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El imperio del Opus Dei en Chile: Obertura

Luego de la publicación original en 2003, y una primera reedición en 2016, la periodista María Olivia Mönckeberg presenta una nueva versión revisada del libro El imperio del Opus Dei en Chile (Debate, 2023), donde indaga en la sostenida influencia del movimiento religioso en el país. «Los testimonios de entrevistados de hace veinte años, que no pierden vigencia, y los datos y hechos actuales llevan a concluir que, aunque en el Opus Dei se esfuercen por decir que no tienen poder en el sentido terrenal (…), lo suyo es un gran poder en el más profundo sentido de la palabra: el de mover conciencias y voluntades», sostiene la autora en este texto, prólogo a la nueva edición.

El impactante resultado de la elección de consejeros encargados de redactar la propuesta constitucional me llevó a conectarme la noche del 7 de mayo de nuevo con El imperio del Opus Dei en Chile. Por primera vez en el país un miembro numerario alcanzaba un lugar de tal responsabilidad política al obtener el primer lugar en la votación entre las personas elegidas para redactar la Carta Magna. Todo esto dentro de un proceso lleno de altos y bajos y en un ambiente extraño, cargado de temores e incertidumbres, que han marcado el estado de ánimo de la población este invierno de 2023.

Los comentarios en todas partes, en la universidad y en alguna reunión, las preguntas de periodistas y de estudiantes que no sabían lo que era un numerario ni mucho más sobre el Opus Dei animaron el interés por dar otra mirada y actualizar datos para presentar una nueva edición de este libro que en el volumen anterior superó las 850 páginas.

Tras conversar con Melanie Jösch, la directora editorial de Penguin Random House y el director literario Aldo Perán, optamos por elaborar esta versión más reducida y actualizada que incluye una selección de algunos capítulos del libro original y un resumen y puesta al día de otros, además de un epílogo, en el que damos una mirada al momento y al perfil del personaje que ha motivado interés y controversia: Luis Alejandro Silva Irarrázaval, el numerario y militante del Partido Republicano que arrasó en las elecciones de constituyentes y que fue elegido jefe de la bancada del nuevo referente político de ultraderecha liderado por José Antonio Kast.

Esperamos así dar pistas a quienes se preguntan qué es el Opus Dei, qué son los numerarios, qué los diferencia de los supernumerarios y qué representa este movimiento en el Chile de hoy.

Hace ya casi siete años otro hecho de connotación política me motivó a editar la versión 2016 de este libro. El miércoles 8 de junio de ese año la presidenta Michelle Bachelet designó ministro del Interior al abogado democratacristiano Mario Fernández Baeza. Hasta ese momento no sabía que era supernumerario del Opus Dei, aun cuando mantenía posiciones conservadoras en temas llamados «valóricos». Y no era usual tampoco que en las filas del Partido Demócrata Cristiano hubiera personas de reconocida participación en sus filas.

Tras confirmar que era efectiva su pertenencia a la Obra —como le dicen sus «militantes»— me decidí a reeditar El imperio del Opus Dei en Chile, publicado en agosto de 2003. El libro estaba agotado desde hacía más de ocho años. Había aparecido después de la elección presidencial que tuvo a Joaquín Lavín Infante a las puertas de La Moneda. Como escribí en ese entonces, habría sido el primer presidente del mundo miembro del Opus Dei.

Trece años más tarde, en un gobierno de centroizquierda, con el Partido Comunista como parte de la coalición oficialista y con proyectos de ley para despenalizar el aborto en tres causales, un supernumerario llegaba a La Moneda como la segunda autoridad del país. Se supo después que Mario Fernández pertenecía a la Obra desde unos diez años antes.

Al comienzo el recién designado ministro del Interior solo admitió que era «cercano», como suele ocurrir con los supernumerarios. Pero a poco andar su militancia fue admitida por él y por el propio obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González Errázuriz, una de las más potentes voces del Opus Dei en Chile, quien en el diario La Tercera señaló: «Creo que como miembros del Opus Dei los dos tendríamos que estar de acuerdo con la fe de la Iglesia católica. Eso es lo que se nos pide».

En esa oportunidad, decidí mantener las entrevistas y testimonios del libro original que apareció un año después de que Josemaría Escrivá de Balaguer, el Fundador del Opus Dei, fuera canonizado como Santo de la Iglesia católica por el Papa Juan Pablo II.

Varias razones me llevaron a esta opción. Muchas personas de distintas generaciones que no tuvieron acceso al libro querían leerlo. Y al revisarlo con calma, percibí que lo planteado por los entrevistados era tan válido en 2003 como en 2016 y, sobre todo, lo sigue siendo en 2023.

Aunque algunos de los protagonistas de entonces han fallecido en los últimos años, sus voces aportan de manera significativa a la comprensión de este movimiento católico nacido en la primera mitad del siglo XX en España y que ha encontrado en Chile tierra fecunda.

La vigencia de los testimonios y las apreciaciones expresadas hace dos décadas se debe —en buena medida— a algo que caracteriza al Opus Dei y que varios de sus integrantes lo recalcan: su espiritualidad y sus planteamientos no varían con el transcurrir de los años. Así lo dijo el Fundador y su legado es inmutable.

Desde 2002 cuando inicié la investigación, en muchas ocasiones algún entrevistado, antes de que le planteara una pregunta, quiso saber qué me había motivado a indagar y escribir sobre el Opus Dei.

La respuesta tiene que ver, desde luego, con la curiosidad periodística. Parece indiscutible que estamos frente a un fenómeno religioso y cultural con claras influencias sobre toda la sociedad. Sus integrantes afirman que el Opus Dei como tal «no busca el poder, ni tiene poder». El asunto se ve distinto desde afuera y sus críticos insisten en este aspecto en Chile, y sobre todo en España, donde existe una amplia literatura sobre la Obra, prácticamente desconocida entre nosotros. También en otros países de Europa y de América del Norte y del Sur, en Australia o Sudáfrica, y en todo lugar donde el Opus Dei está presente.

Junto a la motivación periodística derivada de la importancia que el Opus Dei ha adquirido en la sociedad chilena en los últimos cincuenta años, hay una vertiente que se relaciona con mi historia personal.

Por eso, opté por dejar a un lado la distancia profesional al relatar ciertos hechos y circunstancias, y compartir algunas vivencias que contribuyen a explicar el fondo de la inquietud que me ha llevado —decía en agosto de 2003— «durante doce meses, a leer decenas de libros y documentos; a recorrer mental y físicamente casas y casonas; a encontrarme con gente de mi pasado a la que he traído al presente; a hurgar en bibliotecas y archivos; a traspasar puertas y porteros electrónicos para obtener recuerdos, confidencias, reflexiones, testimonios y apreciaciones que permitan configurar este «Imperio» del Opus Dei, y percibir de dónde vienen y hacia dónde van los caminos de San Josemaría Escrivá en Chile».

Con el tiempo transcurrido se me hace más evidente otro motivo que fue tomando forma junto a las búsquedas iniciales: mientras más he investigado en este y otros temas afines se asoma con más nitidez la importancia fundamental de la religión, de las creencias y las prácticas en la conducta política de las personas. Al final de cuentas la relación entre religión y política —que muchas veces se olvida o se deja en segundo plano como si fuera algo de la vida privada—, parece cada vez más importante de considerar en la discusión pública por la relevancia que tiene en el tipo de sociedad que se construye.

En San Isidro

La casona de San Isidro 560 y 562, frente a Eyzaguirre, a una cuadra de Diez de Julio, en nuestros tiempos de juventud tenía la fachada de dos pisos grises con su pórtico y sus columnas de estilo románico. Hoy remodelada y pintada de un color rosado melón, es una de las sedes de la Universidad Católica Raúl Silva Henríquez, vinculada a la congregación salesiana. Su antejardín estrecho, que tuvo poco verde y escasas flores, constituye un lejano testimonio de un edificio que albergó a las primeras generaciones de periodistas que se formaron en la Universidad Católica de Chile.

Desde ese lugar surgen las primeras evocaciones del término «Opus Dei» para muchos profesionales de mi generación. Se vinculan con la imagen del abogado Patricio Prieto Sánchez, el bajo y enjuto director de la Escuela, quien encabezó el grupo fundador. Y con la destacada y determinante figura de José Miguel Ibáñez Langlois, profesor de Filosofía y Antropología de esos primeros cursos de la Escuela de Periodismo, el primer sacerdote chileno del Opus Dei, que venía recién llegando de Europa.

Con su mente clara y su palabra expresiva —a veces lapidaria—, Ibáñez atraía al juvenil auditorio con su visión de este mundo y el otro, basada en Santo Tomás y muchos otros santos y filósofos. Con su elocuencia y sus énfasis buscaba explicar lo inexplicable, las razones, sinrazones y misterios de las preguntas fundamentales de la vida, con un amplio uso del idioma y un acento levemente español adquirido en la Universidad de Navarra, en Pamplona, donde estudió periodismo tras doctorarse en teología en Roma. Con su inconfundible sotana negra con pequeños botones de arriba a abajo y su rígido cuello romano, transitaba por esos patios donde se instalaba a conversar con grupos de alumnos.

Por aquellos días conocimos también como ayudante de Redacción —ramo básico de primer año— a un señor español, Luis Fernández Cuervo, quien tenía la doble profesión de médico y periodista y del que alguien supo que era «numerario» del Opus Dei. Nos parecía un personaje extraño cuyas características no alcanzábamos a descifrar; no era un cura, pero —se decía— no se podía casar y vivía en una casa del Opus Dei. Nunca antes habíamos visto a un numerario.

En ese tiempo supe también que dos amigas, compañeras de curso del colegio, se habían incorporado al Opus Dei: Carmen Gloria Vives y Bernardita Sánchez, con quienes conviví desde que entramos a las Monjas Francesas, once años antes.

Era 1962, el año del Mundial de Fútbol en Chile. Estaba en primer año de la Escuela de Periodismo cuando algunas compañeras de estudios me hicieron las primeras invitaciones para concurrir a charlas a una casa del Opus Dei, que se había iniciado en Santiago en 1950.

El imperio del Opus Dei en Chile, de María Olivia Mönckeberg. Debate, 2023. 424 páginas.

Por aquel entonces, muchos jóvenes nos sentíamos atraídos por la posibilidad de practicar más a fondo el cristianismo y buscar la mejor forma de conocer y aplicar la Doctrina Social de la Iglesia. Ya en el colegio las meditaciones, charlas y retiros eran algo habitual, así como el trabajo en las poblaciones marginales de Santiago.

Con la curiosidad de conocer este nuevo movimiento, fui con otras compañeras durante tardes completas, después de clases, a una casa en avenida Cristóbal Colón al llegar a Tobalaba. Recuerdo al menos una ocasión en la que nuestro profesor José Miguel Ibáñez era el conferencista. Se oscureció el recinto y el «cura Ibáñez» —como le decíamos— estaba al frente tras un escritorio con una lamparita que iluminaba los papeles que había sobre la mesa. Nada más. Ni un ruido. Todo previsto seguramente para que nos concentráramos. Una extraña sensación recorría el cuerpo. Casi temor.

La santificación en el día a día, en medio del mundo, la importancia de hacer bien las cosas, de ser estudiosas y pudorosas, frecuentar los sacramentos y alejarnos de lo que nos podía distanciar de Dios eran algunas de las propuestas que llegaban a nuestros oídos. Camino, el libro de Máximas de Josemaría Escrivá de Balaguer, que había caído en mis manos años antes, era objeto de continuas referencias.

También ese año me convidaron a un retiro por dos días. Fuimos a Antullanca, una casona del Opus Dei en los faldeos de la cordillera, en una parcela con un extenso y cuidado jardín en lo que es hoy la comuna de Lo Barnechea, en el sector alto de la Región Metropolitana. En esos tiempos era como salir fuera de Santiago.

Los recuerdos se hacen imperceptibles, pero todavía resuenan las voces que nos llamaban a la «perfección en nuestro estado» de estudiantes en aquel entonces. Nos invitaban a «acceder a la gracia divina» mediante la «santificación» de lo que cada uno hacía; a «limpiar nuestras almas a través de la confesión» para estar más cerca de Dios, y —desde luego— a «cuidar nuestros cuerpos tanto como nuestro espíritu, porque ellos son templos de Dios y los hombres somos distintos a los animales». Y, por supuesto, a evitar «toda ocasión de pecar».

Ni los contenidos de esas charlas, ni las máximas de Camino llegaron a tener eco en mí. Seguí por otras sendas vinculadas a movimientos cristianos de aquella época, pero distantes del especial mundo de numerarios y supernumerarios. Mis preocupaciones y las de muchos de mi generación eran otras. Soñábamos, desde la universidad, con cambiar el mundo y la sociedad en que vivíamos. Y eso exigía, junto a muchas lecturas de pensadores chilenos y europeos, asumir compromisos en el plano político. La Asociación de Universitarios Católicos (AUC) y la Democracia Cristiana Universitaria (DCU) ofrecían respuestas atrayentes que daban contenido de acción a los pensamientos. Queríamos «sacar a la universidad de la torre de marfil» en que estaba encerrada y dejar atrás los moldes tradicionales para construir «una patria para todos», una sociedad «comunitaria, participativa y solidaria», donde la justicia social se transformara en realidad y la democracia significara mucho más que el derecho a votar en las elecciones y a respirar la libertad.

Oraciones en Algarrobo

Unos años después, hacia fines de la década de los sesenta, escuché que en la familia Mönckeberg Barros —es decir, la de los hermanos de mi padre, o mejor dicho, de las hermanas— varias tías iban a unas charlas y retiros del Opus Dei. Comentaban sus experiencias en los veranos de Algarrobo, donde acudían a misa diaria, comulgaban todos los días, rezaban el Rosario y se confesaban con frecuencia.

Hablaban de Josemaría Escrivá como de alguien muy cercano. Y en las triviales conversaciones de playa se manifestaban contra el bikini y los anticonceptivos. Y por cierto, condenaban las separaciones, nulidades y «segundas vueltas» matrimoniales, cuando aún no se discutía siquiera la ley de divorcio.

Al cabo de un tiempo, empecé a saber que las tías se hacían «supernumerarias» y que llevaban una vida espiritual muy intensa con retiros y jornadas de oración. En más de una oportunidad, algunos de los maridos o hermanos les hacían bromas a las «santas» porque «se llevaban todo el día rezando».

Ya al comenzar los años setenta, tres primos hermanos entraron al Opus Dei como «numerarios». No entendíamos mucho esto de que se fueran de la casa sin seguir automáticamente los estudios para ser sacerdotes, como los del Seminario o los de otras congregaciones. El menor de los tres, Federico Mönckeberg Balmaceda, fue el primero que partió a Roma, según supimos. Contaban que había sido «elegido» para ser sacerdote del Opus. Lo ordenaron en 1982 cuando tenía veintiséis años.

Un buen tiempo después, le tocó el turno a Guillermo, tres años mayor que Federico, quien hasta ese entonces era numerario. Guillermo fue ordenado en 1995 y después ha estado en funciones «de gobierno» en la Obra, como le dicen ellos. Otro primo más joven los siguió más tarde, Andrés Mönckeberg Bruner, hermano de Jorge, quien ya era numerario, y de Cristián, el exdiputado y expresidente de Renovación Nacional, que no pertenece a la Obra.

«Don» Federico, «Don» Guillermo Mönckeberg Balmaceda y «Don» Andrés Mönckeberg Bruner son sacerdotes numerarios del Presbiterio del Opus Dei y de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. Porque en la Obra a los sacerdotes no les dicen «padre», como se acostumbra tratar a los otros curas, salvo a «El Padre», que originalmente era Josemaría Escrivá de Balaguer. Don Guillermo ha sido Director Espiritual del Opus Dei en Chile, uno de los más elevados cargos dentro del movimiento.

A esos primos se agregaron primos numerarios y primas numerarias. Tres hijas de Gabriela Mönckeberg Barros y del ingeniero Mario Cuevas Valdés —ambos supernumerarios—, Gabriela, María Paz y María Luisa son a su vez numerarias.

Entre los nuevos militantes que se fueron sumando con los años, destaca la numeraria Paulina Mönckeberg Bruner, hermana de «Don Andrés» y de Jorge. Talentosa diseñadora, creó el personaje de Pascualina. Sus dibujos se multiplican en la ilustración de agendas, cuadernos y cuentos para niños, y le reportan cuantiosos honorarios y ganancias, que periódicamente van a incrementar los fondos destinados a las «labores» del Opus Dei.

De todas esas novedades que iban ocurriendo escuchábamos hablar a lo lejos, hasta que empezamos a saber que el «contagio» ya llegaba a los hijos de los hijos y la semilla continuaba propagándose en los nietos de las tías y los tíos.

De la curiosidad al asombro

A esa altura aumentaba mi interés por saber más sobre esta «Obra de Dios», nacida en la España de Franco y que le parecía tan atractiva a mi familia.

Ese acercamiento rodeado de misterio y sin concluir de los años universitarios era un «asunto pendiente» que requería respuestas. Percibía que este no era un simple movimiento religioso que durante un período está de moda entre la juventud o en ciertos sectores de la sociedad y luego pasa.

Las observaciones como periodista y la investigación realizada me llevaron también a captar desde otros ángulos la presencia y el crecimiento del Opus Dei en Chile. A modo de Obertura en esta mirada a la Obra de Dios, puedo decir que a pesar del conocimiento que por biografía personal, relaciones familiares y seguimiento profesional tenía, lo que fui conociendo a medida que la investigación tomaba cuerpo me ha comprobado que el punto de partida solo era eso.

Repito lo que ya en la versión de 2003 decía: «El Opus Dei en Chile es más grande, más extendido, más importante e influyente de lo que en los pasos iniciales de este trabajo había detectado». El camino recorrido en estos años y el trabajo de actualización de las últimas ediciones me llevan a concluir que esa afirmación no solo sigue siendo válida, sino que la importancia y la influencia de este Imperio han continuado aumentando aquí en Chile y en otras latitudes.

A la vez, el rigor de su gente, la devoción y dedicación a su causa son también mucho más intensos y más firmes de lo que uno suele ver en otros movimientos religiosos, aunque se ha sabido también de numerarios o numerarias «desertores», que por lo general prefieren guardar silencio sobre sus experiencias y los motivos de su ruptura, pero se percibe que el tema de la obediencia y las obligaciones que se les imponen son una constante que se repite.

Cuando en 2002 empecé a contarle a amigos, conocidos y entrevistados ajenos al Opus Dei en qué pasos andaba, pude constatar que junto a una suerte de atracción ante el misterio, existe un cierto temor que rodea todo lo concerniente al Opus Dei. No pocos me preguntaban: ¿Y no te da miedo? ¿Por qué siempre te metes en las patas de los caballos? ¿No crees que es un riesgo hablar de gente tan poderosa?

Sin ser temeraria, puedo decir que no es miedo el sentimiento que más he sentido al investigar y reflexionar sobre lo visto, conversado y escuchado ni lo que me provoca hoy. He logrado satisfacer en buena medida la curiosidad, y responder muchas preguntas, aunque quedaron —y siguen quedando— muchas cosas por saber y cabos por amarrar.

Experimenté asombro, y a ratos hasta estupor, al conocer de primera fuente cómo viven los numerarios. Al saber que no tienen vacaciones ni pueden ir al cine o al teatro. Al comprobar de sus propios labios el ascetismo que los lleva a esas prácticas de autotortura que llaman «mortificaciones» corporales, con cilicios y látigos, en pleno siglo xxi. Al captar que el compromiso de los supernumerarios es mucho más que la mera colaboración tradicional de los laicos católicos con un movimiento religioso y que cumplen su plan de vida con un rigor extremo. Al observar los resplandecientes pisos que bajo la consigna del «trabajo bien hecho» hacen brillar las «numerarias auxiliares» en las casas de la Obra.

Son solo algunas de las constataciones relatadas en los sucesivos capítulos tras lograr que se abrieran algunas ventanas y se entreabrieran otras para poder tener impresiones más certeras de lo que es ser del Opus Dei y de lo que es el Opus Dei.

Mantuve en esta versión 2023 el inicio del relato con el capítulo de las amigas de colegio con sus «vocaciones frustradas» para luego salir a recorrer el pasado, observar el mundo y volver a Chile.

Los testimonios de entrevistados de hace veinte años que no pierden vigencia y los datos y hechos actuales llevan a concluir que, aunque en el Opus Dei se esfuercen por decir que no tienen poder en el sentido terrenal —lo que resulta discutible—, lo suyo es un gran poder en el más profundo sentido de la palabra: el de mover conciencias y voluntades.

Eso les permitirá seguir cimentando y expandiendo su «Imperio» que está llamado a ser universal, bajo la inspiración de Josemaría Escrivá de Balaguer, «el Padre», «nuestro Padre», «el Fundador», como se refieren a él sus seguidores en Chile y en el mundo.

Mucho insisten en que las personas son las que hacen determinadas «labores» o iniciativas, y no el Opus Dei corporativamente. Pero la suma de personas, sobre todo cuando trabajan con ahínco en pos de un ideal, de un fin último, con convicción y disciplina, deja huellas. Multiplican influencias virtuales o reales que van generando formas de convivencia, y estas se expresan en la vida cotidiana y pueden ser determinantes en la conformación de la sociedad, y sus valores.

Los caídos y el motus propio

Es paradojal ver que este imperio se ha consolidado en medio de una sociedad cada vez más abierta, plural y diversa, que está viviendo un cambio cultural y deja atrás una cantidad de tabúes.

A primera vista, la crisis de confianza que afecta al país, a sus instituciones y a la misma Iglesia católica pareciera no tocar las sólidas murallas de este «Imperio» ni a sus integrantes. En materia de abusos sexuales, no ha aparecido entre los suyos un equivalente a Fernando Karadima ni a Marcial Maciel o John O’Reilly, el sacerdote de los Legionarios de Cristo enjuiciado ante la justicia chilena, comentaba en esta Obertura hace casi siete años.

Sin embargo, ahora ya sus miembros no constituyen excepción en estos delicados asuntos. Las autoridades del Opus Dei han tenido que encarar en Chile los casos de dos sacerdotes acusados de abusos de conciencia y sexuales: Patricio Astorquiza Fabre, uno de los más antiguos curas de la Obra. Excapellán de la Universidad de los Andes y de los colegios, además de columnista habitual del diario El Mercurio, fue expulsado del sacerdocio durante la pandemia en 2021, tras una investigación que confirmó las denuncias por abusos sexuales y de conciencia de cinco personas. Menos conocido es el caso de Carlos Rodríguez Picado, quien fuera director espiritual del abogado Luis Arévalo. Este último presentó una demanda en su contra por abusos de conciencia y poder con connotación sexual y finalmente el Opus Dei tuvo que llegar a un arreglo monetario.

Y se escuchan, entretanto, los ecos desde Argentina de acusaciones de exnumerarios, y de la denuncia ante el Vaticano de las 43 numerarias auxiliares —de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Italia y Kazajistán—que levantaron la voz en agosto de 2022, alegando explotación y abusos de poder y de conciencia entre 1974 y 2015.

Es posible que esas situaciones y otras ocurridas a nivel mundial tengan relación con el Motu Proprio ad charistma tuendum del Papa Francisco. Es decir, en esa carta escrita por iniciativa personal del Sumo Pontífice argentino —ese es el significado de Motu Proprio— para «tutelar el carisma», Francisco dispuso el 14 de julio de 2022 que la Prelatura del Opus Dei pasaría a depender del Dicasterio del Clero. Eso implica que no seguiría teniendo el privilegio especial de depender directamente del Papa a través del Dicasterio de los Obispos. Aunque todavía no está claro el desenlace de esa iniciativa, eso —se ha interpretado— dejaría a la Prelatura en el rango de las demás órdenes y congregaciones dentro de la organización eclesiástica y no con el estatus que le había otorgado Juan Pablo II.

Francisco destacó también en ese Motus Proprio el carisma de santificar el trabajo, característico del Opus Dei, pero advirtió, a la vez, que el Prelado no podría ser obispo, como llegaron a serlo sus dos antecesores. Asimismo, instruyó que tendrían que entregar informes anuales y no cada cinco años, como ocurría antes.

Algunas voces autorizadas como la del numerario y profesor de la Universidad de Los Andes Joaquín García-Huidobro en Chile salieron a aclarar que esto no significaría un cambio radical. En la misma línea el sitio oficial de la Obra le restó dramatismo a las novedades de la carta papal, y destacó la valoración positiva que el Pontífice hace en su Motu proprio del carisma de la Obra referida a la santificación del trabajo.

Sin embargo, se ha manifestado algo de preocupación. En abril de 2023 se realizó en Roma un Congreso Extraordinario de la Obra. No hubo detalles sobre la reunión. Según la publicación digital católica El debate, asistieron 126 mujeres y 148 hombres, 90 de ellos sacerdotes, por lo que se podría deducir que serían ellos quienes llevarían la voz cantante.

El 3 de junio el Prelado Fernando Ocariz fue recibido por el Papa y tras ese encuentro dirigió una breve carta a sus fieles en la que aludió a ese Congreso: «Pude contarle también del ambiente de aquellas jornadas, y del deseo de fidelidad al carisma de San Josemaría y de unión con el Papa, que se puso de manifiesto en todos y en todas. Al mismo tiempo, comuniqué al Santo Padre que hemos comenzado a trabajar con el Dicasterio del Clero el documento que resultó del Congreso, para la decisión que habrá de tomar la Santa Sede».

No hubo más detalles, al menos en esa oportunidad. La discreción primó una vez más.

En la cúspide

En Chile, el porcentaje de la población que se declara católica ha venido disminuyendo desde un 70 por ciento en el Censo 2002 hasta un 48 por ciento, según encuestas de 2022. Y a pesar del aumento de quienes se definen agnósticos o sin religión, el peso relativo del Opus Dei en ciertos sectores de la sociedad parece seguir creciendo.

Sus miembros no superarían las tres mil personas entre sacerdotes, numerarios, supernumerarios y «agregados». Los numerarios serían alrededor de un diez por ciento y los sacerdotes de la Prelatura alcanzan al medio centenar. Pero en esto el Opus no entrega cifras exactas ni menos nombres de sus integrantes. Salvo en el caso del vicario regional, los capellanes de la Universidad de los Andes y de los colegios y algunas otras excepciones. El actual vicario regional es Don Álvaro Palacios Diez, ingeniero civil de la Universidad Católica y doctor en Teología de la Universidad de Navarra. Dice su perfil en el sitio web que desde 2015 «ha trabajado en el gobierno regional del Opus Dei».

A simple vista, la cantidad de integrantes de la Obra puede parecer pequeña. Sin embargo, su ámbito de influencia es mucho mayor. Desde luego, porque, desde el comienzo el Opus llegó a la élite universitaria católica y a familias acomodadas. Y desde esos círculos se ha expandido. Son personas con recursos económicos que contribuyen no solo con oraciones, sino también con aportes monetarios en forma periódica al sustento y desarrollo de la Obra. Existen también miles de «cooperadores» repartidos por todo el territorio nacional que ayudan a las diversas iniciativas emprendidas por la Prelatura y reciben el influjo de sus enseñanzas.

Su estilo y sus valores se extienden a través de los colegios y de sus «círculos» de formación. La Universidad de los Andes en permanente desarrollo, con sus espectaculares edificios simboliza el crecimiento experimentado y es una señal de lo que la Obra quiere ser, como lo ha marcado la Universidad de Navarra en Pam­plona, España.

Se puede observar, asimismo, que son miembros del Opus Dei algunos de los más poderosos empresarios del país. Lo mismo ocurre en otros países latinoamericanos y desde luego en España. Otros muchos, sin ser parte de la Prelatura, colaboran con suculentos aportes económicos. Del mismo modo, en las directivas de algunas entidades que los agrupan destaca la presencia de connotados supernumerarios y de «amigos» o colaboradores del Opus Dei o de alguna de sus fundaciones.

La revisión efectuada al propio libro y a los cientos de documentos, archivos y apuntes que he juntado, así como la observación y reflexión a fondo en torno a este «Imperio», me llevan a atar más cabos, y a obtener más conclusiones. Y también a abrir nuevas interrogantes. No todo eso puede estar en estas páginas. No ha sido fácil reducir y recortar lo que uno antes relató. Lo escrito y publicado en la versión 2016 sigue vigente, en todo caso, para detener la mirada, en aspectos que no fueron incluidos.

Muchas veces amigos y lectores me han comentado que los personajes de mis libros se repiten como en una serie o en una novela en que el autor sigue a los protagonistas a lo largo del tiempo. Y es cierto. He podido comprobarlo con las investigaciones realizadas, donde van apareciendo los mismos nombres. Dos años antes de El imperio del Opus Dei en Chile había publicado El saqueo de los grupos económicos al Estado chileno, donde entre los privatizadores aparecen algunos nombres de integrantes de este imperio. Desde ahí en los sucesivos libros siempre aparece un hilo, una pista, más de un nombre o situaciones que se cruzan.

Al observar lo que sucede hoy, también esos lazos se acercan a El poder de la UDI. 50 años de gremialismo en Chile, que apareció en 2017. Fue desde la UDI que en 2016 emigró José Antonio Kast para iniciar su aventura presidencial. Entre sus compañeros de entonces —y de ahora— estuvo el numerario del Opus Dei Gonzalo Rojas Sánchez, un personaje que conoce desde que fue su profesor al entonces joven estudiante Luis Alejandro Silva, quien en 2001 llegó a presidir el centro de alumnos de su carrera. Hoy son compañeros de ruta en el Partido Republicano, donde Silva Irarrázaval es uno de los vicepresidentes.

Cuando releía este libro, me fui encontrando con otros antiguos conocidos o con lugares frecuentados por algunos de los tantos personajes citados en mis otras investigaciones, en un testimonio, una referencia o un antecedente documental. Sin buscarlos, salen al paso, y esos hilos contribuyen a develar más redes.

Es un hecho que el Opus Dei ha ido creciendo con el transcurso del tiempo a nivel universal como soñaba su Fundador. Es una organización que bajo el pontificado de Juan Pablo II se fortaleció en el Vaticano y fue constituida en Prelatura personal; celebró en ese período la consagración como obispos de quince sacerdotes numerarios en el mundo; ungió al primer cardenal del Opus Dei, el polémico exarzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, y en 2002 elevó a los altares a su Fundador Josemaría Escrivá de Balaguer. A él se sumó la figura de Álvaro del Portillo, el sucesor del Fundador, quien está en proceso de beatificación.

Hoy la Obra de Dios es una institución internacional presente en más de ochenta países del orbe. Con colegios y universidades que multiplican su pensamiento y su influencia. Con numerarios y supernumerarios que en las diversas esferas de la vida social «santifican su trabajo» y buscan hacer apostolado día a día para llevar —como ellos dicen— a Cristo a la cúspide de todas las actividades humanas en todo el mundo, como está impreso en su signo corporativo.

En eso está el numerario Luis Alejandro Silva Irarrázaval, el «profe», que logró obtener la más alta votación nacional el 7 de mayo y que tiene la responsabilidad de dirigir la bancada del partido más conservador del espectro político chileno en la elaboración de la Constitución que debería —si el texto es aprobado en diciembre— reemplazar a la del capitán general Augusto Pinochet y Jaime Guzmán, dos personajes a los que ha manifestado su admiración.


Los pie de página incluidos en el prólogo original fueron suprimidos para facilitar la lectura en la versión web, previa autorización de la editorial.