Para el economista e investigador de Cieplan, la dictadura fue uno de los peores períodos de la historia económica chilena, derribando así un mito instalado por el régimen. Ante el escenario actual, advierte que el futuro de la economía local debe apostar por la innovación, la alianza público-privada y el incremento del gasto social. También hace un llamado a las universidades: “ya es hora de que mis colegas dejen de enseñar religión económica y empiecen a enseñar análisis”.
Imagen: Cristián Prado
No solo por las violaciones a los derechos humanos y las limitaciones a las libertades individuales y sociales se caracteriza la dictadura civil-militar en Chile. Contrario al mito popular de que fue un periodo de reestructuración y bonanza económica, cifras de organismos internacionales indican que el régimen de Augusto Pinochet fue un tiempo oscuro también para la economía del país, tanto así que terminó con peores cifras que el gobierno de Salvador Allende. Luego, tras el retorno a la democracia, entre 1990 y 2020 Chile tendría los mejores 30 años de su historia económica. Así lo asegura Patricio Meller (Santiago, 1939), doctor en Economía de la Universidad de California, Berkeley (EE. UU.) y académico del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile, quien ha dedicado su carrera a analizar las transformaciones económicas de Chile durante las últimas cinco décadas.
A sus 84 años, es una voz más que autorizada para hablar de los cambios en la economía chilena. Fue director de Codelco y presidente de la Fundación Chile, es autor de numerosas publicaciones sobre economía, minería, comercio internacional e innovación tecnológica, y hoy se desempeña como director de proyectos de la Corporación de Estudios para Latinoamérica, Cieplan. En esta entrevista, el académico profundiza en los detalles de la debacle económica que vivió Chile tras la instalación del régimen militar, y proyecta el camino que debería tomar el país, focalizándose en la innovación para ser competitivos, la alianza público-privada y un mayor gasto social.
Existe el mito de que el régimen dictatorial fue muy exitoso en lo económico. ¿Fue realmente una época de crecimiento, prosperidad y bienestar social, que coincidentemente estuvo situada en un período de terror, tortura y represión?
Aun cuando la dictadura hubiera terminado con un buen éxito económico, no valida al dictador Pinochet, ni a las violaciones y todas las atrocidades que se hicieron en materia de derechos humanos. O sea, si lo miras en perspectiva, nadie habla de cuál fue el éxito económico del nazismo con Hitler, o de Mussolini o de Stalin. Es absurdo entrar a pensar, como decía Pinochet y como se decía en la época de la dictadura, que “para hacer tortillas hay que quebrar huevos”. El argumento de Pinochet, y también de los Chicago Boys, ha sido que para realizar las reformas que llevaron a cabo era necesaria la dictadura, que no eran posibles en democracia, y, en consecuencia, que, de alguna forma, la dictadura se valida por todas las reformas económicas que se hicieron. La respuesta a eso es que están equivocados.
¿Podríamos decir que la dictadura nos atrasó en el camino al desarrollo?
La evidencia empírica revela que la dictadura de Pinochet fue un gran fracaso económico. Durante este periodo tuvimos las dos peores recesiones desde la década de 1930 (1975 y 1982-83) con caídas del PIB inimaginables hoy, del orden del 12 al 15%. Eso es lo que produce el gran retraso en la tasa de crecimiento promedio. Es interesante comparar cuán distante estaba Chile de Estados Unidos en 1990, cuando se acaba la dictadura, respecto a 1973, cuando se da el golpe. En el 90 quedamos más lejos del PIB per cápita de Estados Unidos de lo que estábamos en el 73, a pesar de que la dictadura supuestamente lo iba a dejar a un nivel mejor que la Unidad Popular.
En mi disciplina, cuando se hace análisis económico, se hace lo que llamamos un análisis de equilibrio parcial, en que usamos el término ceteris paribus, que quiere decir “todo más constante”. Y lo que hicieron los Chicago Boys es tener constante todo lo demás, menos lo económico. ¿Qué es todo lo demás? Pues acabar con la democracia, con las protestas, con quienes podían generar conflicto, para, como en un ensayo de laboratorio, controlar las variables, la variable externa y aplicar todo lo interno. Ex post, nos damos cuenta de que una de las grandes debilidades de la dictadura es que no tuvo a alguien que les advirtiera que lo que estaban haciendo estaba errado, nadie les dijo “ojo, lo que están haciendo con la economía puede ser problemático y puede terminar mal”.
Nadie contradijo a los Chicago Boys.
El problema con los Chicago Boys es que, para ellos, lo que estaban aplicando era la verdad revelada, entonces no podía fallar. Creían que el modelo de pizarrón que enseñamos en clases se podría aplicar automáticamente a la realidad. Una de las razones del éxito económico post dictadura, entre 1990 y 2020, que son los mejores 30 años de la historia económica chilena —considerando el PIB per cápita 1950-2022 en dólares 2015 corregido por paridad de compra—, es que Chile con Pinochet se había aislado del mundo, y el primer rol del gobierno de la Concertación es volver a insertarlo y romper con el aislamiento político.
Recordemos que los Chicago Boys quebraron el país. Ya en la crisis del 82′ todo está colapsando. Ningún producto lo podían vender a ningún precio. Entonces se produjo la debacle y cuando entregaron el gobierno la desocupación estaba sobre el 30%. Quiebran 1.200 empresas y tres bancos; y cinco de las principales entidades bancarias son intervenidas, pues tenían una cartera incobrable de 3 a 4 veces su patrimonio.
¿Chile se reinsertó en la comunidad internacional? ¿Cómo fue eso?
Se hizo una operación de “somos democráticos ahora, nos volvemos al mundo y necesitamos de ustedes para que nos ayuden a crecer”. Por el contrario, en la lógica de la dictadura y de los Chicago Boys no necesitábamos a nadie. “Si nosotros hacemos las cosas bien, entonces el mundo va a querer que los beneficiemos, comerciando con ellos”. Eso nos llevó a una segunda cuestión: la suscripción de los Tratados de Libre Comercio (TLC). Ya no basta con ser eficiente y competitivo para exportar, usted tiene que abrir el mercado. Si no, ¿cómo vendes tus productos en el exterior? Los Chicago Boys se oponían a los TLC porque ellos ya habían logrado sacar al gobierno de toda la esfera económica, y estos tratados no los pueden negociar los empresarios, se negocian a nivel de país. Allende suscribió un TLC con China en el 71. Chile fue el primer país latinoamericano que estableció relaciones económicas con China, y China no olvida. Por eso sigue haciendo negocios con nosotros.
¿Cómo ayudó la globalización?
Aquí hubo un factor suerte. Chile se integra al mundo en la década del 90, cuando el fenómeno de la globalización se expandía. El país se incorpora al mundo justo como los surfistas en una ola que te eleva, o sea, la ola perfecta. Nos subimos en el momento perfecto a la ola de la globalización. Eso ayudó, pues se expandió la inversión extranjera directa en todo el mundo. En esa década representaba un tercio de la inversión total. Y la inversión extranjera directa es un factor central para hacer crecer el país y por eso crecimos a la tasa que crecimos en esa década.
“El mercado no es Dios”
¿Cuáles serían las principales lecciones post dictadura?
Dos cosas. Primero, de lo que le pasó a la Unidad Popular. Tuvo un desequilibrio fiscal que se tradujo en inflación, eso desequilibró todo el sistema y ¡pum! colapsamos. Colapsaron los precios, surgieron los mercados negros, etcétera. Segundo, con la experiencia de la dictadura lo que se aprendió es que hay que tener cuidado con el desequilibrio externo, que tiene que ver con qué pasa con la liquidez en dólares, cuán cubierto estás. Entonces, lo que lograron los gobiernos de la Concertación fue el equilibrio macro, lo que implica que el país demuestra que es confiable. Hoy tenemos un Banco Central con un montón de reservas y aparte tenemos al gobierno. Eso te hace ver que este país es serio.
¿Qué se puede hacer para erradicar el mito respecto a que la dictadura fue una época de prosperidad?
El problema es que en las sesenta escuelas de Economía que tenemos en este país se imparte lo que enseñaban los Chicago Boys, la microeconomía neoclásica. Es lo único que saben y lo más fácil de enseñar. Entonces, lo que pasa —y yo hice varias veces ese curso— es que cuando lo dictas tantas veces, terminas creyéndolo. Ya es hora de que mis colegas dejen de enseñar religión económica y empiecen a enseñar análisis económico. Eso implica incorporar una serie de cursos que ahora no se enseñan, que en cualquier universidad buena de cualquier parte están incluidos, y tienen que ver con Historia del Pensamiento Económico. Ver cómo llegamos a esto, qué alternativas hay, ver la historia, qué pasó en la dictadura y ver la discusión que había ahí, la discusión que teníamos. Hay que cambiar el paradigma de la religión del mercado. El mercado no es Dios. No es como los terremotos, el mercado sí lo puedes controlar. La otra cuestión que se ha visto es que el sector privado no se autorregula, tienes que regularlo y vigilarlo. Tener instituciones fuertes, un Sernac que proteja los intereses de los consumidores; un fiscal económico que investigue todas las posibles colusiones que hay por todos lados y que además indague —como hay que hacerlo hoy también en el sector público— los conflictos de interés que se generan entre operar en la bolsa y tener información privilegiada anticipada. Todo eso necesita más transparencia, más súper vigilancia. Y lo mismo vale para el sector público, transparencia completa.
¿Cómo ve el futuro? ¿Hemos aprendido algo?
Hemos aprendido harto, menos los políticos, lamentablemente, porque tienen una sola motivación: ser reelegidos. Pasa con el problema de la educación: si te preocupa la inversión, como en educación los frutos son a largo plazo, entonces, ¿por qué invertir ahora en el corto plazo? Si no verás los frutos y ahí estamos sonados.
Todos los países desarrollados tienen coordinación público-privada. Aquí, con el sistema que tenemos ahora de la regionalización, hemos descentralizado la toma de decisiones, entonces cada región va a tener que crecer por su lado. Tiene que haber una colaboración público-privada. Toda la innovación se hace dentro de la empresa. Hay empresas chilenas muy innovadoras, pero no las miramos. No se aprovecha lo existente acá para difundirlo.
¿Qué se puede hacer desde el Estado?
Es importante también elevar el gasto social. La creación del Estado de Bienestar, por medio del gasto social y la tributación, ha sido la respuesta de los países desarrollados a esa aspiración de una sociedad más humana y civilizada. ¿Por qué extender beneficios sociales a toda la población? Porque eso es lo que corresponde hacer en una sociedad moderna. Además, se observa que el aumento del gasto público no ha afectado en absoluto el crecimiento de países como Reino Unido, Alemania, Francia, Suecia y Estados Unidos. Este último ha elevado el gasto social en torno al 20% del PIB, destinando recursos a educación, salud, pensiones y subsidios, y manteniendo un gasto público en un 10% para Fuerzas Armadas y de Orden, administración pública e infraestructura, entre otros.
¿Y qué rol deben tener las universidades en esto?
Estamos muy ausentes. Debieran estar ahí metidas tratando de coordinar. Pensemos a largo plazo cómo crece este país, por dónde crece, qué es lo que le falta. Por otra parte, hay que entrenar a los profesores para que enseñen de otra forma a los niños y niñas, para que desarrollen pensamiento crítico. Eso es una responsabilidad y hay que empezar ya. Los académicos y académicas tenemos que salir a ayudar a que este país cambie, tratando de cambiar a los empresarios y cambiar a los profesores, esa es la clave para adelante.