Apuesto por una comunidad entendida no bajo una esencia, sino, en palabras de Nancy, como un “estar en común” con el otro donde debe revalorizarse constantemente esa misma relación que no es un valor primordial o primigenio.
Por Mónica Barrientos
He seguido el debate que Lorena Amaro abrió hace unos días sobre las mujeres y la literatura y la serie de respuestas, sobre todo de las escritoras, en diferentes tonos -incluso personales o viscerales-, compartiendo experiencias, sentimientos y cuestionamientos en un momento en que era necesario hacerlo. Las crisis nos llevan a esto, a discutir y a reelerlo todo, como ya había afirmado Patricia Espinosa en una entrevista realizada en medio del estallido social.
Estamos en un momento en que necesitamos organizar y canalizar una historia artística e intelectual en la cual nos hemos entrenado, como afirma Alia Trabucco citando a Ludmer, usando “las tretas del débil”. Sin embargo, debemos estar atentas, porque la visibilización no es necesariamente una mirada estética, sino que es sobre todo política.
Como estamos corriendo los tupidos velos, recuerdo hace exactamente cuatro años cuando postulé a un proyecto estatal sobre escritoras chilenas contemporáneas que incluía a más de 15 autoras (muchas de ellas son parte de este debate) de diferentes temáticas y generaciones. El proyecto no se aprobó y, en una respuesta de media plana de uno de los evaluadores, se afirma que “la investigadora quiere proponer un canon literario feminista”. El año siguiente se produce el evento “Ni una menos”, postulo nuevamente y el proyecto es adjudicado después que se hicieron algunos cambios en puntos y comas.
Con esta anécdota, como muchas otras que suceden en el campo cultural, quiero ejemplificar sobre la decisión última de las visibilizaciones y ocultaciones, no sólo a las escritoras, sino también a la crítica sobre las escritoras que no se plantean en los medios y las redes.
El estallido social sacó a la luz un trabajo que venía elaborándose previamente por medio de una serie de debates y discusiones en cuanto al rol de la crítica y las escritoras. Hay un trabajo anterior que no apareció ni en la prensa, ni en las redes sociales que Lorena Amaro nombra y reconoce en su segunda respuesta. Fueron discusiones desarrolladas en pequeños espacios (académicos o no) con un público acotado, pero fiel y siempre dispuesto a conversar y reflexionar para buscar pequeños nichos de creación que se mantienen hasta hoy.
Desde este lugar no visibilizado, fuera de los flashes de celulares que captan el momento que se esfumará en las redes sociales, es desde donde me ubico en este debate preguntando por el lugar de enunciación de las autoras y las autorías.
Alejandra Costamagna rescata un punto importante cuando habla del “imperativo de sacar la voz por obligación”, en algún punto del debate, en alguna comisión, en algún sitio de prensa. Y es aquí donde el “yo” se fragmenta y se reúne. Aparece entonces la activista, la teórica, la docente, la editora, que se desajusta a esa mirada comunitaria hegemónica, universal, que sólo por el hecho de “ser mujer” obliga a hablar y defender desde un corporativismo dudoso. Y no me refiero al “yo” ensimismada, sino al que se elabora y ejerce en lo cotidiano, en una forma de ubicarse en el mundo. Cuando Lorena Amaro nos invita a discutir sobre las estéticas, no me queda ninguna duda que es una discusión política porque las estéticas, lo queramos o no, son políticas. Claudia Zapata lo plantea muy bien en un comentario en su muro cuando afirma “Me parece tan extraño que las variables de clase social y la racialización no aparezcan con fuerza en este debate”. Claro que es sospechoso, porque la homogeneización de las comunidades obliga a invisibilizar temas fundamentales en la construcción de una comunidad. Me pregunto entonces: ¿Qué pasa que no somos capaces en medio de una crisis social de preguntarnos por aquellas desigualdades que vemos a diario, incluso en “nuestras comunidades”? Si lo político tiene una estructura de aparición -como afirma Huberman-, ¿cómo leo esa aparición en este escenario? Porque sabemos que la invisibilización no es sólo la subexposición, la censura, el silenciamiento, el desprecio, sino también la sobreexposición, el espectáculo, la piedad mal entendida, el humanitarismo gestionado con cinismo.
Por ello, quiero desmarcarme de esa “comunidad imaginada” que integra sólo lo que se tiene en común, porque es así como se han forjado históricamente los grandes consensos. Apuesto por una comunidad entendida no bajo una esencia, sino, en palabras de Nancy, como un “estar en común” con el otro donde debe revalorizarse constantemente esa misma relación que no es un valor primordial o primigenio, porque como dice Julieta Marchant, “somos seres pensantes para poder elegir una comunidad, para sumarnos a ella y luego decidir dejarla y formular otra según nuestro tiempo y nuestras circunstancias”, pero siempre solidarizando y apoyando a quienes, en nuestros espacios académicos se encuentran en situaciones de precariedad… Sí, en la academia hay exclusiones, abusos y precariedades. Podemos hacer una lista de ellas.
Los espacios se habitan, se ocupan, se recorren y tuercen. Por eso, la posta que entrega Lorena Amaro desde la crítica literaria la leo precisamente como un desafío para hablar, a pesar de las trabas y ocultaciones, desde ese lugar de enunciación donde me sitúo, siempre torciendo los lugares, sobre todo desde la política y la docencia.
Seguiremos entonces armando y rearmando una comunidad disidente, como lo hemos hecho a veces en forma silenciosa (y otras no tanto) desde el activismo académico y la docencia en terreno, denunciando desigualdades, proponiendo debates críticos y activando lectores inquietos … a pesar de las “selfies y los “likes”, porque no todas pintamos para reinas.