«A través de la historia de una niña, un perro, una casa y su piscina, Paloma Vidal desmonta las caretas de un mundo sustentado en las apariencias y en el trabajo servil de quienes observan sin ser vistos», escribe Lucía Stecher sobre La Banda Oriental.
Por Lucía Stecher | Foto: Paripébooks
Se llamaba Banda Oriental al territorio que comprende, aproximadamente, lo que hoy es Uruguay y el estado de Río Grande del Sur en Brasil. Era la región más oriental del virreinato del Río de la Plata, creado por la corona española en 1776. El título del libro de la escritora argentino-brasileña Paloma Vidal (Buenos Aires, 1975) remite a la cercanía histórica entre estos territorios, que en la historia narrada se actualiza con la presencia de turistas brasileños adinerados en Punta del Este, y a través de las relaciones tensas de distancia y cercanía que establecen con los habitantes del lugar.
La Banda Oriental (Bastante) es una novela dividida en dos actos, lo que nos lleva a pensar en un texto dramático. La forma en que son presentados los espacios donde transcurre la acción y en la que se describen los personajes también sugiere las posibilidades de una puesta en escena: “La casa tiene una piscina negra. Queda en el barrio de Beverly Hills, en Punta del Este, Uruguay. Allí vive una nena de once años. Cuando los dueños no la ven, se acerca a la piscina, y observa el fondo oscuro”. La niña, su perro y su tía habitan los márgenes de un mundo cerrado, que orbita en torno a la mansión a la que van los dueños brasileños en sus vacaciones. Esa primera escena, en la que la niña observa el fondo oscuro de la piscina, prefigura la importancia que tiene la vista como sentido, tanto para los personajes de la historia como para sus lectores y lectoras. Ahí, nuevamente, se entrecruzan novela y drama: el sentido de la vista se activa; la casa, el jardín y la piscina se imponen como un escenario que no podemos dejar de ver. Pero a diferencia de lo que suele ocurrir en las piezas teatrales, en esta historia los personajes no hablan; la mayor parte del tiempo observan y piensan. La niña y su perro, huérfanos ambos y habitantes de una casa “mucho más chica, atrás de la cancha de tenis”, miran desde una prudente distancia los rituales de la casa grande.
La pequeña admira todo lo brasileño, sueña con aprender el idioma e irse a vivir al país vecino. Para ello, observa, escucha y lee: escucha desde el jardín la telenovela que ven los dueños, lee a escondidas las revistas de actualidad y moda que encuentra en la casa. Lo que más llama su atención son las voces de los personajes de las telenovelas, que proclaman en portugués sus amores y traiciones, y los consejos de belleza y felicidad que entregan las revistas, reproducidos en el libro como notas a pie de página. Sentimos a través de la niña la fuerte presencia de un mundo feliz, despreocupado, ligero: “Los brasileños no se quejan. Son alegres y leves, como sus ropas. Les encanta estar tirados, relajados, sin hacer nada”. Esa ligereza en su vida es posible gracias al trabajo de la tía, que pasa todo el día limpiando, ordenando, cocinando, sirviendo: “A la tía la cansa cocinar tanto. Quisiera que la nena la ayude, pero a los brasileños les molesta ver trabajar a un niño. En Brasil está prohibido el trabajo infantil”. Las frases cortas y sencillas construyen un mundo que parece transparente y claramente ordenado: por un lado, está la casa grande con los dueños, sus invitados y el misterioso Padrino que aparece a la hora de la telenovela y ejerce un poder indudable sobre el resto; por otro, está el mundo de la tía, la nena y el perro, excluidos del lujo y las comodidades. Como solo accedemos a lo que piensan estos dos últimos, y en menor medida la tía, al leer nos convertimos también en espectadores de la vida fácil y despreocupada de los dueños de casa.
El equilibrio entre estas dos realidades empieza a tambalear con la llegada de “el invitado” y su mujer. La piscina se convierte en el centro de la acción, en el escenario en el que empiezan a colisionar el universo de la niña y su perro, y el de los brasileños. Su fondo negro anuncia desde la primera página las historias, pulsiones y deseos ocultos que van a desbaratar la organización simétrica del espacio y sus habitantes. Intuimos que la atracción de la nena por la alegría y la ligereza brasileñas tiene que ver con una historia dolorosa que emerge a medida que avanza el relato. El fondo oscuro de la piscina se relaciona también con el misterio de la muerte de su madre, con las noticias sobre la desaparición de otra pequeña de su misma edad, con la violencia sugerida en la relación entre el visitante y su mujer, y de este hacia la niña. Un gran mérito del libro es su capacidad de sumergirnos en una atmósfera que se va enrareciendo progresivamente, y que muestra sin necesidad de declaraciones explícitas las exclusiones y represiones que deben activarse para sostener la vida de “Bilz y Pap” de los brasileños de la casa grande.
El perro merece una mención especial en esta historia. La primera parte del libro se sostiene en gran medida en la contraposición entre los pensamientos del animal y las fantasías de la nena, así como también en la profunda conexión que existe entre ambos. El perro piensa, habla con la chica, la comprende, la acompaña, la cuida. Cuando ella se siente sola, él “le apoya la punta de la pata sobre la pierna, para consolarla. Tiene ganas de llorar por la soledad de la nena. Siente una lágrima caliente que se desliza por el hocico. Es un perro melancólico. Le gustaría que no fuera así. No sirve ese sentimiento. No ayuda a la nena. Él ahora se podría poner a saltarle alrededor y ella se sentiría acompañada de veras. A él lamentablemente no le sale. No es ese tipo de perro”. Es un perro tristón y reflexivo, pero finalmente son sus intuiciones y su instinto de protección los que movilizan la trama y precipitan los acontecimientos del segundo acto del libro. En este, las barreras invisibles y en apariencia infranqueables que separan el mundo de la servidumbre uruguaya y el de los patrones brasileños empiezan a caer; el orden se desestabiliza y la violencia contenida de la primera parte se va transmutando y haciendo explícita. Así, a través de la historia de una nena, un perro, una casa y su piscina, Paloma Vidal desmonta las caretas de un mundo sustentado en las apariencias y en el trabajo servil de quienes observan sin ser vistos.