Todos los años, desde 1997, algún proyecto o exposición trae de vuelta a Chile al artista y ex miembro del emblemático grupo CADA en los 70. Castillo es autor de una obra siempre en construcción, que ha puesto foco en el desarraigo de las personas que dejan su país de origen y van generando nuevas identidades. Ahora, en el MAC de Quinta Normal, presenta Geometría emocional, que tiene un carácter aún más personal al indagar, a través de pinturas, videos e instalaciones en el espacio, en el éxodo de compatriotas que, cómo él, se quedaron en Suecia.
Por Denisse Espinoza E.
Juan Castillo (Antofagasta, 1952) llevaba 15 años lejos de Chile, estaba exponiendo en el Festival Internacional de Seúl un proyecto nuevo titulado Frankenstein, que consistía en la proyección de un rostro formado por fragmentos de etnias de distintos lugares del mundo, cuando el cineasta y curador francés Jean-Paul Fargier le sugirió exponer esa obra en su país de origen. “Ya no tengo ninguna relación con Chile, le dije. Y de vuelta me responde que él sí y que me llevaba a la Bienal de Videos, y fue así que empecé de nuevo a venir todos los años a Chile”, recuerda el artista sentado en la cafetería del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
Fargier, videoartista francés y quien fuera uno de los nombres clave en el desarrollo de Festival Franco-Chileno de Video Arte—que en los 90 derivaría en la Bienal de Video y Artes Electrónicas y que hoy continúa vigente como Bienal de Artes Mediales—, logró insertar la obra de Castillo ese mismo año en la Bienal de Video en el Museo de Arte Contemporáneo (MAC). La pieza no solo marcó la vuelta del artista a la escena local, sino que “abrió una de las líneas de reflexión más importantes de su trabajo relacionadas con su experiencia como persona migrante”.
Así lo describe Andrea Pacheco, curadora de la actual muestra que tiene otra vez de vuelta a Castillo en el país y que en una de las cinco salas alberga el registro de Frankenstein, el proyecto con el que comenzó todo. En Geometría emocional —abierta hasta enero en el MAC de Quinta Normal— el artista despliega pinturas, videos, objetos e instalaciones a partir de 12 entrevistas realizadas a compatriotas que como él se exiliaron en Suecia tras el golpe de Estado de 1973 y a sus descendientes, entre quienes se cuenta también su hijo.
“Partí de una pregunta muy vaga y general: les pedí que me relataran qué es lo que piensan cuando piensan en Chile. La variedad de respuestas fue muy bonita, porque en las generaciones antiguas hay una relación dolorosa con Chile y se entiende porque varios de ellos estuvieron prisioneros en campos de concentración antes de salir al exilio. Pero las nuevas generaciones son otra cosa, tienen una mentalidad sueca, hablan un español champurreado y tienen una relación idílica con lo que es Chile”, comenta Castillo.
El artista selecciona frases para armar relatos visuales: pinta los rostros de los protagonistas y escribe sus respuestas en la pared, en el suelo y sobre piedras que cuelga en las paredes, también en otros objetos encontrados. Usa té y harina —materiales que son parte del imaginario de su infancia en las salitreras del norte— para pintar los lienzos inspirados en obras de otros artistas, desde Violeta Parra, pasando por Pablo Burchard, Alejandro Montero y Paloma Rodríguez. Al final del recorrido se develan los videos con las entrevistas y las frases van encontrando cada una su contexto.
“Hay una carga emotiva que es muy fuerte. Me quedé muy contento cuando terminé de montar en el MAC porque la misma gente del museo me decía que era algo increíble, que se les paraban los pelos al escuchar los relatos. Incluso el otro día vino Alfredo Jaar a visitar la muestra y entra y me dice ‘oye hueón la cagaste, vi a dos personas que salieron llorando’”, cuenta el artista. “Eso ya me parece muy emocionante, porque para mí lo importante era empezar a recoger esta memoria fantástica de los exiliados que está desapareciendo, porque nadie se está dando el trabajo de registrarlo. Es algo que se ha explorado muy poco, y este es solo el comienzo”, agrega.
Como antecedente está Huacherías una serie de exposiciones que el artista realizó entre 2015 y 2017, con obras en video-objetos y pinturas a partir de relatos de migrantes en Chile, y donde busca reconocer al “huacho” que hay en todos, desmontando la idea de las identidades arraigadas en la nacionalidad.
Para Juan Castillo, el arte siempre es una obra abierta, una obra vital que se va construyendo de a poco, episodios a los que vuelve una vez para sumar un nuevo comentario, agregar un nuevo capítulo. También es una obra que siempre tiene cruces de disciplinas y soportes, estrategia de la que fue uno de los pioneros junto al Colectivo de Acciones de Arte (CADA), el grupo que en 1979 fundó junto a Raúl Zurita, Lotty Rosenfeld, Diamela Eltit y Fernando Balcells, y con el que desarrolló bulladas performances en contra de la dictadura de Pinochet.
En 1982 y tras el intenso trabajo con el CADA, Castillo participó en la Bienal de París y desde allí comenzó un periplo mostrando sus obras por varios países de Europa, hasta instalarse en Suecia. Nunca más regresó. Hoy sus obras son parte de las colecciones suecas más importantes, vive en una cómoda casa en Svedje y viaja a Chile una o dos veces al año.
¿Cómo ha sido tu experiencia como migrante en Suecia, siendo además artista?
—Es difícil insertarse en Suecia para los extranjeros, pero es difícil como lo es para los extranjeros también acá. La verdad es que la única vez que me sentí segregado fue en el propio Chile, cuando me trasladé desde el desierto de Atacama a estudiar a Santiago. Pero hay discriminación en todos los países y todo país es un invento. O sea, qué tiene que ver un tipo que vive en Arica con uno que vive en Punta Arenas, culturalmente no tanto. En Suecia hay discriminación, pero la verdad es que no me puedo quejar tanto, porque finalmente los suecos me han elegido para representarlos en bienales de arte, y yo me pregunto si aquí en Chile elegirían a un boliviano para enviarlo a Venecia, imposible. He conseguido muchas becas y recursos de lo que sería el Consejo de la Cultura sueco para mi obra, y claro que sería más fácil si fuese sueco, pero igual estoy representado en las colecciones más importantes de Suecia. El gobierno sueco me compró hace unos años una cantidad de obras importantes, por sobre 40, eso es harto. Pero cuando recién llegué a Suecia no fue fácil. Trabajé lavando platos, hice todo lo que hacen todos los inmigrantes y no fue un mes, trabajé 3 años. Pero hace mucho tiempo que vivo del arte. Con la venta de mis obras me compré unas casas en un pueblo que tiene puro caserío, no hay ni almacén, está alejado de todo, pero es increíble. Además, cuando cumplí 65 años vino el gobierno y me dijo «señor, usted está jubilado», y comencé a recibir mil euros mensuales. Para mí eso era increíble. Algunos amigos me decían que era una miseria, pero si yo estoy acostumbrado a solucionar mi economía solo: mil euros extra son increíbles, me da estabilidad. Todas esas cosas en Chile son imposibles para la gente que no nació con una herencia de familia.
Devolviéndote la pregunta de tu muestra ¿cómo describirías tu relación con Chile?
—A mí me gusta vivir en Suecia, no tengo ese bicho de algunos chilenos que dicen «oh, qué daría yo por venirme a vivir en Chile». Cuando vengo en el avión de viaje a Chile, vengo feliz, y cuando voy en el avión de vuelta a Suecia, voy feliz también. Creo que uno tiene que vivir en todos lados; si te sale una exposición en Shanghai, pues vives en Shanghai, para eso está el planeta. Pero si hablamos de patria, para mí el desierto es lo único que considero mi patria. Creo que uno pertenece a un paisaje más que a un país, y lo divertido es que ahora he terminado viviendo en el paisaje opuesto, un país con nieve y temperaturas que pasan de menos 45 a 12 grados.
Cada vez que viene a Chile, Juan Castillo vuelve a reunirse con los amigos artistas de antaño, pero también tiene una facilidad increíble para armar proyectos con las nuevas generaciones, a quienes suele invitar a su casa en Suecia, que se ha convertido en destino de residencias artísticas. “Yo pago la comida y el alojamiento y ellos se encargan de postular al fondo de ventanilla abierta para pagar los pasajes. Ha funcionado mucho y ha pasado un montón de gente, hace 15 años que lo hago”, cuenta.
Durante la revuelta social colaboraste con el colectivo Pésimo Servicio de Valparaíso, ¿cómo se dio ese trabajo?
Yo había llegado a Valparaíso para una exposición donde iba a participar también Enrique Ramírez, y cuando llego me dicen que no se puede hacer nada por la revuelta, pero que me quedara en el hotel si quería porque eso ya estaba pagado. Así que eso hice. Ser testigo del estallido fue super emocionante, claro que con las lacrimógenas me ahogaba, así que cuando comenzaban a salir las bombitas me devolvía al hotel. De repente me invitan a dar una conferencia en el Centex junto a este grupo que es Pésimo Servicio, cada uno habló de su trabajo y quedamos enganchados altiro. Almorzamos juntos y de eso salió el primer proyecto, que se hizo justo antes de la pandemia en marzo de 2020. Yo les ofrecí trabajar con un proyecto mío (Minimal barro 2006-2011), que consistía en proyectar una imagen en la parte trasera de un camión que se paseaba por el plan de Valparaíso. Ellos pusieron la imagen de la bandera chilena y los pacos desfilando abajo, y de sonido usamos el discurso que dio Piñera sobre que Chile estaba en guerra. Lo proyectamos de noche y terminamos en la Plaza Sotomayor cuando nos detuvieron por no tener permisos. Ahora algunos integrantes de Pésimo Servicio están esperando los resultados de un proyecto para ir a mi casa en Suecia, donde quieren trabajar con mi archivo. Va a ser muy bonito.
Fuiste parte y fundador del grupo CADA, que fue muy importante en la historia del arte de resistencia durante la dictadura. ¿Qué ha significado para tu carrera posterior?
—El CADA fue algo importante, pero también algo que ya pasó. A veces con la Lotty nos daba rabia porque siempre que nos llamaban era para preguntarnos por cosas del CADA, y sentíamos que eso ya había pasado hace tanto tiempo y que nadie nos preguntaba por lo que estábamos haciendo ahora. Con la Lotty éramos muy cercanos, fue muy fuerte cuando falleció. Habíamos hablado pocos días antes por teléfono y estaba bien, fue todo muy rápido y repentino. Con ella trabajé incluso antes del CADA. Hicimos varias acciones juntos, un viaje al norte, recuerdo, y una intervención con fotos a vagabundos que colgamos en los árboles del Parque Forestal y que luego exhibimos en una muestra que se hizo en la Iglesia de San Francisco por los derechos humanos, en 1978. Hace un par de años la Lotty encontró esas obras en su casa y se las vendimos a Pedro Montes, que tiene una colección importante con obras de esa época.
La verdad es que tanto el CADA como lo que aprendí en la escuela de Arquitectura de Ciudad Abierta son vertientes que yo respeto mucho en mi vida, porque ambas vieron la importancia del cruce interdisciplinario como elemento creativo.
Ahora vuelves con esta muestra que habla sobre las migraciones en tiempos en que en Chile se ha recrudecido el trato hacia los extranjeros. ¿Cuál es tu percepción de lo que está pasando?
—Para mí es una revoltura de estómago terrible. Hace solo dos años y tantos que fue el estallido, que parecía como el renacimiento de Chile, era increíble, y yo veía los muros, las calles, todo me parecía fantástico, era un estallido de creatividad que inundaba todo. Y ahora en la última votación no podía creer que la primera mayoría la tuviera un personaje como Kast. A mí me da un miedo terrible, sobre todo porque no me di cuenta de que eso podía pasar. Para mí fue muy fuerte que en el norte, que era como nuestra reserva de la lucha social chilena, haya también ganado un tipo como Parisi, no le encuentro explicación. Chile sigue en ebullición, pero no solo es Chile, es el planeta. Los movimientos ultraderechistas han agarrado fuerza en muchas partes del mundo. En Suecia también han aumentado los votos de la ultraderecha. El racismo y la discriminación dan mucha pena, porque la derecha usa el racismo como un elemento ficticio: si en realidad somos todos migrantes. Imagínate que este tipo ultraderechista habla contra los inmigrantes y es de origen alemán. Lo que pasa es que también hay países que son mirados en menos, en Europa pasa igual: allá nadie habla de la migración de Estados Unidos, sino de las migraciones de los países árabes y de Latinoamérica. Ojalá se dieran cuenta de que la cultura se ha hecho gracias a la migración, a la mezcla de ideas y culturas.