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Se llega a serlo

Este pequeño texto lo escribí pensando en la disputa que se ha dado estas últimas semanas en relación a texto, contexto y lugares que debería habitar el feminismo. Obviamente no está demás, antes de comenzar, decir dos cosas explícitamente: estoy totalmente de acuerdo con esa responsabilidad histórico-política que nos invita a reflexionar y a practicar Amaro. No comparto, por lo que obviamente se explica en este texto, las lecturas que hace de los trabajos de las escritoras María José Navia y María Paz Rodríguez. En fin, vamos.

Por Claudia Apablaza

En 1974 la escritora francesa Luce Irigaray se doctora con su tesis Espéculo de la otra mujer, donde postula, tomando como base las ideas del psicoanálisis, la exclusión de la mujer en el lenguaje mismo, del orden de lo simbólico, y por ende, del discurso y, de ahí, su participación en los diversos sectores que constituyen el campo de poder. Es decir, Irigaray problematiza, de manera aguda, la exclusión de la mujer de los diferentes espacios habitados y, por lo tanto, constituidos por los intelectuales a lo largo de la historia. De ahí que Irigaray, por ejemplo, problematice la noción de sujeto y su conformación en la homosociedad. Tesis e ideas complejas para sutiempo que la llevaron a intensas discusiones con Jacques Lacan y finalmente a ser expulsada de la Universidad de París VIII, expulsión que materializa in situ la idea central de la tesis que ella misma había planteado.

Brevemente, es posible indicar que el pensamiento de Luce Irigaray pone en escena la exclusión de la mujer desde el principio configurativo de todo, es decir, de los cimientos de la sociabilidad, de claro enfoque masculino y masculinista. Desde la propia configuración de la subjetividad determinada por la castración, el complejo de Edipo, el estadio del espejo y las fuerzas que se mueven en lo inconsciente para la configuración de ese sujeto.

Esta perspectiva, base de lo que se conoce como feminismo de la diferencia, es retomada, en alguna medida, por la escritora argentina Elsa Drucaroff en su libro Otro logos (2015). Drucaroff nos plantea la reflexión de cómo comenzar a ser parte ya no necesariamente del orden simbólico, sino del rescate de ese orden semiótico que se da desde el nacimiento, en el vínculo madre-hija. La crítica argentina toma los planteamientos de Luce Irigaray para ponerlos en diálogo con el feminismo italiano de la diferencia mediante la filósofa Luisa Muraro y su texto El orden simbólico de la madre (1991), donde plantea que el punto primigenio sería el posible inicio de una inflexión, de un giro posible y que marcaría las posibilidades reales de un futuro feminismo, según entiendo: “…no estamos excluidas de la palabra, pero sí por la palabra. Nos movemos en el lenguaje como todos los sujetos, pero siempre incómodas. Lo que la cultura que habitamos y nos habita considera racionalidad, logos, es, en realidad, especula (riza) ción, falo-logocentrismo”. Así, las mujeres “nos debatimos en el padecimiento subjetivo, el extrañamiento frente a nosotras mismas, el aislamiento que nos convence de ser raras, únicas, locas”.

 Así, y por lo tanto, buscar el mismo espacio que posee un hombre no debería ser la lucha primordial de la mujer (y aquí se comprende, por ejemplo, la disputa entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia), en tanto el orden de su subjetividad sería diferente a la subjetividad del hombre. Es decir, más que un orden “simbólico” (lugar donde está alojado gran parte el pensamiento occidental y la filosofía, desde Platón al marxismo, es decir el pensamiento falo-logocéntrico, con las consecuencias históricas evidentes que esto ha acarreado para la humanidad), nos encontraríamos con el orden “semiótico” configurando nuestra propia subjetividad. 

Esta lectura, también, podríamos decir, ha sido postulada por la escritora Diamela Eltit en su texto “Género y dolor” (2013), aunque explícitamente más cercana a las ideas de Judith Butler, al problematizar el género y su construcción social. Eltit nos invita a las escritoras a salirnos de esos espacios de escritura marcadamente académicos, hegemónicos y, por supuesto, masculinos que estructuran (y estructuraron, claro está) el canon y la institución. Es por ello que se torna necesario una suerte de reinvención de nuestras escrituras, diálogos fuera de ese pensar heteronormado, con sus vicios, dolores y expectativas. “Es realmente curioso que la expansión formativa implique una contracción discursiva cada vez más estricta, semejante a las prácticas que pretendían establecer una letra seriada mediante los rígidos cuadernos de caligrafía. Ocupando esta imagen es posible pensar en las pautas de publicación de ensayos académicos como los nuevos soportes caligráficos que buscan la homogeneidad no solo de una pauta, sino que lo que realmente está en juego en esas pautas es la construcción de lo mismo que abre el horizonte a la petrificación del sentido”.


Creo firmemente que estamos a tiempo de reflexionar y pensar desde ese “otro logos” que nos plantea Drucaroff, desde la construcción de otro discurso, con otras leyes lejanas a lo propiamente masculino, sin sus normas, formas, expectativas ni objetivos.


Y con esto no quiero que se me interprete como feminista esencialista al instalar sobre la palestra la discusión sobre esa esencia femenina, pues lejos de marginar o dejar fuera a la comunidad LGBTQ+, soy de la idea de que ese cuerpo, más allá de la cultura, NO existe. Que esa “mujer” de la que habla Irigaray es una construcción cultural más allá de una posible bio-mujer, porque el falo-logocentrismo del que ella habla lo releo realmente como una construcción cultural. Irigaray nos habla de “falo”, pero nunca de “pene”, así como Freud nos habla de “pulsiones” y jamás de “instintos” en la construcción del sujeto.

Esto último lo digo por las discusiones que se pudieron dar entre ambas lecturas, es decir, entre la lectura del género como construcción social y la lectura de la diferencia, que claramente se observa en El género en disputa, de Judith Butler, o en Cuerpos que importan v/s Espéculo de la otra mujer de Irigaray. Más aún, tengo que explicitarlo porque soy una seguidora de Simone de Beauvoir y su fundamental El Segundo sexo (1949), donde nos dice el ya siempre conocido y respetado “no se nace mujer, se llega a serlo”.

En fin, este recorrido sobre la pugna de los feminismos o, mejor dicho, entre las diferencias dentro de sus discursos, la pongo sobre la mesa porque creo firmemente que estamos a tiempo de reflexionar y pensar desde ese “otro logos” que nos plantea Drucaroff, desde la construcción de otro discurso, con otras leyes lejanas a lo propiamente masculino, sin sus normas, formas, expectativas ni objetivos, porque no estamos excluidas de la palabra, sino por la palabra, como ya señalé más arriba.

Creo entonces en ese otro logos y en ese otro lugar, pero sí, y ahora volviendo al principio e intentando rescatar ideas de una y otra teoría, con la enorme responsabilidad histórico-política que esto nos exige. Responsabilidad con nuestro contexto presente y con las escritoras que nos precedieron, porque la construcción del género es histórica, cultural y social, y por ende el feminismo también debería ser un camino colectivo y no una libertad individual, y como colectivo necesitamos otras formas de socializar que se desmarquen del patriarcado y sus lógicas, pensando, por ejemplo, en las formas de difusión de nuestro trabajo, de enfrentarnos públicamente entre mujeres, en cómo vamos juntas abriéndonos camino, aprendiendo unas de otras, escuchándonos, enseñándonos, ya que hoy, principios del siglo XXI, hemos tenido la fortuna de que las cosas sí estén, en parte, a nuestro favor, e incluso, y por sobre todo, si es que mañana ya no lo estuvieran.