Por Ennio Vivaldi
Concentraciones multitudinarias y marchas entusiastas son dos elementos connotados de estas últimas semanas en Chile. Las primeras parecen aludir a un deseo, quizás una necesidad, de un reencuentro. Dejar atrás un individualismo extremo y volver a ser parte de una red de interacciones que generan conscientemente un destino común. En cuanto a las marchas, parecen indicar la resolución de avanzar y superar un estancamiento material y afectivo.
La voluntad de cambiar la Constitución se ha transformado en un tema esencial. Entender el cuestionamiento de ese compendio articulado y coherente de un modelo de sociedad que fue propuesto, definido y afinado durante la dictadura, ocupa hoy un lugar central para la comprensión y solución de la situación que vivimos. El problema no es, primariamente, su contenido; es anterior, y tiene que ver más bien con su carencia de validación popular. Nosotros, como universidad pública para la cual el pluralismo resulta esencial, no podemos descalificar prejuiciadamente ningún cuerpo de ideas. Se puede y debe discutir la ideología que fundamenta ese modelo, además de evaluar, hoy, los resultados que alcanzó. Sin embargo, lo difícil de aceptar es que un modelo de sociedad se haya impuesto sin ser sometido a un veredicto ciudadano.
Quienes acuden a las concentraciones parecen resistirse a seguir viviendo sometidos a normativas y convenciones de cuya génesis no fueron parte. Una visión tan individualista, en que cada cual ha de hacerse cargo de sí mismo y sólo de sí mismo, debería ser evaluada en su dimensión ética, es decir, puesto en los términos más simples, si a uno le gustaría o no vivir en una sociedad así concebida, o si preferiría otra basada en valores más solidarios. Pero también debe ser evaluada en su dimensión empírica, es decir, la satisfacción o descontento que cada cual siente respecto a sus condiciones de vida reales.
En efecto, las cuestiones más directamente atingentes a cada uno, tales como pensiones, salud, educación, vivienda, salarios, están determinadas por concepciones de la sociedad y la forma en que las personan interactúan en ella, en cuya definición ninguno de nosotros parece haber participado. Hubo quizás una excesiva fe en que los valores aplicados en Chile, tal como aquí se entendieron, eran parte de lo que ya irreversiblemente constituía una nueva realidad mundial.
Hubo también una marcada incapacidad de asumir la necesidad de un equilibrio entre las esferas pública y privada. Esto trajo notables consecuencias no sólo en las áreas de pensiones y de salud, sino fundamentalmente en el desconocimiento del rol de la educación pública como el gran agente de esa cohesión nacional que hoy tanto echamos de menos.
Hoy el pueblo de Chile se muestra ávido de regenerar un espacio de encuentro, conversación y convergencia. Esta expectativa habrá de transformarse en una propuesta de construcción de futuro que sea, a la vez, tranquila y enérgica.
Las universidades públicas estamos llamadas a aportar a una discusión que debe reconsiderar diversos ámbitos como educación, salud, previsión, salarios o vivienda. También plantearnos en términos más globales respecto de una nueva matriz productiva para Chile, en la cual, gracias al desarrollo y aplicación de conocimiento, superemos esta etapa de nuestra historia económica basada en la explotación de recursos naturales. Pero, sobre todo, nuestro objetivo debe ser que la sociedad entera haga suyos los nuevos problemas del mundo contemporáneo, tales como la revalidación y revaloración de la democracia, así como la toma de conciencia de la crisis medioambiental de este antropoceno.
La crisis actual será superada y se transformará en un avance social trascendente en la medida en que se cumplan dos condiciones que, siendo muy simples, hasta aquí han parecido lejanas: que la ciudadanía perciba nítidamente que es consultada en las cuestiones que para ella son relevantes y, más importante aún, que se le hace caso.