“Estos concursos suelen ser una gran vitrina donde solo se tiene quince minutos de fama y, por lo tanto, hay que mostrarse lo mejor posible. Esta premura y ansiedad por el reconocimiento puede que convierta a la mayoría de estos concursos en simples esfuerzos por adquirir visibilidad, dejando de lado la labor fundamental de dar a conocer las principales tendencias formales de los artistas jóvenes”, afirma Diego Parra sobre la Exposición del Premio MAVI UC LarrainVial Arte Joven.
Por Diego Parra
Todos los años nos encontramos con concursos de artes visuales que usan el apelativo “joven” para referir la edad de los participantes, que suele ir entre los 24 y 35 años. Siempre es útil acceder a este tipo de “muestrarios”, que en un mismo espacio reúnen estilos, materialidades, prácticas y soportes diversos, y a eso habría que sumar que participan artistas de todo Chile, cuestión que da aún más puntos. En esta ocasión, fue el turno del Premio MAVI UC Arte Joven Larraín Vial, que desde hace 18 años viene construyendo una “escena de arte joven” en Chile.
La muestra de 2024 tuvo cinco ejes que permitieron de algún modo clasificar temáticamente los trabajos para su mejor contextualización. Si bien esta forma de “protocurar” es una decisión que influye en la lectura de cada pieza, no son conceptos demasiado fuertes, por lo que en general las obras no sufren ninguna inscripción agresiva o fuera de lugar. Es importante explicar que, si no menciono el nombre de los artistas, es porque las obras permanecieron anónimas hasta que se realizó la premiación.
Es imposible revisar cada uno de los núcleos temáticos en detalle. Además, no todos los trabajos son igual de interesantes, por lo que seleccionaré los que tenían, a mi juicio, una propuesta coherente, pertinente y atractiva. El primer eje, “Género y Disidencias”, aborda con cierta obviedad piezas que deambulan por lo que se ha llamado “temas de género” en la práctica artística contemporánea. Aquí encontramos Prueba de descalce, una videoperformance algo rudimentaria en el modo en que se aproxima a la noción de género a través de la vestimenta (la artista se prueba un vestido que luego es expuesto como vestigio y fetiche de la acción), pero que a pesar de ello, consigue impactar y presentar un tópico fundamental en el contexto de una nueva comprensión de la división sexo-genérica. También vemos la pintura Entes, un díptico que representa a varios luchadores reducidos a la violencia pura y a la corporalidad bruta. Es curiosa la inclusión de esta obra, ya que pareciera que el jurado interpretó tal violencia como una expresión homoerótica contemporánea, dejando de lado la recurrente imagen de los luchadores que ha poblado el imaginario del arte occidental.
En “Paisaje/Materialidad” se exhiben piezas en torno al concepto de paisaje. La inclusión de lo “material” guardaría relación con los desechos usados en algunas obras, cuestión bastante irrelevante en un conjunto de trabajos que apelan más bien a la dimensión iconográfica y no a lo procesual. De este conjunto, Andescender es la pieza que más destaca, tanto por el oficio (tufting, técnica usada en la producción de alfombras o grandes telares) como por el modo en que revisa la noción de paisaje. En ella, vemos la clásica imagen de la cordillera de los Andes de la caja de fósforos Andes, que dada su ubicuidad doméstica convirtió dicha vista en el modelo ideal del paisaje cordillerano, pero aquí aparece deformada y pareciera que la monumental estructura rocosa se derrite por el muro de la sala. También encontramos Oxxo,que mediante una técnica pictórica hiperrealista y grandes dimensiones logra capturar la atención. Este tipo de pieza de algún modo es un “invitado recurrente” en cada concurso como este, donde los pintores suelen decantarse por dos vías: la hiperrealista y la “metapictórica”, que intenta siempre eludir el tema y referir aquellos asuntos propios de la pintura como disciplina. Otra obra a mencionar es Dieciséis vistas de Santiago, un ejercicio de fragmentación y recortes fotográficos que nos transporta a una vista de transeúnte por la ciudad. Quizá la estridencia cromática de la serie pueda ahuyentar, pero en general logra instalar una mirada curiosa sobre lo urbano.
En “Archivo y Cuerpo”, las obras, al parecer, se vinculan temáticamente con diversas corporalidades y, a su vez, provienen de alguna clase de trabajo con archivos. Aquí, la curaduría alcanza quizá su límite, ya que las piezas no guardan mayor relación entre sí, aparte de la aparición de uno o más cuerpos (que también están en la primera sección). De esta sala destaca Nuestras memorias, pintura sobre cerámica que se asemeja peligrosamente a la pieza que está enfrente, Impactos negativos, donde la pintura es desarrollada sobre MDF. En ambos casos, el trazo suelto, junto con el monocromo, dan la idea de memorias borrosas y lejanas. Verano 1982 continúa la tendencia de las obras anteriores, cuestión que vulnera hasta cierto punto el impacto que puedan causar, ya que terminan perdiéndose en un mar de uniformidad.
“Memoria/Ruralidad” reúne propuestas que se conectan con lo rural, específicamente en lo iconográfico. En torno a la desidia y La memoria de las cenizas son las más destacables, ya que desde medios como pintura y objetos encontrados logran transmitir la precariedad, soledad y peligro que se experimentan fuera de la ciudad. Hay una lectura algo simplista de la escultura Acarreo —en la que vemos un torso acarreado por otro cuerpo—, ya que fue asociada a lo rural por estar hecha en madera bajo una técnica “artesanal”, pero lo cierto es que podría haber estado perfectamente en la sala anterior. En este sentido, a ratos no hay mayor justificación para algunas decisiones curatoriales de la muestra.
“Desplazamientos” es la única sección donde comparecen obras de los llamados “nuevos medios”. Sorprende que en un concurso de “arte joven” las tecnologías digitales no tengan más presencia (y ni hablar de la ausencia total de obras performáticas en vivo o de trabajos site specific). La obra ganadora del concurso, El silencio después del juego (de Florencia de la Maza y Matías Yunge), recibe casi toda la atención, ya que su apuesta por una narrativa mediada por un televisor es bastante más atractiva que el resto de trabajos que recurren a estímulos demasiado pasivos para espectadores actuales, acostumbrados a las pantallas. Su antecedente claro es La casa lobo, de León & Cociña, y nos hace pensar en los cruces que siguen generándose entre el espacio audiovisual y el del arte contemporáneo. En la misma sala, la triste instalación multimedia Seres de viento muestra unas bolsas ondeando sobre unos palos en las se proyecta un video. La obra queda apretujada entre las demás y somos testigos de la depotenciación que sufren todas las piezas de la muestra al ser integradas sin una correcta museografía.
Mi selección es caprichosa y algo mezquina, ya que deja fuera trabajos que quizá, rodeados de otras obras, habrían recibido un buen impulso para “lucirse” más y mejor. Pero estos concursos suelen ser una gran vitrina donde solo se tiene quince minutos de fama y, por lo tanto, hay que mostrarse lo mejor posible. Esta premura y ansiedad por el reconocimiento puede que convierta a la mayoría de estos concursos en simples esfuerzos por adquirir visibilidad, dejando de lado la labor fundamental de dar a conocer las principales tendencias formales de los artistas jóvenes, y, más importante aún, los problemas y asuntos socioculturales que abordan. Hace falta ver cómo serán los próximos concursos, de modo que podamos trazar el mapa de relaciones y tensiones que el arte joven chileno nos seguirá proponiendo.