que el territorio es dinámico. Es decir, que los territorios no son fijos, ya que quienes los habitamos, humanos y no humanos, los vivimos en constante movimiento.

En esta línea, la movilidad o, más precisamente, las movilidades, pueden ayudar a comprender la importancia del territorio en la crisis actual. La movilidad no se refiere sólo a la manera en que las personas, sus cuerpos, las cosas –incluidos los virus– y las enfermedades se mueven, sino que también a cómo se encuentran interrelacionadas y son interdependientes con la movilidad –virtual, imaginativa y comunicativa de recursos, ideas, conocimiento, dinero, trámites, pedidos– todos los otros movimientos que nos permiten desplazarnos en el mundo actual. En concreto: ¡todo se mueve! Y, al mismo tiempo, estas movilidades también se encuentran inexorablemente vinculadas a múltiples formas de inmovilidad.

Esto quiere decir que para que yo pueda funcionar desde mi casa, otros se siguen moviendo, incluidas aquellas personas que retiran la basura, realizan repartos a domicilio, manejan buses, son funcionarios públicos o profesionales de la salud y, también, los bancos que siguen circulando dinero, los medios de comunicación que siguen transmitiendo imágenes o los miles de mensajes que continúan circulando por las redes sociales para mantener la cercanía social pese al distanciamiento físico. En otros términos, aquellas personas que podemos permanecer fijas en estos momentos somos las privilegiadas, tenemos el lujo de poder mantenernos en casa.

Es precisamente este privilegio de inmovilidad el que nos ha develado la fragilidad, precariedad y desigualdad del sistema en el que vivimos hoy, ya que la salud, el comercio, los cuidados, el transporte y el empleo son demasiado frágiles, lo que hace que en menos de una semana millones de personas hayan quedado sin remuneración y a merced de sistemas que no dan abasto. La precariedad se expresa en las formas de vivir, donde los más pobres tienen que seguir funcionando, arriesgando su salud y la de los demás; muchas mujeres tienen que dedicarse al cuidado de los niños y enfermos y, además, seguir trabajando; muchos adultos mayores, que ya se encontraban solos, tienen que aislarse aún más para no morir; incluso algunas mujeres deben permanecer encerradas con sus posibles victimarios. 

«Para que yo pueda funcionar desde mi casa, otros se siguen moviendo. En otros términos, aquellas personas que podemos permanecer fijas en estos momentos somos las privilegiadas, tenemos el lujo de poder mantenernos en casa»

Se habla de aislamiento, pero la reclusión no es posible para todos. Dejar en cuarentena a algunos para que no continúe el esparcimiento del virus se presenta como la única solución. Sin embargo, esta mirada fija del territorio no concuerda con la dinámica móvil del virus y de las personas que lo portan. En otras palabras, es difícil pensar que dejando a algunos pocos inmóviles en sus casas vamos a controlar el contagio, ya que el resto de la población se sigue moviendo. Esta es precisamente una forma en que los fijos pueden permanecer en sus privilegios. Sin embargo, este privilegio de la inmovilidad durará muy poco porque el territorio se mueve, porque todo se mueve.

Al ser interdependientes, cada vez que solicitamos un delivery, que pasan a retirarnos la basura, que los conserjes de edificios llegan a trabajar o que alguien cruza la zona de cuarentena, las probabilidades de que el virus circule aumentan. La preocupación en estos momentos es que aquellos que están en estas zonas no salgan, pero quienes están guardados también pueden contagiar a los que están fuera sólo por la interdependencia de la movilidad. 

Esta crisis devela grandes desigualdades territoriales no únicamente por la falta de atención a los campamentos sin agua, la mala dotación de servicios de salud y otras infraestructuras en áreas más pobres de la ciudad, sino que, principalmente, por no contemplar que el territorio se mueve a medida que las personas se mueven y que, entonces, muchas personas están obligadas a moverse para subsistir. Esto significa que muchos tienen que salir a trabajar en auto, bici, caminando o en transporte público, y que muchos también tienen que hacer trámites, ir al médico, sacar licencias, permisos, cobrar cheques o seguir tratamientos. 

Se habla de formas de controlar el territorio desde la inteligencia territorial, es decir, a partir de sistemas tecnológicos inteligentes. Y sería muy útil contar con dicha información, sin embargo, por mucho que existan los softwares y capacidad técnica de manejar grandes bases de datos inteligentes –que permitan hacer proyecciones, modelar el futuro y controlar a la población–, nuestros datos y formas de enfrentar la crisis son precarias, particularmente cuando no existe claridad respecto a cómo manejar dicha crisis. Hemos visto que no sabemos cómo pararnos en una fila para comprar en el supermercado manteniendo la distancia; cómo los lugares donde es necesario hacer trámites no cuentan con los implementos de seguridad para sus empleados y menos para los clientes; y cómo los centros médicos que debieran hacerlo, no cumplen los protocolos. No se trata de que los datos no sean fidedignos, sino que son incompletos. Existe mucha información difícil de obtener de los sistemas de grandes datos que resultan cruciales al momento de tomar decisiones, más allá de controlar y saber dónde están las personas a cada momento. 

La académica e investigadora, Paola Jirón.

Esto significa que los habitantes de la ciudad llevamos en nuestros cuerpos un tipo de inteligencia que nos permite enfrentar esta crisis de otra manera o de formas complementarias. Pero el mundo político, empresarial y académico no ha sabido aprovechar dichos saberes ni entender cómo la ciudadanía habita los territorios, algo que se volvió evidente en la crisis social que comenzó en Chile a partir del 18 de octubre. Tampoco estamos entendiendo las dificultades que enfrentan, en lo cotidiano, la mayoría de los habitantes. Débilmente comprendemos la diversidad de experiencias de este habitar, pues no todos habitamos de manera similar. Las decisiones de la vida cotidiana se toman considerando muchas dimensiones con las que vivimos todos los días, y aún no comprendemos cómo las materialidades, los objetos, el espacio generan e inhiben posibilidades para las personas. 

La forma en que expertos de distintas disciplinas descomponen su especialidad, fragmentan el territorio como forma de comprender la ciudad y la intervienen con sistemas e infraestructuras aisladas entre sí da cuenta de la exigua comprensión que existe respecto a cómo vivimos desde esta forma parcial y sectorial de pensar e intervenir, la que fragmenta aún más la vida de las personas y, por ende, las precariza. 

Que Chile se sorprendiera con una crisis que no veía venir nos develó la poca conexión que existe entre las disciplinas que mantienen fragmentados su análisis y aplicación a políticas públicas. La inteligencia territorial debiese ir más allá de contar con datos macro sobre cómo se comportan de manera agregada los individuos. Es fundamental contar con la inteligencia situada, proveniente de lo/as mismos habitantes para enfrentar esta crisis. No es que el conocimiento de los expertos no sirva, sino que es incompleto y requiere complementarse y mediar con muchos otros conocimientos. Y eso es urgente hoy: reconocer el habitar y en particular el conocimiento habitado.

Este conocimiento nos muestra fragilidad y precariedad en nuestro habitar y, a la vez, nos devela otras formas de vivir entre nosotros y nos demuestra altos niveles de colaboración, solidaridad, preocupación por el prójimo; ingenio y astucia para enfrentar la crisis; formas alternativas y creativas de movimiento que nos permitirán salir mejor de esto. De estos saberes podemos aprender tanto en tiempos de crisis como en los momentos en que tengamos que retomar la vida, que definitivamente será distinta. Y la manera de pensar las ciudades debe empezar a comprender estas formas móviles en que se habitan los territorios, no sólo para algunos privilegiados, sino que para todos.

Las desigualdades sociales que el Covid-19 evidenció

El Estado de Emergencia decretado el 19 de marzo pasado, sumado a las medidas de cuarentena o aislamiento social que ha tomado el Gobierno, han obligado a la mayoría a adoptar nuevas rutinas de vida y replegarse al interior de sus hogares, en estado de alerta constante. Sin embargo, la crisis sanitaria ha evidenciado aún más las desigualdades sociales que se reproducen en nuestra sociedad. En esta entrevista, la psicóloga social y académica de la U. de Chile, María José Reyes, se detiene en aquellos que han convertido la precariedad y la sobrevivencia diaria en su propia cotidianeidad: “El Gobierno debe dejar de operar a través de valores que sostienen una forma privilegiada de vivir y asumir que hay vidas cotidianas heterogéneas”, plantea.

Por Florencia La Mura

Para nadie ha sido fácil afrontar la crisis del Covid-19, adoptar las medidas de confinamiento social, reordenar las labores diarias y muchas veces enfrentarse a evaluar cómo se ha estado viviendo hasta hoy. Las diferentes realidades de clase y género saltan a la vista y se han agudizado problemáticas como la precariedad laboral, la violencia intrafamiliar o la simple carencia de un techo seguro donde cobijarse. María José Reyes, Doctora en Psicología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona, lleva un tiempo investigando estos temas en su proyecto Vidas cotidianas en emergencia: territorio, habitantes y prácticas, que le ha permitido qué sucede en observar barrios críticos o territorios que el Estado califica de «vulnerables». Allí, la presencia de fuerzas de orden es habitual; se vive en una especie de Estado de Emergencia constante y por lo mismo sus habitantes han debido construir otros sentidos de realidad. En estos días, la psicóloga invita a abordar la crisis del Coronavirus tomando en cuenta otras formas de vida que están lejos de ser excepcionales. 

“Hay personas que han vivido años en emergencia y es necesario escucharlas”, plantea la psicóloga social María José Reyes.

Desde el estallido social, muchos vivimos en estado de alerta constante, lo que se agudizó con la alerta sanitaria: situaciones de incertidumbre, miedo, estrés. ¿Cómo podemos entender las similitudes en ambos casos y desentrañar lo que todo esto nos hace sentir?

Lo evidente, en términos de similitud, tanto en el estallido social como en la emergencia sanitaria, es la ruptura de la vida cotidiana. Una de las características de la cotidianidad es justamente su rutina, una rutina que suele ser cíclica y cuya constitución depende de las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales en las cuales nos encontramos. La rutina involucra saberes que operan como certezas y que tienen como fin accionar sin mayores interrogantes y cuestionamientos. Justamente, cuando se produce alguna ruptura en nuestra cotidianidad, surgen interrogantes, cuestionamientos sobre qué hacer y cómo hacerlo, generando un estado de alerta constante para lograr accionar y lograr vivir el día. Y cuando la ruptura de la cotidianidad no involucra sólo la propia rutina (por ejemplo, el nacimiento de un hijo, la partida de alguien cercano, etc.), sino una escala nacional y global, lo más probable es que dichas sensaciones y emociones se vean aún más intensificadas. 

Ahora bien, en nuestro caso me parece que esas rupturas de la cotidianidad tienen una particularidad: el estallido social es propiamente político, donde movimientos sociales, la ciudadanía, e incluso las personas de a pie rompen con una cotidianidad para interrogar las certezas con las que todos vivíamos día a día. En pocas palabras, se instalaron interrogantes respecto al modelo neoliberal al que con nuestras particulares formas de vida damos energía. Y en medio de estas preguntas estalla una emergencia sanitaria que nos tiene confinados a cada una/o en nuestros hogares, instalando nuevas preguntas, muchas de las cuales, en lo sustantivo, potencian las anteriores: ¿es posible que ante una pandemia la salud dependa de las condiciones económicas de cada cual? ¿Hasta cuándo la salud es un privilegio de quienes tienen recursos económicos? ¿Cómo dar razonabilidad a estrategias de Gobierno que evidencian una y otra vez la importancia de ganar beneficios económicos o, al menos, de perder lo menos posible, en vez de priorizar las vidas? De este modo, el estallido social y la crisis sanitaria han instalado la emergencia como parte de nuestro día a día y se ha vuelto algo común preguntarse, incluso con quienes uno no conoce, cómo seguir viviendo en un modelo económico que produce profundas desigualdades e inequidades.

«Es crucial que el Gobierno no sólo conozca las diversas realidades, sino que las considere a la hora de tomar decisiones»

—¿De qué manera se puede encontrar algo de sentido en la situación actual, que involucra no sólo una pandemia global sino situaciones de confinamiento y Estado de Emergencia en el caso chileno? 

Las cotidianidades en Chile son muy disímiles, justamente por las desigualdades que se han generado a propósito del modelo económico-político que nos gobierna. Comento ello pues “dar un sentido” en medio de la emergencia tendrá distintos significados. Para algunas/os, posibilita la detención y el refugio en el hogar, lo que permite interrogarse sobre la forma en que se vive, vivenciar un tiempo que posibilita reconocerse con quienes se convive día a día e incluso reconocerse a una/o mismo. Para otras/os, puede ser una forma de vivenciar, en un mismo espacio/tiempo, los diversos roles que deben enfrentarse –por ejemplo, trabajadora, madre, dueña de casa, profesora de las/os niñas/os– y comenzar a aprender otras formas de hacer. Pero también están quienes (la gran mayoría, por cierto) han vivido constantemente en la “emergencia” de sostenerse y sostener a los suyos, donde el trabajo realizado alcanza para el día, donde la gran pregunta que surge es cómo seguir, pues la emergencia sanitaria lo que hace es, básicamente, precarizar más sus condiciones. Puesto así, me parece que “el sentido” habría que trabajarlo colectiva y cotidianamente, y no sólo desde el ámbito personal. Desde la mirada y el saludo al vecino/a hasta acciones que nos permitan reconocernos con otras/os e inventar formas que nos posibiliten una vida vivible.

Considerando que vivimos dentro de un modelo social-económico que fomenta el individualismo, ¿de qué manera se puede entender el rol que tiene cada uno desde un enfoque colectivo?

No es sencillo que de la noche a la mañana se generen cambios radicales en nuestras formas de vivir. Que se haya producido el estallido social no implica aún una transformación en las dinámicas y formas de relación entre nosotras/os y el mundo. Menos aún que el Gobierno actual actúe asumiendo las interrogantes que se hacen al modelo que encarna. Me parece que una forma de ir tendiendo a lo colectivo es estar atentas/os a acciones que descoloquen, pues su punto no es el propio beneficio –económico y/o social–, sino más bien la búsqueda de formas que potencien la vida de todas/os. Acciones como, por ejemplo, la que realizaron mujeres de La Legua en la primera semana del estallido social, cuando se instalaron cerca de Plaza de la Dignidad para repartir comida a las/os manifestantes. Más que tocar las ollas, eran ollas con comida, pues saben de la importancia de alimentarse para resistir. 

El confinamiento social debe ir acompañado de la idea de cuidado, no sólo a nosotros mismos, sino para proteger al otro.

A diferencia del estallido social, que volcó a la gente fuera de sus casas, esta crisis nos tiene replegados al interior. ¿Qué tipo de aproximación podemos tener ante una amenaza que no vemos, pero con la que nos relacionamos a través de fenómenos como toque de queda, cierre de locales, filas en los servicios básicos o potencial colapso del sistema de salud?

Lo intangible se ha hecho tangible en la cifra que apunta cada día a contagios y en aquella que nos señala cuántos han fallecido debido al Covid-19. Y creo que cada vez se hará más tangible en la medida en que las/os contagiadas/os sean parte de nuestro mundo más próximo. La aproximación que podría potenciarse es, más que “cuidarse”, “cuidarnos”, lo que implica no sólo a uno mismo, sino también a otras y otros. No salir a la calle, para quienes pueden, no es únicamente para no contagiarse, sino que para no contagiar a otras/os. Protegerse en la calle o en el trabajo en estos tiempos de alerta sanitaria no es sólo por una/o, sino también por nuestras/os cercanas/os y aquellas/os a quienes no conocemos ni conoceremos. 

En el contexto actual, ¿cuáles son los pros y contras de mantenerse pensando sólo en lo cotidiano, viviendo el día a día?

En una sociedad como la nuestra, enmarcada en un modelo político-económico neoliberal, se suele potenciar la idea de que toda acción que se realiza en el presente debe considerar el futuro. A tal punto ha llegado esa concepción, que también suele plantearse que estar enfocado continuamente en acciones hacia el futuro –en aquello que podemos llegar a ser y/o tener– implica perder vivencias del presente en la medida en que “no tenemos tiempo” para ello. En este sentido, pero en función de la posición social en la que se está, para alguno/as la situación de emergencia ha posibilitado detenerse en el propio presente y vivir experiencias poco posibles en el ajetreo diario, aunque esto, a su vez, genera cierta ansiedad e incertidumbre por aquello que está por venir. En otro extremo, hay quienes hace años viven sin el futuro como referencia o, para ser más precisa, viven con un futuro más inmediato: mañana, una semana, un mes, y en este contexto para ellos todo se hace más arduo, precario e incierto. Sin embargo, y aquí hay algo que hay que considerar, estas personas que han vivido por años “en emergencia”, sin un futuro como lo solemos entender, han logrado sostener sus vidas. De ahí que sea necesario escucharlas/os antes de llegar con políticas públicas que buscan la intervención de estos habitantes y territorios, pues algunas de sus prácticas nos muestran formas concretas de ir generando un cambio desde lo cotidiano. Formas y dinámicas relacionales de estas vidas en emergencia que podríamos detenernos a escuchar antes que a juzgar e intervenir. Por ejemplo, hoy en día, dichas vidas nos muestran cómo nuestro desarrollo no sólo es posible al proyectar futuro, sino también cuando el objetivo es sortear el día a día.

¿Cómo evalúas hasta ahora el mensaje oficial del Gobierno, que apela a quedarse en casa para protegernos del Covid-19? ¿Puede el grueso de la población acatar de manera efectiva esta medida? 

Una cuestión que es fundamental, y que me parece que no ha hecho el actual Gobierno, es asumir la heterogeneidad de formas de vida que coexisten en nuestro territorio. En este sentido, opera una distinción gruesa donde se califica a una “población vulnerable”, la cual requiere “protección” a través de “intervenciones” en distintas dimensiones. El punto es que, en muchas ocasiones, esas intervenciones vienen diseñadas considerando particulares valores que pueden no hacer sentido a la cotidianidad de las personas. Es crucial que el Gobierno no sólo conozca las diversas realidades, sino que las considere a la hora de tomar decisiones. Y, por otro lado, que sea consistente en sus planteamientos. En esta crisis sanitaria, el Gobierno es un actor relevante, que puede facilitar o bien desestabilizar la emergente cotidianidad en emergencia.

En este contexto, ¿cuáles son los desafíos puntuales de problemas concretos como la violencia intrafamiliar o la enorme cantidad de personas en situación de calle?
Por una parte, en una lógica como la actual, donde lo importante es la “propia” vida o la de los próximos, es difícil y casi un proyecto titánico enfrentar las violencias como colectivo. Es de suma relevancia que los discursos sobre lo “neoliberal” y lo “patriarcal” puedan encarnarse en nuestros gestos cotidianos de modo que asumamos que la responsabilidad de esas violencias son sociales y no sólo de quienes las actúan. Por otro lado, si se considerase la heterogeneidad y diversidad de cómo viven las personas, quizás se habría planteado una consigna que posibilite aquello, como, por ejemplo, “quédate en un lugar seguro”, pues justamente la casa, tal como se ha mostrado en nuestro país, no necesariamente es un lugar de cobijo y protección. En la medida en que el Gobierno deje de operar a través de valores que sostienen una forma privilegiada de vivir y asuma que hay vidas cotidianas heterogéneas y diversas, sus intervenciones podrían facilitar el camino a la igualdad, la equidad y la democracia.