Visiones más antiguas del sistema inmune reducen su quehacer a atacar lo extraño y tolerar lo propio, pero no todo lo extraño es malo y no todo lo propio es bueno. De ahí que el gran conflicto de nuestras barreras inmunitarias sea poder distinguir cuándo asediar lo peligroso y cuándo proteger lo inocuo.
Por Leandro Carreño | Ilustración: Fabián Rivas
Según el Programa de Datos sobre Conflictos de la Universidad de Uppsala—el proyecto más antiguo de recopilación de datos sobre estas temáticas—, en 2023 se registraron 59 conflictos armados en 34 países. Nueve de ellos son catalogados como guerras (con más de mil muertes al año), y aunque todavía no se publica el informe de 2024, varias de esas crisis siguen en curso, en lugares como Ucrania, Gaza, Myanmar y Sudán. El conflicto, como lo sugieren estas cifras, parece ser inherente a los seres humanos. Determina cómo avanzan o cambian las sociedades, cómo nos relacionamos unos con otros —ya sea con otras personas o especies— y cómo habitamos nuestro entorno y la vida cotidiana. Como lo plantea la ilustración de nuestra portada —hecha por Tomás Olivos—, el conflicto está en la base de la existencia: ya sea ético, moral, amoroso, político o económico, la posibilidad de que estalle está siempre latente.
No se trata de algo necesariamente malo: el desencuentro o el disenso también es una oportunidad para estimular la convivencia y la empatía, para abrirse a otros puntos de vista e imaginar nuevas relaciones con el mundo. Es por ello que decidimos dedicar este número al conflicto, un concepto lo suficientemente amplio que nos permite tanto explorar su aspecto creativo y constructivo, como también tomarle el pulso a estos tiempos agitados, en que los debates encendidos se toman los medios, las redes sociales y las universidades; en que llegan al poder en distintos países líderes cada vez menos dialogantes, y en que la migración desata el racismo y la xenofobia.
Como solemos hacerlo en cada número, convocamos a distintas voces de la politología, la filosofía, la historia, las artes y la medicina —entre otras áreas— para abordar aristas diversas que nos permiten aportar una mirada compleja y transdisciplinaria del conflicto. Nos planteamos cerrar así un ciclo en torno a lo humano, en que exploramos tanto las emociones en el mundo con temporáneo como la noción de normalidad. Se trata de tres conceptos que no son ajenos entre sí, como nos re cuerda el filósofo Sergio Rojas en su ensayo “El miedo ante el ‘fin del mundo’”: por más que el sentido común nos haga creer que la estabilidad es el estado “normal” del mundo, la historia nos enseña lo contrario, pues como ya decía Kant en el siglo XVIII, la paz es solo posible en lame dida en que tememos a la guerra.
Nuestro objetivo con este número fue matizar un concepto que, muchas veces, es visto en blanco y negro. Las ciencias y las artes —por dar dos ejemplos— demuestran que el conflicto, cuando no es aniquilador, puede ser una fuerza movilizadora. El artista uruguayo Luis Camnitzer nos explica en una entrevista que cuando una generación de creadores intenta desmontar los valores o estereotipos fijados por sus predecesores, lo que ocurre es un “proceso de sustitución” donde lo colectivo va creciendo. Como nos lo recuerda también Mireya Dávila, en la política el conflicto es inherente a la democracia, y en la naturaleza, dice Nélida Pohl, tanto la competencia, como la cooperación y el altruismo son principios clave para entender la evolución y la supervivencia de las especies.
“Los conflictos prolongados son más que lo que vemos; también hay mucho que no entendemos ni escuchamos. Parte de los problemas es la facilidad que tenemos de construir la otredad, de darle características a los demás basadas en nuestros propios prejuicios, miedos y memorias”, dice en estas páginas Alfredo Zamudio, director de la misión en Chile del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, quien conoce muy bien las dinámicas que se dan en comunidades divididas étnica, cultural, política y socialmente. Intentar tender lazos entre grupos diversos y crear espacios de diálogo es una de las misiones que tenemos como universidad, como lo es también no temerle al conflicto, a los debates críticos, a las discrepancias. Solo así podremos fortalecer la democracia y fomentar una convivencia basada en el respeto mutuo y la comprensión.