«Ya no es noticia que el mundo se desnudó frente a nuestros ojos. La situación es crítica: la crisis internacional y la atrocidad de las guerras, la pervivencia de la crisis sanitaria por covid-19 y sus consecuencias, la crisis política nacional que reflotó con el estallido y que sigue abierta ante las respuestas que pueda ofrecer el proceso constituyente. Hoy todo parece movedizo. Reordenar, entonces, se torna una acción posible frente al desorden mundial», escribe Svenska Arensburg, vicerrectora de Extensión y Comunicaciones, en su editorial del número 25 de Palabra Pública, edición que lleva por título Reordenar un mundo en crisis.
Por Svenska Arensburg
Como si se tratara de una incómoda luna de miel, y luego de un mes y medio en el poder, el gobierno entrante enfrenta ya la mirada escrutadora de una ciudadanía especialmente despierta y una oposición efervescente. La atención mediática a la que la ministra del Interior, Izkia Siches, ha debido responder tras viajar a Temucuicui ha tenido repercusiones. A veces, los comienzos no son fáciles, están presentes las miradas que escudriñan con desconfianza cada paso del presente gobierno, atentas a dictaminar si responde a las exigencias del contexto local y global.
Pensemos los dispositivos de seguridad de aquella mañana: a cuatro días de iniciado el ejercicio de su cargo, vemos un numeroso contingente que toma del brazo a la ministra, la hace entrar a otro vehículo de gobierno y se suspende así la visita. Se trata de dispositivos que ocupan herramientas, técnicas y velocidades que no suelen llevarse bien con los dispositivos conversacionales. En estos últimos, es necesario un ritmo que haga posible el encuentro. Los procesos de diálogo requieren de un espacio-tiempo de interlocuciones, que son el resultado de actos que comprometen una trayectoria de entendimientos hacia un futuro, donde se despliega la libertad de palabra y se da lugar a la pausa necesaria para encontrar los acuerdos.
Sería muy difícil entender lo que hoy se vive en Wallmapu sin considerar los profundos conflictos que se arrastran. No solo por la disputa anticolonial que impregna el debate latinoamericanista actual, sino también por la especificidad que adquiere la transición chilena: desde los años 90, por un lado, se va configurando el reconocimiento de los derechos territoriales y la Ley Indígena; pero, por otro, se va constituyendo la cuestionada imputación de la Ley Antiterrorista, a partir de la que el Estado justificó la militarización de la Araucanía. Se trata de decisiones que sin duda repercuten en la visita de la ministra.
El título del presente número de la revista es Reordenar un mundo en crisis. Ya no es noticia que el mundo se desnudó frente a nuestros ojos. La situación es crítica: la crisis internacional y la atrocidad de las guerras, la pervivencia de la crisis sanitaria por covid-19 y sus consecuencias, la crisis política nacional que reflotó con el estallido y que sigue abierta ante las respuestas que pueda ofrecer el proceso constituyente. Hoy todo parece movedizo. Tal como dan testimonio los sobrevivientes de catástrofes pasadas, la inestabilidad se presenta como destino, las formas de precarización de la existencia convulsionan. Vivimos un presente turbulento, acechado por la crisis climática —e hídrica en particular—, la crisis económica mundial, la crisis del modelo neoliberal. Reordenar, entonces, se torna una acción posible frente al desorden mundial.
Es por ello tan crucial complejizar la mirada. Para bien o para mal, los conflictos del presente suelen ser analizados desde las respuestas dadas a las catástrofes del pasado, con la expectativa de construir un hoy de tal forma que sea posible habitar un futuro. Tenemos frente a nosotros una gran responsabilidad: generar los espacios para pensar y crear nuevas condiciones para un orden distinto.
Permítaseme una analogía. Es parte de nuestra cotidianeidad solicitar orientación médica cuando nos sentimos enfermos. La mayoría de las veces, un diagnóstico médico llega como una mala noticia, pero también puede ser una invitación a modificar los hábitos, a orientarse hacia otros más saludables. Un tratamiento médico suele consistir en un proyecto que modifica nuestras formas de vida para mejorar su extensión y su calidad. Para resolver el malestar que vivimos a nivel social, es necesario también un diagnóstico que ayude a imaginar un proyecto de modificación. Nuestros hábitos sociales deben cambiar para mejorar su extensión y calidad. Una de las transformaciones sustantivas que hoy requerimos es del orden del estilo de gobernanza; precisamos valorar las formas de liderazgo más horizontales, combatir los enclaves autoritarios, estar más disponibles a escuchar, incorporar registros de lenguaje más inclusivos, menos binarios y más diversos.
Mi abuela ucraniana-argentina radicada en Chile nos contaba una anécdota: cuando a su madre le preguntaban cuál era su origen, ella respondía: “desciendo de los barcos”. Hay algunas personas que no sabemos de nuestras tierras de origen, solo tenemos lazos, recuerdos, memoria colectiva. Hay quienes entienden que su alma solo se encuentra con el espíritu de su pueblo en la tierra que habitan ancestralmente. Hay un mundo de diferencias humanas que no son negociables, sino que resultan ser nuestra mayor riqueza.
En este escenario, el miedo es una barrera sustantiva. Las fuerzas en resistencia al cambio pueden llevarnos a ver las demandas de transformación como amenazas; si anteponemos los lentes del miedo, esta emoción puede conducir rápidamente a rechazar el camino que modifique un statu quo enfermo. Pero la mayoría de las veces los miedos no refieren a un objeto o persona reales, sino que provienen de la imaginación o de una memoria traumática que no ha sabido traducirse. Cómo desconocer que, por ejemplo, cuando se busca ayuda terapéutica, esta siempre implica resistencias, porque dar cuenta de nuestra posición doliente requiere construir confianzas y tener voluntad de escucha.
Es urgente problematizar los programas públicos para que promuevan formas de resolver conflictos que atraviesan la vida cotidiana y generan victimizaciones. Que la vía violenta sea la forma de expresión del descontento es sin duda una dimensión presente en nuestras vidas, frente a la que es urgente implementar alternativas como sociedad, con un horizonte de convivencia futura. Pero que la violencia siga siendo un medio de fuerza usado por el Estado para asegurar su poder sobre los pueblos no resiste más análisis. Es una forma abusiva y aberrante que es necesario denunciar y revertir.