Sin olvidar la labor esencial de las ciencias biomédicas para enfrentar la actual pandemia por Coronavirus, el vicerrector de Investigación y Desarrollo de la U. de Chile y director alterno del Instituto Milenio de Inmunología e Inmunoterapia pone énfasis en el trabajo transdisciplinario que debería caracterizar el abordaje de una crisis que no sólo es sanitaria, sino también estructural. El Covid-19, dice, “es el mejor ejemplo de una enfermedad social”.
Por Jennifer Abate
—Las y los especialistas han puesto el acento en la relevancia de aplanar la curva, es decir, más que evitar el contagio a toda costa, evitar que nos enfermemos todos al mismo tiempo pues el sistema de salud podría colapsar. ¿Cree que las medidas que han tomado el Gobierno y las autoridades hasta ahora aseguran que estemos aplanando la curva?
Creo que es la pregunta de toda la gente, desde el ciudadano común y corriente hasta los expertos. Sería contrario a lo que yo pienso ser tajante y decir “sí, lo está haciendo completamente bien” o decir “completamente mal”, porque para tener certezas hay que manejar todos los datos. Esa complejidad de datos tiene que ver no sólo con el número de casos detectados y la cantidad de muertos en un día determinado, sino que también con el nivel de detección que tenemos, la cantidad de pruebas que se hacen en las personas, la distribución geográfica, la distribución etaria, o sea, una serie de elementos con los que no cuento como para poder ser tajante y decir qué es lo que se nos viene. Ahora, lo que ha pasado, a nivel mundial, es que en una primera etapa muchos gobiernos han mirado este problema con un nivel de interés insuficiente, y poco a poco la voz de los científicos, expertos, clínicos, ha ido dando la razón: esto es un problema grave que afecta a una gran cantidad de personas y que tiene efectos catastróficos como los que ha tenido en países como Italia, España y Estados Unidos.
—En este contexto, uno de los temas que ha emergido con fuerza es el peso que debería tener la voz de científicos y científicas asesorando a la autoridad política. ¿Cuál es su evaluación de la interacción que ha tenido el mundo científico con el mundo de la política a la hora de tomar decisiones?
Esta crisis nos toma en una situación de precariedad en esta área. Durante mucho tiempo hemos estado discutiendo sobre la importancia de generar inversiones en ciencia y tecnología, con un presupuesto que fuera más allá del 0,38% del PIB actual y que nos pusiera en el nivel de los países de la OECD y que esto repercutiera en la masa crítica, en los proyectos de investigación, en las capacidades humanas y tecnológicas. Eso no se hizo y, lamentablemente, hoy, si bien contamos con una masa crítica de investigadores muy comprometidos (ha habido una gran respuesta de parte de muchos científicos a lo largo de todo el país, de todas las universidades y centros de investigación), tenemos una precariedad enorme porque no contamos con una institucionalidad suficientemente robusta como para afrontar un problema de esta envergadura.
—Afortunadamente, ya se había creado el Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación.
El Ministerio, como todos sabemos, es un paso necesario que tiene que ver con un posicionamiento político, pero también hay un tema de posicionamiento del mundo científico en un nivel de prioridad de distribución de recursos que sea adecuado a las características del país. Tenemos que hablar de cómo levantar capacidades científicas, de humanidades, de ciencias sociales, para poder abordar desafíos que hoy parecieran coyunturales. Claro, hoy es el Coronavirus, pero hace unos meses era el calentamiento global, la sequía, el tema del agua, el tema de las contaminaciones a raíz de la industrialización y las zonas de sacrificio, todos esos elementos requieren una visión científica, no solamente una visión de mercado o una visión económica. Esa parte es la que requiere un financiamiento adecuado, una decisión política, de Estado, que permita proyectar un tema que no va a ser de un año para otro, sino que un proyecto a diez años que implique que Chile, en una década más, va a tener cinco veces o diez veces más capacidad científica y tecnológica de la que tiene hoy.
—O sea, afrontar esta pandemia es un tema estructural que involucra mucho más que la creación de una determinada institucionalidad.
Este es un tema que no solamente implica a los virólogos, infectólogos, epidemiólogos, directores de los hospitales, sino que tiene que ver con una cantidad de aristas enorme que tiene que hacerse cargo de los problemas sociales, por ejemplo, del impacto que tiene la cuarentena en las personas, la violencia de género, la situación de teletrabajo, cómo este incide en forma distinta en distintos niveles, cómo afecta a los trabajadores el hecho de tener esta pandemia. Por supuesto, está el punto de vista de la salud, del acceso a la medicina, pero también de todos los aspectos que tienen que ver con los derechos laborales, por mencionar algunos.
—¿Podría profundizar en la relevancia del trabajo entre diversas disciplinas, tanto biomédicas como sociales, para enfrentar la pandemia y, sobre todo, para hacerse cargo de las consecuencias de mediano y largo plazo que esto puede traer?
La transdisciplina genera un nivel de discusión de una complejidad mayor y que está más acorde a la envergadura de los problemas que uno quiere abordar. Tú no puedes abordar los impactos, por ejemplo, del cambio climático, desde una sola disciplina, ni desde la geología o la ecología, si no incorporas las visiones de la antropología, de la sociología, de la biología, porque cuando tienes esa visión completa puedes empezar a abordar de una manera inteligente una realidad que de otra manera no vas a poder superar y va a quedar en declaraciones. “Hay que hacer esto”, eso es lo que siempre decimos, pero las soluciones sólo se pueden encontrar a través de la discusión transdisciplinaria. Yo, como biólogo, puedo decir que el Coronavirus va a generar inmunidad después de que las personas enfermen, pero es distinto si discutimos en una mesa transdisciplinaria respecto al impacto que va a tener la respuesta inmunológica a nivel social para permitir que las poblaciones vayan generando esas capacidades de “efecto rebaño” y que eso permita una normalidad de la ciudad. También vamos a tener que tomar en cuenta qué normalidad significa esto, qué pasa con el transporte, cómo se relaciona esto con la urbanización, la vivienda.
Por otra parte, la transdisciplina tiene otro elemento, que es la conversación con el sujeto al cual se le van a aplicar las políticas. En la transdisciplina tú no puedes hacer una investigación, por ejemplo, en envejecimiento, excluyendo a las organizaciones de los adultos mayores, no puedes hacerlo sin participación de la comunidad, no puedes estudiar el tema de las zonas de sacrificio sin tomar en cuenta a las organizaciones de pobladores que están sufriendo ese problema.
—La U. de Chile comenzó a trabajar hace un par de semanas en la Mesa Social Covid-19 convocada por el Gobierno. En lo específico, ¿cuáles pueden ser los aportes desde la Universidad para el control y abordaje de la pandemia?
En la crisis, obviamente el papel que puede jugar y está jugando el Hospital Clínico de la Universidad de Chile es fundamental. Allí constantemente se están articulando las capacidades de atención a los pacientes, de acomodar ciertas estructuras y funciones para hacerlas más asequibles y más pertinentes a la emergencia que estamos viviendo. Por otra parte, está todo el tema que tiene que ver con los modelamientos matemáticos y cómo, de alguna forma, se van generando modelos predictivos que permitan tomar decisiones políticas. Después están los temas de mediano y largo plazo, y entre ellos están los que ya mencionaba, los que tienen que ver con los impactos sociales que esta pandemia va a tener, por ejemplo, en relación a los temas de género, cómo pega una situación como esta en la vida de las personas, de las trabajadoras, de las funcionarias, ellas no viven lo mismo que los hombres. Están los temas de salud mental relacionados con el hacinamiento: no es lo mismo hacer una cuarentena en La Reina, en Las Condes, Ñuñoa, que hacerla en un cité en Renca o Cerro Navia, con familias más grandes y hacinadas. Las complejidades que tiene esto son enormes y en eso hay que hacer un aporte. Tenemos grupos que están trabajando en temas como envejecimiento y enfermedades crónicas, y hoy los adultos mayores son una población súper susceptible en la emergencia, y conocer su situación desde todo punto de vista es muy importante.
—Su área de especialización es el desarrollo de inmunoterapias. Lamentablemente, en los últimos años hemos visto crecer el número de personas que creen que las vacunas no son necesarias o que son dañinas. ¿Cree que habrá un retroceso de esa perspectiva ahora que el mundo científico trata desesperadamente de encontrar una vacuna contra el Coronavirus para evitar los contagios futuros?
Evidentemente, va a tener un retroceso porque la epidemia misma les está demostrando la importancia que tienen las vacunas. La única herramienta que pudiese garantizar un control es una vacuna y no existe, y ahí queda demostrado que la no existencia de la vacuna tiene un impacto muchísimo mayor que cualquier otro que, de forma equivocada, hayan propuesto los antivacunas como impacto colateral de las vacunas. Creo que lo que ha ganado el mundo con esta crisis es una mayor credibilidad del mundo científico, el planeta ha avanzado y hoy somos cada vez más dependientes de las capacidades de entenderlo y menos de las creencias y de la metafísica. Estas crisis profundizan la sensación de que tenemos que estar más preparados, ser realistas, científicos, discutir el mundo en base a las evidencias que existen y no solamente a las creencias de cada uno, que es lo que se había impuesto, o sea, que una opinión ignorante puede valer lo mismo que una opinión de un experto en esos temas.
—¿Piensa que este es el mayor desafío de la epidemiologia y de la ciencia, tal como la concebimos hoy, en las últimas décadas?
Se habla del último siglo y claro, no ha habido otra pandemia tan agresiva y global desde el punto de vista de los desafíos que genera por los volúmenes. Hay que ser bien claros con esto: el Coronavirus es una amenaza a la sociedad y no al individuo, y ha sido difícil que la gente entienda eso. Se dice que el 80% va a cursar una infección sin ningún síntoma o con síntomas muy menores, pero hay un porcentaje que va a requerir un mayor cuidado desde los hospitales y lo más intensivo. Ahora, si fueran cien personas y habláramos de un 10%, serían diez personas, pero si son millones significa que hay millones de personas que van a requerir un soporte de salud para el que la infraestructura del Estado no da. El Coronavirus es el mejor ejemplo de una enfermedad social y, desde ese punto de vista, ha sido la más grande porque la cantidad de gente amenazada es toda la humanidad.
—Varios de los aspectos que ha mencionado tienen que ver con desafíos que no sólo son sanitarios o médicos, sino con condiciones estructurales como la desigualdad territorial en el acceso a servicios, la redistribución, la matriz productiva de un país que no ha apostado fuertemente por la innovación. ¿Cree que las características de nuestra sociedad cambien a partir del impacto de esta pandemia?
De una u otra forma, las sociedades modernas han estado transitando por una crisis que es innegable, el Coronavirus es como la guinda de la torta, pero aparece en un mundo convulsionado por elementos como los que mencionas. O sea, hay una forma de ver la sociedad de manera individualista que privilegia constantemente el interés de algunos y posterga los intereses sociales de la mayoría, y eso ha sido puesto en cuestión por las sociedades, porque de pronto se han dado cuenta de que ante la menor amenaza (económica, de la naturaleza o, en este caso, de las enfermedades) quedamos absolutamente expuestos, o sea, se manifiesta de forma extrema la precariedad y la enorme desigualdad de las personas. Esta pandemia desnuda la incapacidad de los Estados liberales para articular soluciones inclusivas. Durante y después de esta crisis va a venir una discusión respecto del reordenamiento que tiene que ver con la democracia, equidad y el modelo de desarrollo. Nuestro rol como Universidad no es azuzar las contradicciones, sino que tratar de aportar desde el conocimiento a entregar evidencia y generar propuestas que permitan que avancemos a un Estado más democrático, igualitario y con un modelo de desarrollo más inclusivo y que tome a las personas como centro de interés y no sólo como un recurso.