«Después de esta novela, creo que no cabe ni la menor duda de la capacidad de Yosa Vidal para transitar por diversos estilos, de su talento y versatilidad», escribe Lorena Amaro sobre Vals chilote.
En Vals chilote, Yosa Vidal (1981) da vida a Hiroito Cáceres, un chilote secuestrado y torturado por agentes de la dictadura siendo apenas un estudiante, y que con el paso del tiempo se exilia y se convierte en guerrillero. Él regresa a la isla para luchar bajo la insignia del Frente Insurgente Austral (FIA), del que es el único militante. Con esta historia, la autora alumbra una zona poco explorada por nuestra literatura hasta hoy: la de la insurgencia armada. Sin ir más lejos, la propia novela pone como referente la Operación Retorno y la verdadera masacre que fue Neltume, donde murieron prácticamente todos los miristas que intentaron hacer resistencia en esa localidad sureña en 1981.
Llama mucho la atención el registro elegido por Vidal para construir la historia. Después de esta novela, creo que no cabe ni la menor duda de su capacidad como escritora para transitar por diversos estilos, de su talento y versatilidad. Mientras El tarambana (2016) hurgaba también en la dictadura, pero con el sello de la picaresca como forma, y Los multipatópodos (2018) se presentaba como un artefacto extraño, un alucinante bestiario en que la suma de las ilustraciones y el texto deslumbraban por su rareza en nuestra literatura, Vals chilote bien podría ser, en algunas de sus páginas, una novela realista de los 80 o 90. Y sospecho que en ello radica, en esta oportunidad, la experimentación de la autora. El simulacro se rompe, sin embargo, cuando abandonamos los diálogos y nos encontramos con la rica vida sensorial de un hombre que ha vivido en un agujero, que renuncia a sabores, amores, alegrías familiares, y que en sus sueños es visitado por personajes de la mitología chilota, una teratología a la que la imaginativa autora de Los multipatópodos logra darle un nuevo carácter.
Es así como encontramos en Vals chilote abundantes diálogos, descripciones y especialmente un paisaje: la lluvia, la vida de provincia en que todos se conocen, el teñido y el tejido de las lanas, los oficios y trabajos que Vidal repasa hábilmente para dar forma a personajes trágicos pero esperanzados, como suspendidos en una época que sigue golpeándonos en el presente, a través de un relato que desmitifica el lugar del héroe o la heroína.
Completan la escena de este Chiloé ochentero Ramón Millán, su compañera Raquel, la madre y la hermana de Hiroito, Ester y Julia, entre otros personajes que no temen vivir, aunque sea así, a contrapelo, como les ha tocado. Los pensamientos de Hiroito toman el pulso a la situación:
“La revolución la puedo hacer yo solo, la gente debe estar concientizada pero no necesito a nadie para emprender una acción armada. Y si tuviera que correr por un callejón oscuro, el pueblo ahora estaría dispuesto a cerrar las filas para protegerme. (…) Sin embargo, nadie tiene que protegerme, nadie puede protegerme, pensó Hiroito, porque yo he dejado de ser un individuo (…) debía llegar a ser el hombre en el que había estado trabajando todos estos años, sin familia, sin compañera, sin hijos, sin memoria, sin contornos, sin límites. En medio de la oscuridad se sentía confundido, diluido, y no sabría si estaría dentro o fuera de un lugar de tan oscuro que estaba. Gritó como el machucho, como un chivato de una cueva sin fin, el machucho emancipado que no tiene a brujos que proteger porque está solo, sin patrón. Ahora sí que soy anónimo, pensaba Hiroito, mientras tocaba la tierra que no podía ver, ahora que no era nadie, que no existía, que desapareció”.
El machucho, como lo llaman en Chiloé, es el invunche, una criatura que atraviesa nuestra literatura desde sus orígenes, partiendo por el relato de José Victorino Lastarria, Don Guillermo (1860), hasta El obsceno pájaro de la noche (1970), de José Donoso. El de Vidal parece ser el último de una familia extinta: un ser dolido pero emancipado, que ha dejado su condición servil y ha logrado fusionarse con su propósito revolucionario. La causa aquí es colectiva, es la proyección de una subjetividad casi inversa a la que ocupa muchas páginas de nuestra narrativa actual, y en su ascetismo, en sus caóticas, traumáticas raíces y también en su locura, tiene mucho que decirnos sobre las grandes interrogantes abiertas en los últimos años en Chile a propósito de la dignidad y el bien común.
Chiloé deja de ser la isla apacible que muchos ansían visitar en unas vacaciones, también la isla de los brujos y los monstruos, para convertirse en un lugar claroscuro y por momentos desenfocado, como la propia percepción de su protagonista, que lo único que realmente sabe es que debe seguir luchando. Una novela que sin lugar a dudas ayuda a reflexionar sobre los 50 años transcurridos desde el golpe militar.