La Chile en la historia de Chile: José Joaquín Aguirre (1822-1901)

Por Monserrat Lorca

“Era un hombre de regular estatura, vigoroso, sólido, de formas macizas, de movimientos pausados y tranquilos (…), con una expresión de inteligencia y de bondad, y una sonrisa alentadora y amable”. Así describió a José Joaquín Aguirre su colega y pupilo, el famoso psiquiatra Augusto Orrego Luco.

Aguirre nació en Santa Rosa de Los Andes, en 1822. Estudió en el Instituto Nacional, para luego ingresar a la Universidad de Chile a estudiar Medicina. Se casó en dos ocasiones y tuvo ocho hijos, entre ellas, Juanita Aguirre Luco, futura esposa del presidente Pedro Aguirre Cerda.

Su pasión por la enseñanza lo llevó a convertirse en decano de su facultad en dos ocasiones, entre 1867 y 1877, y 1884 y 1899. Fue pionero en fomentar los viajes de estudio a Europa, con el fin de fortalecer los conocimientos y potenciar a los futuros profesionales chilenos. Años más tarde, se convirtió en el primer médico en asumir la rectoría de la Universidad de Chile, durante el período 1889-1893.

En antiguas publicaciones, sus estudiantes lo recordaban con un “suave sonido de voz, siempre baja y modulada, con una tranquila lentitud”. “Vamos a estudiar anatomía. El cadáver será nuestro maestro; los libros, nuestra guía”, solía decir en sus clases. “El Dr. Aguirre fue un gran cirujano en esas condiciones deplorables. Fue un operador siempre asombroso y casi siempre feliz”, apuntó también Orrego Luco, quien también afirmó que “su prestigio profesional, sus condiciones de inteligencia y de carácter no le permitían excusarse en aquella época de tomar una participación en la política”. Es así como en 1855 inició su carrera en ese mundo, siendo parte del Partido Liberal y luego del Balmacedista. Fue diputado en siete períodos, intendente de Aconcagua y gobernador por Los Andes. 

Presentó proyectos de ley como la reglamentación de corporaciones médicas e higiene pública, y participó en comisiones permanentes como las de Hacienda e Industria y Educación y Beneficencia. Durante 1885 formó parte del Consejo de Instrucción Pública, integró el consejo fundador de la Sociedad Médica de Chile y se destacó por su investigación académica, con textos como “Elementos de la histología” y “La mortandad de los párvulos”.

“Creía que el médico tiene la misión de combatir los sufrimientos y el dolor humano (…). [Creía] que la medicina es un hecho de generosidad y de compasión”, dijo Augusto Orrego Luco sobre Aguirre, quien también dirigió equipos médicos de ambulancias militares en la Guerra del Pacífico y participó en la comisión de Sanidad Pública durante la pandemia de cólera de 1868.

El 23 de enero de 1901 se anunció su muerte, ocurrida en Cartagena, Valparaíso. Hoy se le recuerda como uno de los médicos que marcó la historia del país y de la Universidad de Chile, donde en 1922 se inauguró el Instituto de Anatomía a modo de conmemoración de su centenario. En 1952, se le dedicó el mayor homenaje que ha tenido hasta hoy: se inauguró el Hospital Clínico Universidad de Chile Dr. José Joaquín Aguirre, en honor a quien introdujo en el país el concepto de “hospital universitario”. 

Rosa Devés: «La educación pública es una forma de habitar el país»

En sus más de cinco décadas en la Universidad de Chile, la nueva rectora ha visto en primera fila la historia reciente del país y sus efectos en la educación pública. Científica, admiradora de las nuevas generaciones y preocupada por el sentido de comunidad, Devés ha sido pionera en innovaciones vinculadas a la educación en ciencia y a la inclusión en el acceso a la educación superior. “Las diversidades siempre han estado en la universidad, pero hemos sido muy ciegos a ellas”, advierte.

Por Sofía Brinck y Evelyn Erlij

Los tiempos de las mujeres todavía avanzan de forma más lenta que los de los hombres. Basta con hacer un poco de memoria: recién, hace poco más de veinte años, empezó a ser habitual ver presidentas liderando países o mujeres en cargos de gran importancia. “Son una clara minoría, pero también son más”, dice la reconocida historiadora Mary Beard en el libro Mujeres y poder, donde también señala otro hecho innegable: que si los discursos —mediáticos, políticos— tienden a destacar “la llegada” de mujeres a cargos de poder, es porque aún son percibidas como elementos ajenos a él; como si estuvieran “apoderándose de algo a lo que no tienen derecho”.

Cuando se conocieron los resultados de las elecciones por la rectoría de la Universidad de Chile, el pasado 12 de mayo, los medios de comunicación se dedicaron justamente a destacar que la ganadora, Rosa Devés Alessandri, es la “primera rectora” en los 179 años de historia de la Casa de Bello. Se trata de un gran hito, sin duda, pero la carrera que ha construido la bioquímica y Profesora Titular de la Facultad de Medicina es imposible de reducir en esa etiqueta. Destacada científica, su trabajo en el campo de la fisiología celular y los mecanismos de transporte en membranas biológicas ha sido reconocido nacional e internacionalmente, y le valió la incorporación como Miembro Correspondiente en la Academia Chilena de Ciencias en 2003. 

Su camino profesional comenzó en la década del sesenta, cuando aún no era tan común que las mujeres ingresaran a la educación superior —hacia el año 1960, solo ocho mil chilenas tenían estudios universitarios—, menos aún a carreras científicas.

—Siempre tuve claro que iba a entrar a la universidad, nunca fue una cuestión ni siquiera discutida. Es cierto que entre las mujeres de mi colegio, de mi generación, la mayoría entró a estudiar Pedagogía. Mi proyecto de niña era estudiar Ingeniería, pero esto cambió al despertar el interés por la ciencia. Fue una decisión importante que tomé bien sola y que fue difícil. Mi padre fue decano de Ingeniería en la Universidad Católica por nueve años, hasta 1967, y yo entré en 1968 a la universidad. Crecí y me desarrollé intelectualmente con este padre decano, y eso, junto con una vocación por las matemáticas, era el camino que uno iba a seguir, el camino del padre. En ese sentido, entrar a la Universidad de Chile y a una carrera distinta representó una decisión importante, autónoma y difícil. No fue un camino trazado. 

¿Cuál era su visión de la universidad cuando llegó por primera vez? ¿Qué esperaba de ella? 

—La profesión científica era algo muy nuevo en ese momento, la carrera de Bioquímica solo tenía ocho años. Hasta entonces, quienes se dedicaban a la ciencia profesional venían de profesiones como Medicina, Agronomía, Odontología o Ingeniería, y formarse específicamente en ciencia era bastante nuevo. Una entraba en modo de estudio, no tenía tanta conciencia de que ingresaba a esta institución tan importante y de riquezas diversas. Era entrar a un mundo nuevo, sin mucha claridad, porque una venía a sumergirse en esta forma de estudiar, de mirar el mundo, de comprender la naturaleza. Era como una ventana abierta, ya que nadie en mi familia se había dedicado a la ciencia. 

¿Cómo fue hacerse un espacio en entornos históricamente masculinos, como la política universitaria o la academia? 

—Por el camino que me correspondió, tuve que luchar menos con esos prejuicios. Las carreras científicas son bastante democráticas. Es un conocimiento que se desarrolla en base a evidencias, a información muy objetiva que te va dando voz y presencia. Puede ser difícil llegar, pero una vez que estás ahí, son carreras en las que, en general, hay democracia, incluso intergeneracional. No sentí discriminación desde el punto de vista de género, tampoco sentí en absoluto que tuvieran más voz los hombres. Éramos bastantes mujeres, y el Departamento de Fisiología y Biofísica, el área de la Facultad de Medicina donde luego desarrollé mi carrera académica, era un lugar con liderazgos importantes de mujeres que se anticiparon, que hicieron el trabajo para que llegáramos nosotras. Tuve una vida particular en ese sentido, soy muy consciente de que no represento el común, y eso posiblemente tiene mucho que ver con que yo esté aquí hoy. Sé que no era igual en todas partes, porque había departamentos en la misma facultad donde la situación era distinta. La carrera científica es de mucho esfuerzo y sacrificio a nivel familiar, sin duda. En el espacio laboral, no había desigualdades fuertes, pero cuando se considera la vida integralmente sí, porque la ciencia es una carrera de una entrega muy intensa y esto es difícil de abordar cuando se tiene hijos y familia. Y ahí, sin la ayuda y el sacrificio de otras mujeres, de la madre, de las trabajadoras del hogar, no habría sido posible el desarrollo que tuvo mi carrera. 

Dentro de la universidad le tocó vivir la Reforma Universitaria, el tiempo de la Unidad Popular, el golpe, la dictadura, el retorno a la democracia. ¿Cómo han impactado estos distintos momentos históricos en su forma de concebir la universidad pública? 

—Han sido esenciales. Uno crece y se desarrolla constantemente en la universidad, el aprendizaje es permanente. Yo viví estos 50 años en la Universidad de Chile. Ingresé como estudiante durante la reforma, entonces no solo se entraba a esta institución que representaba un mundo complejo y diverso, sino también a un espacio que se estaba cuestionando para alcanzar una mayor democracia universitaria. Estaban pasando cosas parecidas a las de hoy al interior de una universidad que se debe a la sociedad. Uno venía con un compromiso con el estudio principalmente, y cuando te incorporabas, te empezabas a dar cuenta de que serías parte de una serie de cambios, de algo mucho mayor. Esta voluntad de cambio estaba impulsada en gran parte por los estudiantes y  los académicos jóvenes. A poco andar, cuando la reforma se estaba estableciendo, vino el golpe, la gran tragedia nacional. 

¿Cómo fue vivirlo en la universidad? 

—Al ser la Facultad de Química y Farmacia más pequeña y de corte científico, el efecto no fue tan dramático como en las Humanidades y las Ciencias Sociales. Pero fue un choque terrible pasar de estar en una universidad que era de Chile a una universidad intervenida. El año 74 me fui al extranjero a hacer mi doctorado y posdoctorado, y volví a fines de 1980 como académica a vivir con mucha intensidad la recuperación de la democracia. Esto marcó mucho mi compromiso con la institución y con el país, porque la Universidad de Chile jugó un rol muy importante en la recuperación de la democracia, no solo la nacional sino también interna, porque todas las autoridades eran hasta entonces designadas. Es difícil para las generaciones más jóvenes entender lo que vivimos con autoridades que eran no-autoridades, como los rectores delegados, los decanos designados. Aprendimos a convivir con reglas propias, sin establecer vínculos con la autoridad, porque no la reconocíamos. Somos una generación que creció con una valoración muy fuerte por la autonomía universitaria.

¿Cómo cree que esa experiencia influirá en su rectorado? Especialmente en la relación con los jóvenes. 

—Creo profundamente en el valor de la comunidad, la universidad se debe a ella. Un trabajo importante que tenemos que hacer es fortalecer los vínculos con las generaciones más jóvenes y hacernos cargo de la formación que requieren en el mundo de hoy. Una formación que les haga sentido, que no disocie el compromiso político con el aprendizaje de una disciplina, sino que logre integrar ambas cosas. Eso implica una forma distinta de enseñar, un espacio de enseñanza-aprendizaje diferente, más situado en los contextos reales. Implica abrir la universidad a la sociedad, no solamente en el discurso, sino que en la interacción real. Esto requiere de muchos cambios que son esenciales para que la educación nos prepare para un futuro incierto y complejo. 

¿Qué le sorprende de las nuevas generaciones?

—Tengo mucha admiración por ellas. Si vemos los cambios que están ocurriendo en el país, las y los jóvenes, en general, y los universitarios, en particular, han cumplido roles muy importantes impulsando procesos con alto impacto social y político. Esto no es algo generalizado en el resto del mundo. La generación que hoy dirige el país estaba hace muy poco en la dirigencia estudiantil en la Universidad de Chile. Sin embargo, por lo mismo y con mucha honestidad, me preocupa que se debilite la organización estudiantil en la universidad. Debemos apoyar a las organizaciones que hoy desarrollan distintos proyectos, conocerlas, comprender sus anhelos y preocupaciones, establecer vínculos, relacionarnos más profundamente con los y las jóvenes, con nuestras y nuestros estudiantes. A ellas y ellos nos debemos, les necesitamos, les necesita el país y la universidad. 

Inclusión y diversidad

Rosa Devés no solo ha sido testigo y protagonista del último medio siglo en la historia universitaria, ocupando cargos clave como la Prorrectoría, la Vicerrectoría de Asuntos Académicos, la primera dirección del Programa de Doctorado en Ciencias Biomédicas y la subdirección del Instituto de Ciencias Biomédicas. También ha sido pionera en temas como la inclusión y equidad en el ingreso en la educación superior, ámbito al que le ha dedicado los últimos ocho años, siendo uno de sus mayores logros la creación del Sistema de Ingreso Prioritario de Equidad Educativa (SIPEE), una vía especial de acceso de estudiantes del sistema escolar público a la Universidad de Chile. 

En paralelo, una de sus grandes preocupaciones ha sido fomentar un cambio de paradigma en la enseñanza de las ciencias en las aulas, lo que la llevó no solo a participar en la reforma curricular de 1996-2002, sino también a fundar junto a Jorge Allende el Programa de Educación en Ciencias basada en la Indagación (ECBI) para la Enseñanza Básica. Detrás de esta inquietud, está la idea de dejar de ver la ciencia como un mundo lejano e inalcanzable habitado por personas de bata blanca, sino de entenderla como una forma de acercarse al mundo y hacerse preguntas, es decir, como una forma de pensar y no como el resultado de un experimento en un laboratorio.

—Una escuela fundamental en este ámbito ha sido la experiencia de trabajar en la innovación de la educación en ciencias a nivel escolar. Mi aproximación se inicia el año 2000, cuando tuve la oportunidad de colaborar con el Ministerio de Educación en el primer currículum posdictadura. Luego, en 2003, iniciamos el ECBI, un proyecto que ha marcado fuertemente mi vida, orientado a innovar la educación en ciencia a nivel escolar, de manera que la ciencia se aprenda a través de la indagación, del descubrimiento; no desde un libro. Científicos y profesores hemos trabajado juntos, orientados por el objetivo de que la actividad científica prepare para ejercer una ciudadanía responsable, ya que la ciencia, junto con la comprensión, nos entrega habilidades y actitudes esenciales en la vida. Los niños son universalmente curiosos, y esa fuerza debe aprovecharse para el aprendizaje de la ciencia. La actividad científica es una escuela de convivencia. 

¿En qué sentido?

—Porque hacemos una pregunta en colectivo, la depuramos, planteamos una forma en que vamos a buscar una respuesta y generamos información. En el momento en que tienes una explicación científica, la pones en discusión, y a partir de eso surgen nuevas preguntas. Hay una relación de honestidad con el dato, de respeto con el otro, de discusión en base a evidencia, que es muy formativa para la vida y tiene un profundo contenido humanista. Este programa sigue siendo muy influyente, y se ha expandido a lo largo de Chile.

Un cambio de paradigma que usted ha impulsado al interior de la universidad han sido los programas de inclusión. Hoy hay mucha más diversidad en las aulas.

—Las diversidades siempre han estado en la universidad, pero hemos sido muy ciegos a ellas. No todos los jóvenes eran iguales ni venían con la misma formación, pero queríamos creer que era así. Había incluso un cierto prejuicio al decir que por ser una universidad pública, basta poner un pie acá para que todos seamos iguales, sin considerar que las preparaciones académicas eran diferentes, que algunos jóvenes se demoran dos horas en llegar a clases y otros 15 minutos, y que quien se demora dos horas venía con frío y otros no. Lo que han hecho los programas de inclusión no es solo abrir la puerta a miles de jóvenes que antes estaban excluidos, sino también, nos ha hecho más conscientes de que debemos preocuparnos de atender las diferencias. Con ellos la Universidad ha asumido de manera más seria su responsabilidad, y de ahí surgen los sistemas de acompañamiento y apoyo que han sido muy transformadores. Poner la diversidad al centro, como valor de la Universidad de Chile, también tensiona la forma en que entendemos la educación, y por eso nuestro modelo educativo y nuestro plan de desarrollo institucional han ido cambiando. 

¿Qué lugar tendrá la cultura en su rectorado?

—Estamos comprometidas en que tenga un lugar central, tanto aquella que tradicionalmente la Universidad de Chile ha resguardado y desarrollado para el país, como las nuevas formas de expresión cultural. Vicuña Mackenna 20 será un motor de cambio, porque por fin se dotará al Centro de Extensión Artístico y Cultural de la casa que vienen esperando hace 80 años, en un lugar tan emblemático de Santiago, además, que hay que recuperar. También está Carén, donde habrá una integración de saberes entre las ciencias y las humanidades, y, por supuesto, está la Facultad de Artes, un espacio académico que admiro mucho y que requiere de nuestro apoyo. Igualmente estamos comprometidas con la instalación de la Plataforma Cultural del Campus Juan Gómez Millas y el importante vínculo con el entorno que se va a generar desde ahí.

Volviendo al inicio de esta entrevista, ¿qué cree que le dio la educación pública cuando era estudiante y qué cree que necesitamos recuperar de ese modelo?

—Me permitió entrar a Chile. Venía de la educación privada, y al incorporarme a la educación pública en la Universidad de Chile sentí que entraba al país realmente; sentí que iba al encuentro de otros y otras en las mismas circunstancias y con un objetivo común. Eso es lo que me dio, y lo que soy, desde el punto de vista intelectual y científico, se lo debo a esta Universidad; soy producto de ella. Hoy estamos en un momento crucial para recuperar y fortalecer esos valores. Es lo que hemos promovido desde las universidades estatales en general: la comprensión de la educación pública como un sistema, que incluye todos los niveles de la educación y se hace cargo del derecho a la educación a lo largo de la vida. Es decir, la educación pública como una forma de habitar el país.

Crisis habitacional: acciones urgentes para un cambio a largo plazo

Ad portas de un plebiscito para aprobar o rechazar una nueva Constitución, y en medio de una crisis económica global, el gobierno de Gabriel Boric enfrenta complejos desafíos en torno a los temas de vivienda y ciudad. El Ministerio de Vivienda y Urbanismo no solo debe pavimentar el camino hacia el fin del modelo subsidiario, opina Fernando Toro, académico del Instituto de la Vivienda de la Universidad de Chile; sino también dar una respuesta urgente, como el Plan de Emergencia Habitacional, ante la existencia de miles de personas que viven en condiciones precarias.

Por Fernando Toro Cano

No es novedad que Chile experimenta una profunda crisis habitacional. Si bien el problema de la provisión y ubicación de las viviendas es histórico, la imposición y consolidación en las últimas décadas de un modelo neoliberal que ha desregulado, liberalizado y privatizado la producción del hábitat ha sido parte central del engranaje que hoy se materializa en una profundización de la desigualdad y precariedad socioespacial.

Si hace algunos años se comenzaba a hablar de abordar el déficit cualitativo de las viviendas construidas bajo la ilusión de que dejábamos atrás el déficit cuantitativo[1], hoy las estadísticas muestran lo contrario: no solo debemos mejorar lo existente[2], sino que además debemos producir lo inexistente. El problema de la vivienda dejó de ser un tema material que afecta exclusivamente a la población de escasos recursos y que se expresa a través de la masiva proliferación de campamentos o asentamientos precarios. Hoy, afecta a la mayoría de la población, manifestándose de diversas maneras tales como el allegamiento, hacinamiento[3], el arriendo precario, el abuso inmobiliario, el alto porcentaje de los ingresos familiares gastados en vivienda o el excesivo endeudamiento.

Basta mirar los números para entender la magnitud y expresión de la situación. Acá algunas estadísticas: entre el año 2011 y el 2021 los hogares habitando en campamentos se triplicaron llegando a más de 81.000[4]. Por otro lado, mientras el precio de las viviendas en ciudades como el Gran Santiago han subido un 150% entre 2009 y 2019, los ingresos solo han incrementado en un 25%[5]. Por otro lado, en términos de deuda y créditos hipotecarios, un 70% de los hogares tiene algún tipo de deuda, donde la hipotecaria representa el 38%[6]. A lo anterior se suma que el quintil más pobre gasta cerca del 50% de sus ingresos en arriendo[7].

Según voces expertas en la materia, lo anterior se debe a múltiples factores, tales como los altos niveles de especulación inmobiliaria, el incremento en los valores del suelo, mayor demanda habitacional por cambios sociodemográficos, creciente costo de la vida en general y alza en los precios de materiales, que en los últimos dos años se ha exacerbado, entre otros. Si bien lo anterior reduce los problemas del hábitat a una dimensión cuantitativa de vivienda, es evidente que estamos frente a un problema político estructural que requiere profundos cambios. Más allá de la promesa del gobierno de Gabriel Boric de construir 260 mil viviendas en cuatro años, el cómo se construirán, entregarán y administrarán viviendas en el futuro también aparecen como preguntas centrales. ¿Cuál será el rol del Estado y las comunidades después de estos cuatro años? ¿Cómo prepara el gobierno una nueva institucionalidad que abrace el derecho a la vivienda y la ciudad en caso de aprobarse el plebiscito de septiembre?

Entre la urgencia material de corto y el proyecto político de largo plazo

El desafío no es simple. Dejar atrás el modelo subsidiario de vivienda como parte del andamiaje neoliberal impuesto hace 40 años requiere tiempo y acciones estructurales, pero también es imperioso dar respuesta a los cientos de miles de hogares que necesitan una respuesta en el corto plazo. Movimientos, agrupaciones y comités de vivienda están atentos a este proceso, y con justo recelo siguen con atención la instalación de un gobierno que parece estar ya entrando en acción.

En su cuenta pública del día 25 de mayo, el ministro de Vivienda y Urbanismo, Carlos Montes, además de dar cuenta de lo hecho por la cartera durante el año 2021 e inicios del 2022, abordó dos iniciativas urgentes: el Plan de Emergencia Habitacional, lanzada el pasado 3 de julio, y el Plan de Iniciativas Urbanas. El primero tiene entre sus componentes robustecer el banco de suelo público con el fin de adquirir suelo bien localizado, implementar nuevas formas de producción de vivienda a través de cooperativas y autogestión, promover modalidades de tenencia como el alquiler público y la propiedad colectiva, acortar los tiempos de postulación y asignación, y buscar soluciones integrales e interministeriales para los campamentos, entre otros. El segundo, por su parte, tiene como objetivo abordar el entorno habitacional a través obras de mejoramiento, nuevos modelos de gestión urbana para proyectos específicos, inversión en parques, espacio público y movilidad, promover una intervención integral en entornos barriales y pequeñas localidades, y desarrollar iniciativas ligadas a la nueva ley de copropiedad, así como también controlar la proliferación de parcelas de agrado fuera del límite planificado. A estos planes se incluyen ejes transversales, tales como la necesaria acción intersectorial, preocupación por el medio ambiente, accionar con enfoque feminista y de derechos humanos y el fortalecimiento de la participación, bajo el término “corresponsabilidad”.

Valparaíso. Crédito: Fernando Toro.

De todo lo mencionado destacan tres iniciativas que van en la doble dirección y que actúan como sistema interrelacionado para abordar la emergencia en el corto plazo y fortalecer el rol del Estado en el largo: el fortalecimiento de un “Banco de Suelo”, la creación de un “Sistema de Arriendo Público” y la política “Construyendo Barrios”. Respecto del Banco de Suelo, el MINVU junto al Ministerio de Bienes Nacionales ya han declarado que trabajarán coordinadamente para abordar un aspecto que han calificado como “cuello de botella” para materializar viviendas integradas, y del que hasta hoy no se tiene un conocimiento detallado: la disponibilidad de suelo público bien ubicado que pueda ser destinado a vivienda de interés social. Esto permitirá tanto dar cabida a proyectos que hoy solo encuentran solución en la periferia, como también disminuir la especulación con terrenos públicos, permitiendo en parte una mayor regulación de los precios. Asimismo, el “Sistema de Arriendo Público” posibilitará a los hogares acceder a una vivienda a precios protegidos por el Estado, alivianando el peso de estos en su capacidad de pago. Si bien el subsidio de arriendo (DS52 del año 2013) ha sido pionero en esta materia, se espera que el gobierno avance a una institucionalidad más robusta que supere la sola gestión de subsidios, cuajando alianzas con instituciones regionales y comunales que podrían potencialmente administrar estas unidades de manera descentralizada, permitiendo al sector público convertirse en un actor relevante en el mercado. Finalmente, el gobierno está apostando por la urbanización integral de campamentos a través del programa “Construyendo Barrios”. El éxito de esta política, y la superación de los errores del pasado, dependerá del trabajo coordinado que se realice junto a ministerios como Desarrollo Social y Familia, Mujer y Equidad de Género o Economía, promoviendo una integración sociocultural y laboral que supere el componente exclusivamente espacial e integre de forma multidimensional a la población que se radicará en dichos barrios.

La implementación de los planes e iniciativas mencionadas también dependerá de una reestructuración de la institucionalidad y gobernanza. Por ejemplo, la Subsecretaría de Desarrollo Regional deberá jugar un rol importante al articular esfuerzos con los gobiernos regionales, los que a su vez deberían fortalecerse en los próximos cuatro años[8], asumiendo un mayor protagonismo en el diseño, gestión e implementación de políticas habitacionales y de ciudad junto a las Secretarías Regionales Ministeriales y los Servicios Regionales del MINVU. Los municipios también deberán asumir un papel importante. Los gobiernos locales están llamados a proveer las alianzas necesarias para materializar políticas y programas piloto que permitan, justamente, hacer carne la promesa de un sector público con mayores recursos[9] y atribuciones, y con mayor pertinencia territorial. Asimismo, en un contexto de aumento en las tasas de interés, de necesidad de dinamización del sector construcción y de altos costos de materiales, el sector privado (constructores y financistas) también aparecen como actores claves. El gobierno no ha sido indiferente a este hecho y ya ha anunciado nuevos mecanismos e incentivos al sector, tales como aumento de subsidios y préstamo a constructoras en los proyectos de integración social. Si bien estas operaciones son recetas antiguas, son mecanismo que responden de manera eficaz a mantener este andamiaje, que requiere aceite en el corto plazo para llegar a los desafíos de fondo.

En definitiva, aparecen las primeras luces de un camino que no será fácil para el gobierno de Boric y los que le sigan. En el mediano plazo el gobierno no juega solo. Para seguir avanzando en estos cambios profundos deberá esperar a que la ciudadanía se exprese en las urnas y apruebe una nueva Constitución. No solo eso, tras ello deberá realizarse un importante trabajo, tanto ejecutivo como legislativo, a fin de sentar las bases que permitan avanzar hacia el prometido Estado de bienestar en materia habitacional. No obstante, ambas condiciones no aseguran el éxito; la experiencia en otros países de la región que consagran el derecho a la vivienda y a la ciudad en sus constituciones como Brasil o Ecuador demuestran que ello es solo el primer paso. En este sentido, las acciones concretas desde el Ejecutivo, el diálogo y trabajo permanente con las comunidades y la efectiva difusión de los avances aparecen como ingredientes clave para acompañar las políticas, planes y programas que apunten a solucionar las urgencias, pero sin olvidar el horizonte.


[1] Se sitúa entre las 600.000 y 750.000 viviendas, dependiendo de la fuente.

[2] La suma del déficit cuantitativo y el cualitativo bordea las 1.300.000 viviendas.

[3] En un 11% de los hogares según estadísticas del 2020.

[4] Catastro de Campamentos 2021, Techo-Chile y Fundación Vivienda.

[5] Instituto de Estudios Urbaos y Territoriales UC – Inciti, 2019.

[6] INE, 2020; Banco Central, 2020.

[7] OCDE, 2020.

[8] Sólo el 14,5% por ciento del gasto nacional total es ejecutado por gobiernos subnacionales (regionales y municipales), muy lejos del 27,4 por ciento promedio de los países que integran la OCDE.

[9] Mientras comunas como Vitacura tienen ingresos por $1.129.510 por habitante, Cerro Navia cuenta con 143.328, es decir, casi el 10%. (Observatorio del Gasto Fiscal, 2017).

Democratizar la sociedad… ¿Politizar la democracia?

Malestar,crisis de confianza, desigualdad. Las instituciones de la gobernabilidad en el mundo no han dejado de “tambalearse” al son de estos conceptos, y la causa no sería solo la insatisfacción de demandas básicas. Todo indica que la democracia estaría colapsando ante condiciones y problemas inéditos que exceden a la política. […]

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Roser Bru (1923-2021)

Por Rocío Gómez

“Soy de origen catalán y de vida chilena, entonces tengo dos tierras”, dijo Roser Bru en una entrevista de la serie Maestros del Arte Chileno. La artista catalana-chilena nació en Barcelona, se exilió con su familia en París, luego volvió a España y durante la guerra civil española migró a América Latina poco antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial. 

Era 1939 cuando zarpó el Winnipeg, el famoso barco que transportó a refugiados españoles desde Francia y que recalaría dos meses después en el puerto de Valparaíso. A bordo de la nave, nadie sabía muy bien cómo sería la tierra de destino. “Algunos decían que llueve, otros decían ‘hace sol’, pero, claro, llueve y hace sol, si es una tira tan larga”, afirmó Bru en una entrevista archivada por el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, donde contó que lo único que traía consigo era un libro sobre impresionismo. 

“Autorretrato”, Roser Bru, 2014.Crédito: Fundación Roser Bru

Instalada en Chile, pintaría desde cajas de chocolate, botones y vajilla, hasta cuadros, textiles y una gran cantidad de pinturas, que en 2007 llenarían el segundo piso del Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile para celebrar el aniversario número 60 de la institución. Su obra le valió más de una decena de distinciones en Chile y el mundo, entre ellas, el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2015. 

Desde pequeña sabía a qué quería dedicar su vida. En el colegio, en España, practicaba acuarela, y el mismo año de su llegada a Chile ingresó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Allí, fue discípula de Israel Roa y Pablo Burchard, y cursó dibujo, pintura y mural hasta 1942. Como estudiante, participó en el Grupo de Estudiantes Plásticos junto a otros artistas de la generación del 50 y más tarde formó parte del Taller 99 de Nemesio Antúnez. 

Comenzó con el dibujo y la pintura, pero también trabajó el grabado y experimentó con diversos medios de soporte para sus obras. Recorrió varios estilos, técnicas y materialidades. Se mantuvo fiel a su creatividad, sintiendo y oyendo “las voces de los materiales”, según contó en una entrevista. “En general, todo viene por el pensamiento, por la cabeza —afirmó—. Me imagino una cosa, y a veces no hago ni un croquis ni nada, sino que ataco el dibujo. O, cuando hago grabado, la plancha y también las obras mismas te dan ideas”. 

El estilo de la artista se caracteriza por la incorporación de símbolos, tachaduras y a veces imágenes reconocibles como las meninas de Velásquez, Frida Kahlo o Gabriela Mistral. Entre sus temáticas estuvieron la memoria, la muerte, la guerra y los lazos entre el presente y el pasado. En sus obras, a menudo aparecían referencias a elementos cotidianos o figuras humanas, en especial el cuerpo de la mujer. “El cuerpo grávido, expandido, duplicado, parece ser una imagen permanente que atraviesa toda la obra de Roser Bru”, escribe Diamela Eltit. El trabajo de Bru también da cuenta de su posición política: participó con una obra en la campaña de Allende, donó textiles a la UNCTAD y durante la dictadura comenzó a incluir fotografías, palabras, números y documentos para hablar de los detenidos desaparecidos durante esa época. 

“Vivir es cierto, morir también”, apuntó alguna vez en una de las notas que solía escribir. Entre gubias, pinceles y el olor de los acrílicos, la artista falleció en 2021 a los 98 años en Chile. 

Plurinacionalidad, el potencial político de los pueblos

Es una de las palabras que se repiten una y otra vez, en particular al interior de la Convención Constitucional. ¿Pero qué implica realmente la plurinacionalidad? El historiador Claudio Alvarado Lincopi responde a esta pregunta y advierte que no se trata de tolerancia, “sino de atribuirnos entre todos los pueblos las capacidades para construir una vida común en simetría de dignidades”.

Por Claudio Alvarado Lincopi

Hay un guion de la historia nacional que ha buscado edificar el país como un oasis, o mejor aún, como una isla, una tierra aislada por el mar y la cordillera, y que en su aislamiento ha edificado un pueblo amalgamado bajo la sombra de los héroes patrios. Pero algo aconteció un 18 de octubre: esos héroes petrificados en la monumentalidad pública fueron rasgados y/o saturados de sentidos, y sobre ellos se izó una tela como símbolo improbable, la bandera de un pueblo ensombrecido movilizando nuevas voluntades colectivas, la wenufoye. Y entre esas fracturas desmonumentalizadoras e ideaciones de una nueva comunidad política en emergencia, de contactos y flujos culturales varios, brotó, desde largas ensoñaciones indígenas, una nueva palabra para el debate público en Chile: plurinacionalidad. 

No era parte del canon, nadie antes sino los movimientos indígenas habían empujado esta “palabra mágica” para intentar construir puentes de diálogos políticos y culturales, y empujar agendas que garantizaran derechos colectivos. No ha sido fácil, las nociones políticas son campos de disputa y solo alcanzan sentido cuando son significados mediante la sutura de los lenguajes heredados y las diatribas de las nuevas quimeras. Y en ese empalme nos encontramos, siguiendo una pulsión que toma cuerpo, que se edifica como nuestra plurinacionalidad y dialoga con ideas hermanas como autonomía y territorio, sostenidas en principios básicos como reconocimiento y redistribución del poder y de las condiciones materiales de existencia. El desafío es inmenso e implica fuertemente a las sociedades indígenas, pero también sacude definiciones basales de la sociedad chilena.  

Inés, ¿podemos vivir juntos? 

Un momento de conmoción mayúsculo en la obra Xuárez, dirigida por Manuela Infante, es cuando Patricia Rivadeneira, interpretando a Inés de Suárez, duda frente a un grupo de mapuche que quemaron Santiago un 11 de septiembre de 1541. Su destino, como sabemos, es decapitar esas cabezas y afianzar con ello la reciente conquista e instalación de las fuerzas hispanas en el valle del Mapocho. En la obra, Inés duda, y en ese momento las futuras cabezas degolladas comienzan a entonar en coro: “hazlo Inés, haz lo que debas hacer, para alertar a los nuestros de lo que son capaces los vuestros, para que nunca lleguen a confiar, para que se levanten a vuestro paso donde sea que caminen”.    

La decapitación como un aviso, como una advertencia de siglos. Santiago de Chile, la capital del Reyno y luego del país, desde hace casi 500 años sostenida sobre un rito sacrificial del colonialismo. Parece un trágico vaticinio que, con el paso del tiempo, lamentablemente se ha tornado una aciaga certidumbre. 

Aquí yace un primer dilema que los propios chilenos deberán contestar. Inés, ¿podemos vivir juntos? Es una respuesta que no compete a los pueblos indígenas, le compete a los chilenos y su historia, y sobre todo a los chilenos y sus futuros. ¿Se logran imaginar conviviendo con otros pueblos y naciones en la misma comunidad política? Tiendo a pensar, todavía con la ensoñación utópica que habitó la revuelta popular, que hay margen para esa posibilidad. En cualquier caso, plurinacionalidad no es una cuestión solo de indígenas, sino que es una cuestión de Chile y su atadura con las decapitaciones de Inés. Es Chile, los chilenos y sus fantasmas.      

Reconocimiento, el primer paso

Escribir una Constitución es, de algún modo, una batalla cultural. Las ideas circulan, se propagan y refugian entre nichos y multitudes, son masticadas por primera vez para algunos, mientras que otras encuentran el momento definitivo para irradiar el mundo luego de años y décadas de susurros y pregones. Y entre esas novedades y expansiones, las palabras se tensionan, la pugna se hace carne, las posiciones se encuentran y conflictúan, y aunque la batalla toma forma de lid legislativa, se discuten horizontes de convivencia mediante una lucha por el lenguaje, que recorre toda la sociedad en una realidad desigualmente estructurada.

Hace algunos días, el exalcalde de Temuco y actual diputado de Renovación Nacional Miguel Becker —perteneciente a una tradicional familia de colonos alemanes de la zona—, ante el crecimiento y difusión de la palabra Wallmapu al interior del lenguaje político, utilizado incluso por la ministra Izkia Siches, decía: “No se llama Wallmapu, se llama Región de La Araucanía y así estamos orgullosos de llamarla”. El proceso constituyente, en tanto debate cultural, ha permitido que salga a flote una batería de conceptos anteriormente vedados, entre ellos, el lenguaje de la plurinacionalidad, un lenguaje que abruma a ciertos sectores, volviéndose un desafío ineludible para la constitución de lo plural.  

Es que, durante los últimos meses, entre los viejos salones del Congreso Nacional han retumbado palabras como descolonización, itrofil mongen, poyewün, derecho de la naturaleza, Wallmapu, autonomía, pluralismo jurídico, territorio; una serie de categorías que a oídos de las élites blanquecinas resuenan incomodas, incluso más, emergen incomprensibles. Aquí yace un gran desafío de la plurinacionalidad: reconocer los lenguajes ocultos, habitar una acción comunicativa donde lo que antes eran susurros se vuelve presencia simétrica, permitiendo con ello la construcción de un espacio de diálogo de racionalidades. Este reconocimiento implica volvernos inteligibles unos con otros, aceptar la condición humana de los diversos pueblos, con sus trayectorias y proyecciones. No se trata de tolerancia, sino de atribuirnos entre todos los pueblos las capacidades para construir una vida común en simetría de dignidades.

Esto significa también reconocer diversas formas culturales de organización de lo político, junto con asentir sobre la existencia de una serie de modelos de justicia y de salud que conviven y se traslapan, así como lenguas que cohabitan los mismos paisajes, además de admitir la existencia de territorios reclamados por las naciones despojadas, y buscar, por tanto, reparaciones para asegurar un nuevo pacto de convivencia entre los pueblos de la comunidad política plural que emerge. 

Todo ello implica reconocer: no es un gesto de bienaventuranza multicultural, sino un acto político de convivencia entre naciones y pueblos, un pacto para vivir en común que remueve cimientos generales, que sacude estructuras tradicionales enquistadas del Estado decimonónico, que invita a pensar tanto los derechos de los pueblos indígenas como las formas políticas mediante las cuales se distribuye el poder.      

La urgencia de superar el multiculturalismo

La espada de Inés de Suárez durante el siglo XIX tuvo una actualización fatídica. Utilizando supuestos modelos científicos, se construyó la idea de civilización versus barbarie, dando pie con ello a impulsos colonizadores por parte del Estado republicano; colonialismo interno o colonialismo de colonos le llama el pensamiento mapuche contemporáneo. Si bien muchas de las actuales situaciones políticas se explican por estos procesos de despojo e inferiorización, los modelos de exclusión se refinaron.

Durante la primera mitad del siglo XX, mediante un uso limitado de la idea de mestizaje, se intentó superar la existencia indígena en el país mediante su incorporación en el ideal nacional. Es lo que se conoce como indigenismo: ya no se era mapuche, aymara o rapanui, sino que chilenos todos. Esta operación asimilacionista comenzó a ser fuertemente criticada desde las décadas de 1970 y 1980, cuando surgieron nociones como los derechos colectivos de los pueblos indígenas o la reclamación por autonomía y autodeterminación. 

Ante este nuevo escenario, la exclusión se adornó de multiculturalismo, promoviendo aceptaciones culturales despolitizadas, celebrando la diferencia como atributo individual, mas no colectivo, impulsando incluso la comercialización de “lo nativo” y “lo ancestral”. Etnofagia se le ha llamado. Este momento multicultural, como bien reflexiona Claudia Zapata, vive una crisis desde hace algunos años, sobre todo por demostrar su incapacidad para solucionar conflictos históricos e impulsar reconocimientos que no ponen en tensión las estructuras del poder. 

Ante esta crisis, emerge la idea de la plurinacionalidad como posibilidad de transformar esos reconocimientos en redistribuciones del poder y de las condiciones materiales de existencia, particularmente la tierra y el territorio. Entonces, cuando se dice plurinacionalidad, se intenta situar la simetría en la relación entre los pueblos y buscar rutas para redistribuir la capacidad de gobernanza sobre los territorios y las estructuras institucionales, tanto las propias de los pueblos indígenas como las del Estado. Todo ello, por supuesto, necesita de traducciones concretas para cada realidad, y en aquel desenvolvimiento práctico nos encontramos. 

¿En qué va la Convención Constitucional? 

Hay algunas pistas que anuncian la concreción de nuestra plurinacionalidad en relación con la redistribución del poder al interior de la Convención Constitucional. Por una parte, hay una aspiración de transformar toda la estructura estatal para evitar ser arrinconados en políticas de focalización, sobre todo mediante la instauración de escaños reservados para indígenas que promuevan políticas plurinacionales desde las universidades hasta el Congreso, desde la Justicia hasta el Ejecutivo. De hecho, en un reciente artículo aprobado por el pleno de la Convención Constitucional se señala: “El Estado debe garantizar la efectiva participación de los pueblos indígenas en el ejercicio y distribución del poder, incorporando su representación en la estructura del Estado”. Aquí, lo plurinacional busca infiltrarse en cada operación política de lo público, edificando una aspiración profunda, a saber, reconstruir lo general y repensar lo universal, muy lejos de las acusaciones identitarias y separatistas levantadas por el establishment intelectual. Los pueblos indígenas buscan ser parte del quehacer político de lo total, y para ello un mínimo gesto de reparación y acto de justicia redistributiva son los escaños reservados.      

Por otra parte, y quizás este es el mayor triunfo de los convencionales indígenas, se ha logrado articular la plurinacionalidad con las demandas de autodeterminación y territorio. Dado que existe un reconocimiento de la preexistencia de los pueblos indígenas respecto del Estado, se señala en el artículo recién citado que las naciones indígenas “tienen derecho al pleno ejercicio de sus derechos colectivos e individuales. En especial, tienen derecho a la autonomía y al autogobierno (…) [y] al reconocimiento de sus tierras y territorios [terrestres y marítimos]”. Este es un salto cualitativo respecto a derechos colectivos indígenas en Chile, y ubica por fin al país en el siglo XXI. Con todo, un viejo anhelo de los movimientos indígenas comienza a emerger en el horizonte, y la posibilidad de profundizar la democracia en clave plurinacional está cada vez más cerca gracias a la Convención Constitucional. He podido observar que el trabajo de los convencionales indígenas y sus keyufe (asesores) ha sido titánico, como titánica será la tarea de materializar esos sueños compartidos luego del plebiscito de salida. Como sea, lo cierto es que la plurinacionalidad ya infiltró el sistema político, y su manifestación en Chile será imparable. Quizás es apresurado, pero —a buena hora, Inés—, quizás hoy estamos más cerca que ayer de vivir juntos.     

El incómodo silencio de quienes callan en una guerra

El pasado 5 de marzo, la agencia internacional de noticias Efe, único organismo informativo hispanohablante aún en Moscú, anunció la suspensión temporal de sus funciones en Rusia, en medio de una guerra cruzada por la desinformación. Aunque la agencia reculó en su decisión, la noticia causó sorpresa. La situación evidenció los riesgos que corren tanto periodistas como el derecho a la información en contextos bélicos. «Las guerras no solo empujan adelantos tecnológicos, sino también ponen a prueba la forma de comunicar; por lo tanto, de hacer periodismo, con los corresponsales y las agencias informativas, literalmente, en el frente», reflexionan Cristóbal Chávez y Claudia Lagos sobre los desafíos éticos y prácticos del periodismo en tiempos de guerra. 

Por Cristóbal Chávez Bravo y Claudia Lagos Lira

“Desde el punto de vista ético, es muy válida esta afirmación: ‘Ningún reportaje, ni aunque fuera el mejor del mundo, vale tanto como la vida de un periodista’. Pero sólo en teoría. En la práctica, existen muchas profesiones de alto riesgo. El piloto de avión también se expone a morir, pero no por eso concebiríamos ahora un mundo sin el transporte aéreo. ‘No vale la pena arriesgar la vida’, es una opinión muy noble pero poco realista”.
—Ryzard Kapuscinski, “El mundo de hoy. Autorretrato de un reportero”.

“Nunca, jamás, sentí que romper el silencio fuese tan importante”, afirma Mstyslav Chernov, camarógrafo y periodista de la agencia internacional estadounidense de noticias Associated Press (AP), quien junto al fotógrafo Evgeniy Maloletka fueron los últimos equipos de prensa en el bando ucraniano en evacuar Mariúpol, la ciudad sitiada por el Ejército de Rusia, y uno de los territorios más codiciados en este conflicto bélico. El lente de Maloletka capturó los macabros ataques a un hospital materno infantil en esta zona portuaria, material que los medios oficialistas rusos catalogaron como un montaje en Twitter y que le costó la censura, en esta red social, a un funcionario de Putin tras afirmar que el hospital bombardeado era la base de un supuesto batallón ucraniano neonazi. Sin embargo, una crónica de Chernov aportó más detalles de los crímenes de guerra que estaría perpetrando el país euroasiático. “La falta de información en medio de un bloqueo logra dos objetivos. El primero, generar un caos. La gente no sabe qué está pasando y cae presa del pánico. Al principio, no entendíamos por qué Mariúpol cayó tan rápido. Ahora sé que ello se debió a la falta de comunicaciones. El segundo objetivo es la impunidad. Al no haber información, no se ven fotos de edificios derrumbados ni de niños muertos y los rusos pueden hacer lo que les venga en gana. De no ser por nosotros, no se sabría nada. Es por ello que corrimos tantos riesgos, para que el mundo viese lo que vimos nosotros”, agrega.

Las guerras del siglo XX acorralaron las técnicas periodísticas decimonónicas, cuando los relatos cronológicos perjudicaban la cada vez más exigida premura periodística e iban en detrimento de la jerarquización de la información. Los conflictos bélicos demandaban a los corresponsales informar con celeridad los avances y progresos de las contiendas y, en los años de los telégrafos y los cables informativos, si la información se interrumpía, la pirámide invertida aseguraba, al medio que recibía el despacho, obtener la información más relevante. Las agencias informativas desarrollaron, perfeccionaron y consolidaron este método inductivo, es decir, de lo general a lo particular en una noticia. Y la agencia AP, la misma de Chernov y Maloletka, fue la primera en incorporar la técnica en sus primigenios manuales de estilos, lo que impulsó su expansión. Las guerras no solo empujan adelantos tecnológicos, sino también ponen a prueba la forma de comunicar; por lo tanto, de hacer periodismo, con los corresponsales y las agencias informativas, literalmente, en el frente.

En Chile, los años marciales de la dictadura de Pinochet también pusieron a prueba a los periodistas y, tal como en Ucrania, los corresponsales debieron torear los vaivenes de la censura. Los corresponsales de la agencia internacional de noticias española Efe recuperaban en basureros públicos y en estanques de agua de baños de restaurantes microfilms meticulosamente guardados por opositores al régimen que informaban sobre las protestas masivas contra la dictadura o sobre los detenidos por la policía secreta del régimen. Ser descubierto en ese acto podía costarle la vida al periodista, quien solo por informar ya era considerado un enemigo. También temieron en varias ocasiones que las pistas fueran una trampa de los mismos agentes de Pinochet y, en vez de una cinta, apareciera una bomba. Todos los cables informativos de las agencias internacionales eran revisados por los funcionarios de la Dirección Nacional de Comunicaciones (Dinacos) y desde las lúgubres salas de esta división telefoneaban a los corresponsales y delegaciones residentes que la dictadura consideraba “comunista”, en una lista que encabezaba Efe. Con botas y fusil en mano, los corresponsales en Chile (sobre)vivieron arrestos arbitrarios, expulsiones, hostigamientos, censuras, ataques físicos y amedrentamientos, así como allanamientos y cierres de oficinas. Algunas de esas historias pueden revisarse en el libro editado por Orlando Milesi, quien fue corresponsal de ANSA; en el de Carlos Dorat y Mauricio Weibel y en los informes anuales del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), que las documentó detalladamente en esos años de plomo.

La memoria periodística no debe olvidar el asesinato del camarógrafo argentino Leonardo Henrichsen, ejecutado en pleno centro de Santiago el 29 de junio de 1973 mientras filmaba el primer intento de golpe contra Allende, recordado como «tanquetazo». El corresponsal filmó su muerte, porque el lente de su cámara apuntaba directamente a su verdugo. La cinta sobrevivió a la censura y registró el asesinato a mansalva. Los corresponsales de las agencias internacionales suelen ser periodistas sagaces con reporteros gráficos o camarógrafos ubicuos que capturan el instante preciso y así, a veces, cambian el rumbo de las historias. En equipo, suelen eludir las censuras y desplegar diversos subterfugios para comunicarle al mundo lo que está ocurriendo durante un conflicto bélico o en medio de una crisis social. En ocasiones, son los únicos presentes en terreno y contribuyen a sostener el derecho a la información por sobre los discursos oficiales.

Periodista cubriendo protestas en Kiev, Ucrania, en febrero de 2014. Crédito de foto: Mstyslav Chernov.

El 5 de marzo de 2022, y por primera vez en medio siglo de funcionamiento en Rusia, la agencia Efe anunció que suspendía temporalmente su actividad informativa en ese país “como consecuencia de la aprobación de una nueva ley que prevé penas de hasta 15 años de cárcel por diseminar lo que las autoridades puedan considerar información falsa en relación con la guerra en Ucrania”. Hasta entonces, Efe era la única agencia noticiosa internacional en español reporteando desde Moscú. 11 días más tarde, la agencia hispanohablante más grande del mundo reculó y reanudó su actividad informativa en Rusia después de analizar el contenido y las consecuencias para el trabajo periodístico de la nueva ley rusa. La suspensión parcial de Efe en Rusia provocó un incómodo silencio en una agencia informativa que, por definición, callar no está entre sus opciones.

El premio Nacional de Periodismo chileno Abraham Santibáñez advirtió en un lúcido texto en 1974, apenas un año después del golpe de Estado, que no importa cuál sea el medio utilizado para ponerse en contacto con él, el ser humano seguirá necesitando la ayuda del profesional que lo sitúa en un contexto, que le explica las grandes corrientes ocultas en la avalancha noticiosa. A casi medio siglo, esa avalancha noticiosa es inconmensurable y oculta la veracidad de la información en infinitas formas entre las redes sociales digitales y aplicaciones de mensajería. Nunca se necesitó con más urgencia el contexto. Sea en el campo de batalla en Ucrania o en su frontera con Polonia; sea en los centros cívicos de Moscú o prestando atención a las comparecencias de las autoridades rusas. Y, en ambos casos, la muerte acecha al corresponsal. Pero la labor del corresponsal puede, también, contribuir a torcer el rumbo de los eventos, como la fotografía de la mujer embarazada en Mariúpol; la de Thi Kim Phuc, la niña quemada con napalm en Vietnam, foto de Nick Ut (también de AP) o el trabajo de la fotorreportera Dickey Chapelle, cuyo lente fijó en la memoria colectiva varias imágenes de Vietnam para National Geographic y, otra vez, para AP. El reportero chileno, Héctor Retamal, de AFP, entraba mientras todos salían de la ciudad china de Wuhan, ad portas de la pandemia y sin esas fotos hoy, también, sabríamos menos de esos primeros días virales. No obstante, entre los bailes de los soldados en el campo de batalla en Tik Tok y escrupulosos mensajes en Twitter sobre la guerra, usuarios en diferentes redes sociales digitales insisten en que la foto de la embarazada en Ucrania es un montaje. Parece que el contexto no es suficiente, pero replegarse y contribuir a zonas de silencio informativo tiene resultados similares a la ejecución de un fotoperiodista ejecutado mientras captura en imágenes a su verdugo.

Agencias y (des)orden mundial de la información

«Yo escribo, anoto la historia del momento, la historia en el transcurso del tiempo. Las voces vivas, las vidas. Antes de pasar a ser historia, todavía son el dolor de alguien, el grito, el sacrificio o el crimen«
Svetlana Alexievich, «Los muchachos de zinc».

“Cuando uno está metido en medio de una guerra, la propia situación hace que se sienta tan compenetrado, tan emocionalmente ligado a sus compañeros de fatigas, que acaba por identificarse con el bando al cual ha acompañado desde el principio. Por eso toda crónica de guerra está condenada a contener ciertas dosis de subjetividad, fruto de la implicación personal del cronista. Lo que sí se debe tratar de evitar es el peligro de caer en la ceguera y el fanatismo”, señalaba Kapuscinski. La deontología de la profesión se empantana aún más durante la cobertura de conflictos bélicos. Las audiencias acusan que los enfoques son sesgados, europeístas y exiguos. Y, como desde los albores del periodismo, no existe una fórmula taxativa y definitiva para orientar la información, y menos en una guerra, más allá de informar sobre los avances de las tropas y las ciudades tomadas.

El curtido reportero chileno Santiago Pavlovic apunta, al igual que Kapuscinski, que la mirada de un enviado especial a un conflicto está cruzada por sus ideas, creencias y lo que considera ético y moral. En la búsqueda de esa veracidad los pilares suelen ser la protección a la vida y los derechos humanos y el mismo derecho a informar, como narrar sobre un hospital bombardeado y agotar todas las instancias para conseguir que el mundo lo sepa. Incluso, la imagen por sí sola no es suficiente con la contumaz masa de internautas. El contexto es perentorio y solo lo puede entregar, con la inmediatez que necesita un medio, el corresponsal en terreno, quien permanece en el anonimato, por sobre los rostros de una cadena televisiva o el cronista estrella de una revista, pero que rompen el primer cerco informativo. Como señaló Chernov, romper el silencio nunca fue tan importante como ahora.

La imagen mítica del corresponsal extranjero ha sido romantizada y reforzada por la literatura, académica biográfica o testimonial, y por los medios en general. El ya fallecido Walter Cronkite, hombre ancla de la cadena estadounidense CBS por casi dos décadas, decía que no hay nada más glamoroso en el campo periodístico que ser corresponsal de guerra. En el caso chileno, el material promocional histórico del programa de reportajes de TVN, Informe Especial, ha retratado a sus enviados especiales al centro de su propuesta informativa y de marketing. En 2003, por ejemplo, el equipo de Pavlovic, Rafael Cavada y el camarógrafo Alejandro Leal fue protagonista del material promocional debido a su cobertura en terreno en Irak como el único equipo periodístico chileno en la zona. Los afiches y videos promocionales del programa los retratan como héroes, encarnando un periodismo de alto riesgo y 24/7.

Sin embargo, las características de la producción noticiosa internacional están mucho más alejadas de los estereotipos del corresponsal tipo Hemingway y se concentran, más bien, en el carácter colectivo y las barreras obvias de reportear en países con otras costumbres, otros idiomas, otras redes de poder distintas a las que un periodista puede acceder en su contexto nacional.

Pero, sobre todo, la cobertura informativa internacional es un esfuerzo colectivo. Colleen Murrell, por ejemplo, ha demostrado el rol fundamental que los equipos y personal locales –fixers– tienen para la producción de información noticiosa internacional en términos editoriales y no solo prácticos (traductores o productores en terreno, por ejemplo). Hoy, solo un puñado de agencias a nivel global -la estadounidense AP, la británica Reuters y la francesa AFP- tienen los recursos financieros para mantener equipos con experiencia en todas las regiones del mundo con el objetivo de asegurar instalaciones y conexiones bien organizadas para informar o, bien, para enviar a sus equipos donde sea necesario. Estas agencias son capaces, también, de transmitir sus cables casi instantáneamente.

El valor de mantener una infraestructura y equipos profesionales de esta naturaleza se hace más evidente si atendemos a la creciente disminución de equipos enviados en coberturas internacionales por medios internacionales o regionales. Desde la crisis financiera mundial de 2008-2009, el rol de los equipos periodísticos asignados permanentemente a una región o país se precarizó debido a los recortes presupuestarios de sus compañías (como fue el caso del cierre o reducción de las oficinas de medios estadounidenses en América Latina, por ejemplo). Se cerraron delegaciones completas, se concentraron en pocas oficinas repartidas a lo largo y ancho del mundo y se recortaron también las prestaciones ofrecidas a los corresponsales, como los costosos seguros de vida o de salud. Se apostó por personal freelance que debe asumir entonces los altos costos que implica ingresar o moverse en regiones o países muchas veces en conflicto. Se ha tendido, también, a descansar en la labor de corresponsales “paracaídistas”, como los enviados por los canales de televisión chilenos a Ucrania o a la frontera polaca. El ciclo noticioso 24/7, la competencia de los usuarios de redes sociales digitales que publican primero, los cambios tecnológicos que facilitan y abaratan los costos de producir contenidos y periodistas polifuncionales (content packagers o empaquetadores de contenidos) han contribuido a horadar la cobertura noticiosa internacional.

De allí la relevancia de las agencias noticiosas internacionales, oficinas y profesionales y soporte técnico en terreno, permanente, con lazos en las comunidades, con una comprensión más afinada y situada del contexto local que la de enviados especiales por pocos días y con redes con fixers y otros colaboradores más o menos permanentes. Como concluye un informe del Reuters Institute sobre el estatus de las corresponsalías, “las agencias de noticias son una de las principales fuentes de noticias en el mundo hoy” y operan como motores de la cobertura noticiosa internacional. Por lo tanto, dice Murrell, las decisiones de las agencias informativas internacionales -qué cubren, cómo, cuánto y desde dónde y con quiénes- impactan en la ecología mediática tanto de medios alternativos como tradicionales; locales y globales. Reportes recientes sobre el estado del periodismo en Siria -sí, el conflicto sigue ahí y es un hoyo negro para el trabajo informativo-, destacan el rol de los videos generados por usuarios, el reporteo en terreno muy restringido a ciertas regiones y acompañadas por voceros oficiales y el repliegue de equipos internacionales e, incluso, locales debido a los riesgos son fenómenos que han contribuido a que sea una zona de silencio informativo. Como dice Alexievich sobre su reporteo en Afganistán: «No quiero volver a escribir sobre la guerra… Y de pronto… Si es que se puede decir de pronto. Estamos en el séptimo año de guerra».

Yanko González: Una juventud que movió lo imaginable

Lo que logró cuajar en el triunfo de Gabriel Boric fue “una comunión intergeneracional”, afirma el antropólogo y escritor, que lleva dos décadas estudiando las identidades juveniles en Chile. Su tesis es que, a diferencia de 1968, los jóvenes detrás de este proyecto político lograron conectarse con las experiencias de otras generaciones, un fenómeno que empezó en 2011. Por eso afirma que “solo es nuevo lo que se ha olvidado”, y lo dice también pensando en las expresiones de la actual extrema derecha chilena, cuyo gusto por el desparpajo sería una “performance cosmética” para despertar más la fe que la racionalidad, una estrategia propia del fascismo categórico.

Por Evelyn Erlij y Francisco Figueroa

No es raro que Yanko González (1971), antropólogo y uno de los poetas chilenos fundamentales de las últimas décadas, haya dedicado buena parte de su vida académica a estudiar la juventud, quizás una de las metáforas más poderosas que moldea una sociedad y su cultura. Tras más de 20 años estudiando las identidades juveniles en Chile en el siglo XX, el exdecano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Austral y actual director de Ediciones UACh se enfocó en los 70, investigación que dio origen a Los más ordenaditos. Fascismo y juventud en la dictadura de Pinochet (Hueders), uno de los libros más aplaudidos de 2021 —ganador del Premio Mejores Obras Literarias en la categoría Escrituras de la memoria— y en el que, aferrado a los descubrimientos históricos que hizo, decidió retomar un concepto espinoso para hablar de esos tiempos: el fascismo. 

“Detrás del libro hay un intento de leer la identidad política de los primeros diez años de la dictadura de una manera más compleja, y si bien no es estrictamente fascismo, mi tesis es que se vive un proceso de fascistización —explica hoy González, doctor en Antropología y autor, entre otros libros de poesía, de Metales pesados (1998)—. Por una deformación antropológica, pero también literaria, me interesa lo que hay más allá de la literalidad. Y si se miran las metáforas que el régimen usó, hay una propia del fascismo categórico de entreguerras, que es la palingenesia o los discursos de regeneración, los que se cristalizan en las políticas de juventud. Lo que plantea el libro, con cierta modestia, es que a través de organismos como el Frente Juvenil de Unidad Nacional se montó una religión política”.

Yanko González. Crédito: Signe Klöpper

Abres con una cita de Hemingway que dice hay muchos fascistas que no saben que lo son, “aunque lo descubrirán cuando llegue el momento”. ¿Por qué la eliges? 

—Creo que existe un núcleo genérico que, más allá de sus permutaciones, podemos distinguir como fascismo. Cuando aparecieron otros regímenes que tenían características propias pero contenían un núcleo fascista, varios autores fueron ampliando las herramientas conceptuales para poder leerlos en clave fascista. La cita de Hemingway me hacía sentido en la medida en que debemos estar atentos a detectar el fascismo donde aparezca. El fascismo siempre ha conseguido que se le relativice y naturalice, y eso impide que se detecte y evite este caballo de Troya antidemocrático, que juega en la oferta democrática de las ideas y se entromete ahí para erosionar el sistema. Y el problema es que eso mueve los límites de lo aceptable. Como Hemingway, soy de los que cree en una educación formal antifascista, que sea capaz de hacer estas distinciones finas y fundadas para desactivar la naturalización estratégica que tiene el fascismo. 

Mencionas que se deja de usar el término “fascismo” en los años 80 en el caso chileno, pero tú lo rehabilitas.

—Lo recupero porque no dan las herramientas para decodificar las dictaduras más allá de “dictadura burocrática” o “autoritaria”. Siempre se dijo: “cómo vamos a encontrar fascismo si no hay un partido único ni una movilización de masas, no hay politización ni religión política”. Yo rehabilito el fascismo no por razones románticas, sino porque encuentro evidencia empírica de que estos aspectos, que son invisibles para algunos cientistas políticos e historiadores, sí existieron. Por eso me enfoco en la juventud, porque a través de ella se demuestra que sí había una religión política, un intento de movilización en torno a un líder; sí había un partido único. Chile es el único caso en América Latina donde había una agrupación que se llamaba Frente Juvenil de Unidad Nacional, que era básicamente la UDI, el gremialismo, apoyado por un órgano estatal, la Secretaría Nacional de la Juventud, para diseminar esta religión, movilizar y entronizar una ideología única y de manera desembozada. 

Para el fascismo las creencias son más importantes que el conocimiento, por lo que la fe y los rituales son fundamentales. Chacarillas quedó como una anécdota, pero esos actos de masas son la espuma del régimen. Se veían como anomalías, como un par de marchas, pero si investigas, notas que hubo actos como Chacarillas en todo el país, que la musculatura de la Secretaría Nacional de la Juventud era enorme, que se intentó instaurar una religión política a través de la sacralización de la juventud y que esos elementos se vinculan con el fascismo de entreguerras. Te das cuenta de que el único fascismo de entreguerras que sobrevive está en España y que a través de la exhumación de archivos desconocidos confirmo que vinieron españoles del Frente de la Juventud para acá a transmitir el know how.

¿Qué relación ves entre esa fascistizacion y la posterior implantación del proyecto neoliberal?

—El fascismo no implicaba un modo de producción o una sociedad distinta, era una etapa reactiva de las élites cuando estaban perdiendo el poder y las clases obreras estaban ascendiendo. Las políticas y movimientos fascistas tenían la capacidad de retener el status quo, por lo que el fascismo era una suerte de reacción ante esa amenaza, y el resultado era el capitalismo llevado a sus extremos. [El sociólogo ecuatoriano] Agustín Cueva ha sido visto como un sujeto exagerado, pero él ya hablaba de un proceso de fascistización en Chile antes del golpe, porque vio que se estaban rearticulando las fuerzas reactivas frente a lo que venía. El golpe es la expresión de ese proceso. Y la expresión de esa fascitización es el neoliberalismo. Las condiciones del capitalismo se brutalizan y por eso se explica tan bien no solo el capitalismo salvaje, sino también el carácter terrorista que asume la dominación de clase: sin la dictadura, el neoliberalismo no se habría implantado. Así podemos explicarnos la reactivación de las fuerzas reaccionarias y el surgimiento de un sujeto tan curioso como Kast y el Partido Republicano: esto pasa luego de octubre de 2019, que termina en una nueva Constitución y una posible reestructuración, sobre todo de las bases económicas. Hay un hilo que es reiterativo: una reagrupación reactiva de las clases dominantes para congelar los privilegios.

Se suele comparar a Kast con Trump o Bolsonaro, como si no hubiera antecedentes de extremismos de derecha en Chile. ¿Se entiende mejor esta radicalización de la derecha si se mira la historia reciente?

—Creo que Jaime Guzmán no solo cristalizó una constitución. Su tentativa fue forjar una suerte de ethos cultural no discutible, una hegemonía cultural perdurable cuando los militares dejaran el poder. Se creía que la disputa fundamental era con una derecha moderna, con Evópoli, Sichel, y de repente aparece este chirrido ideológico, reaccionario y refractario. ¿Quién es Kast? Kast no es un heredero culposo del guzmanismo. Es el guzmanismo. Es el que despierta en la memoria lo que los sectores elíticos reclamaban: no solo el orden, la jerarquía, el tutelaje autoritario o el disciplinamiento policial, también esta suerte de paternalismo moral, esa regulación de los afectos, del lenguaje. Hay un grafiti de 2011 que gatilló mi esfuerzo por reconstruir estas memorias fascistizadas de la dictadura: “Desgumanízate”, decía. Tras el estallido parecía que por fin superábamos a Guzmán, pero en noviembre de 2021 parte del electorado nos devolvió su imagen y semejanza. Kast no es un sucedáneo, transporta la genealogía pura del guzmanismo, una genealogía fascistizada, disciplinaria, autoritaria, nacional, catolicista, patriarcal y neoliberal, que sigue intacta también en nuevos actores como Kaiser y de una manera opaca en Parisi. Qué antiguo puede ser el futuro, ¿no? 

Titulas el libro Los más ordenaditos. Pero si se piensa en la ultraderecha que encarna Kast, Trump o Bolsonaro, parece más asociada, al menos performáticamente, al desacato, a decir lo que se piensa, a cuestionar lo políticamente correcto. Se muestran como “los más desordenaditos”.

—Es parte de las performances cosméticas no solo del fascismo categórico, sino también del posfascismo. Hay que pensar en el uso de la propaganda como un instrumento fundamental para movilizar y despertar la fe más que la racionalidad. Estas manifestaciones estilísticas tienen la misión de movilizar las creencias más que las racionalidades ideológicas. Kast es un sujeto casi nativo de Tik Tok, y lo mismo pasa con otras plataformas e influencers: hay ahí una fuerza grativitatoria comunicacional que intenta atraer sensibilidades a través del desparpajo. Ves elementos claros del intento de rearticular una suerte de mística del desparpajo con efectos narcotizantes de la personalidad, propios de algunas narrativas fascistas. ¿Cuál es el fondo? La jerarquía, el orden, la aristocracia, la igualdad como una negación de la ley natural, el darwinismo social. Las mujeres empoderadas, los inmigrantes, los gays, las minorías étnicas y el plurilingüismo son antinaturales para una concepción fascista, son una fuerza invasora que destruye esta suerte de orden natural. Este desparpajo es casi típico del fascismo, recuerden a D’Annunzio, Marinetti, el futurismo. Es decir, está ese intento de incordiar estéticamente, de provocar, pero detrás hay un fuerte conservadurismo. Es lo que algunos teóricos llaman la revolución sin revolución. 

Hay detrás una mentalidad de guerra que, según dices en el libro, se enquistó en la subjetividad de esa generación que se formó durante la dictadura.

    —Exactamente. Las mutaciones son de forma, pero no de fondo; estas actitudes choras, desparpajadas, no pueden evitar el supremacismo, el antirracionalismo, el antintelectualismo, muy propios del fascismo categórico. Y se actualizan. Así se explica esa antipatía hacia el feminismo, a los movimientos de defensa de la libertad sexual y el temor irracional al otro, ya sea mapuche, inmigrante. También vemos un anticomunismo ramplón. Se vincula con la explotación política del miedo en la que el fascismo canónico y el posfascismo son maestros.

Se usa mucho la palabra “ideología” como algo negativo, se habla de “agenda ideológica”, como si en la ultraderecha no hubiera ideología.

—Claro, está ese discurso de que no se es ni de derecha ni de izquierda. Bourdieu lo dice muy bien cuando habla de instalar un “arbitrario cultural” que parece venido desde Dios, y lo ejemplifica con la forma en que los capitales culturales aparecen en la escuela como legítimos, cuando en realidad no hay cultura legítima: se oculta que esos capitales culturales vienen de las clases dominantes. En la ultraderecha hay un discurso ideológico, por supuesto, pero hay una violencia simbólica que tiene que ver con esconder el origen de esas posturas haciéndolas pasar como neutras. Por eso he estado tomando registros de los discursos de youtubers e influencers de ultraderecha, no solo de lo que ellos dicen, sino de ese fondo no discutible, de la naturalización de ciertas narrativas que son tremendamente peligrosas. 

¿Y qué has descubierto?

—Un indicio preocupante es el desplazamiento de lo decible, como cuando aparece Kaiser diciendo lo que dice. Dicho en poesía, al parecer la jaula estaba adentro del pájaro. Como ese afiche de los años 80 en que aparecería un dictador que salía de la guata de otro y decía “saca al dictador que llevas dentro”. En el fondo, se ha activado esa memoria generacional, esa guzmanización que tenemos en el corazón y que todavía no hemos sacado. Veo indicios de una naturalización de esas políticas fascistas, que hace que esas posturas políticas extremas se vean tan legítimas como cualquier otra. 

¿Qué capacidad tienen esos discursos de conectar con sujetos que se sienten víctimas? 

—Creo que esos discursos van dirigidos a sujetos que han visto erosionados algunos valores, como las comunidades cristianas de diverso cuño o las que creen que la identidad chilena está en un reservorio identitario cultural del campo chileno. El eslogan que tenía la Junta Militar en los primeros años era “reconstrucción nacional”, y eso se vuelve a escuchar hoy. En el caso de la dictadura, se usó a la juventud como metáfora e hipérbole de la reconstrucción de los valores perdidos por el cáncer marxista. El cáncer marxista para estas narrativas hoy es la Convención Constitucional, es Boric. Se busca una recuperación además de la nación patriarcal, de los valores inmutables de la comunidad nacional que han sido corrompidos y destruidos por el estallido. Por lo tanto hay una vinculación lógica con esa idea de la destrucción moral de las jerarquías, de un orden natural. Es importante entender que también hay ciertas prácticas monologantes y autistas en nuestros propios sectores, del cual las burbujas algorítmicas se aprovechan. Necesitamos capacidad de escucha: las palabras de Kaiser que reflotaron están circulando hace dos o tres años. 

La bandera de la juventud, al menos desde 2011, parece estar más en la izquierda que en la derecha, pero la derecha ha sido eficaz en recordar que es un tipo de juventud. 

—Cuando a Boric le preguntan qué es lo que admira en Kast, respondió “la perseverancia”, y cuando a Kast le preguntan qué admira en Boric, dice “la juventud”, y seguidamente lo descalifica porque «tiene mucho que madurar». Es muy interesante cómo se desliza una suerte de inconsciente respecto del capital político que él sabe que tiene la juventud para dotar de mística a un proyecto político. Sabemos que para ese sector es muy importante la idea de regeneración: la juventud es el capital político que ellos añoran. Lo inédito del proyecto de Boric, si es que tenía algo inédito, es que concreta, creo, un anhelo huidobriano: hacer nacer la juventud, transformar a un sujeto meramente identitario en un sujeto político y llevarlo al poder en una alianza interclasista.

Vicente Huidobro pierde como precandidato a la Presidencia en 1925, pero pasa a la historia como el candidato de la juventud. 

—Es curioso, hay un paralelo entre los años 20 del siglo XX y los 20 del siglo XXI: en los dos períodos se busca convertir a la juventud en un actor social en el poder. Este proceso de juvenilización de la política se ha manifestado sobre todo desde 2011. Mi tesis es que el estallido se explica en 2011, es ahí donde ocurre una alianza intergeneracional y esa es la forma en que llega Boric al poder, construyendo una mayoría intergeneracional. Es lo que no ocurrió en los 60. Ahí difiero con Carlos Peña cuando dijo que el estallido era un movimiento generacional. Lo que hay ahí es una estratificación de la experiencia generacional, distintas generaciones que tenían un punto en común que no era el malestar, sino la precarización, partiendo por los temas que se levantaron en 2011 y que movieron lo imaginable, como pasó con la gratuidad. En el estallido se sentían interpelados los mayores con el sistema de pensiones, los jóvenes endeudados con el CAE, la gente de mi edad con el sistema de salud. 

¿Qué crees que representó la candidatura de Boric en ese sentido?

—Hay una comunión intergeneracional que logró cuajarse. No es lo que pasó en 1968, en que las y los jóvenes actuaron tan cupularmente que no lograron conectarse con las experiencias ni con los proyectos de las otras generaciones. Lo de ahora es distinto. Y esto es pura poesía: Boric llega y dice “vamos a firmar el Acuerdo por la Paz de 2019”. Cuando Lagos lo apoya, se agarra de eso: reconoce en ese gesto de Boric un dialogo intergeneracional y se siente representado. El proyecto político de Boric puso profundidad donde antes había superficie. Lo que no tenemos que hacer, tal como lo hace el fascismo, es beatificar a la juventud, porque en realidad no ha estado necesariamente en las posturas más progresistas o en la vanguardia político-social. Ni beatificar ni sacralizar: la izquierda debe mirar a las generaciones subrayando sus puntos de comunión, de alianza. Es ahí donde todo fructifera.