«Todo en esta escritura reclama nuestra atención. Cómo a la narradora la destruyeron, cómo se rearmó. Cómo fue necesario, tal vez, hurgar en la psicología del criminal. Cómo halló ahí, gran mal de nuestra época, notas de banalidad y estupidez, pero también, nuevamente, silencio», escribe Lorena Amaro sobre el libro Triste tigre, de Neige Sinno.
Por Lorena Amaro
Neige Sinno (1977), escritora francesa radicada en México, autotraduce su libro Triste tigre (Anagrama), en el que relata de manera fragmentaria su infancia y, sobre todo, reflexiona sobre el alcance que en su vida tuvieron los abusos y violaciones sufridos por ella desde los siete años hasta la adolescencia, a manos de su padrastro, un montañista y amante de la naturaleza que puertas afuera era un vecino respetado y querido por su pequeña comunidad rural.
Se trata de un libro provocativo, inusual, y esta calidad se marca desde las primeras líneas. Sinno, dura y concisa como Annie Ernaux, abre su texto con esta frase: “Porque a mí también, en el fondo, me parece más interesante lo que sucede en la cabeza del verdugo”. Alude posiblemente a un episodio de 2022, cuando a Cristina Rivera Garza le dieron el Premio Xavier Villaurrutia en México y en el acto de entrega, el escritor Felipe Garrido tuvo la horrible idea de quejarse de que en el libro no se indagara más en la psicología del asesino de la hermana de Rivera Garza, Liliana. Argumentó que el asesino le parecía más interesante literariamente. La escritora le respondió de inmediato: “Tenemos que verlas siempre a ellas, no a sus asesinos. A ellos los vemos en todos lados, ellos tienen demasiada prensa”.
El “porque” que usa Sinno, aparentemente injustificado, parte de una frase trunca, parece responder a esa polémica. Se trata de unas líneas inesperadas, que en este libro operan con la potencia de una llave, y esta llave abre puertas a las que quizás no nos guste asomarnos. En la escritura de Sinno, el deseo de saber lo que pasa por la cabeza del violador es más que un gatillador literario; va abriendo capas y capas de reflexiones en torno a los conceptos de víctima, consentimiento, memoria, justicia, en un tono entre narrativo y ensayístico que cautiva desde el principio por su desgarradora sinceridad y autocrítica. En este libro, ponerse de cara al monstruo es algo más que un impulso personal y estético, ya que se trata, también, de rasgar lo que callamos socialmente, con una atención y cuidado únicos sobre la propia escritura.
Tal vez solo alguien que ha vivido en carne propia la violencia tiene permiso para hacer ciertos gestos. Para provocar. Para remover, desde un lugar muy preciso y justificado, lo que entendemos por violencia, pero también por literatura. Como otras autoras recientes que han decidido escribir, ya sea desde el testimonio, la novela o la autoficción, sobre la violencia sexual vivida en carne propia (y aquí pienso en varios libros de gran impacto en los últimos años, como Por qué volvías cada verano, de Belén López Peyró, El consentimiento, de Vanessa Springora y Dejé de llamarte papá, de Caroline Darian), Neige Sinno mira de frente a su agresor sin esperar la verdad. Sus exploraciones por la memoria eventualmente continuarán y los hechos traumáticos y dolorosos seguirán obrando en ella, encontrando nuevas ramificaciones, caminos y desvíos.

Neige Sinno
Anagrama, 2024
256 páginas
La autora convoca diversos procedimientos: utiliza recortes de diarios provinciales que la muestran de niña en una inocente nota turística, usa cartas, archivos parciales que son apenas recortes, instantáneas de un proceso largo y doloroso, sorprendentemente oculto y expuesto a la vez. Trata así de definir, según dice, qué hacer con lo que le han hecho. Qué palabras darle a su experiencia: “No me gusta escribir en esta forma autobiográfica. A menudo quisiera escapar de esta primera persona del singular para refugiarme en un plural, sea cual sea. No quiero tener la desagradable impresión de que estoy contando mi vida”. Aun así opta por la escritura en primera persona para contarla: “… la autobiografía es un arma más para enfrentarse a lo impensable, un cuchillo para diseccionar el mundo, una opción política y estética que afirma la unión de contenido y forma. Es un medio y no un fin, una puerta de entrada a un universo de complejas galerías del que nunca se saldrá”.
El libro de Sinno es recomendable en muchos sentidos. La formación literaria de su autora —situada entre la literatura de lengua francesa y el acervo latinoamericano—, incluso su conocimiento de las relaciones entre memoria, escritura y derechos humanos, propician una arquitectura inteligente y reflexiones que se quedan para no olvidarlas —el análisis que hace de Lolita, de Vladimir Nabokov, poniendo el foco ya no en la nínfula provocativa, sino en la niña abusada, es uno de los más lúcidos que he leído en los últimos años—. La filosa conciencia con que vuelve al trauma y da forma a esos recuerdos turbios, propicia la reflexión sobre la escritura: “Sé que la verdad no está en el lenguaje. Sé que la verdad no está en ninguna parte. Sé que la narrativa puede provocar una experiencia que no es necesariamente de la misma naturaleza que lo que se dice. La ficción es lo que más me interesa del mundo, siempre lo ha sido. Me fascina ese orden de cosas en el que se dice algo distinto a lo que se dice. Donde es natural que lo dicho remita a otro lugar, a una sombra del lenguaje donde la verdad espera sin decirse. Fue mi padre quien me enseñó a leer, no mi padrastro. Fue mi padre quien me dio mis armas propias, el refugio en el mundo imaginario, el gusto por la soledad. Con ese descubrimiento nació el amor por la literatura. Pero mi padrastro me introdujo en la duplicidad del lenguaje y el silencio. Es desde ese conocimiento íntimo, desde ese odio, que escribo”.
Todo en esta escritura reclama nuestra atención. Cómo a la narradora la destruyeron, cómo se rearmó. Cómo fue necesario, tal vez, hurgar en la psicología del criminal. Cómo halló ahí, gran mal de nuestra época, notas de banalidad y estupidez, pero también, nuevamente, silencio. ¿Qué puede mover a un adulto, que debería proteger y dar cariño, a abusar de un niño? Las respuestas son muchas, pero al mismo tiempo no hay una sola que colme o alivie el dolor; eso es lo que finamente logra transmitirnos la autora.
Sinno nos muestra cómo la escritura, cuando se hace con conciencia y capacidad crítica, y también con amor por el lenguaje, es capaz de penetrar en todos los rincones, incluso en aquellos que parecen más oscuros, incluso en aquellos que nos parecen repugnantes. No es fácil asomarse, ni siquiera cuando se hace de puntillas. Su libro nos invita a sumergirnos, sin prejuicios, en esa oscuridad.