La actriz y gestora cultural es una de las creadoras de Escenix, la plataforma digital para ver teatro local anunciada el año pasado y que fue lanzada hace unas semanas en medio de la crisis asociada a la pandemia. La contingencia sanitaria que tiene a las salas y centros culturales cerrados ha hecho que el teatro y otras disciplinas artísticas deban adaptarse al mundo digital y, en ese sentido, Rivadeneira explica cómo ha mutado el proyecto original y cómo le gustaría que siguiera a futuro.
Por Florencia La Mura
Dentro del mundo del arte, muchos espacios nacionales han tenido que adaptarse al mundo digital como única manera de mantenerse vivos en medio de una pandemia que impide todo lo presencial. Entre ellas están las distintas opciones digitales que han nacido desde las artes escénicas y audiovisuales, como es el caso del programa delivery que inició el Teatro Municipal en su sitio web, u otras plataformas que ya existían, pero que hoy se han visto potenciadas, como Ondamedia.cl, que reúne películas y documentales chilenos y es auspiciada por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Si bien en Chile la tendencia hacia lo digital es relativamente nueva y creciente, en el resto del mundo lleva tiempo, con ejemplos como Broadway HD, que reúne presentaciones en los clásicos escenarios de Nueva York desde 2013, y Teatrix, un proyecto similar que recoge obras argentinas desde 2015.
Con estos últimos referentes nace Escenix, una plataforma digital para disfrutar de teatro y danza, un proyecto conjunto creado entre el cineasta Esteban Larraín y la actriz y gestora cultural Patricia Rivadeneira. ¿Cuál es su gracia? No se trata sólo de un registro de las obras montadas para un escenario real, sino que involucra una verdadera propuesta visual y de montaje pensada desde un comienzo para ser vista en formato digital.
Así, en la plataforma se pueden reproducir montajes recientes como Xuárez (2016), de Manuela Infante y protagonizado por la propia Patricia Rivadeneira; Emergenz (2019), obra de danza contemporánea del destacado coreógrafo José Vidal, o Lucila, luces de Gabriela (2020), obra familiar que recorre la vida y legado de la Premio Nobel chilena, entre otras. Actualmente, el catálogo cuenta con nueve obras estrenadas en los últimos tres años, filmadas con el sello Escenix, además de otras nueve que tienen un registro distinto, de corte histórico y que pertenecen al Archivo del Teatro Ictus, una de las compañías más antiguas del país.
Conocida desde fines de los años 80 por su trabajo en televisión, teatro y performance, como por su posterior carrera dedicada a la diplomacia política como agregada cultural en Italia entre 2001 y 2006 durante el segundo gobierno de Ricardo Lagos, Patricia Rivadeneira asegura que la idea principal de Escenix es “salvaguardar a las obras de su carácter efímero” y, por otra parte, influir en la formación tanto de audiencias generales como de profesionales de las artes escénicas.
En términos prácticos, el sitio web requiere de una inscripción para acceder de forma gratuita a ver las distintas obras de teatro y danza, las que se pueden disfrutar en alta calidad con sólo un par de clicks. Para el segundo semestre -cuando sea lanzada comercialmente, como aclaran en el mismo sitio web- se comenzará a hacer un cobro (aún por definir) por la suscripción con el fin de poder retribuir económicamente tanto al equipo de Escenix como a las compañías que están detrás de las obras, cuenta Patricia. Además, el catálogo crecerá hasta tener unas 45 obras, sumando de dos a tres por mes, y contempla musicales y stand-up dentro de las opciones.
Por estos días, Escenix se ha aliado a varios espacios cerrados, entre ellos, Matucana 100, con el que acaba de cerrar un convenio que permitió poner en línea la obra Arpeggione, la alabada versión de Jesús Urquieta de la obra de Luis Alberto Heiremans, con interpretaciones de Claudia Cabezas y Nicolás Zárate. Por ahora, Rivadeneira confiesa que están adaptándose a la contingencia y viendo cómo el escenario de pandemia va cambiando el proyecto.
Escenix fue trabajado para ser lanzado el segundo semestre de este año. ¿Modificó de alguna manera el enfoque del proyecto el hecho de lanzarlo en el contexto de pandemia? ¿Qué pretenden recoger de esta experiencia, sirve como marcha blanca?
Las ideas son ideas y las realidades las cambian, hay que saber moldearse. En ese sentido, si bien Escenix partió como una plataforma de streaming, como pueden ser Teatrix o Scenario o Broadway HD -que son plataformas de registro de espectáculos grabados y puestos a disposición del público por una suscripción mensual-, la realidad de las circunstancias en las que nos encontramos y en las que Escenix sale al aire han transformado completamente el proyecto. Se está convirtiendo en una especie de canal de las artes escénicas chilenas. Un espacio transversal donde estamos sellando acuerdos con distintos teatros, como Matucana 100, Mori, GAM, y recibiendo sus materiales, además de otras compañías que nos están ofreciendo registros de obras que no tienen el sello Escenix, ya que no fueron hechas para plataforma streaming, pero que en estas condiciones permiten a los artistas seguir vigentes y mantener un contacto con sus públicos.
¿Qué diferencias existen entre ir al teatro y ver una obra por Escenix y cuál es finalmente el aporte que hace esta plataforma al medio teatral?
Es distinto como lo son el sexo y el sexo virtual, no tienen nada que ver. No pretende ser en vivo, son dos cosas distintas y puede que te guste más una que la otra. No tengo una respuesta clara, creo que cada uno tiene sus propias respuestas a través de su experiencia. En un sentido social, creo que tiene validez en muchos ámbitos. Primero, en la formación de profesionales de las artes escénicas, como también en la formación de audiencias. Te permite, más allá de la experiencia de la función, que es única y que tiene una duración acotada, analizar el trabajo, volver a verlo, repensarlo, ver algo que no viste o se te escapó. Te ofrece la posibilidad de una experiencia más crítica, de repetirla. Es imposible para mis amigos chilenos que viven en Italia ver esas obras y ahora pueden. Quizás esta posibilidad de las plataformas de streaming dé la ocasión a mucha gente que no tiene acceso a, al menos, tener un acercamiento a aquellos espectáculos que de otra forma no habrían visto jamás. Por ejemplo, La iguana de Alessandra -de Ramón Griffero y estrenada en el Teatro Nacional Chileno en 2018-, no creo que se vaya a reponer en los próximos años, y ya puedes verla en Escenix. Aunque no es lo mismo que verlo en vivo y nunca lo será.
¿De qué forma se reparten el trabajo de Escenix con el cineasta Esteban Larraín y cómo proyectan esta plataforma a futuro, post pandemia?
Esteban hace todo lo que tiene que ver con el registro y montaje de las obras. Por otra parte, junto a algunos asesores que están trabajando conmigo vemos las obras y decidimos cuáles podrían ser. En este momento no hubo mucho de eso en particular, porque las ocho obras que grabamos antes de salir al aire estaban saliendo de cartelera, lo que nos permitía ponerlas pronto en línea, y también queríamos tener una variedad de estilos y géneros y fue a eso a lo que apuntamos. Con el contexto actual, Escenix está cambiando, se está modelando y no sabemos a dónde nos vamos a encaminar. Por ahora, queremos ser un canal de las artes escénicas y no sólo una plataforma de streaming.
Ha sido un trabajo enorme, con una enorme inversión personal, que todavía no tiene ninguna posibilidad de recuperar esa inversión y tampoco por ahora sabemos muy bien por dónde vamos a poder hacer que esta plataforma siga viva y tenga ganancias y se sostenga. Siempre pensé en esto no como un negocio, porque sabemos que el teatro y la cultura en Chile nunca han sido un negocio; son contados con los dedos de una mano quienes pueden hacerlo, pero sí queremos que Escenix pueda dar un servicio de gran calidad y que pueda mantener a su staff. La idea principal es salvaguardar a las obras de su carácter efímero y después también darle a los artistas una parte de las ganancias a través de la repartición de los ingresos que existan, que en este arte es tan necesario, entendiendo lo precario que es todo. Este también es un proyecto que tiene una finalidad cultural: me daría por pagada si pudiese llevar el teatro donde no puede llegar, como las cárceles o el Sename.
De la política a la actuación y viceversa
Desde el comienzo de su carrera como actriz a fines de los 80, Patricia Rivadeneira Ruiz-Tagle (1964) destacó por su carácter desinhibido en el escenario, su multiplicidad artística y sus opiniones en contra la dictadura, las que la posicionaron como una de las artistas de la llamada resistencia cultural. Se formó en la Academia de Teatro de Fernando González y en 1987 debutó con el espectáculo Cleopatras, una agrupación musical performática donde colaboró con la artista Jacqueline Fresard, la bailarina Tahía Gómez y los músicos Cecilia Aguayo y Jorge González, quien escribió el clásico tema Corazones rojos inicialmente para ellas, quienes interpretaron la primera versión. Luego, en 1992, junto al artista Vicente Ruiz realizó una conocida y polémica performance frente al Museo Nacional de Bellas Artes, en la que Patricia apareció crucificada y envuelta en la bandera de Chile como protesta contra la discriminación de minorías sexuales y étnicas.
Su paso a la televisión y el cine lo dio de mano de la teleserie Secretos de familia en 1986, y en la película Sussy. En los 90 también tuvo un recordado rol en Caluga o menta, ambas de Gonzalo Justiniano. Hasta fines de los 90 fue parte del área dramática de TVN en teleseries como Estúpido cupido (1995) y Sucupira (1996). Desde comienzos de los años 90 también se dedicó a la gestión cultural, organizando charlas, seminarios y conciertos con artistas como el músico Carlos Cabezas, el pintor Bororo y el fallecido actor, dramaturgo y director Andrés Pérez. Para las elecciones presidenciales de 1999 se unió a la campaña de Ricardo Lagos, donde apoyó en la creación de las bases del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, para luego ser nombrada agregada cultural en Italia y secretaria ejecutiva del Instituto Italo – Latino Americano. De vuelta en Chile, Patricia volvió a actuar: en 2014 se incorporó a Mega y en teatro ha participado en importantes montajes como La contadora de películas (2014), Allende, noche de septiembre (2013) y Xuárez (2014).
Hoy, Escenix aparece como un proyecto que de alguna forma resume su diversa trayectoria en la actuación y gestión cultural.
Hace seis meses Chile vivió el estallido social que cambió totalmente al país y ahora está sumido en la crisis derivada de la pandemia por Covid-19. ¿Cuáles son tus reflexiones sobre lo que está pasando?
Creo que todas las crisis siempre son oportunidades. La civilización que hemos creado es muy autodestructiva, muy poco amorosa con la propia comunidad y el resto de las especies. Me gustaría pensar que esta es una oportunidad, pero no sé si somos una especie que aprende rápido.
Comenzaste a actuar en los años 80, cuando el teatro y las artes eran un campo para combatir la dictadura. ¿Crees que persiste en ellas ese mismo rol de denuncia y resistencia?
El lugar político de las artes siempre ha sido ese, de alguna manera somos un medio social, un canal que se establece entre lo que está pasando, entre las realidades y las esperanzas, los deseos y las frustraciones de la comunidad. Muchas veces también muy premonitorio. Basta ver la cartelera de Escenix para darte cuenta de que en esas obras hay muchos temas que estaban siendo anunciados, denunciados, tocados, vistos por los artistas y que no habían querido ser vistos -ni menos atendidos- por el Estado o los poderes fácticos. Desde que el mundo existe es así, es una de las misiones y vocaciones inherentes al mundo del arte. Es el trasmisor de nuestros deseos, de nuestras distintas conciencias.
De ser actriz, luego pasaste a la diplomacia y ahora a la gestión cultural. ¿Qué lecciones te han dejado esas distintas experiencias?
Si estás del lado de la producción, del lado en que debes canalizar las necesidades, los deseos y aspiraciones de los artistas, debes intentar que sus trabajos sean vistos, apreciados, pagados. Es muy distinto, pero siempre me llamó la atención y me gustó. Quizás lo más difícil va por el lado de la ecuanimidad, ir más allá de lo que a mí me gusta, de lo que yo hubiera escogido, el libro que a mí me hubiera gustado presentar. Es ponerse con la cabeza mucho más amplia y ver la belleza, el esfuerzo y el trabajo que hay en cada cosa, más allá de mi percepción personal. Ese fue uno de los desafíos más interesantes. Aprendí que hay público para todo, pude aprender a apreciar cosas muy variadas, a escuchar con la mente y el corazón mucho más abiertos.También influyen muchos aspectos: la formación de audiencias, las necesidades, la curatoría -donde siempre hay algo personal en eso-, los criterios, y aún así nunca se le va a dar en el gusto a todos. Las cosas más populares no son siempre las mejores, eso lo sabemos.