La cantidad de información que se desprende de la discusión constitucional, sumada a los montajes para desinformar, podría reducir el proceso constitucional chileno a un plebiscito temperamental, en que las premisas dudosas o falsas dominen sobre el texto. Los académicos […]
Seguir leyendoPostales de un país en cambio
Más allá del resultado del plebiscito, la propuesta de nueva Constitución refleja un Chile distinto, uno que ya no calza con las imágenes del país de la transición y la posdictadura. Elvira Hernández, Alejandra Costamagna y Diego Zúñiga, escritores de distintas generaciones, ensayan en torno a cuáles son las imágenes que dejaría el texto constitucional y que, de una u otra forma, están moviendo los sentidos de la historia.
Seguir leyendo¿Por qué es importante una constitución?
De todas las preguntas que han surgido durante el proceso constituyente, esta parece ser la más simple, pero la más relevante. Mientras se discuten pros y contras de la propuesta presentada por la Convención Constitucional, es importante volver a los aspectos básicos del debate.
Seguir leyendoLa Chile en la historia de Chile: José Joaquín Aguirre (1822-1901)
Por Monserrat Lorca
“Era un hombre de regular estatura, vigoroso, sólido, de formas macizas, de movimientos pausados y tranquilos (…), con una expresión de inteligencia y de bondad, y una sonrisa alentadora y amable”. Así describió a José Joaquín Aguirre su colega y pupilo, el famoso psiquiatra Augusto Orrego Luco.
Aguirre nació en Santa Rosa de Los Andes, en 1822. Estudió en el Instituto Nacional, para luego ingresar a la Universidad de Chile a estudiar Medicina. Se casó en dos ocasiones y tuvo ocho hijos, entre ellas, Juanita Aguirre Luco, futura esposa del presidente Pedro Aguirre Cerda.

Su pasión por la enseñanza lo llevó a convertirse en decano de su facultad en dos ocasiones, entre 1867 y 1877, y 1884 y 1899. Fue pionero en fomentar los viajes de estudio a Europa, con el fin de fortalecer los conocimientos y potenciar a los futuros profesionales chilenos. Años más tarde, se convirtió en el primer médico en asumir la rectoría de la Universidad de Chile, durante el período 1889-1893.
En antiguas publicaciones, sus estudiantes lo recordaban con un “suave sonido de voz, siempre baja y modulada, con una tranquila lentitud”. “Vamos a estudiar anatomía. El cadáver será nuestro maestro; los libros, nuestra guía”, solía decir en sus clases. “El Dr. Aguirre fue un gran cirujano en esas condiciones deplorables. Fue un operador siempre asombroso y casi siempre feliz”, apuntó también Orrego Luco, quien también afirmó que “su prestigio profesional, sus condiciones de inteligencia y de carácter no le permitían excusarse en aquella época de tomar una participación en la política”. Es así como en 1855 inició su carrera en ese mundo, siendo parte del Partido Liberal y luego del Balmacedista. Fue diputado en siete períodos, intendente de Aconcagua y gobernador por Los Andes.
Presentó proyectos de ley como la reglamentación de corporaciones médicas e higiene pública, y participó en comisiones permanentes como las de Hacienda e Industria y Educación y Beneficencia. Durante 1885 formó parte del Consejo de Instrucción Pública, integró el consejo fundador de la Sociedad Médica de Chile y se destacó por su investigación académica, con textos como “Elementos de la histología” y “La mortandad de los párvulos”.
“Creía que el médico tiene la misión de combatir los sufrimientos y el dolor humano (…). [Creía] que la medicina es un hecho de generosidad y de compasión”, dijo Augusto Orrego Luco sobre Aguirre, quien también dirigió equipos médicos de ambulancias militares en la Guerra del Pacífico y participó en la comisión de Sanidad Pública durante la pandemia de cólera de 1868.
El 23 de enero de 1901 se anunció su muerte, ocurrida en Cartagena, Valparaíso. Hoy se le recuerda como uno de los médicos que marcó la historia del país y de la Universidad de Chile, donde en 1922 se inauguró el Instituto de Anatomía a modo de conmemoración de su centenario. En 1952, se le dedicó el mayor homenaje que ha tenido hasta hoy: se inauguró el Hospital Clínico Universidad de Chile Dr. José Joaquín Aguirre, en honor a quien introdujo en el país el concepto de “hospital universitario”.
Gaspar Domínguez: “La participación de los territorios y la ciudadanía ha hecho de esto un proceso único”
A poco más de un mes para el plebiscito de salida del proceso constituyente, las campañas políticas del Apruebo y Rechazo ya se encuentran desplegadas por el país. Un proceso que ha estado marcado por un inédito interés por informarse, como lo demuestran los más de 70 mil ejemplares […]
Seguir leyendoRosa Devés: «La educación pública es una forma de habitar el país»
En sus más de cinco décadas en la Universidad de Chile, la nueva rectora ha visto en primera fila la historia reciente del país y sus efectos en la educación pública. Científica, admiradora de las nuevas generaciones y preocupada por el sentido de comunidad, Devés ha sido pionera en innovaciones vinculadas a la educación en ciencia y a la inclusión en el acceso a la educación superior. “Las diversidades siempre han estado en la universidad, pero hemos sido muy ciegos a ellas”, advierte.
Por Sofía Brinck y Evelyn Erlij
Los tiempos de las mujeres todavía avanzan de forma más lenta que los de los hombres. Basta con hacer un poco de memoria: recién, hace poco más de veinte años, empezó a ser habitual ver presidentas liderando países o mujeres en cargos de gran importancia. “Son una clara minoría, pero también son más”, dice la reconocida historiadora Mary Beard en el libro Mujeres y poder, donde también señala otro hecho innegable: que si los discursos —mediáticos, políticos— tienden a destacar “la llegada” de mujeres a cargos de poder, es porque aún son percibidas como elementos ajenos a él; como si estuvieran “apoderándose de algo a lo que no tienen derecho”.
Cuando se conocieron los resultados de las elecciones por la rectoría de la Universidad de Chile, el pasado 12 de mayo, los medios de comunicación se dedicaron justamente a destacar que la ganadora, Rosa Devés Alessandri, es la “primera rectora” en los 179 años de historia de la Casa de Bello. Se trata de un gran hito, sin duda, pero la carrera que ha construido la bioquímica y Profesora Titular de la Facultad de Medicina es imposible de reducir en esa etiqueta. Destacada científica, su trabajo en el campo de la fisiología celular y los mecanismos de transporte en membranas biológicas ha sido reconocido nacional e internacionalmente, y le valió la incorporación como Miembro Correspondiente en la Academia Chilena de Ciencias en 2003.
Su camino profesional comenzó en la década del sesenta, cuando aún no era tan común que las mujeres ingresaran a la educación superior —hacia el año 1960, solo ocho mil chilenas tenían estudios universitarios—, menos aún a carreras científicas.
—Siempre tuve claro que iba a entrar a la universidad, nunca fue una cuestión ni siquiera discutida. Es cierto que entre las mujeres de mi colegio, de mi generación, la mayoría entró a estudiar Pedagogía. Mi proyecto de niña era estudiar Ingeniería, pero esto cambió al despertar el interés por la ciencia. Fue una decisión importante que tomé bien sola y que fue difícil. Mi padre fue decano de Ingeniería en la Universidad Católica por nueve años, hasta 1967, y yo entré en 1968 a la universidad. Crecí y me desarrollé intelectualmente con este padre decano, y eso, junto con una vocación por las matemáticas, era el camino que uno iba a seguir, el camino del padre. En ese sentido, entrar a la Universidad de Chile y a una carrera distinta representó una decisión importante, autónoma y difícil. No fue un camino trazado.
¿Cuál era su visión de la universidad cuando llegó por primera vez? ¿Qué esperaba de ella?
—La profesión científica era algo muy nuevo en ese momento, la carrera de Bioquímica solo tenía ocho años. Hasta entonces, quienes se dedicaban a la ciencia profesional venían de profesiones como Medicina, Agronomía, Odontología o Ingeniería, y formarse específicamente en ciencia era bastante nuevo. Una entraba en modo de estudio, no tenía tanta conciencia de que ingresaba a esta institución tan importante y de riquezas diversas. Era entrar a un mundo nuevo, sin mucha claridad, porque una venía a sumergirse en esta forma de estudiar, de mirar el mundo, de comprender la naturaleza. Era como una ventana abierta, ya que nadie en mi familia se había dedicado a la ciencia.
¿Cómo fue hacerse un espacio en entornos históricamente masculinos, como la política universitaria o la academia?
—Por el camino que me correspondió, tuve que luchar menos con esos prejuicios. Las carreras científicas son bastante democráticas. Es un conocimiento que se desarrolla en base a evidencias, a información muy objetiva que te va dando voz y presencia. Puede ser difícil llegar, pero una vez que estás ahí, son carreras en las que, en general, hay democracia, incluso intergeneracional. No sentí discriminación desde el punto de vista de género, tampoco sentí en absoluto que tuvieran más voz los hombres. Éramos bastantes mujeres, y el Departamento de Fisiología y Biofísica, el área de la Facultad de Medicina donde luego desarrollé mi carrera académica, era un lugar con liderazgos importantes de mujeres que se anticiparon, que hicieron el trabajo para que llegáramos nosotras. Tuve una vida particular en ese sentido, soy muy consciente de que no represento el común, y eso posiblemente tiene mucho que ver con que yo esté aquí hoy. Sé que no era igual en todas partes, porque había departamentos en la misma facultad donde la situación era distinta. La carrera científica es de mucho esfuerzo y sacrificio a nivel familiar, sin duda. En el espacio laboral, no había desigualdades fuertes, pero cuando se considera la vida integralmente sí, porque la ciencia es una carrera de una entrega muy intensa y esto es difícil de abordar cuando se tiene hijos y familia. Y ahí, sin la ayuda y el sacrificio de otras mujeres, de la madre, de las trabajadoras del hogar, no habría sido posible el desarrollo que tuvo mi carrera.
Dentro de la universidad le tocó vivir la Reforma Universitaria, el tiempo de la Unidad Popular, el golpe, la dictadura, el retorno a la democracia. ¿Cómo han impactado estos distintos momentos históricos en su forma de concebir la universidad pública?
—Han sido esenciales. Uno crece y se desarrolla constantemente en la universidad, el aprendizaje es permanente. Yo viví estos 50 años en la Universidad de Chile. Ingresé como estudiante durante la reforma, entonces no solo se entraba a esta institución que representaba un mundo complejo y diverso, sino también a un espacio que se estaba cuestionando para alcanzar una mayor democracia universitaria. Estaban pasando cosas parecidas a las de hoy al interior de una universidad que se debe a la sociedad. Uno venía con un compromiso con el estudio principalmente, y cuando te incorporabas, te empezabas a dar cuenta de que serías parte de una serie de cambios, de algo mucho mayor. Esta voluntad de cambio estaba impulsada en gran parte por los estudiantes y los académicos jóvenes. A poco andar, cuando la reforma se estaba estableciendo, vino el golpe, la gran tragedia nacional.
¿Cómo fue vivirlo en la universidad?
—Al ser la Facultad de Química y Farmacia más pequeña y de corte científico, el efecto no fue tan dramático como en las Humanidades y las Ciencias Sociales. Pero fue un choque terrible pasar de estar en una universidad que era de Chile a una universidad intervenida. El año 74 me fui al extranjero a hacer mi doctorado y posdoctorado, y volví a fines de 1980 como académica a vivir con mucha intensidad la recuperación de la democracia. Esto marcó mucho mi compromiso con la institución y con el país, porque la Universidad de Chile jugó un rol muy importante en la recuperación de la democracia, no solo la nacional sino también interna, porque todas las autoridades eran hasta entonces designadas. Es difícil para las generaciones más jóvenes entender lo que vivimos con autoridades que eran no-autoridades, como los rectores delegados, los decanos designados. Aprendimos a convivir con reglas propias, sin establecer vínculos con la autoridad, porque no la reconocíamos. Somos una generación que creció con una valoración muy fuerte por la autonomía universitaria.
¿Cómo cree que esa experiencia influirá en su rectorado? Especialmente en la relación con los jóvenes.
—Creo profundamente en el valor de la comunidad, la universidad se debe a ella. Un trabajo importante que tenemos que hacer es fortalecer los vínculos con las generaciones más jóvenes y hacernos cargo de la formación que requieren en el mundo de hoy. Una formación que les haga sentido, que no disocie el compromiso político con el aprendizaje de una disciplina, sino que logre integrar ambas cosas. Eso implica una forma distinta de enseñar, un espacio de enseñanza-aprendizaje diferente, más situado en los contextos reales. Implica abrir la universidad a la sociedad, no solamente en el discurso, sino que en la interacción real. Esto requiere de muchos cambios que son esenciales para que la educación nos prepare para un futuro incierto y complejo.
¿Qué le sorprende de las nuevas generaciones?
—Tengo mucha admiración por ellas. Si vemos los cambios que están ocurriendo en el país, las y los jóvenes, en general, y los universitarios, en particular, han cumplido roles muy importantes impulsando procesos con alto impacto social y político. Esto no es algo generalizado en el resto del mundo. La generación que hoy dirige el país estaba hace muy poco en la dirigencia estudiantil en la Universidad de Chile. Sin embargo, por lo mismo y con mucha honestidad, me preocupa que se debilite la organización estudiantil en la universidad. Debemos apoyar a las organizaciones que hoy desarrollan distintos proyectos, conocerlas, comprender sus anhelos y preocupaciones, establecer vínculos, relacionarnos más profundamente con los y las jóvenes, con nuestras y nuestros estudiantes. A ellas y ellos nos debemos, les necesitamos, les necesita el país y la universidad.
Inclusión y diversidad
Rosa Devés no solo ha sido testigo y protagonista del último medio siglo en la historia universitaria, ocupando cargos clave como la Prorrectoría, la Vicerrectoría de Asuntos Académicos, la primera dirección del Programa de Doctorado en Ciencias Biomédicas y la subdirección del Instituto de Ciencias Biomédicas. También ha sido pionera en temas como la inclusión y equidad en el ingreso en la educación superior, ámbito al que le ha dedicado los últimos ocho años, siendo uno de sus mayores logros la creación del Sistema de Ingreso Prioritario de Equidad Educativa (SIPEE), una vía especial de acceso de estudiantes del sistema escolar público a la Universidad de Chile.
En paralelo, una de sus grandes preocupaciones ha sido fomentar un cambio de paradigma en la enseñanza de las ciencias en las aulas, lo que la llevó no solo a participar en la reforma curricular de 1996-2002, sino también a fundar junto a Jorge Allende el Programa de Educación en Ciencias basada en la Indagación (ECBI) para la Enseñanza Básica. Detrás de esta inquietud, está la idea de dejar de ver la ciencia como un mundo lejano e inalcanzable habitado por personas de bata blanca, sino de entenderla como una forma de acercarse al mundo y hacerse preguntas, es decir, como una forma de pensar y no como el resultado de un experimento en un laboratorio.
—Una escuela fundamental en este ámbito ha sido la experiencia de trabajar en la innovación de la educación en ciencias a nivel escolar. Mi aproximación se inicia el año 2000, cuando tuve la oportunidad de colaborar con el Ministerio de Educación en el primer currículum posdictadura. Luego, en 2003, iniciamos el ECBI, un proyecto que ha marcado fuertemente mi vida, orientado a innovar la educación en ciencia a nivel escolar, de manera que la ciencia se aprenda a través de la indagación, del descubrimiento; no desde un libro. Científicos y profesores hemos trabajado juntos, orientados por el objetivo de que la actividad científica prepare para ejercer una ciudadanía responsable, ya que la ciencia, junto con la comprensión, nos entrega habilidades y actitudes esenciales en la vida. Los niños son universalmente curiosos, y esa fuerza debe aprovecharse para el aprendizaje de la ciencia. La actividad científica es una escuela de convivencia.
¿En qué sentido?
—Porque hacemos una pregunta en colectivo, la depuramos, planteamos una forma en que vamos a buscar una respuesta y generamos información. En el momento en que tienes una explicación científica, la pones en discusión, y a partir de eso surgen nuevas preguntas. Hay una relación de honestidad con el dato, de respeto con el otro, de discusión en base a evidencia, que es muy formativa para la vida y tiene un profundo contenido humanista. Este programa sigue siendo muy influyente, y se ha expandido a lo largo de Chile.
Un cambio de paradigma que usted ha impulsado al interior de la universidad han sido los programas de inclusión. Hoy hay mucha más diversidad en las aulas.
—Las diversidades siempre han estado en la universidad, pero hemos sido muy ciegos a ellas. No todos los jóvenes eran iguales ni venían con la misma formación, pero queríamos creer que era así. Había incluso un cierto prejuicio al decir que por ser una universidad pública, basta poner un pie acá para que todos seamos iguales, sin considerar que las preparaciones académicas eran diferentes, que algunos jóvenes se demoran dos horas en llegar a clases y otros 15 minutos, y que quien se demora dos horas venía con frío y otros no. Lo que han hecho los programas de inclusión no es solo abrir la puerta a miles de jóvenes que antes estaban excluidos, sino también, nos ha hecho más conscientes de que debemos preocuparnos de atender las diferencias. Con ellos la Universidad ha asumido de manera más seria su responsabilidad, y de ahí surgen los sistemas de acompañamiento y apoyo que han sido muy transformadores. Poner la diversidad al centro, como valor de la Universidad de Chile, también tensiona la forma en que entendemos la educación, y por eso nuestro modelo educativo y nuestro plan de desarrollo institucional han ido cambiando.
¿Qué lugar tendrá la cultura en su rectorado?
—Estamos comprometidas en que tenga un lugar central, tanto aquella que tradicionalmente la Universidad de Chile ha resguardado y desarrollado para el país, como las nuevas formas de expresión cultural. Vicuña Mackenna 20 será un motor de cambio, porque por fin se dotará al Centro de Extensión Artístico y Cultural de la casa que vienen esperando hace 80 años, en un lugar tan emblemático de Santiago, además, que hay que recuperar. También está Carén, donde habrá una integración de saberes entre las ciencias y las humanidades, y, por supuesto, está la Facultad de Artes, un espacio académico que admiro mucho y que requiere de nuestro apoyo. Igualmente estamos comprometidas con la instalación de la Plataforma Cultural del Campus Juan Gómez Millas y el importante vínculo con el entorno que se va a generar desde ahí.
Volviendo al inicio de esta entrevista, ¿qué cree que le dio la educación pública cuando era estudiante y qué cree que necesitamos recuperar de ese modelo?
—Me permitió entrar a Chile. Venía de la educación privada, y al incorporarme a la educación pública en la Universidad de Chile sentí que entraba al país realmente; sentí que iba al encuentro de otros y otras en las mismas circunstancias y con un objetivo común. Eso es lo que me dio, y lo que soy, desde el punto de vista intelectual y científico, se lo debo a esta Universidad; soy producto de ella. Hoy estamos en un momento crucial para recuperar y fortalecer esos valores. Es lo que hemos promovido desde las universidades estatales en general: la comprensión de la educación pública como un sistema, que incluye todos los niveles de la educación y se hace cargo del derecho a la educación a lo largo de la vida. Es decir, la educación pública como una forma de habitar el país.
Crisis habitacional: acciones urgentes para un cambio a largo plazo
Ad portas de un plebiscito para aprobar o rechazar una nueva Constitución, y en medio de una crisis económica global, el gobierno de Gabriel Boric enfrenta complejos desafíos en torno a los temas de vivienda y ciudad. El Ministerio de Vivienda y Urbanismo no solo debe pavimentar el camino hacia el fin del modelo subsidiario, opina Fernando Toro, académico del Instituto de la Vivienda de la Universidad de Chile; sino también dar una respuesta urgente, como el Plan de Emergencia Habitacional, ante la existencia de miles de personas que viven en condiciones precarias.
Por Fernando Toro Cano
No es novedad que Chile experimenta una profunda crisis habitacional. Si bien el problema de la provisión y ubicación de las viviendas es histórico, la imposición y consolidación en las últimas décadas de un modelo neoliberal que ha desregulado, liberalizado y privatizado la producción del hábitat ha sido parte central del engranaje que hoy se materializa en una profundización de la desigualdad y precariedad socioespacial.
Si hace algunos años se comenzaba a hablar de abordar el déficit cualitativo de las viviendas construidas bajo la ilusión de que dejábamos atrás el déficit cuantitativo[1], hoy las estadísticas muestran lo contrario: no solo debemos mejorar lo existente[2], sino que además debemos producir lo inexistente. El problema de la vivienda dejó de ser un tema material que afecta exclusivamente a la población de escasos recursos y que se expresa a través de la masiva proliferación de campamentos o asentamientos precarios. Hoy, afecta a la mayoría de la población, manifestándose de diversas maneras tales como el allegamiento, hacinamiento[3], el arriendo precario, el abuso inmobiliario, el alto porcentaje de los ingresos familiares gastados en vivienda o el excesivo endeudamiento.
Basta mirar los números para entender la magnitud y expresión de la situación. Acá algunas estadísticas: entre el año 2011 y el 2021 los hogares habitando en campamentos se triplicaron llegando a más de 81.000[4]. Por otro lado, mientras el precio de las viviendas en ciudades como el Gran Santiago han subido un 150% entre 2009 y 2019, los ingresos solo han incrementado en un 25%[5]. Por otro lado, en términos de deuda y créditos hipotecarios, un 70% de los hogares tiene algún tipo de deuda, donde la hipotecaria representa el 38%[6]. A lo anterior se suma que el quintil más pobre gasta cerca del 50% de sus ingresos en arriendo[7].
Según voces expertas en la materia, lo anterior se debe a múltiples factores, tales como los altos niveles de especulación inmobiliaria, el incremento en los valores del suelo, mayor demanda habitacional por cambios sociodemográficos, creciente costo de la vida en general y alza en los precios de materiales, que en los últimos dos años se ha exacerbado, entre otros. Si bien lo anterior reduce los problemas del hábitat a una dimensión cuantitativa de vivienda, es evidente que estamos frente a un problema político estructural que requiere profundos cambios. Más allá de la promesa del gobierno de Gabriel Boric de construir 260 mil viviendas en cuatro años, el cómo se construirán, entregarán y administrarán viviendas en el futuro también aparecen como preguntas centrales. ¿Cuál será el rol del Estado y las comunidades después de estos cuatro años? ¿Cómo prepara el gobierno una nueva institucionalidad que abrace el derecho a la vivienda y la ciudad en caso de aprobarse el plebiscito de septiembre?
Entre la urgencia material de corto y el proyecto político de largo plazo
El desafío no es simple. Dejar atrás el modelo subsidiario de vivienda como parte del andamiaje neoliberal impuesto hace 40 años requiere tiempo y acciones estructurales, pero también es imperioso dar respuesta a los cientos de miles de hogares que necesitan una respuesta en el corto plazo. Movimientos, agrupaciones y comités de vivienda están atentos a este proceso, y con justo recelo siguen con atención la instalación de un gobierno que parece estar ya entrando en acción.
En su cuenta pública del día 25 de mayo, el ministro de Vivienda y Urbanismo, Carlos Montes, además de dar cuenta de lo hecho por la cartera durante el año 2021 e inicios del 2022, abordó dos iniciativas urgentes: el Plan de Emergencia Habitacional, lanzada el pasado 3 de julio, y el Plan de Iniciativas Urbanas. El primero tiene entre sus componentes robustecer el banco de suelo público con el fin de adquirir suelo bien localizado, implementar nuevas formas de producción de vivienda a través de cooperativas y autogestión, promover modalidades de tenencia como el alquiler público y la propiedad colectiva, acortar los tiempos de postulación y asignación, y buscar soluciones integrales e interministeriales para los campamentos, entre otros. El segundo, por su parte, tiene como objetivo abordar el entorno habitacional a través obras de mejoramiento, nuevos modelos de gestión urbana para proyectos específicos, inversión en parques, espacio público y movilidad, promover una intervención integral en entornos barriales y pequeñas localidades, y desarrollar iniciativas ligadas a la nueva ley de copropiedad, así como también controlar la proliferación de parcelas de agrado fuera del límite planificado. A estos planes se incluyen ejes transversales, tales como la necesaria acción intersectorial, preocupación por el medio ambiente, accionar con enfoque feminista y de derechos humanos y el fortalecimiento de la participación, bajo el término “corresponsabilidad”.

De todo lo mencionado destacan tres iniciativas que van en la doble dirección y que actúan como sistema interrelacionado para abordar la emergencia en el corto plazo y fortalecer el rol del Estado en el largo: el fortalecimiento de un “Banco de Suelo”, la creación de un “Sistema de Arriendo Público” y la política “Construyendo Barrios”. Respecto del Banco de Suelo, el MINVU junto al Ministerio de Bienes Nacionales ya han declarado que trabajarán coordinadamente para abordar un aspecto que han calificado como “cuello de botella” para materializar viviendas integradas, y del que hasta hoy no se tiene un conocimiento detallado: la disponibilidad de suelo público bien ubicado que pueda ser destinado a vivienda de interés social. Esto permitirá tanto dar cabida a proyectos que hoy solo encuentran solución en la periferia, como también disminuir la especulación con terrenos públicos, permitiendo en parte una mayor regulación de los precios. Asimismo, el “Sistema de Arriendo Público” posibilitará a los hogares acceder a una vivienda a precios protegidos por el Estado, alivianando el peso de estos en su capacidad de pago. Si bien el subsidio de arriendo (DS52 del año 2013) ha sido pionero en esta materia, se espera que el gobierno avance a una institucionalidad más robusta que supere la sola gestión de subsidios, cuajando alianzas con instituciones regionales y comunales que podrían potencialmente administrar estas unidades de manera descentralizada, permitiendo al sector público convertirse en un actor relevante en el mercado. Finalmente, el gobierno está apostando por la urbanización integral de campamentos a través del programa “Construyendo Barrios”. El éxito de esta política, y la superación de los errores del pasado, dependerá del trabajo coordinado que se realice junto a ministerios como Desarrollo Social y Familia, Mujer y Equidad de Género o Economía, promoviendo una integración sociocultural y laboral que supere el componente exclusivamente espacial e integre de forma multidimensional a la población que se radicará en dichos barrios.
La implementación de los planes e iniciativas mencionadas también dependerá de una reestructuración de la institucionalidad y gobernanza. Por ejemplo, la Subsecretaría de Desarrollo Regional deberá jugar un rol importante al articular esfuerzos con los gobiernos regionales, los que a su vez deberían fortalecerse en los próximos cuatro años[8], asumiendo un mayor protagonismo en el diseño, gestión e implementación de políticas habitacionales y de ciudad junto a las Secretarías Regionales Ministeriales y los Servicios Regionales del MINVU. Los municipios también deberán asumir un papel importante. Los gobiernos locales están llamados a proveer las alianzas necesarias para materializar políticas y programas piloto que permitan, justamente, hacer carne la promesa de un sector público con mayores recursos[9] y atribuciones, y con mayor pertinencia territorial. Asimismo, en un contexto de aumento en las tasas de interés, de necesidad de dinamización del sector construcción y de altos costos de materiales, el sector privado (constructores y financistas) también aparecen como actores claves. El gobierno no ha sido indiferente a este hecho y ya ha anunciado nuevos mecanismos e incentivos al sector, tales como aumento de subsidios y préstamo a constructoras en los proyectos de integración social. Si bien estas operaciones son recetas antiguas, son mecanismo que responden de manera eficaz a mantener este andamiaje, que requiere aceite en el corto plazo para llegar a los desafíos de fondo.
En definitiva, aparecen las primeras luces de un camino que no será fácil para el gobierno de Boric y los que le sigan. En el mediano plazo el gobierno no juega solo. Para seguir avanzando en estos cambios profundos deberá esperar a que la ciudadanía se exprese en las urnas y apruebe una nueva Constitución. No solo eso, tras ello deberá realizarse un importante trabajo, tanto ejecutivo como legislativo, a fin de sentar las bases que permitan avanzar hacia el prometido Estado de bienestar en materia habitacional. No obstante, ambas condiciones no aseguran el éxito; la experiencia en otros países de la región que consagran el derecho a la vivienda y a la ciudad en sus constituciones como Brasil o Ecuador demuestran que ello es solo el primer paso. En este sentido, las acciones concretas desde el Ejecutivo, el diálogo y trabajo permanente con las comunidades y la efectiva difusión de los avances aparecen como ingredientes clave para acompañar las políticas, planes y programas que apunten a solucionar las urgencias, pero sin olvidar el horizonte.
[1] Se sitúa entre las 600.000 y 750.000 viviendas, dependiendo de la fuente.
[2] La suma del déficit cuantitativo y el cualitativo bordea las 1.300.000 viviendas.
[3] En un 11% de los hogares según estadísticas del 2020.
[4] Catastro de Campamentos 2021, Techo-Chile y Fundación Vivienda.
[5] Instituto de Estudios Urbaos y Territoriales UC – Inciti, 2019.
[6] INE, 2020; Banco Central, 2020.
[7] OCDE, 2020.
[8] Sólo el 14,5% por ciento del gasto nacional total es ejecutado por gobiernos subnacionales (regionales y municipales), muy lejos del 27,4 por ciento promedio de los países que integran la OCDE.
[9] Mientras comunas como Vitacura tienen ingresos por $1.129.510 por habitante, Cerro Navia cuenta con 143.328, es decir, casi el 10%. (Observatorio del Gasto Fiscal, 2017).
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Por Rocío Gómez
“Soy de origen catalán y de vida chilena, entonces tengo dos tierras”, dijo Roser Bru en una entrevista de la serie Maestros del Arte Chileno. La artista catalana-chilena nació en Barcelona, se exilió con su familia en París, luego volvió a España y durante la guerra civil española migró a América Latina poco antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial.
Era 1939 cuando zarpó el Winnipeg, el famoso barco que transportó a refugiados españoles desde Francia y que recalaría dos meses después en el puerto de Valparaíso. A bordo de la nave, nadie sabía muy bien cómo sería la tierra de destino. “Algunos decían que llueve, otros decían ‘hace sol’, pero, claro, llueve y hace sol, si es una tira tan larga”, afirmó Bru en una entrevista archivada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, donde contó que lo único que traía consigo era un libro sobre impresionismo.

Instalada en Chile, pintaría desde cajas de chocolate, botones y vajilla, hasta cuadros, textiles y una gran cantidad de pinturas, que en 2007 llenarían el segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile para celebrar el aniversario número 60 de la institución. Su obra le valió más de una decena de distinciones en Chile y el mundo, entre ellas, el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015.
Desde pequeña sabía a qué quería dedicar su vida. En el colegio, en España, practicaba acuarela, y el mismo año de su llegada a Chile ingresó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Allí, fue discípula de Israel Roa y Pablo Burchard, y cursó dibujo, pintura y mural hasta 1942. Como estudiante, participó en el Grupo de Estudiantes Plásticos junto a otros artistas de la generación del 50 y más tarde formó parte del Taller 99 de Nemesio Antúnez.
Comenzó con el dibujo y la pintura, pero también trabajó el grabado y experimentó con diversos medios de soporte para sus obras. Recorrió varios estilos, técnicas y materialidades. Se mantuvo fiel a su creatividad, sintiendo y oyendo “las voces de los materiales”, según contó en una entrevista. “En general, todo viene por el pensamiento, por la cabeza —afirmó—. Me imagino una cosa, y a veces no hago ni un croquis ni nada, sino que ataco el dibujo. O, cuando hago grabado, la plancha y también las obras mismas te dan ideas”.
El estilo de la artista se caracteriza por la incorporación de símbolos, tachaduras y a veces imágenes reconocibles como las meninas de Velásquez, Frida Kahlo o Gabriela Mistral. Entre sus temáticas estuvieron la memoria, la muerte, la guerra y los lazos entre el presente y el pasado. En sus obras, a menudo aparecían referencias a elementos cotidianos o figuras humanas, en especial el cuerpo de la mujer. “El cuerpo grávido, expandido, duplicado, parece ser una imagen permanente que atraviesa toda la obra de Roser Bru”, escribe Diamela Eltit. El trabajo de Bru también da cuenta de su posición política: participó con una obra en la campaña de Allende, donó textiles a la UNCTAD y durante la dictadura comenzó a incluir fotografías, palabras, números y documentos para hablar de los detenidos desaparecidos durante esa época.
“Vivir es cierto, morir también”, apuntó alguna vez en una de las notas que solía escribir. Entre gubias, pinceles y el olor de los acrílicos, la artista falleció en 2021 a los 98 años en Chile.