Desde hace años, el músico chileno nacido en Nueva York viene reflexionando sobre la necesidad de retomar la temporalidad del cuerpo y repensar las relaciones humanas. “El verdadero cambio social y político es muy lento y estamos en un momento donde tenemos una impaciencia increíble, porque vivimos en tiempos de urgencia”, dice Jaar, que en estos días está publicando la ficción sonora “Archivo de Radio Piedras”.
Por Javiera Tapia
“Crecí en un contexto muy particular, porque mi padre es artista y mi madre escritora, y en mi familia se cree mucho en el poder de la cultura. Tenía un motor dentro de mí que me decía que si trabajaba en la música, en el arte, todos los días, las cosas cambiarían. Pero en un momento se me empezó a caer ese mundo en el que creía tanto. Empecé a reírme de esa idea de que a través de la cultura se podían hacer cosas para cambiar la sociedad. Sentí que eso no servía para nada. Entre 2016 y 2018, ese motor se fue a la mierda”, dice Nicolás Jaar (1990). Es esa crisis, ese punto de inflexión, el que ha marcado su trabajo de los últimos años.
El músico cuenta que cuando estudiaba Literatura Comparada en la universidad, escribió mucho sobre Espectros de Marx, de Jacques Derrida. “No voy a decir que entiendo todo sobre este libro, pero sí estaba en un momento muy político y académico y, en paralelo, tocaba en las fiestas. Salí de la universidad y después de un año y medio de estar en gira paré y pensé: ¿qué estoy haciendo? Había entrado en un bucle de hacer conciertos, en la máquina de la industria o como se quiera definir. “Entonces, dije: si voy a seguir haciendo música, haré la que refleje lo que me interesa. Aunque ya lo venía pensando, esa sensación se intensificó”.
En 2016 publicó Sirens, con canciones menos crípticas y más pop, en las que intentaba hablar de ese cruce entre su pensamiento político y la música. “‘The Governor’ la escribí en 2015, cuando vivía en Nueva York y se sentía que ganaría Trump. En ‘Three Sides of Nazareth’, sobre lo que vi cuando fui al Líbano y vi a Palestina desde ese lado. Hablé de lo que siempre sentía en Chile cuando iba y hablaba con la gente y me decían que seguíamos ideológicamente en dictadura (‘No’). Pensé en cómo decir todo esto con música que me gustaba. Con reguetón, con new wave”.
Con Sirens publicado, se fue de gira. “Y me di cuenta de que no importaba la huevada que dijera. Yo estaba ahí tocando en todos estos festivales, en lugares increíbles a los que me habían invitado, pero la verdad del sistema es que uno puede estar ahí diciendo cualquier porquería, y de verdad eres un payasito. No importaba lo que dijera la música, no iba a cambiar nada del sistema. Yo ahora me río, pero en ese momento me costó mucho ver que no importa lo que digas. Puede ser obvio, pero como crecí en una familia que pensaba que la cultura podía cambiar el mundo, me costó verlo”.
Y ahí, a fines de 2017, paró. “Si alguien me llamaba para que fuera a tocar, yo contestaba el teléfono y preguntaba: dónde es, por qué piensas en mí para ir”. Dice que para los organizadores era muy raro estar hablando directamente con él y no con un tercer encargado. “Y aprendí mucho en ese momento, me di cuenta de que es esa distancia la que ayuda al sistema a seguir andando, esa burocracia, esos obstáculos de comunicación”, cuenta.
“Luego de un tiempo, empecé a trabajar en Cenizas. Está esa idea de que todo el fuego ya pasó, destruyó todo y ahora ya no sé qué hacer. Y paré de hacer música por dos años, empecé a dar clases. Entendí, eso sí, que tenía que hacer música para mí, para no volverme loco. No lo estaba pasando bien. Pensaba: ‘sí, me cuesta mucho más ir al computador y empezar a hacer una porquería que no va a ayudar en nada, pero igual eso es mejor que no hacerlo’. Hacerlo me ayudaba a pensar en cómo quería relacionarme con la gente, cómo quería amar, cómo quería crecer. Pero ¿tener la ambición de poder cambiar cualquier cosa? No. Me di cuenta de que el trabajo es más artesanal. La ambición se hizo mucho más chiquitita y me permitió digerir el mundo”, explica.
En agosto, Nicolás Jaar publicó un link de Telegram en sus redes titulado “Archivo de Radio Piedras”, donde reúne documentos sonoros —que aún sigue publicando en el canal— que, a través de fragmentos, van completando una narración más grande. Hay sonido, ruido, poesía y dramaturgia. Él dice que no se trata de un álbum tradicional, sino de una ficción sonora.
En “Archivo de Radio Piedras” aparecen frases que resuenan fuerte, como “cuando se vive en la oscuridad, dejar de soñar es como dejar de ver”. También algunas ideas, como que una obra de arte puede ser más respetada que una tumba. Pero es imposible, desde el lado de quien oye, desligar este proyecto de su disco Cenizas, publicado al inicio de la pandemia. Hay un universo creativo que sigue creciendo.
El problema del bote
En uno de los “capítulos” de “Archivo de Radio Piedras”, hay un relato en el que una mujer, para evitar cuestionamientos, define una situación como obra de arte para así evitar dar explicaciones. También se dice que una obra de arte puede ser más respetada que una tumba. ¿De dónde viene esto? Dice mucho sobre cómo crees que es percibido el arte por ciertos sectores.
—Creo que hay varias respuestas. Primero, [la artista alemana] Hito Steyerl escribe sobre los galpones donde la gente rica pone su arte. Una de las mejores cosas que la gente rica cree que se puede hacer es comprar arte como inversión, y lo pone en estos galpones donde nadie ve las obras. Lo segundo: creo que cuando todo se va a un nivel tan posmodernista, cuando todo es tan subjetivo, el nivel crítico tiene que ir más arriba, no más abajo. No podemos ser más nihilistas porque todo es subjetivo. Tenemos que ser más críticos, cuestionar más las cosas. Voy a generalizar: a veces siento que hemos llegado a una subjetividad casi tiránica. Y ahí, ¿dónde queda la responsabilidad cultural? Esa es otra cosa que quiero poner sobre la mesa y que tiene que ver mucho con tu pregunta. Y tiene que ver con la tumba. ¿Se debe respetar el arte si no se respeta la tumba? Porque al final el arte tiene algo de tumba. Es la relación entre esas tres cosas donde está mi respuesta.
Hay mucha gente que piensa “el arte no es para mí”. O se inhibe de hacer preguntas por temor a mostrar que no sabe lo que se supone que debe saber.
—Creo que lo más triste que puede pasar con el arte es que no sea para el pueblo. O sea, hay gente a la que le gusta hablarle a las cinco personas supercool de su ciudad y están contentos o contentas con eso. ¡Qué asco! Para mí, la educación es un centro gravitacional de una práctica, de todo lo que hago ahora. Desde que empecé a centrar mi práctica alrededor de la educación, con talleres, he podido hablar sobre música y sonido con personas que no se ven como profesionales de la música y eso me ha ayudado un montón para abrir mi práctica hacia otras preocupaciones. He aprendido muchísimo sobre música gracias a eso. Lo digo de nuevo: vengo de un origen donde para mí la cultura era la religión. Para mí, el mundo de la cultura fue tratado como en muchas familias de amigas y amigos lo fue la religión. Lo que estoy tratando de decirte es que he hablado con niños y niñas de 18 años que cachan muy bien que el arte tiene que empezar y terminar en la gente común. Hay mucha gente que entiende eso desde muy chico y chica. Yo tengo 32 años y recién estoy empezando a entenderlo y me da vergüenza decírtelo, pero es la verdad. Cuando ya estaba haciendo Sirens quería hacer música pop para hablarle a todo el mundo de esto y es algo que ha estado en mi mente por harto tiempo. Pero no crecí con esa idea.
Cuando publicaste Cenizas, en tu web escribiste que vivíamos un proceso de transformación muy grande, que tenía potencial para ser una gran sanación y una gran destrucción también.
—Cenizas es un disco con mucho miedo. Honestamente, eso es lo que más me duele del disco hoy, ver cuánto miedo sentía. En Piedras hay menos miedo. Es como tirarse no más y lidiar con lo que tengo que lidiar. Es la única forma para poder crear y, básicamente, existir con menos miedo.
¿Qué es lo que te ha ayudado a sentir menos miedo?
—En los últimos nueve meses, mi pareja. Nunca me había sentido tan apoyado. Eso ha sido algo nuevo y muy fuerte para mí. Antes de eso, creo, era un poquito más nihilista. El miedo es como una cuarentena dentro de uno mismo. Estamos todos y todas en esto, creo, pero al mismo tiempo, existe la colaboración y la conciencia colectiva, que son algo muy poderoso y lindo. Estamos siempre colaborando con gente también en lo más íntimo y no me refiero solo a las relaciones, sino a cómo nos relacionamos entre humanos.
En “Archivo de Radio Piedras” aparece un hecho que puede actuar como punto de inflexión, como grieta. El 18 de octubre de 2019 fue un poco eso para mucha gente, ¿no?
—En estos tres años ha habido momentos bellísimos, de una poesía increíble. Desde cosas que vi escritas o gritadas en la calle, hasta incluso algunos momentos dentro del mundo más burocrático de la política, en la Convención Constitucional. Es fácil caer en el pensamiento de que solo la anarquía podría cambiarlo todo. ¿Podemos llegar a algo digno para todos, todas, todes con los procesos políticos existentes? Es el problema del bote. Si estamos en el mar, en un bote, ¿cómo creamos allí mismo otro bote? Se pueden construir varios botes chiquititos. Pero es mucho más peligroso estar en los botes chicos en el mar. O se pueden crear dos botes. Pero ¿quién va en un grupo y quién va en el otro? Puede haber antagonismo. Es ahí donde uno se da cuenta de que la relación entre la gente del bote es lo primero que se puede cambiar para saber qué hacer con el bote. No vamos a cambiar el bote antes de que cambiemos las relaciones que tenemos entre nosotros y nosotras.
Hay algo en lo que no dejo de pensar y es en la rapidez del cambio del relato. Los procesos siguen en curso y las informaciones falsas, por ejemplo, pueden hacer que la mirada sobre una realidad, sobre algo objetivo, cambie rápidamente.
—Es así como funciona el capitalismo mediático. El verdadero cambio social y político es muy lento y estamos en un momento donde tenemos una impaciencia increíble, porque vivimos en tiempos de urgencia. Obvio que tenemos impaciencia si no hay para comer o no hay agua potable; si siguen reprimiendo con violencia excesiva, etcétera. Vivimos con un nivel de rapidez espantoso. Intento decirme a mí mismo que las cosas están cambiando y, al mismo tiempo, sí, es verdad que el capitalismo está cooptando todo. Pero cambiar las cosas toma mucho tiempo. Habría sido increíble que estuviéramos viviendo en el sueño del 18 de octubre. Es fácil entrar en un lugar muy oscuro, de mucha ansiedad y enojo al pensar que no es así. Todo cambia, citando a la gran Mercedes Sosa, pero lentamente, o más lentamente que la temporalidad que estamos viviendo. Creo que es muy importante poder decidir la temporalidad de cada uno y cada una. Porque si entramos en las temporalidades del sistema… En los últimos tres años entré ahí y me hizo muy mal a la salud. Tengo 32 años, quiero seguir en vida, quiero seguir haciendo cosas. Hay que retomar la temporalidad del cuerpo.