Por Daniel Hojman
Racismo en Chile, una colección de ensayos editados por María Emilia Tijoux, académica de la Facultad de Ciencias Sociales, nos confronta con una realidad social que tensiona a la sociedad chilena de hoy. Esa tensión se hace crecientemente visible a partir de las olas migratorias de las últimas tres décadas, que han visto crecer una población de inmigrantes que pasó de unos 115.000 en 1992 a casi medio millón en el 2015. A eso se suma la reactivación del conflicto entre el pueblo Mapuche y el Estado chileno. La recopilación surge de un seminario organizado por la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile, situando a la Universidad como el espacio natural en que los fenómenos complejos de la sociedad chilena se visibilizan en la esfera pública.
Los ensayos avanzan desde una conceptualización del racismo en su relación con la historia, la cultura nacional y las dinámicas del capitalismo chileno en una era de globalización, hasta identificar los ámbitos específicos en que el racismo se manifiesta en subjetividades, prácticas e instituciones que cristalizan la discriminación racial, la violencia cotidiana hacia un otro que incomoda y la reproducción de desigualdades. El libro concluye con recomendaciones de política pública.
El recorrido comienza por situar la continuidad y las transformaciones del racismo en la historia chilena y la construcción del Estado-nación, por una parte, e identificar la especificidad del racismo en el país de hoy, por otra. La relación de la sociedad chilena con la racialización es compleja y cambiante en el tiempo. Celia Cussen argumenta que, a diferencia de otras urbes de la colonia española, en Chile no se intentó frenar el ascenso social de los afrodescendientes. La abolición de la esclavitud ocurre tempranamente y la piel toma connotaciones ambiguas, desde el desprecio y recelo hasta referencias tolerantes y de aprecio. La integración relativamente positiva de los afrodescendientes a comienzos del siglo XIX es un activo de nuestra memoria que puede reforzar las actitudes hacia la integración de migrantes hoy.
Aunque el resurgir de la raza se asocia en buena medida a las olas de inmigración recientes, “el problema de la inmigración” no está aislado ni de la historia, ni de las dinámicas del capitalismo contemporáneo en Chile. Chile se establece como un polo receptor de inmigrantes latinoamericanos en la región debido a su dinamismo económico reciente. En sus ensayos, Josefina Correa y Carolina Stefoni plantean que el flujo de migrantes, un fenómeno global, se asocia con nichos de trabajo fuertemente concentrados en servicios domésticos, construcción y otras actividades –algunas en la marginalidad, como el comercio sexual– que corresponden a empleos de baja calidad, con alto grado de precarización e informalidad. El racismo no aparece vinculado a todos los migrantes sino a aquellos que se perciben como una amenaza a patrones culturales, estéticos, morales o económicos. La amenaza se nutre de claves históricas y es a partir de esas claves que el extranjero se categoriza a partir de la raza o la piel. Si bien la migración prevalente a comienzos de los ‘90 fue argentina, el racismo se orientó principalmente hacia los peruanos, con mayor proporción de población indígena –hay una historia de violencia hacia los pueblos originarios– y enemigos en la Guerra del Pacífico. El racismo hacia el migrante se expresa en la exclusión del no-nacional, el extranjero, el transitorio, el que no tiene derechos políticos ni sociales y cuya función se reduce a lo económico. El migrante, en su piel y su precariedad económica, es un no-ciudadano, y esa frontera, esa distinción del otro en una jerarquía inferior, se expresa en formas de violencia cotidiana, en rutinas de exclusión.
La problematización del racismo como parte del proceso de construcción de nación es sugerente porque alude a la profundidad cultural y simbólica de esta ideología. Los profesores Trujillo y Tijoux identifican una ficción racista en que la clase dirigente chilena, en los albores de la república, identifica al indígena con fieras salvajes susceptibles de transformarse en hermanos –en iguales– a partir del mestizaje y la cristianización. Esta animalización encuentra un eco hoy en la racialización/sexualización de la inmigración negra. Jorge Pavez traza la configuración de clase y de género del racismo en Chile a partir de escritos históricos de la elite que identifican a las mujeres de color con la prostitución y “las tensiones que genera la presencia de mujeres afrodescendientes en los actuales mercados del sexo”. A partir de escritos de Gabriela Mistral, el autor ilustra el imaginario de la supremacía mestiza de la “raza chilena, la idealización de la mujer chilena como madre de todos, en contraste con la mujer negra”. La mujer afrodescendiente se presenta como una amenaza –a partir del deseo– a los contratos matrimoniales y, en definitiva, supremacía de la mujer y la raza chilena.
Una temática que atraviesa buena parte de los ensayos es lo que Kimberle Crenshaw ha conceptualizado como interseccionalidad, es decir, la superposición o simultaneidad de distintas categorías de subordinación como la clase social o el género.
La raza se materializa como una categoría que sirve de carrier a una ideología racista de subordinación, en la medida que se superpone con la precarización laboral o la sexualización de la mujer.
En las democracias contemporáneas, las dinámicas de exclusión y discriminación chocan con las demandas de universalidad de derechos y tolerancia. La Declaración de Raza y Diferencias Raciales explicita esos derechos y principios, que sirven como base normativa para evaluar nuestras instituciones. Sorprende que la ley que regula las migraciones en Chile sea de 1975, dado que las dinámicas migratorias han cambiado radicalmente y que esa normativa se inspira en una lógica de seguridad nacional. Históricamente, nuestro sistema escolar ha tendido a reforzar la homogeneidad cultural, sin promover explícitamente la riqueza de la pluralidad identitaria y la no-discriminación. Tampoco se ha discutido en profundidad sobre el acceso a seguridad social y servicios de salud de los inmigrantes. El potencial de abuso de empleadores o las policías migrantes en trabajos precarizados, incluyendo la seguridad de trabajadoras sexuales, son algunas de las dimensiones de política pública discutidas. Una de las dimensiones más deficitarias de los migrantes en Chile es el hacinamiento. A eso se suma el hecho de que la exclusión racial de migrantes o integrantes de pueblos originarios pueda expresarse en segregación y guetización, que no sólo reproduce las desigualdades sino que constituye en sí mismo un freno a la integración.
Racismo en Chile identifica un catálogo de preguntas claves sobre el racismo y la convivencia. Por ejemplo, con cierto optimismo, cabe preguntarse cuáles son los beneficios y los valores que ha traído la migración en Chile. En contrapartida, la crisis migratoria en Europa y la reacción política que ha generado nos mueven a preguntarnos si es posible evitar la utilización política del odio racista y un escalamiento de la violencia xenofóbica si la migración aumenta. Este volumen es un aporte ineludible para contestar estas y otras preguntas.