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Una vida a pequeña escala

Los nanodepartamentos —como algunos llaman a las unidades habitacionales de una superficie menor a los 23 m²— se han vuelto una oferta habitual en el mercado inmobiliario. Sin embargo, vivir en espacios reducidos puede tener repercusiones en el bienestar psíquico y emocional. ¿Caben los hobbies, los recuerdos y la historia personal en tan pocos metros cuadrados?

Por José Núñez | Ilustración: Fabián Rivas

Dos semanas después del inicio del estallido de 2019, las veredas aledañas a la estación del metro Baquedano aparecieron intervenidas con dibujos de planos a escala real de viviendas diminutas. Sobre ellos, se sentaron integrantes del colectivo Por un habitar digno —formado por estudiantes, académicos y profesionales de arquitectura—, simulando escenas de la vida cotidiana. El objetivo era alertar sobre las condiciones de vida en los departamentos cada vez más pequeños que ofrece el mercado, que en la última década se han convertido en una tendencia.

Presentados como un producto moderno y minimalista, usualmente promocionados para estudiantes y jóvenes profesionales que privilegian la ubicación por sobre el tamaño, los “nanodepartamentos” son unidades habitacionales inferiores a los 23 m². Los más grandes tienen un dormitorio, pero en su mayoría son espacios de un solo ambiente (es decir, departamentos tipo estudio), sin divisiones de tabiquería interior. En Santiago, se encuentran en zonas centrales y pericentrales, y su oferta ha crecido un 404% entre 2010 y 2023, según la consultora GfK Chile. Cuestan, en promedio, 2.267 UF (cerca de 85 millones de pesos), mientras que su arriendo fluctúa entre los $250.000, en comunas como Santiago Centro y San Miguel, y los $400.000, en Ñuñoa y Providencia.

Estudiantes del colectivo Por un habitar digno protestan a las afueras del metro Baquedano, el 30 de octubre de 2019. Crédito: Tomás Bravo.

En términos comparativos, su tamaño se acerca al de una mediagua, cuya superficie es de 18 m², y por su diseño minimalista se les ha comparado con una habitación de hotel.

Si bien se han vuelto una alternativa para las personas que buscan vivir en lugares céntricos sin pagar precios exorbitantes, la falta de espacio también puede convertirse en un problema que afecta la calidad de vida. Muchos de quienes viven en nanodepartamentos deben reconfigurar sus habitaciones a lo largo del día, con muebles y accesorios plegables, o reducir al mínimo sus pertenencias, ya que el diseño, a veces, no incluye áreas de almacenamiento. A ello se le suma la sensación de encierro que puede producir la aglomeración de objetos y el poco espacio disponible para hacer actividades de ocio o ejercicio físico, importantes para prevenir trastornos de depresión y ansiedad. “El metraje se transforma en una experiencia de restricción”, explica Luis Campos, sociólogo y académico de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la U. de Chile (FAU).

Un habitar transitorio

Francisca (25) es una estudiante universitaria que en febrero de 2024 se mudó desde Concepción a Santiago para hacer su práctica profesional. No quería vivir en una pensión, así que optó por un monoambiente en el centro de la capital, un departamento de 22 m² cercano a su lugar de trabajo.

En su traslado, intentó no empacar muchos objetos, pero al llegar se dio cuenta de que no le hacían falta, ya que su departamento está equipado con lo básico: una cómoda, una cama, una mesa, sillas, un frigobar y una cocina eléctrica. “Descubrí que no ocupo tantas cosas. No he tenido problemas en ese sentido. El único tema es que, como el departamento es tan chico, me gustaría tener un sillón, un mueble para el living, pero no puedo”, dice.

Francisca es parte del grupo demográfico para el que están pensados este tipo de departamentos. La demanda por acceder a los centros urbanos, donde se concentran las oportunidades laborales y universitarias, junto con factores como la inmigración y el aumento de la matrícula de educación superior, ha incrementado el número de personas que buscan alojamiento temporal. “Nadie quiere vivir toda su vida ahí, nadie lo va a comprar para proyectarse. Quien arrienda sabe que está en una situación pasajera de estudio, de capacitación o de transición de un país a otro. Se entiende por definición como un modo de habitar transitorio, que puede ser incómodo”, afirma Juan Pablo Urrutia, académico de la FAU.

Parte de esas incomodidades tienen que ver, según Francisca, con no poder hacer cosas con libertad: “Quisiera tener una mascota, pero el espacio no me lo permite. Me complica un poco invitar gente, porque es superpequeño”, agrega.

Algo similar le ocurre a Josefina (35), quien vive hace tres años en un estudio de 18 m² ubicado en La Reina. Lo que en un principio le llamó la atención a esta profesora de Educación General Básica fue el valor del arriendo. “Yo venía de vivir fuera de Santiago, donde los precios son menores, y tenía que mantenerme dentro de ese rango. El tamaño no era tema en ese minuto”, dice.

Con el tiempo, Josefina ha comenzado a sentirse abrumada por la falta de espacio, sumado a la dificultad para realizar tareas cotidianas como hacer la cama. A medida que adquiere más objetos, se enfrenta al desafío de disponerlos o almacenarlos, ya que tampoco tiene bodega. La presencia de su mascota, una perra mediana, añade otra complejidad. “Su cama está al lado de la mía y estamos todo el día pegadas”, dice. Esto la ha llevado a buscar un departamento de dos ambientes, pero el precio actual de los arriendos es superior a lo que puede pagar.

“Chile es uno de los países con la vivienda más inaccesible del mundo. [Hay] un perfil de adulto joven que no pertenece a los grupos más vulnerables, por lo tanto, no son sujetos de ayuda social, pero tampoco les da para satisfacer sus necesidades de manera cómoda por sus propios recursos”, advierte la arquitecta y urbanista Michelle Cáceres, quien ha estudiado las condiciones de vida de quienes residen en alta densidad.

Tal como le ocurre a Francisca, Josefina no puede invitar gente a su hogar, y cuenta que solo lo ha hecho tres veces en tres años. Es por ello que las personas que viven en espacios reducidos deben desarrollar gran parte de su vida fuera. Esto ha creado un modo de habitar inédito, según Luis Campos: “Un emplazamiento como este facilita la conectividad y accesibilidad de servicios, pero tienes que estar dispuesto a una restricción espacial que hace que tu vida transcurra puertas afuera, cuando los patrones históricos de sociabilidad en Chile son mucho más hogareños”, advierte.

Crédito: Max Vakhtbovycn/Pexels

Las preocupaciones en torno a los efectos de la vida en espacios reducidos no son solo un tema emergente en Chile, sino también en otros países desde hace varios años. En 2013, la revista estadounidense The Atlantic publicó un artículo titulado “Los riesgos para la salud de los departamentos pequeños”, en el que expertos señalaban la importancia que tiene un hogar a la hora de cubrir necesidades psicológicas como las de autoexpresión y relajación, algo que se ve dificultado en este tipo de inmueble. Además, hacían hincapié en las “reivindicaciones de identidad”. “Tendemos a sentirnos más felices y sanos cuando podemos atraer a otros a nuestro espacio para cartografiar quiénes somos y qué es importante para nosotros”, se apuntaba en el texto.

Al respecto, Viviana Guajardo, psiquiatra y coordinadora de salud mental de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, sostiene: “En general, se habla del hogar como el lugar seguro, donde uno desarrolla la vida personal e íntima. No tener el espacio mínimo para llevar a cabo estas actividades puede ser un factor de riesgo para la salud mental, provocando estrés, ansiedad o mala calidad de sueño”.

Habitar en alta densidad

El auge de los nanodepartamentos ha estado acompañado de una disminución sistemática de los metros cuadrados de las viviendas, a falta de una norma en Chile que regule la superficie mínima que debe tener una unidad habitacional. Según el último informe de la Cámara Chilena de la Construcción, el 60% de la oferta de departamentos en el Gran Santiago corresponde a metrajes inferiores a los 50 m², lo que contrasta con la vivienda social, que debe cumplir con un mínimo de 55 m².

La construcción de este tipo de inmueble partió en el centro de Santiago hace unos veinte años, según el académico e investigador del Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales de la U. Católica Javier Ruiz-Tagle, y su desarrollo se basó en factores demográficos (como la disminución del tamaño de las familias y el aumento de hogares unipersonales) y económicos, relacionados con la rentabilidad que obtienen las inmobiliarias.

Además, una parte importante de la oferta está destinada a inversionistas. “Ya no hay departamentos con anuncios que digan ‘viva aquí’. Ahora dicen ‘invierta aquí’”, señala Ruiz-Tagle. La vivienda se ha convertido en un activo financiero, cuyo fin es captar renta de capital fijo a largo plazo y que tiene inversionistas que van desde multiadquisidores hasta personas que buscan asegurar una buena jubilación a través de una propiedad, “en un país que no garantiza estabilidad en materia de seguridad social”, añade Juan Pablo Urrutia. Esto ha tenido un fuerte impacto en la calidad de los espacios residenciales, ya que no están pensados para ser habitados de forma permanente.

A esa conclusión llegó Michelle Cáceres en sus estudios sobre alta densidad habitacional. “Todo el mundo se preocupó en un principio del efecto en el entorno, pero no había ninguna mirada de lo que pasaba en las unidades de manera individual”, cuenta sobre el interés que la llevó a iniciar la investigación que se convertiría en su tesis del magíster en Hábitat Residencial de la U. de Chile.

Uno de los casos que analizó Cáceres fue el de Victoria (30), lingüista, quien vivía junto a su pareja y su mascota en un departamento de 32 m² ubicado en la comuna de Santiago. “Durante el tiempo que trabajamos en los planos y sacamos fotos para la tesis de Michelle, nos dimos cuenta de que vivíamos en un lugar superchico. Antes de la pandemia no era problema, porque llegábamos a la casa a dormir”, relata Victoria.

En ese entonces, en 2020, llevaban cuatro años viviendo en el departamento. Llegaron allí recién casados y titulados, y era la única opción que podían costear. Como el espacio era pequeño, tuvieron que reducir sus pertenencias. “Victoria me decía que cuando llegó tuvo que deshacerse de cosas, de gran parte de su vida, porque en este departamento no le cabían los hobbies, no le cabían los recuerdos. Cuando uno se mueve lo hace con su historia, y ninguno pudo llevarla consigo”, explica Michelle.

Pero fue durante el confinamiento que la falta de espacio se volvió más crítica. Como no tenían balcón, debían sacar constantemente a su mascota para que hiciera sus necesidades. El living, además, se llenó de cosas. “Estaban las bicicletas, los sillones, un teclado. Había demasiadas cosas, así que estábamos 24/7 en el dormitorio. No salíamos de ahí. Yo trabajaba desde la cama, comía en la cama, dormía en la cama”, confiesa Victoria.

Según Cáceres, el diseño de estas viviendas no está planeado para que una familia viva ahí. “Están pensados para un habitar temporal. No te caben los hobbies ni tu pasado, no hay espacio para hacer ejercicio. Estos lugares no permiten hacer las actividades que necesita una persona para tener una condición de salud mental sana y satisfacer sus necesidades emocionales básicas”, concluye.

Victoria, su esposo y su perro se mudaron a un lugar más amplio en diciembre de 2020 gracias a una mejoría en su situación económica. Ahora viven en un departamento de tres dormitorios y ambos cuentan con un espacio para hacer actividades que antes no podían: Victoria tiene un escritorio y su esposo una pieza para realizar proyectos de sonido. Francisca, en tanto, que aún está adaptándose a su nueva vida en la ciudad, cuenta que el estudio es un primer paso en su independencia. “Siempre lo he considerado como un espacio temporal, mientras busco oportunidades laborales. No me imagino estar viviendo acá en tres años más”.