Tras el fin de la dictadura, el vacío de una prensa fiscalizadora generó una desconfianza en el poder y en los periodistas. Hoy, la escasez de medios se ha transformado en pasto seco para la fantasía de que internet y las redes sociales son espacios para informarse, sin tener que recurrir a otras fuentes.
Foto: Protesta en contra de la censura al diario Fortín Mapocho. Fondo Marcela Briones. Crédito: Marcela Briones / Gentileza del MMDH
“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”, dijo François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, en el siglo XVIII, un principio ético aplastado la mañana en que los tanques, aviones y tropas armadas terminaron con la democracia bombardeando La Moneda.
Esa mañana también ingresaron por la fuerza al diario La Nación, un emblema de la prensa chilena fundado por Eliodoro Yáñez en 1917. Era la muestra simbólica del fin de una etapa de la historia del periodismo y la prensa. Trabajadores y ejecutivos fueron mantenidos de rodillas en el suelo con los brazos en alto, mientras los intimidaban para entregar a determinados periodistas y detenían a otros.
La ofensiva contra la prensa y el periodismo había comenzado en la madrugada con el ataque a casi todas las torres de radio simpatizantes del gobierno. Solo quedaron al aire las radios Corporación, de propiedad del Partido Socialista, y Magallanes, del Partido Comunista, que cumplió el heroico deber de transmitir, con precarios recursos, el memorable discurso de despedida de Salvador Allende. Corporación alcanzó a emitir esa mañana cuatro alocuciones del presidente. Solo las bombas de los Hawker Hunter acallaron sus voces temporalmente, al destruir la antena sobre el Banco del Estado. Las transmisiones siguieron varias horas después con llamados a los trabajadores a través de un pequeño transmisor ubicado en la azotea del edificio.
Al otro extremo, Radio Agricultura se convertía en el canal de los bandos militares. A través de ella se anunció el Bando Nº12, que advertía a la “prensa, radio y canales de televisión que cualquiera información dada al público y no confirmada por la Junta de Gobierno Militar, determinará la inmediata intervención de la respectiva Empresa por las Fuerzas Armadas, sin perjuicio de la responsabilidad penal que la Junta determine en su oportunidad”.
Mientras el ataque militar se desataba, el periodista y asesor presidencial Augusto Olivares se convertía en el primer caído en La Moneda. Lo seguirían 36 periodistas, comunicadores y fotógrafos asesinados durante los diecisiete años siguientes, y muchos más pasarían por centros de torturas, campos de prisioneros y el exilio.
El primer blanco del golpe de Estado fueron los medios de comunicación y los periodistas, debido a su rol en el desarrollo de los procesos políticos que desembocaron en la elección y apoyo posterior al gobierno de Allende. El día 12 de septiembre, la dictadura autorizó el permiso para circular a El Mercurio y La Tercera. Ese mismo día incautó Radio Corporación y la transformó en la emisora oficial de la Junta Militar, con el nombre de Radio Nacional de Chile. Los canales de televisión fueron intervenidos militarmente, se destruyeron algunos archivos, se despidió a trabajadores y periodistas, y se instaló la censura. Los medios de comunicación quedaron en una sola mano, la militar, siendo utilizados de forma estratégica para el sostenimiento de su poder político y su dominio absoluto en un ambiente de terror, desempleo y precariedad social.
El avance de la tecnología llevó a introducir temprano la televisión a color, y con ello el aumento de publicidad y programas dirigidos a ocultar la realidad. El régimen controlaba todo lo que se podía leer, escuchar o ver. El impacto del color permitió crear noticias falsas a través de la manipulación de las imágenes, con el fin de justificar acciones represivas y sostener la versión oficial. Se presentaron crímenes como ataques terroristas y se maquillaron montajes de acciones represivas.
El año 1976 comenzó a circular cada quince días la revista Solidaridad, de la Vicaría de la Solidaridad. Su alto tiraje dio un impulso a la revista Mensaje, de los jesuitas, que se vendía en algunos quioscos. En esos años se autorizan las publicaciones de las revistas Hoy y Apsi. Más tarde se crearán también las revistas Cauce, Análisis y el diario Fortín Mapocho. Aunque la crisis económica arreciaba, eran lo más leído en el país. El interés que desatan al investigar y denunciar temas prohibidos les va a costar censuras, amenazas, y finalmente el secuestro y asesinato del periodista José Carrasco.
Las relaciones entre poder y prensa que se establecieron durante la dictadura condicionaron de alguna manera la transición. Los hábitos de complacencia ante el poder de sectores que fortalecieron sus influencias durante la dictadura siguieron reproduciéndose. El temor a la libertad terminó con todos los medios de comunicación que habían ejercido el derecho a informar a pesar del terror. La excusa fue que no contaban con las condiciones para seguir en la competencia del mercado, pero la verdadera razón fue que a los especialistas de La Moneda no les parecía cómoda la crítica y la independencia que tenían esos medios. Por tanto, se entregó el avisaje estatal a aquellos que la dictadura había autorizado circular el 12 de septiembre de 1973.
El vacío de una prensa independiente y fiscalizadora fue generando desconfianza en el poder y en los periodistas. Los 17 años de dictadura ya habían sembrado la sospecha de que tras cada discurso había una mentira y que tras cada información estaba el poder. Esa desconfianza se ha transformado en pasto seco para la fantasía de creer que internet y las redes sociales son espacios de libertad para informarse, sin recurrir a otros medios.
Chile es un país que tiene un alto nivel de cobertura digital a nivel regional, lo que se ha traducido en una sociedad hiperconectada con el mundo, donde una mayoría puede optar a leer diarios de cualquier parte, a ver todo tipo de plataformas de discusión y buscar informaciones de textos científicos o económicos. Desafortunadamente, el foco de interés está en las plataformas de entretención: TikTok, Instagram, Pinterest y Twitter.
La desconfianza en todo lo que antes parecía sólido, creíble, como los partidos políticos, la Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas, el gobierno y la prensa, pone en jaque a la democracia. Tuvimos un periodismo que cumplía una función esencial: informar verazmente sobre los hechos para que los ciudadanos tomaran decisiones que incidieran en el espacio público, haciendo valer sus derechos. Hoy, pese a la discutible idea de que la digitalización de la sociedad nos permite tener mayor acceso a información oportuna, no ha logrado una sociedad más democrática, pluralista y abierta al debate. Basta recordar que un 36% aún justifica el golpe de Estado, que no hay rechazo mayoritario a los crímenes de lesa humanidad ocurridos durante los 17 años y que ante cada hecho político que molesta al sector reacio a los cambios, los rayados, amenazas o acciones violentas contra memoriales aparecen.