En cuanto al desafío que significa contribuir desde este ministerio a la reactivación económica, tenemos claro que nuestro rol es poner el conocimiento al centro del desarrollo. Solo una economía basada en el conocimiento nos permitirá abordar las actuales complejidades con visión de largo plazo.
Por Andrés Couve
El primer Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de Chile nace en un periodo de grandes transformaciones globales; transformaciones medioambientales, transformaciones guiadas por los avances tecnológicos y transformaciones impuestas por una crisis sanitaria sin precedentes que, seguramente, va a cambiar de manera permanente muchos ámbitos de nuestras vidas.
Nacer en este contexto ha instalado políticamente a nuestro ministerio mucho más rápido de lo que pensamos en un comienzo. Y lo hemos hecho con la firme convicción de trabajar para que la investigación, la tecnología y la innovación se pongan al servicio del país y tengan el potencial de mejorar la vida de las personas y abrir nuevos espacios políticos que incorporen la evidencia en la toma de decisiones.
Lo vivido en este primer año de instalación y de emergencia sanitaria por el Covid-19 nos ha dejado la tranquilidad y el orgullo de contar con una comunidad de investigación capaz de articularse rápidamente y poner todas sus capacidades al servicio del país. Gracias a ello, tempranamente levantamos una red universitaria de diagnóstico con 36 laboratorios a lo largo de Chile, innovamos en la fabricación local de ventiladores mecánicos de emergencia, articulamos al sector privado con la academia para disponer un sistema de datos de la pandemia y una propuesta de información abierta y de libre acceso, entre muchas otras iniciativas nacionales y también propias de los territorios, como el monitoreo de aguas servidas o programas de vigilancia activa impulsados por las Seremis de Ciencia.
La ciencia se hizo presente en diversos espacios. Siempre aportando desde la calidad y la colaboración.
La Estrategia Nacional de Vacunas surge en este mismo contexto y hoy Chile se apronta a iniciar ensayos clínicos para el desarrollo de una vacuna segura y efectiva contra el Covid-19, que esperamos con optimismo será la solución definitiva a esta epidemia. En este trabajo, las capacidades instaladas en nuestras universidades y la colaboración de investigadores y representantes de la industria han sido claves para generar recomendaciones y concretar estos ensayos en nuestro país.
La llegada del virus nos exigió reorientar temporalmente capacidades, como antes lo hicimos para hacer frente a la crisis medioambiental. La emergencia climática requiere ser abordada desde la evidencia y por ello la comunidad científica nacional, con más de 600 investigadores e investigadoras, logró vincularse y llevar su sello a la cumbre de acción climática COP25. Desde ahí fuimos enfáticos: la ciencia no es negociable.
En lo político-social, este primer año también ha estado marcado por tensiones y cambios donde la investigación en ciencias sociales y humanidades es fundamental para la comprensión de los múltiples fenómenos que han configurado el escenario actual. Nuestro entorno se ha transformado en un espacio complejo, impredecible y dinámico, que requiere de nuevas formas de análisis y miradas.
En cuanto al desafío que significa contribuir desde este ministerio a la reactivación económica, tenemos claro que nuestro rol es poner el conocimiento al centro del desarrollo. Solo una economía basada en el conocimiento nos permitirá abordar las actuales complejidades con visión de largo plazo. El reto de la recuperación tiene que lograr atender las urgencias de hoy, pero con mirada de futuro. Nuestra agenda de innovación y emprendimiento tiene esa perspectiva, y a través de programas como Start Up Ciencia y Retos de Innovación de Interés Público, buscamos promover el surgimiento de nuevas empresas de base científico tecnológica y hacernos cargo de necesidades del sector público que encuentren soluciones a través de propuestas de innovación y emprendimiento. El mismo objetivo con programas como Ciencia 2030, Ingeniería 2030 y el Fondo de Innovación para la Educación Superior, que apuntan a mejorar estas capacidades en nuestras universidades.
Este primer año ha sido un periodo de abrir caminos, de establecer nuevas maneras de hacer las cosas y, por cierto, de profundos aprendizajes. Tal vez el más importante de ellos fue resignificar la importancia vital de la articulación frente a desafíos que son urgentes e ineludibles. La vinculación entre la academia, el Estado, el sector privado, la sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y las redes internacionales, permitieron establecer una nueva manera de conectar el conocimiento con su aplicación.
Esta vinculación, y así lo ha demostrado el Covid-19, tiene muchas formas de materializarse a través de la articulación que se genera con el aporte de distintos actores disponibles para atender, de forma coordinada, las distintas urgencias en distintos escenarios.
Este espíritu de colaboración es central en nuestra visión como Ministerio de Ciencia. Una visión que busca poner en valor el conocimiento y la cooperación en beneficio de la sociedad y de una economía sostenible y responsable con el medioambiente. Confiamos, finalmente, en que a través del desarrollo de nuestro talento y el despliegue de sus capacidades en distintos ámbitos de nuestra sociedad, podremos construir un mejor futuro para todos y todas en Chile.