La escritora Nona Fernández reflexiona sobre el libro Revolucionarias. Historias y narrativas de mujeres rodriguistas, de Tamara Hernández y publicado por Ediciones Escaparate, que reconstruye el papel de las mujeres en la lucha del Frente Patriótico Manuel Rodríguez contra la dictadura de Augusto Pinochet a partir de testimonios de sus propias protagonistas. Una constelación de mujeres, dice Fernández, cuyos relatos no existían ni para la historia oficial ni para el lenguaje de la memoria.
Por Nona Fernández Silanes
La última vez que vi una constelación con cierta claridad fue hace años, en el norte de Chile, lejos del cielo contaminado de Santiago. Era una noche sin luna. El frío del desierto se colaba por las mangas de la chaqueta. Recuerdo un pequeño dolor en el cuello al mirar el cielo por largos minutos. Un astrónomo indicaba con un puntero láser distintas constelaciones. Mientras lo hacía nos explicaba que todas aquellas luces lejanas que vemos brillar sobre nuestras cabezas vienen del pasado. Según la distancia de la estrella que la emita, podemos hablar incluso de miles de millones de años atrás. Reflejos de estrellas que pueden haber muerto o desaparecido. La noticia de eso no nos llega aún y lo que vemos en el cielo es el brillo de una vida que quizá se extinguió sin que lo sepamos, pero que persiste, que titila, que sigue presente. Haces de luz que fijan el pasado ante nuestra mirada.
Hago este recuerdo porque Revolucionarias de Tamara Hernández Araya, este acopio de testimonios de mujeres rebeldes, no puede ser pensado si no es en la lógica de los recuerdos y las estrellas. Desde las primeras memorias que la humanidad tiene registradas, mujeres y hombres han observado el infinito para intentar ubicarse. La posición de las estrellas fue una herramienta de orientación donde el cielo se transformó en un verdadero mapa. Ese mapa astral era una guía para los navegantes y mercaderes cuando realizaban travesías durante la noche, ya fuera por el mar o por el desierto. Imaginando figuras con las que relacionaban los grupos de estrellas, y creando leyendas e historias de lo que representaban, les era más fácil identificarlas y recordar las rutas a seguir. Así nacieron las constelaciones. Como una brújula de luz en medio de la oscuridad.
Se me antoja pensar en las mujeres de este libro como un grupo de estrellas que titilan en el cielo de nuestro presente. La letra fija en el papel sus testimonios como en un verdadero mapa astral y leyéndolos se activa la brújula y se ilumina el ahora. Reconocer la memoria y la historia de las mujeres de Chile como parte fundamental de la construcción de una identidad es un desafío en el que hemos estado las feministas desde siempre. Reconocer a nuestras antecesoras en todas sus áreas de desarrollo para comprender la herencia de la que venimos y continuarla. Así intentamos configurar a nuestras desconocidas referentes. Hemos salido en búsqueda de quiénes fueron las científicas, políticas, intelectuales, deportistas, artistas, dirigentas, pensadoras que nos precedieron. Hemos salido a la caza de esas vidas y relatos escondidos. Sabemos también que el recorrido histórico del mundo doméstico, del espacio privado, territorio cedido a las mujeres desde siempre, ha sido ignorado en el momento de escribir relatos identitarios. Ese gran lazo que existe entre la cultura y las mujeres, como trasmisoras y agentes, las pone en un lugar protagónico cuando intentamos observar la realidad cultural. Y es en ese ejercicio cuando constatamos la falta de reconocimiento que hemos tenido a lo largo de la historia, y por ende evidenciamos el gran vacío en el que mujer y cultura se enredan. La invisibilización constante, el ninguneo, el borroneo, ha dejado una gran deuda en la tradición y la memoria y por ende un gran trabajo en términos de reconocimiento patrimonial. Pero si al problema de ser mujer le agregamos el ímpetu revolucionario, la liberación completa del paradigma, el compromiso con la lucha armada, ese borroneo del que hablamos se profundiza hasta transformarse en un completo vacío. Un verdadero agujero negro, para seguir con la jerga astral. Esos puntos inimaginablemente pequeños de densidad infinita que se encuentran en el universo. Puntos llenos de información, de vida, de luz, de material estelar aprisionado, ocupando el menor espacio posible y que de tan condensado se vuelve materia oscura. La luz no puede escaparse de un agujero negro. Todo lo que ahí cae, no saldrá jamás. Se vuelve materia fantasma. Presencias sin corporalidad. Estrellas secretas que están ahí sin que lo sepamos, como la constelación de mujeres de este libro, condenadas a la invisibilidad no solo por lógicas puramente patriarcales, sino también por las pesadas lógicas neoliberales y transicionales de la reconciliación y el pacto. Hoy el relato de las mujeres revolucionarias no existe para la historia oficial. Está encapsulado en un agujero negro.
Recordar es un verbo, una acción. Por lo tanto, es un hecho que ocurre en el presente. La memoria se construye a partir de las vivencias del pasado. Recordamos no por un mero acto de nostalgia. Lo hacemos para confrontar el recuerdo con este presente disconforme. Para encontrar en ese mapa que es el ayer las claves de comprensión y orientación para el hoy.
¿Pero qué pasa cuando el mapa está incompleto?
¿Qué pasa cuando parte de la información se ocultó?
Es imposible leer Revolucionarias de Tamara Hernández Araya sin confrontar todos estos testimonios del pasado, y las lúcidas reflexiones de su autora, con el absurdo escenario del hoy. Luego de una revuelta social inimaginable, luego del inicio de un proceso constituyente paritario, con la presencia de pueblos originarios, en el que se han dado algunas confrontaciones que en décadas no se habían generado en la institucionalidad. Luego de haber avanzado en dos años, en términos culturales, lo que no se había avanzado en cuarenta, hoy tenemos a un candidato pinochetista en la papeleta de las próximas elecciones. Las razones de esta circunstancia son múltiples, pero una importante tiene que ver con el borroneo histórico, con la invisibilización, con los agujeros negros que la democracia transicional dejó en el mapa de nuestra historia. En ese mapa incompleto la trama de estas mujeres rebeldes, soñadoras, valientes, capaces de organizarse, capaces de entregar su vida a una causa común, a un sueño colectivo y solidario, no se encuentra. El relato que ellas tejen en sus testimonios con las palabras amor, ética, justicia, lealtad, pertenencia, coherencia, resistencia, hermandad, entrega, pasión y cariño, no ha llegado hasta nosotras. En la construcción histórica solo hemos escuchado que al hablar del rodriguismo se utilizan las palabras extremistas, terrorismo, crimen organizado, miedo, violencia, muerte, desorden, y con estas palabras, que el poder ha cargado de un sentido negativo, de un completo prejuicio, clausuraron el lenguaje de la memoria y con ello nos robaron una parte de nosotras y nosotros mismos. Me pregunto si no será justamente esa parte de nuestra memoria, la que habla de la resistencia, la que habla de una organización que intentó poner límites claros y contundentes a la dictadura, una organización que no estuvo dispuesta a dialogar y a pactar con el pinochetismo, la que necesitábamos conocer para no estar hoy a punto de repetir otra vez la misma historia.
Sin embargo, nunca será tarde.
Esas mismas palabras pronunciadas por las mujeres de este libro nos alientan. Amor, ética, justicia, lealtad, pertenencia, coherencia, hermandad, entrega, solidaridad, pasión y cariño. Y es que para iluminar la memoria, siempre habrá un relato generoso que nos guíe en medio de la oscuridad. Nuestras hermanas y hermanos mayores completan, en una posta de memoria, todo aquello que no tenemos capacidad de recordar, todo aquello que desconocemos, incluso aquello que nos robaron. Como los primeros pueblos que se contaban historias para no olvidar la posición de las estrellas, como aquellos cuentos que circulaban dando vida a esas constelaciones que los guiaban en la noche, así los recuerdos transmitidos por nuestras hermanas mayores nos ubican, nos entregan un referente de dignidad, nos dan un lugar de pertenencia en el mundo, un punto de vista para seguir con el camino de la historia que aún no termina.
Hemos estado habitando el mapa dictatorial hace demasiados años. La constitución ilegítima de Guzmán organizando nuestras vidas es una prueba de ello. La militarización del Wallmapu, la persecución a los inmigrantes, las violaciones a los derechos humanos desde el año 1990, con el clímax de lo ocurrido en la revuelta social. La impunidad en la que han quedado los crímenes de los militares. La falta de justicia, verdad y reparación para absolutamente todas las víctimas de la dictadura. La negación a la existencia de presos políticos, con lo que justifican las condiciones inhumanas de un encierro como el que ha llevado, por ejemplo, Mauricio Hernández Norambuena, con una dignidad impresionante, durante tantos años. Todos estos signos, además del nombre del candidato pinochetista en la papeleta de las próximas elecciones, son la evidencia de que seguimos entrampadas y entrampados en el mapa dictatorial y que frente a eso lo único que nos queda para replantear las estrategias del futuro es mirar con urgencia el cielo en esta oscura noche sin luna.
El frío se colará por las mangas de nuestra chaqueta. Un pequeño dolor en el cuello nos molestará al levantar la vista por largos minutos. Y de pronto, ahí arriba, iluminándonos como un faro en esta oscuridad, las reconoceremos. Tatiana, Mara, Tamara, Pola, Marión, Fabiola e Isabelle. Y con ellas todas las mujeres que pertenecen a esta constelación de Revolucionarias. Estrellas cuyas voces titilan, siguen presentes a través de este libro encontrando un espacio en el relato de nuestra agujereada historia. Afirmándose como las referentes que necesitamos para no repetir los errores del pasado, para seguir tejiendo futuro con esas palabras luminosas que reverberan en sus testimonios: ética, justicia, lealtad, resistencia, pertenencia, coherencia, hermandad, dignidad, entrega, pasión y cariño.