Por José Miguel Piquer
La humanidad parece haber estado siempre obsesionada con almacenar su historia, por mantener una memoria hacia el futuro, por no ser olvidada. Desde los dibujos en las grutas prehistóricas, pasando por los millones de páginas de papel impresas, hasta los discos duros repletos de archivos. Por ello, no es sorprendente que hoy, que tenemos acceso a generar información y almacenarla casi a costo cero, los archivos de la humanidad hayan explotado en el planeta.
Se estima que hoy Internet almacena y disponibiliza más datos que los que se habían generado en toda la historia previa. Cada día se producen más de 2.5 exabytes en fotos, videos, textos, etc. Si eso no le dice nada, se estima que todas las palabras habladas por todos los seres humanos que han existido sobre la tierra suman como 5 exabytes de texto. Al parecer, con la memoria digital hemos construido lo más parecido posible a la biblioteca infinita de Jorge Luis Borges: jamás podremos recorrerla entera ni encontrar todo lo que en ella existe.
Una diferencia importante entre la memoria digital y los métodos anteriores de memoria (pinturas rupestres, libros) es que todo lo que almacenamos son ceros y unos, nada más. Esos ceros y unos los llamamos bits, y usualmente se almacenan y transmiten en forma electrónica, lo que permite tener enormes capacidades de almacenamiento y transmisión. Podríamos almacenarlos en formas más tradicionales, como en papel, pero resulta tremendamente ineficiente para los tamaños que se requieren. Un problema de los bits es que capturan muy poca información cada uno (sólo dos valores posibles), por lo que necesito muchos para almacenar cualquier objeto. Por ejemplo, una simple letra requiere 8 bits. Si queremos idiomas con acentos, eñes y esas alternativas, pasan a ocupar 16 bits cada una. Imaginen cuánto se requiere para una película en alta definición. Por ello es importante ocupar tecnologías de almacenamiento que requieran poco espacio y poca energía para cada bit. Los discos magnéticos y las memorias de estado sólido son los campeones actuales para almacenar datos, pero irán apareciendo alternativas nuevas en un mundo que cambia muy rápidamente.
Esto presenta un gran desafío para los archivos, ya que debemos irlos copiando de una plataforma a otra todo el tiempo, o nos arriesgamos a perderlos para siempre. En lo personal, he perdido mucho tiempo de mi vida preservando videos de mi familia desde que son digitales. En un inicio los copié a DVDs, luego los codifiqué a discos duros y hoy los tengo en la nube, suponiendo que es suficiente respaldo. En ese camino, descubrí que los DVDs se vuelven ilegibles con los años, que los discos duros se mueren con el tiempo y que cometemos errores, borrando historias completas de nuestras vidas.
Alguna vez buscamos respaldos en cinta de un viejo computador para rescatar mails muy antiguos, sólo para descubrir que esas cintas ya nadie puede leerlas. Es ahí que uno entiende el valor que tiene el papel en la historia de la humanidad: soy capaz hoy de leer un libro con cientos de años de antigüedad sin ningún problema, pero no soy capaz de leer una cinta magnética de hace 20 años.
Los archivos digitales son tremendamente volátiles, por lo que la primera lección es ¡cuídenlos! Recuerdo una charla de Marco Antonio de la Parra de hace unos 20 años atrás en que contaba cómo había perdido varios capítulos de una novela, escritos en un largo momento de inspiración en un computador, sin nunca guardar el archivo, claro, hasta un corte de luz. Dijo algo como: “en ese momento entendí lo que era el vacío. ¿Dónde estaban todas esas frases, esas palabras que escribí y sufrí hace unos minutos atrás? ¿Cómo es posible que no quede nada?”.
Ese es un problema fundamental de los bits: son etéreos y frágiles. Debemos batallar por respaldarlos, replicarlos, almacenarlos en forma confiable.
Pero esta memoria digital de la humanidad también presenta varios otros desafíos hacia el futuro. El más obvio es cómo navegar en este diluvio de datos: ¿cómo encuentro esa foto que busco si ahora tengo millones de fotos en mi disco? ¿Cómo discrimino información confiable entre todo el ruido generado por opiniones sin fundamento? Y varios otros que son menos obvios, pero igual de importantes:
¿Cómo diferencio un original de una copia?
¿Cómo protejo la propiedad intelectual?
¿Cómo sé que la información que estoy leyendo es real?
¿Cómo digitalizo objetos complejos reales?
¿Cómo visualizo información masiva?
¿Cómo borro información errónea o de la que me arrepiento?
¿Cómo podemos sacarle el mayor provecho a estos datos masivos?
¿Cómo controlo la privacidad de mi información personal?
La digitalización nos seguirá revolucionando las vidas por muchos años más. Tendremos que seguir esforzándonos por mantenernos al día y buscar soluciones innovadoras a los múltiples desafíos que tenemos por delante.