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La destrucción de una épica

Carlos Droguett «vaticina el horror que se avecina», escribe Patricia Espinosa sobre Según pasan los años. Allende, compañero Allende, «un volumen con tantas capas que incluso en medio del desamparo se da tiempo para recuperar la alegría y fervor de aquellos tiempos donde el pueblo se volvió protagonista».

Carlos Droguett (1912-1996) es el creador de una de las narrativas chilenas más robustas de la historia, pues instala una voz potente, inimitable, que ama u odia sin matices y que otorga un aliento estremecedor a cada palabra e imagen. Su escritura, siempre orientada a establecer un diálogo político con la historia del país, revela un manejo técnico de excepción a través de su modo narrativo por excelencia: el monólogo interior. Recurso que opera como dispositivo de representación de discursos desesperados, ardorosos, donde la derrota se convierte en el gran leitmotiv.

Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1970, lo que podría significar su pertenencia al canon; sin embargo, Droguett se aleja de allí, porque su literatura experimenta e incomoda al complejizar la trama mediante la yuxtaposición de voces y, por sobre todo, debido a la presencia de una voz, una primera persona incontenible en la forma en que emite su discurso rabioso, enfebrecido, atronador. Su escritura es como un torrente sin contención, donde no hay lugar para la pausa al interior de un mundo que se derrumba.

Según pasan los años. Allende, compañero Allende es una autoficción escrita durante tres semanas en 1976, sin ningún punto aparte. El manuscrito se encontraba inédito en la Universidad de Poitiers, pero gracias a la gestión del destacado académico e investigador Fernando Moreno, quien además prologa el libro, podemos acceder hoy a este valioso volumen publicado en 2019 por editorial Étnika (y recién reeditado por Ediciones UDP. N. de la E.).

Carlos es el protagonista, alter ego del autor: escritor, lector, colaborador del diario La Nación. Su contraparte es Hugo Salvatierra, amigo desde hace décadas, vendedor de libros a domicilio, extrabajador de banco y allendista acérrimo, al igual que Carlos. Por una casualidad, ambos personajes se encuentran confinados en el departamento de Hugo la mañana del 11 de septiembre de 1973. Ahí se quedarán hasta el 13, comiendo apenas, bebiendo con ahínco, informándose por la radio y por medio de llamadas telefónicas. En ambos se concentra el terror que desató el golpe.

Según pasan los años. Allende, compañero Allende, de Carlos Droguett.

El monólogo de Carlos, intercalado con los diálogos con Hugo, es una suerte de treno, es decir, un discurso fúnebre o lamentación, que se eleva por el proyecto revolucionario de Allende y su carismática figura. Las extensas secuencias donde el narrador expone su dolor, o más bien su desgarro ante lo que está sucediendo, resultan magistrales. El autor observa el pasado como una corriente continua de sujetos y contextos donde el pueblo, los trabajadores, los parias, aparecen representados en la figura del presidente asesinado. Salvador Allende es el héroe, la víctima y símbolo de la destrucción de una épica.

Droguett vaticina el horror que se avecina. Según pasan los años. Allende, compañero Allende es un volumen con tantas capas que incluso en medio del desamparo se da tiempo para recuperar la alegría y fervor de aquella época donde el pueblo se volvió protagonista. En este presente miserable, donde casi toda la clase política busca acomodarse al triunfante discurso negacionista de los nostálgicos de la dictadura, la escritura de Carlos Droguett se vuelve un documento fundamental, necesario y urgente para conmemorar los 50 años de la caída de nuestra última utopía.