El ensayista e historiador del arte argentino publicó Civilización. Historia de un concepto, una exploración exhaustiva del estadio propio de las sociedades avanzadas culturalmente. Rastrea su origen en los tiempos de la Ilustración francesa, examina su creación en otras regiones y periodos históricos y ensaya una definición basada en cinco características. En esta entrevista, reflexiona sobre las tensiones entre civilización y desmesura, y plantea que el colapso climático revela la incapacidad contemporánea de poner límites a nuestros intereses en aras de un bien común.
Por José Núñez | Foto principal: Felipe PoGa
Fue hace unos cinco años que el ensayista e historiador del arte José Emilio Burucúa (Buenos Aires, 1946) comenzó a investigar el concepto de civilización. La idea era escribir una nueva teoría general, por lo que, en principio, siguiendo un precepto del cofundador de la escuela de los Annales Lucien Febvre, se propuso redactar un capítulo inicial dedicado solo a la historia de la palabra, desde su despuntar en el siglo XVIII en Francia hasta la modernidad globalizada de nuestros días. Pero el asunto se complicó cuando descubrió que existía, en Occidente, una protohistoria de este vocablo, un campo semántico algo difuso que sería definido en el período de las Luces como “civilización” y que se remontaba ni más ni menos que a la Antigüedad clásica, a un texto pionero del filósofo y político romano Marco Tulio Cicerón.
Más tarde, se percató de que la tarea estaría incompleta si solo abarcaba las áreas geográficas del Mediterráneo antiguo y Europa occidental, así que exploró otros horizontes culturales, como el chino, el árabe, el japonés y el indostánico, que “acuñaron palabras para designar sus propios estadios en los que el dominio de las pasiones, en individuos y grupos sociales poderosos (como los guerreros y los sacerdotes), se consideraba la base de una convivencia y creatividad humanas superiores. Algunas de estas palabras se remontaban a los siglos III y IV a.C.”, explica Burucúa, autor de libros como Historia, arte, cultura: De Aby Warburg a Carlo Ginzburg (2003), El mito de Ulises en el mundo moderno (2013) y Excesos lectores, ascetismos iconográficos (2017), por mencionar algunos títulos de su extensa obra, que lo ha hecho merecedor de cuatro premios Konex.
El profesor de la Universidad Nacional de General San Martín y miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina se encontró con una bibliografía tan abundante, que finalmente lo que iba a ser el capítulo inicial se convirtió en el libro mismo: Civilización. Historia de un concepto (FCE, 2024), un volumen de casi 700 páginas que explora “aquello que las ciencias humanas, las euroatlánticas y las cultivadas en otros horizontes culturales bajo su influencia, intentaron describir con cierto grado de precisión entre mediados del siglo XVIII y el presente”, escribe.
Burucúa expone los antecedentes lingüísticos de esta palabra, su nacimiento en Francia en 1757, su evolución en otros países europeos, como Inglaterra, Alemania, España y Rusia —y en naciones americanas como Estados Unidos y Argentina—; las nociones chinas, japonesas, indias, árabes y la definición de autores como Norbert Elias, Arnold Toynbee, Claude Lévi-Strauss, Fernand Braudel y Samuel Huntington. Para el autor, son necesarios cinco rasgos para calificar a una sociedad como civilizada: la curialización de los guerreros (es decir, su conversión en cortesanos, personas capaces de dominar sus pasiones violentas), el cultivo de las flores y la creación de una gastronomía compleja; la existencia de una poesía lírica (características asociadas a la producción de lo superfluo), la práctica extendida de las traducciones y la creación de un sistema de administración de la misericordia, entendido como la acción de los seres humanos en beneficio de la salud de otras personas.

La civilización es tanto un estado como un proceso, algo que muchos olvidaron durante el nazismo, pues se consideraba como algo ya adquirido. ¿Crees que hoy, a nivel político, estamos ante un peligro similar de descivilización?
—En los casos en donde una sociedad procuró construirse como algo superior, más avanzado, lo que hay es un poder independiente del poder violento, es decir, de los guerreros. La sociedad necesita de guerreros para defenderse cuando es atacada. Son un mal necesario. Lo importante es que no puede haber ningún proceso de avance en un sentido existencial y moral si no hay un control férreo sobre los guerreros, si no hay un poder por fuera del poder de coerción y de la fuerza que los someta y los obligue a aceptar una ley. Si no hay esta domesticación, no puede haber civilización. Ese es el primer peldaño que hace posible, por ejemplo, un cambio del estatus de las mujeres, porque van a empezar a tener participación en la sociedad, algo que, cuando todo se concentra en la creación de un poder militar, no sucede. Después se van superponiendo otras cosas, porque la posibilidad de tener un tiempo en que no haya que combatir es fundamental para hacer avanzar esta nueva sociabilidad que es la de la civilización. Es decir, que uno pueda dedicarles tiempo a cosas que no son necesarias ni para la supervivencia ni para la defensa frente a la violencia de los guerreros.
Una de las principales características de las civilizaciones es que son duraderas, más allá del cambio de un régimen y una estructura social en particular, pero, al decir de Paul Valéry, también son mortales. ¿Cuáles son los peligros que acechan sobre la civilización como la conocemos?
—Habría que ver cuáles son los rasgos que creemos que tiene nuestra civilización. Precisamente, ver hasta qué punto hemos conservado la domesticación de los guerreros, que parecía ser una conquista ya a fines del siglo XIX y principios del XX. Los estados de guerra hacen que eso colapse. Durante las guerras mundiales del siglo pasado, hubo un momento en que las diferentes civilizaciones dejaron de serlo en el sentido de que el guerrero tomó la primera línea. Los guerreros siempre están sometidos a un poder exterior a sí mismos, pero en el estado de guerra es difícil mantener eso. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, países como Inglaterra o Estados Unidos lograron mantener algún tipo de control, pero otros no, como es el caso de los alemanes y los japoneses. El partido nazi en Alemania terminó siendo una maquinaria militar. Hoy en día son muchos los problemas. El colapso climático, por ejemplo, es el síntoma de nuestro desborde en el uso de los recursos naturales. Eso también es una desmesura. No es la desmesura de los militares, pero la cuestión del control de las pasiones, de los propios intereses en aras de un interés común, tiene que ver también con la explotación de los recursos naturales y es necesario una autocontención. Es lo que tratamos de hacer cuando no consumimos ciertos alimentos, cuidamos cuál es el destino de nuestros desechos y tratamos de reconvertirlos. Son restricciones y autocontroles de las pasiones que no se dan en el terreno de la violencia, pero que hoy nos damos cuenta que son igual de importantes.
¿Qué relación guarda el concepto de civilización con el de cultura, por un lado, y el de barbarie, por otro?

José Emilio Burucúa
Fondo de Cultura Económica, 2024
760 páginas
—Con el de cultura tiene íntima relación, ya desde el momento en que se acuña el término y se empieza a difundir en Europa a finales del siglo XVIII. Los pensadores alemanes (Herder, Kant) insisten en que en realidad cultura es el término que habría que utilizar cuando nos referimos a un sistema de prácticas y pensamiento que distingue una idiosincrasia, un grupo social y una nación. Los alemanes prefieren ese vocablo, Kultur, porque lo consideran más amplio que el de civilización y más ligado a lo que sería el abanico completo de la vida humana, y ven en el concepto de civilización algo mucho más restringido, referido a las buenas maneras, al trato cotidiano y a un modelo social que se difunde desde las cortes y los círculos literarios del siglo XVIII en Francia e Inglaterra hacia el resto de la sociedad. Los alemanes arraigan el concepto de cultura en lo que podríamos llamar el espíritu de un pueblo. Por otro lado, barbarie, como palabra, es muy anterior a la de civilización. Esta última se relaciona más que nada con un modelo latino y a la ciudad por excelencia que es Roma: la civilización tendría que ver con la vida y la estructura social de esa ciudad y lo que ésta ha conseguido, que es la creación de un imperio. En el caso griego, es la palabra barbarie la que va a tener preponderancia, porque así distinguen de forma tajante lo que son ellos, habitantes de ciudades, de Estado y creadores de la democracia, y los otros pueblos que viven sometidos a un monarca. Los van a llamar bárbaros, porque hablan balbuceando el griego.
¿Qué diferencia a una civilización de otros sistemas culturales o de las sociedades primitivas?
—Eso ya me remitiría a una teoría de qué cosa es la civilización. Al principio, en lugar de civilización, los franceses lo llaman police, que tiene que ver con la gentileza, la amabilidad. Es ese tipo de relaciones humanas que se dan en las cortes. A partir de las cortes se va a tomar como modelo para el resto de la sociedad un tipo de conducta que implica un gran dominio de las propias pasiones. Eso se hace visible en la adopción de cierta gestualidad y también en el plano verbal: se usan ciertas palabras, giros, precisión y delicadeza del lenguaje. La cuestión es que los pueblos primitivos no han tenido eso, ahí empezaría la gran diferenciación. Hay un camino que va desde el salvajismo y que transitaría por una serie de etapas hasta llegar a la amabilidad, al trato humano y al intercambio con otras personas que primó en las cortes. Empieza siendo claramente un modelo aristocrático y cortesano, pero se difunde también al resto de la sociedad. El punto de partida de cualquier humanidad es siempre el estado salvaje, que se va abandonando para alcanzar, podríamos decir, esta cumbre, que es la de las relaciones pacíficas, cordiales, entre las personas.
A propósito de esa evolución, Kant dice que la experiencia moderna del tiempo se caracteriza por ver la historia como un camino de progreso hacia un final culminante, mientras que en la antigüedad se creía que era un camino de decadencia a partir de un pasado de plenitud originario. ¿Cuál es la relación entre el concepto de civilización y el de progreso?
—En el caso de Occidente están muy unidos. En cierta forma, nacen al mismo tiempo. El uso de la palabra progreso es prácticamente contemporáneo del uso de la palabra civilización en la Europa de finales del siglo XVIII. Y en el siglo XIX se produce un fenómeno de identificación muy poderoso entre lo que sería la ruta del progreso y la ruta de la civilización. La primera consiste en lo que podríamos llamar un progreso material, en el empleo de la naturaleza en beneficio de la sociedad humana y en las formas políticas. Hay diferentes progresos y la conjunción de varios hacen el camino hacia la civilización. En el siglo XIX, se superponen las dos cosas, mientras que en el siglo XX empieza a discutirse eso. Se empieza a distinguir entre un proceso técnico, material y uno ligado a la interioridad del ser humano. A veces uno puede chocar violentamente con el otro. La civilización, dependiendo del autor, suele quedar más bien del lado de lo que podríamos llamar un progreso espiritual.
La palabra civilización como la conocemos aparece en la Europa del siglo XVIII, pero, señalas en el libro, existió desde casi tres milenios antes en diferentes culturas. ¿Hubo una contribución de estas culturas al concepto occidental de civilización?
—En otras culturas hay bastante antes una cantidad de vocablos, no muy grande, que andan circulando en un campo de significación que viene a coincidir con el que será luego el campo de significación de la palabra y el concepto europeo moderno de civilización. Es decir, una forma de sociabilidad que nace de dos cosas: del control de las pasiones y de la fuerza, del autocontrol, el dominio que uno hace sobre sus propios movimientos de conciencia y excesos; y la creación de un espacio en donde eso se convierta en algo así como una obligación para la conducta. Un dominio de la vida emocional asociado a una sociabilidad particular de las cortes y luego de las sociedades, para el fomento y el bienestar general, es lo que sería en términos modernos el progreso de esas sociedades. Entonces, para ese campo semántico, los chinos, por ejemplo, ya tienen una palabra en el siglo III o IV antes de Cristo: wenming. Una palabra muy antigua, que aparece en el I Ching. Aún se usa, es la palabra con que los chinos traducen el concepto de “civilización” de los europeos. Hace poco tiempo, en marzo de 2023, el presidente Xi Jinping asumió su tercer mandato y juró que iba a mantener y enriquecer el wenming, o sea, la civilización. En los boletines del Estado chino para el extranjero, se tradujo por civilización.
Y una vez que los europeos acuñan este concepto, ¿cómo reaccionan a él estas culturas del Viejo Mundo?
—Cuando empieza la expansión europea imperial, colonialista, a fines del XVIII, los europeos enarbolan el concepto de civilización como una fórmula para imponerse, que puede ser exportable a esos países que van a dominar y someter. Ahí es cuando las civilizaciones de estos pueblos que van a ser colonialmente sometidos empiezan a reaccionar y a darse cuenta de que en sus propias tradiciones tienen palabras para designar ese concepto. Las culturas indostánicas, por ejemplo, tenían este principio del control de las poblaciones ya en las cortes del siglo IV a.C., e insisten en algunos ideales religiosos característicos de su país como la no violencia, la ahimsa y el dharma, una especie de fuerza interior que orienta nuestras vidas y restringe el ejercicio de las pasiones, sobre todo las dañinas. Eso ya estaba en el pensamiento religioso de la India desde el siglo VI a.C. Van a ser personajes del siglo XX los que van a promover esa recuperación de antiguos conceptos. Gandhi, por un lado, y por el otro Rabindranath Tagore, el escritor y Premio Nobel de Literatura. Para Gandhi, la ahimsa, que suele traducirse como no violencia, va a ser la forma más alta del comportamiento humano, identificable con la civilización. Para Tagore es el dharma. Ambas palabras expresan el mismo desiderátum, pero con una antigüedad y continuidad que no tiene el término de la civilización.
En la historia han ocurrido diversas masacres en nombre de la civilización, como la eliminación de los pueblos originarios en América durante el siglo XIX o el genocidio en África bajo el colonialismo europeo. ¿Por qué este concepto ha resultado tan contradictorio desde una perspectiva humanitaria?
El concepto se va a convertir en una ideología del dominio colonial. Va a ser una herramienta de propaganda y de discusión, porque hay muchas resistencias también. En los países americanos surgen críticas al combate contra los pueblos indígenas y la ocupación de sus territorios. Cuando se produce esta discusión, los partidarios de un dominio ejercido con violencia justifican su acción señalando que también llevan los beneficios de la civilización, de la medicina, la educación, etcétera. Ahí aparece la gran contradicción, porque eso va acompañado de una ferocidad que nada tiene que ver con el ideal de la civilización, que es el de control de las pasiones para ser gentil, constructivo y amoroso con los demás. Es una característica de la civilización europea occidental, que erigiéndose como un modelo, se apoya en un aparato de dominación que la transforma en todo lo contrario. Es lo que pasa en el Congo y en otras colonias africanas, en Indochina y con los pueblos originarios en América. En nuestro caso, es muy fuerte la oposición. Se dice: qué clase de civilización es la que ustedes van a expandir, si lo que hacen en primer lugar es matar y hacer sufrir a aquellos que se supone son los depositarios de la civilización. En el caso de la Patagonia argentina o chilena, los salesianos son muy importantes como acusadores de esta praxis y
de esta desviación del concepto de civilización.