Estado de materia, de Carlos Cociña. Lumen, 2024
Como una suerte de poética o un mandato tal vez, el poeta Carlos Cociña (1950) escribe: “Quebrar el código es necesario para abrir un enigma. Es una constante, un problema abierto, un accidente, un lenguaje que antes ya sonaba en los elementos”. Estado de materia, su último libro, es una invitación a entrar en ese enigma, en ese código quebrado, y a descubrir ese lenguaje que ya sonaba en los elementos. Desde Aguas servidas (1981) que Cociña viene indagando en una poesía que empuja los límites del lenguaje poético hacia otras disciplinas, cruces que le han permitido abordar la realidad con una mirada nueva, desplazada. Aquí convoca al paisaje, a los sonidos, a la memoria: “Nos ocultamos tras el lenguaje, pero nos delata con códigos que no podemos controlar”, anota un poco más adelante, en un libro que pareciera insinuar que en la materialidad de las cosas reside el secreto del mundo. Solo hay que estar atento: “Hay lugares donde nada sobresale, sin embargo, es imposible olvidarlos”.
—Diego Zúñiga
La tristeza de nuestros museos, de Cecilia Bettoni. Ediciones Metales Pesados, 2024
La Segunda Guerra Mundial marcó el declive de Francia en el escenario mundial y también en las artes, un terreno donde reinaba. La derrota, eso sí, no fue sin lucha: una serie de exposiciones empezaron a llegar a estos rincones con un mensaje claro: Francia no solo era la cuna del arte moderno, también sería el futuro del arte contemporáneo. La tristeza de nuestros museos. Derivas de la modernidad en América Latina, el ensayo de la profesora y escritora Cecilia Bettoni, cuenta la historia de la muestra francesa más exitosa que aterrizó en Chile, De Manet a nuestros días, inaugurada en 1950 en el Museo de Bellas Artes y que con sus 58 mil visitantes fue un hit. Cada día, unos jóvenes José Balmes, Roser Bru o Gracia Barrios la visitaban para ver, por primera vez, originales de Picasso, Léger o Delaunay, y aunque los vanguardistas la celebraron, la crítica fue más ácida: faltaban Cézanne, Van Gogh y Gauguin. Con gran talento, Bettoni reconstruye este hito y, de paso, nos recuerda cómo América Latina ha sido, siempre, un territorio en disputa para las grandes potencias.
—Evelyn Erlij
Sángrate agua. Poesía reunida 2003-2024, de Roxana Miranda Rupailaf. Editorial UV, 2024
Voy camino al sur cuando descubro que Roxana Miranda Rupailaf (1982), la autora del libro que leo, es oriunda de los mismos paisajes a los que me dirijo. Recuerdo los nombres de Rosabetty Muñoz, Sergio Mansilla o Maha Vial, otros maestros de la poesía del sur. Veo la Cordillera de la Costa por la ventana y la avisto también en los poemarios que reúne Sángrate agua, en la sensualidad de los versos de Las tentaciones de Eva (2003), en las abstracciones descarnadas de Kewakafe (2022) y Shumpall (2011) —aquella obra que Héctor Hernández, en el prólogo, inviste como un clásico de la poesía contemporánea—, en las traducciones al mapudungún de Seducción de los venenos (2008) y Trewa Ko (2018), y en las poderosas añoranzas del inédito Una sombra que me gusta (2024). Tiene razón Hernández en intuir que la obra de Miranda Rupailaf es también un viaje desde los mitos originarios hasta la agonía de estos tiempos, un cruce que revela que los mapuche son nuestros griegos, y nosotros los romanos leyendo demasiado tarde el oráculo de nuestra tragedia.
—Gabriel Godoi
El color de la noche, de Marcelo Maturana. FCE Chile, 2024
En octubre de 2023 recibimos la mala noticia. La sección cultural de Las Últimas Noticias cerraba y con ella desaparecían las columnas de escritores como Roberto Merino, Antonio Gil, Neil Davidson, Gonzalo Maier y María José Ferrada. Admitámoslo: no es frecuente hallar en las páginas de un diario una escritura tan refinada, ni tampoco el humor y la inteligencia de esos textos. Por eso es motivo de alegría la aparición de El color de la noche, libro que reúne una selección de las crónicas que Marcelo Maturana, bajo el pseudónimo de Vicente Montañés, publicó en LUN entre 2006 y 2023, cuando falleció. Antropólogo, editor literario y escritor diletante —se dice que escribió varios cuentos, novelas y poemas, pero nunca publicó un libro—, sus crónicas abundan en reflexiones casuales, anécdotas y observaciones sobre la ciudad, recuerdos de infancia, divagaciones en torno a temas como el insomnio, la vejez, la muerte. Imbuidas de cierto espesor emocional, de un carácter melancólico y pesimista, sus textos resaltan sobre todo por tener una prosa estilísticamente impecable.
—José Núñez
Necesito poder respirar. La vida de Jorge González. Podium Podcast Chile, 2024
Este es un documental sonoro no solo del propio Jorge González, sino también de quienes siguen su música, de aquellos que, después de haber coreado rabiosamente las canciones de La voz de los ‘80, Pateando piedras y La cultura de la basura, sintieron una traición con el sonido y las letras de Corazones, que daba inicio a una nueva década —la de la postdictadura—, en la que nadie sabía muy bien contra quién dirigir su ira. Cada uno de los seis episodios que componen esta serie son algo así como una disco-biografía cargada de nostalgia, porque son varias las generaciones que han crecido con la música de González, hoy convertida en una suerte de banda sonora nacional. Este podcast está construido a partir de una multiplicidad de fuentes que recorren unos cuarenta años de historia personal, social y musical. Una producción que desmitifica, y a la vez enaltece la figura de González, porque lo muestra con sus luces y sombras, y lo consagra no solo como un trabajador de la música, sino también como un artista.
—Bárbara Azcárraga
Mollusca: Poesía de Caracolas, en Sala Museo Gabriela Mistral de la Casa Central de la U. de Chile
En 1942, Pablo Neruda viajó a Cuba para dar un ciclo de conferencias. Allí conoció al malacólogo Carlos de la Torre, quien le obsequió una caja llena de caracolas. “Miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento”, escribió el poeta en Confieso que he vivido (1974). Así, el naturalista cubano lo inició en una de sus principales aficiones como coleccionista. “Desde entonces y al azar de mis viajes recorrí los siete mares acechándolas y buscándolas”, dice en el libro. En 1954, al cumplir 50 años, Neruda donó su colección a la Universidad de Chile, que a esa altura sumaba 8.400 caracolas, 5.107 libros, 263 revistas y 155 discos, la que fue declarada Monumento Histórico Nacional en 2009. Parte del conjunto, perteneciente a la Colección Neruda del Archivo Central Andrés Bello, conforma la exposición Mollusca. Poesía de Caracolas. Sumergirse en la colección de Neruda. En ella es posible encontrar especies como el Murex o la Cypraea, y libros de malacología que evidencian su curiosidad científica. Abierta hasta fines de 2025.
—Palabra Pública