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Colectivo Malvestidas: “La ropa es un dispositivo político y performativo”

Desde 2017 se realiza Moda desobediente, un encuentro que ha reunido a Nelly Richard, Paz Errázuriz y María Emilia Tijoux, entre otros, para conversar en torno a visiones críticas de la vestimenta. Sus creadoras, Loreto Martínez y Tamara Poblete, fundadoras del colectivo Malvestidas, hablan sobre el futuro de estos eventos, la industria de la moda y su proyecto más próximo: una muestra sobre el jumper para marzo de 2020 en GAM, junto a la historiadora Pía Montalva.

Por Florencia La Mura

Hace tiempo que la moda se convirtió en un tema político y en objeto de estudio, pero en 2017 Loreto Martínez, diseñadora teatral, y Tamara Poblete, licenciada en Arte y gestora cultural, quisieron sumar una perspectiva latinoamericana a esta discusión. Ese año se realizó el primer encuentro Moda desobediente, en el que intelectuales, performers y gente interesada en la moda desde una perspectiva política se reunieron durante tres jornadas en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC), donde académicos como la socióloga María Emilia Tijoux y el biólogo y activista de disidencia sexual Jorge Díaz encabezaron ponencias sobre Moda y poder, con una visión no capitalista y crítica como eje central de las discusiones.

La experiencia de este y el segundo encuentro —realizado en 2018 y cuyo nombre fue Moda y fealdad, con participación de la fotógrafa Paz Errázuriz y la crítica cultural Nelly Richard, entre otros—  han generado nuevos proyectos para Malvestidas, entre los que están Arriba los jumpers, exposición fotográfica que realizarán en marzo de 2020 junto a Pía Montalva, historiadora de la moda y autora, entre otros libros, de Tejidos blandos. Indumentaria y violencia política en Chile, 1973-1990 (2013). Parte del material de esta muestra en torno a esta vestimenta escolar lo están reuniendo en una convocatoria abierta. “Se trata de una exposición que indagará en los orígenes del jumper y su instalación como uniforme oficial, para ligarlo a las condiciones políticas, sociales, económicas y culturales que avalan su alta visibilidad en un periodo”, se lee en su sitio web, donde aún están recibiendo fotos.

En esta entrevista, Martínez y Poblete analizan el trabajo que han realizado desde hace algunos años y que las llevó a trabajar a fines de 2018 junto a la fotógrafa Paz Errázuriz en Ropa americana, su última exposición. Por estos meses, además, lanzarán un libro resumen del primer encuentro Moda desobediente, que estará disponible de forma gratuita como una respuesta a la falta de discursos críticos en español en torno a la moda, dicen. “Ni siquiera es la moda en sí lo que más nos mueve, sino los discursos asociados al cuerpo y a la vestimenta”, aclara Poblete. Tal como dice el manifiesto del colectivo, les interesa “pensar la vestimenta no sólo como un arma poderosa de dominio y control, sino también de empoderamiento y subversión”.

—¿Cómo llegaron a trabajar con Paz Errázuriz en Ropa americana?

Loreto Martínez: En 2017 invitamos a Jorge Díaz y él tiene un trabajo largo junto a ella, de hecho, acaban de editar el libro Ojos que no ven (2019). A Paz la invitaron del suplemento Madame Le Figaro, del diario francés Le Figaro, a hacer una serie de fotografías relacionadas con la moda, cosa que ella nunca había hecho. Aceptó, pero no hizo las fotos en París en un estudio, sino en Santiago. Terminó en un trabajo muy bonito que la vinculó a activistas y personas de género no binario, y realizó esta serie muy antimoda, en la que la gente posaba con su propia ropa y construían su identidad a través de hacerse sus prendas. El género era algo muy importante, en lo vestible y en la identidad sexual. Para Paz era importante que los modelos que participaron se pudieran ver, porque publicaron muy pocas fotos, unas tres o cuatro de una serie de treinta. Era un espacio bien conservador y las fotos que se publicaron fueron las de cuerpos más acordes a modelos eurocéntricos. Entonces Jorge conversó con nosotras y nos hizo esta invitación. Fue un gesto muy potente que Paz defendiera hacer el proyecto en Santiago, porque ella siempre trabaja con la ciudad y el territorio.

—Están reuniendo fotos de mujeres en jumpers para su próxima muestra. ¿Cómo nace el interés por esta prenda?

Tamara Poblete: El tema del primer Moda desobediente fue Moda y poder, y trabajamos con el jumper como material y símbolo, que inspira causas como la ley de aborto y se transforma en una pancarta de protesta. Estructuramos un taller y el último día lo llamamos Bitácoras del jumper: testimonios en torno a su uso, y ahí partimos de la base que la ropa tiene un poder explícito en nosotros, en términos funcionales, pero también está anclada a nuestra identidad y biografía.

L.M.: Y en septiembre de ese año hicimos el taller Arriba los jumpers: empoderamiento creativo del uniforme como pancarta, con estudiantes escolares y de diseño, como una actividad de retribución de un Fondart. La idea era encontrar una prenda que nos vinculara emocional y experiencialmente a tres generaciones. El tema era el rol de la mujer en el movimiento estudiantil, que para esas generaciones fue muy potente. Nos dimos cuenta de que el jumper nos permite tocar asuntos de clase, de género y más. Operaba como una herramienta de memoria, de recuerdos y usos.

—Preocuparse por la moda se considera banal, pero ésta norma los cuerpos y establece reglas. ¿Cómo abordan este doble discurso?

L.M.: Nos interesa problematizar estos temas, más que decir qué es la moda desobediente. Esas contradicciones son un espacio de análisis cultural muy potente. Hay muchos intentando subvertir esta idealización de los cuerpos, gente que trabaja desde cosas tan simples como otros patrones corporales. Además, esa frivolización de la relación de las mujeres con la vestimenta tampoco es algo fortuito: las primeras huelgas feministas (del siglo XIX) las hicieron obreras textiles, por ejemplo. Hay algo que se puede hilar con una vinculación mucho más política y profunda, pero que se ha silenciado con esta imagen del consumo.

T.P.: De quienes participan en los encuentros, el porcentaje más bajo es gente que viene de la moda. Es principalmente gente que viene de las ciencias sociales, del arte, la performance y el activismo. Hemos ido conociendo gente y han surgido reflexiones, no sé si de la moda, pero sí del cuerpo, de la estética. La ropa es un dispositivo político y formativo, que ha sido menospreciado porque se ha asociado al consumo, pero es una herramienta potente de análisis y en otras partes se ha transformado en un campo de estudio serio.

En la relación ecología/moda es urgente que esta última reemplace sus procesos de industrialización por sistemas menos contaminantes y precarizantes, pero el verdadero cambio requiere una transformación del sistema económico completo, porque el capitalismo se basa en el sobreconsumo.

La fealdad siempre ha estado presente en la moda, pero desde lo negativo. ¿Qué cambio de paradigma intentan hacer al poner la fealdad en el centro de la conversación?

L.M.: Es difícil definirle un solo papel. Uno de los desafíos de analizar la moda es que también ha encontrado un valor en la defensa de ciertos discursos. A veces pareciera que fuera muy diversa y subversiva, y eso es peligroso, porque despolitiza los movimientos que son reales, urgentes y necesarios.

T.P.: Siempre buscamos temáticas que nos permitan hablar sobre estas relaciones de poder y son más tendencias culturales que pasajeras. En algún momento puede estar de moda lo latinoamericano, pero al instalarlo como moda un verano, se está perpetuando esta imagen levantada por la industria de la moda que lo latinoamericano es exótico. Siempre con esta mirada eurocéntrica, blanca y patriarcal de la historia de la moda, que ha perpetuado este tipo de lectura hasta hoy. La fealdad está presente como una puerta para indagar en estos discursos.

—La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo. ¿Tienen alguna postura al respecto, como colectivo, desde el punto de vista ecológico?

T.P.: Hay diseñadores que además de cuestionar lo contaminante de la industria, se están preguntando por el rol del diseñador, es decir, ver a esta persona como alguien que te ayuda a reparar lo que ya tienes o a darle una segunda vida a una prenda, versus este diseñador que crea cosas nuevas cada tres meses. Existen otras formas de entender la confección de ropa y cómo vincularse con las prendas.

L.M.: Además, (la industria) es responsable de perpetuar la precarización de niñas, niños y mujeres pobres del tercer mundo, que utiliza como mano de obra barata. Por eso es tan necesario incorporar los estudios de moda como territorio de investigación crítica. En la relación ecología/moda es urgente que esta última reemplace sus procesos de industrialización por sistemas menos contaminantes y precarizantes, pero el verdadero cambio requiere una transformación del sistema económico completo, porque el capitalismo se basa en el sobreconsumo. La gran crisis tiene que ver justamente con el consumo. Dentro de la misma industria (de la moda) existe la propuesta de crear productos con economías justas, en las que se trabaja en comunidad.

Colectivo Malvestidas. Crédito: Jon Jacobsen

—Es una propuesta por volver a ciertos modos antiguos de trabajo en torno a la ropa, como por ejemplo los de las modistas.

T.P.: Antes había un sentido de pertenencia, una relación emocional con las prendas, que también pasa cuando una misma se hace la ropa. La estrategia de la industria es generarte deseo por lo que no tienes y lo que no necesitas. Las prendas te duran un par de meses y el valor de ellas está en el bajo costo y en la novedad más que en la calidad e incluso la estética.

L.M.: Y para que funcione ese sistema tienes que subvalorar lo que ya tienes, porque tienes que desear lo nuevo. Entonces, si te cuesta barato, te deshaces fácilmente de esa ropa. El diseñador local también tiene el obstáculo de que acá en Chile ya no se produce tela. O accedes a telas chinas o te vas hacia lo artesanal, y eso encarece el producto. Es un problema sobre cómo enfrentamos el consumo, pero también sobre las herramientas con las que cuenta quien produce.

—¿De qué se trata el proyecto Fondart que acaban de postular?

L.M.: Es un nuevo encuentro de Moda desobediente, que viene a completar una trilogía. Hasta el momento se llama Moda y rito y trata tres ejes: la religión, que busca indagar en los sistemas de creencias con mayor impacto cultural a nivel mundial, donde está invitada Faride Zerán para hablar del hijab y cómo está siendo juzgado desde Occidente. El segundo es Ritualidad indígena y afrodescendiente. Si bien en el primer encuentro estuvo María Emilia Tijoux hablando de negritud, esta vez la idea es incorporar mujeres afrodescendientes para que hablen desde sus propias experiencias. Y el tercer eje es Rito, sexo y género, con prácticas que están muy ritualizadas como el BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación y Sumisión). En el fondo, decir que los ritos no corresponden sólo a las religiones. Nos interesa trabajar con esos espacios donde las vestimentas se conciben desde otro lugar, donde funciona como una herramienta de comunicación y no sólo como algo bonito. Establecer qué es «lo correcto» también posibilita realizar cosas incorrectas. Incluso hay gente que utiliza la fealdad como un lugar político, que se define desde ahí.

T.P.: Es algo que también estamos trabajando para la exhibición de los jumpers: el cuerpo está absolutamente ligado a la vestimenta. Desde el primer encuentro había un eje en el que se abordaba la relación, moda, cuerpo y poder, y decidimos que todos los encuentros tuvieran un panel que reflexionara sobre esto. Que siempre se problematizara desde la temática central sobre la corporalidad. Con el segundo encuentro, también nos dimos cuenta de que debiéramos tener un pie forzado para hablar sobre Latinoamérica como territorio de experiencias y reflexión. Y en este tercer encuentro queremos hablar desde una noción no tradicional de la moda, sin una mirada occidental. Esa oposición belleza/fealdad siempre la trabajamos, el tema tras Moda y poder, era analizar qué está dentro y fuera de la norma, es decir, esas prácticas que subvierten el parámetro establecido. Con Moda y fealdad nos pasó lo mismo, no nos interesaba definir qué es lo feo, sino qué ha sido —por otros ojos— denominado como feo.