Zonas de dolor

«La escritura es en este libro un espacio para construir(se) en un grupo de mujeres que rechazan lo estable y lo que les fue heredado», escribe Patricia Espinosa sobre Antología de poema en prosa y prosa poética, compilación que reúne textos experimentales de autoras que producen «escrituras fronterizas».

Por Patricia Espinosa

Diez autoras se incluyen en esta Antología de poema en prosa y prosa poética, seleccionada y prologada por la novelista y poeta Paula Ilabaca y publicada por Cástor y Pólux. Un conjunto de textos experimentales, donde la voz narrativa se confunde con la voz lírica y donde la figura de la mujer se yergue para dar cuenta de sus vivencias materiales, emocionales, afectivas. 

Me parece importante destacar las palabras de Ilabaca en su prólogo: “en la escritura no se avanza, se regresa”, dice. Y agrega: “La literatura es una tradición, pero la escritura es una pérdida. Perder de manera sistemática. Perder una y otra vez. Eso también brillaba en este grupo de escritoras, en este taller. Disponibles para perder”. Reflexiones que nos sacan del circuito de la literatura como parte de un mercado competitivo, en las que no cabe el éxito, sino el desprendimiento e incluso el fracaso. La poética de Ilabaca prepara la escena para el surgimiento de una escritura que aparece como una suerte de obsesión, porque vuelve una y otra vez sobre sí misma. Acción que nos remite al rigor de corregir, revisar, pulir, una y otra vez, desde la soledad y la conciencia de la incompletitud. 

El texto que abre el volumen es de Sandra Bustos. Un relato sin título que nos entromete en una escena donde los afectos infantiles neutralizan, en parte, la figura paterna y sus oscuras resonancias. Pese a ello, el miedo habita en la niña que narra en un contexto de “país golpeado” (22), de un padre que aparece y desaparece, que convoca un deseo filial cercano a la sensualidad. 

En la ruta del deseo le sigue Camila Mardones, centrada en la corporalidad y la memoria. Su relato “Tormenta del dormido” nos aproxima a dos cuerpos, el de la narradora y una segunda persona, destinataria de sus deseos. Nos encontramos ante una voz que se sitúa en el territorio físico de otra, que logra incluso un placer extático en la conformación material amada. En “De fuego el corazón caballo”, se instala un paralelismo entre la mirada animal y humana, la del ser que se ama. La belleza de la destinataria se ubica en el llanto / dolor de la voz que narra. Es precisamente el dolor imprevisto lo que irrumpe en la calma de la narradora o narrador, ya que no hay marcas de género. El llanto que provoca la persona amada es un descargo ambiguo, de gozo o de dolor. Es precisamente esta coexistencia de contrarios, la que permite amplificar el sentido de esta suerte de ensoñación amorosa, donde el afecto es gozo, pero también aflicción. 

Y esa ambigüedad se mantiene en el texto de Katari Mura, quien se asoma hacia la oscuridad e incluso hacia lo demoniaco. “Pasajes de infancia” nos lleva hacia la voz de una niña que se aproxima a lo bello diurno y lo diabólico nocturno. Un torrente de sensaciones se distingue en esta escritura y en la de Ann Negrón, quien juega con la asociación libre, al sumergirnos de manera explícita y descarnada a un aborto. Así dice: “frío hace frío y me desangro entre la retina entre el cordón umbilical el llanto que nunca parí” (55). 

Para este conjunto de autoras, la figura del padre es ley, represión y miedo, expresado en la memoria del dolor. Así se ve en la escritura de Iskra Pavez. En su texto “Colina mía”, el padre es una autoridad terrible, odiable, sospechosa incluso de abuso sexual. Es interesante que la autora establezca una relación de espejeo entre la infancia de una niña abusada y Chile. En “Malos tratos” así dice: “la niña seguirá jugando / al elástico y a las naciones / se verán sus calzones / manchados de dolor / harán terapia de shock / en la cordillera del silencio / porque Chile fue violado” (67). 

La escritura de Iria Retuerto es un caso particular, porque en ella late un deseo sexual expresado sin rodeos ni figuras retóricas que encubran o suavicen aquello que la cultura niega a las damas. “Me gusta el sexo, madre” señala la voz narrativa en el relato “Madre, hemos pecado”. Sin embargo, más allá de la seriedad de la confesión, lo que destaca en su escritura es el tono lúdico. “La orden del dirigente”, por ejemplo, es un relato donde una voz de mujer ironiza sobre su relación con un macho de tomo y lomo; ella juega a aceptar las condiciones del hombre y le dice “usted me calienta”, para luego emitir una suerte de burla a las características hombrunas de su presa, exponiendo finalmente una rotunda amenaza: “permanezca atento —y esto sí es una advertencia no vaya a ser que las huestes pasen de calientes a sensibles y un par de besos largos confundan sus certezas y arruguen los pantalones de su traje siempre recién planchado” (79). 

Similar al estilo de Retuerto es el de Carmen Troncoso. Su escritura es también marcadamente erótica, con fuertes resabios del Cantar de los cantares: “No soy propiedad furtiva, / no estoy petrificada no seré sombra, ni pañuelo lloroso / En vaso trizado no beberé tu dolor ni beberé tu ausencia” (121). Sin eufemismos, la escritura de Troncoso exuda deseo sexual, su voz demanda y exige al amante satisfacerla, así dice: “¡Quiero que estalles en mi boca! A tragos cortos te beberé” (123). 

El volumen también nos enfrenta a temáticas como la crianza y la función materna, como el caso del trabajo de Valeria Paulina Stuardo y sus amores entre mujeres atrapadas por los prejuicios sociales que las obligan a contener sus gestos. Además, un lugar especial lo ocupa la memoria. Esto ocurre en la escritura de Gabriel Sandoval, quien en “El mar de Marta” alude a los cuerpos asesinados y lanzados al mar por la dictadura. Cuerpos sin justicia. Crímenes imposibles de perdonar. Donde solo queda, como señala el poema: «que el mar sea el enemigo de esos torturadores que no pueden ir a la playa tranquilos con sus hijos” (99). 

Paula Ilabaca toma un riesgo grande con esta publicación que realiza un recorrido por autoras con distintos orígenes, edades, géneros y formaciones que, en su conjunto, producen escrituras fronterizas. Ellas circulan siempre entre dos ejes, que pueden ser de formato —poemas y relatos— o de actitud —sumisión y rebeldía—, pero siempre con un marcado énfasis en construir a una mujer que va más allá de la definición patriarcal. Estas escrituras generadas en el atroz tiempo de la pandemia nos remiten a un repliegue de la intimidad y a una apertura hacia zonas de dolor que han quedado inscritas en el cuerpo. La escritura es, entonces, en este libro un espacio para construir(se) en un grupo de mujeres que rechazan lo estable y lo que les fue heredado. 

 

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