Pandemia y violencia contra las mujeres

“Resulta fundamental reflexionar sobre cómo todas las formas de violencia que sufrimos las mujeres se trasladan al espacio doméstico, en tanto la cuarentena determina la reunión en un solo lugar de todos los roles que ejercemos las mujeres en una sociedad patriarcal, capitalista y colonial como la nuestra”

Por Silvana Del Valle Bustos

Durante los últimos días hemos asistido a una creciente preocupación por el potencial aumento de la violencia doméstica ante la necesidad de implementar medidas de distanciamiento social para reducir el contagio por el Covid-19. Entre ellas, la cuarentena, que implica el encierro en el espacio doméstico por tiempos que mujeres y niñas no experimentábamos de manera masiva por décadas, enciende las alertas en tanto se identifica el hogar como el lugar en que más se produce violencia contra nosotras. Sin embargo, estar en cuarentena y con toque de queda no sólo nos pone en mayor riesgo de violencia doméstica, sino que implica vivir una síntesis de la violencia estructural que el actual modelo capitalista, patriarcal y colonial ejerce sobre las mujeres. 

En Chile, el rol subsidiario del Estado neoliberal, que deja incluso la satisfacción de las necesidades más básicas a los dueños del mercado, desató una profunda crisis sociopolítica, la que se ha manifestado durante los ya cinco meses de revuelta popular. Las desigualdades e injusticias del modelo, que se hicieron ineludibles desde el 18 de octubre de 2019, hoy se evidencian de forma extrema, siendo la crisis sanitaria una amenaza mayor para los sectores más explotados: quienes deben sobrevivir su vejez con pensiones de miseria, quienes subsisten con trabajos precarios e informales o quienes asumen las tareas de cuidado y reproducción de la vida a diario, entre otros. En todos estos casos se trata, nuevamente, en mayor medida de mujeres.

Crédito: Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres

La crisis social que estalló en octubre y la crisis sanitaria que nos afecta actualmente han dejado claro que el problema no radica únicamente en la incapacidad del gobierno de Sebastián Piñera ni en su desidia para establecer las medidas mínimas que nos permitan avanzar hacia una mayor equidad y justicia social, sino también en un amplio sector político-económico, parte y sustento del sistema imperante que produce y reproduce la desigualdad. Hoy, el modelo históricamente impuesto con sangre por quienes gobiernan ha mostrado descarnadamente los intereses que defiende, priorizando las ganancias de las empresas por sobre la salud de todas y todos. 

Así, no resulta casual la negativa inicial a cerrar centros comerciales y grandes empresas; la implementación de cuarentenas parciales que exigen a trabajadores y trabajadoras seguir trasladándose y motivan al hacinamiento para el pago de cuentas o provisión de alimentos; la falta de control de precios sobre insumos médicos básicos; el silencio ante el reclamo de comunidades privadas de acceso al agua en tiempos donde la higiene es esencial; la desprotección a trabajadoras/es, quienes deben negociar individualmente su aislamiento con las grandes empresas, respaldadas además por la Dirección del Trabajo al permitir despidos masivos sin indemnización; la falta de alternativas para trabajadores/as informales, independientes y con contratos a honorarios, mientras se ofrecen subsidios y contrataciones a los grandes conglomerados; la falta de un plan de contingencia que pueda suplir la necesidad de cuidados de niñas, niños y niñes ante el necesario cierre de las escuelas; la ausencia de medidas económicas que permitan disminuir el endeudamiento o acceder a servicios básicos como agua, techo y alimentación. En suma, medidas tardías en que el Estado subsidia al empresariado y que incluso nos exponen aún más al contagio del Covid-19, y que nos demuestran, nuevamente, cómo el neoliberalismo se contrapone a los intereses de la gran mayoría de las personas.

Es más, ante estos cuestionamientos, que son parte de las demandas que explotaron el 18 de octubre, el gobierno de Piñera, tal como viene haciendo durante todos estos meses de revuelta social, declara Estado de Catástrofe e impone la militarización del territorio, ofreciendo más represión, sanciones y cárcel a quienes no acaten las escasas y tardías medidas propuestas por sus ministros.  

Consecuentemente, ninguna de tales medidas considera, pese a que ya se venía advirtiendo por el movimiento feminista a raíz de la experiencia asiática y europea, el particular impacto que el confinamiento doméstico tiene en la vida de las mujeres. Los mayores niveles de violencia física y psicológica reportados en varios países trajeron consigo como única reacción del gobierno el incremento de la actividad del número telefónico del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, el que continúa identificando el problema de la violencia contra las mujeres únicamente con la violencia intrafamiliar y, específicamente, la violencia íntima de pareja. Pero esta medida no sólo mantiene el estilo tecnócrata del ministerio, el que se ha denunciado por años a raíz de la precariedad laboral en que se encuentran sumidas sus trabajadoras y trabajadores, o los escasos recursos destinados a casas de acogida y planes educacionales efectivos, entre otros, sino que además demuestra el desconocimiento de otras formas de violencia que se ven incrementadas con la cuarentena.

«Ya que, mientras dure la cuarentena, mujeres y niñas se ven obligadas a ocupar el mismo espacio durante todo el día no sólo con esposos o parejas maltratadoras, sino también con padres, padrastros, hermanos, hijos, sobrinos, tíos y abuelos agresores sexuales, preguntarse sobre nuestra sobrevivencia resulta indispensable»

En este sentido, resulta fundamental reflexionar sobre cómo todas las formas de violencia que sufrimos las mujeres se trasladan al espacio doméstico, en tanto la cuarentena determina la reunión en un solo lugar de todos los roles que ejercemos las mujeres en una sociedad patriarcal, capitalista y colonial como la nuestra. Al menor salario en el trabajo remunerado y al mayor acoso que vivimos las mujeres en dicho espacio, se suma el hecho de que históricamente se nos ha impuesto hacernos cargo de las labores domésticas y el cuidado de niños, niñas, enfermas/os y ancianas/os. ¿Cómo llevarán el estrés y hacinamiento las mujeres que retornan a sus hogares desde los trabajos para seguir trabajando en los cuidados de otros y otras? ¿Cómo podrán sobrevivir las migrantes que no están hoy ejerciendo el trabajo informal con que alimentaban a sus familias, las profesionales jóvenes que no pueden hoy prestar servicios a honorarios, las mujeres que no tienen un hogar, las privadas de libertad, las trabajadoras de casa particular obligadas a trasladarse hacinadas en la locomoción colectiva a los barrios donde se inició el contagio, las feriantes o almaceneras cuyos puestos han debido cerrar? 

Crédito: Amanda Aravena

Si a esto sumamos que, mientras dure la cuarentena, mujeres y niñas se ven obligadas a ocupar el mismo espacio durante todo el día no sólo con esposos o parejas maltratadoras, sino también con padres, padrastros, hermanos, hijos, sobrinos, tíos y abuelos agresores sexuales, preguntarse sobre nuestra sobrevivencia resulta indispensable. Sobre todo con un Estado que, como hemos denunciado por décadas, además de no cumplir su obligación de prevenir, investigar y sancionar la violencia contra las mujeres, también nos persigue y agrede mediante las fuerzas policiales y militares, tal como se ha constatado en todas las movilizaciones sociales y estados de excepción.

En definitiva, el necesario confinamiento para prevenir la pandemia se transforma en un catalizador de todas las formas de violencia que vivimos las mujeres, debido a que la estructura social neoliberal, patriarcal y colonial no genera paliativo alguno para la situación, sino que más bien se apoya en la responsabilidad de las mujeres en el cumplimiento de sus roles asignados. En este juego, la posición del Estado es la de guardián de la mantención de tales roles, por lo que no debemos confundir la reacción de gobernantes neoliberales ampliando la posibilidad de intervención estatal con la renuncia al control neoliberal de nuestras vidas. Es más, Donald Trump ya expresamente ha dicho que el propósito de la intervención gubernamental “no es debilitar al libre mercado, sino preservarlo”. La actual crisis, entonces, devela en la vida de las mujeres una cuestión que el estallido social ya venía expresando: el fracaso de este modelo, cuyo centro es el beneficio de unos pocos a costa de la vida de la mayoría. En este contexto, no obstante, ante la negligencia e inoperancia de quienes nos gobiernan, un aprendizaje histórico de otros tiempos de crisis es que la construcción de organización territorial y comunitaria es una herramienta basada en la solidaridad y expresiva de la dignidad de las personas en situaciones críticas a través de la generación de redes de apoyo, estrategias de cuidado colectivo y alternativas de economía comunitaria, entre muchas otras.

Quedarse en casa es una de las medidas necesarias y efectivas para paliar los riesgos de la Pandemia, y aunque implica aumentar el riesgo de violencia para las mujeres y niñas, nos otorga la oportunidad de reafirmar que el retorno al hogar no puede significar relegar nuevamente este espacio a lo privado y personal, sino que es imprescindible su politización. Y es esta politización, en que la participación activa de las mujeres resulta un requisito intransable, la que permitirá la construcción de una nueva forma de vida, ya no basada en la explotación de las personas y depredación de la naturaleza, sino en la justicia y la dignidad.

Inmunológicamente comprometidos

«Está muriendo mucha gente y va a morir mucha más afectada por este virus ante el que carecemos de inmunidad; van a morir sobre todo quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos y eso a veces se sabe de antemano pero a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. La respuesta debe ser social: todos los cuerpos deben importar lo mismo».

Por Lina Meruane

El virus muta, 
nosotros también debemos mutar.
Paul B Preciado

i. Son tiempos de contingencia viral y se nos impone mutar a una existencia en el encierro. 

ii. Al principio, cuando el virus todavía parecía un dato lejano y ajeno, el confinamiento sólo lo reclamaban los especialistas en epidemia. Muy a regañadientes, más preocupados por la salud de la economía que la de los ciudadanos, y con una lentitud letal, se fueron sumando los mandatarios del mundo. Confundidos ante mandatos contradictorios, hubo algunos que de inmediato nos recluimos y hubo otros que siguieron libremente por las calles y los parques, por las oficinas, los bares y restaurantes y las peluquerías, por el metro, por la noche y la madrugada y las marchas, por la vida misma, desconfiando de la alarma general.

Lina Meruane es docente en la Universidad de Nueva York y autora, entre otros libros, del ensayo Viajes Virales.

iii. Se levantaron muchas voces, entre ellas las de los filósofos públicos del norte. Y entre ellos hubo quienes insistieron en que se trataba de un aislamiento que no guardaba proporción con el peligro de una gripe que era como cualquier otra gripe. Eso decían pensadores como Giorgio Agamben: que todo esto no era más que una estrategia autoritaria para poner en práctica mecanismos de vigilancia y de control-a-distancia y prohibiciones de circulación y de reunión resguardadas por las fuerzas del orden que tan bien conocemos en el sur del planeta.

iv. No es, entonces, que esos filósofos hablaran sin motivo sobre el oportunismo viral del poder. Nos lo recordó el presidente chileno al desafiar su propia cuarentena para ir a tomarse una foto en la Plaza de la Dignidad, sentado a los pies de Baquedano, satisfecho y sonriente porque al fin había recuperado el centro de la ciudad que por mucho tiempo fue de la gente.

v. Y no era solo ese mandatario arrogante quien desobedecía sus propias leyes; esa ha sido la tendencia en otros puntos del planeta, aprovechar este momento para suspender garantías ciudadanas e impedir el despliegue de la población por el espacio ahora demarcado como zona cero del contagio. 

vi. Pero dejando a los nefastos presidentes de lado, ¿qué hacer ante la realidad de un contagio exponencial y de una mortandad que cunde por todas las ciudades del mundo? ¿Qué hacer ante un mal desconocido, un virus respiratorio altamente infeccioso para el que no existe todavía tratamiento ni vacuna ni hospitales preparadas para emergencias colectivas?

vii. Nuestros cuerpos son lo único que tenemos. Si tememos por nuestras vidas es porque nuestras sociedades han privilegiado medidas de austeridad para unos y de rentabilidad para otros y se hallan incapacitadas para enfrentar una crisis viral y vital que viene a coronar todos los pánicos epidémicos anteriores. La gripe aviar y el viral síndrome respiratorio agudo grave de hace algunos años. La influenza provocada por un virus porcina que dejó 25 millones de muertos hace un siglo. Las bubónicas pestes medievales, sus enfermos agonizantes encerrados a la fuerza, sus 80 millones de muertos.

Paseo Ahumada, Santiago, marzo de 2020. Crédito de foto: Alejandra Fuenzalida.

viii. Mutatis mutando, este nuevo virus me recuerda (porque lo conozco bien, porque escribí un libro sobre él) a otro que aún se replica entre nosotros: el de la inmunodeficiencia humana. Me lo recuerda porque, guardando las distancias, el vih era otro virus viajero: se hacía transportar en la sangre y en el semen y entre sus múltiples males mortales se cuentan la neumonía y la tuberculosis. El volátil covid vive en las vías respiratorias y salta aeróbicamente desde los pechos congestionados y desde las conversaciones y se mantiene en suspenso en el aire y en las superficies esperando su ocasión. 

ix. En esa epidemia que ya cumple cuatro décadas también hubo pensadores (como Michel Foucault, que murió de sida) que conociendo la deriva de la represión sexual negaron el peligro del virus y previnieron a quienes quisieran escucharlos que el miedo era un mecanismo de coerción y había que resistirlo. Porque hubo líderes homófobos que, aprovechando la trágica circunstancia, se cruzaron de brazos y condenaron la libertad del contacto y del coito mientras celebraban la libertad del consumo y de los mercados desregulados. Esos líderes se lavaron sus manos genocidas y dejaron a la comunidad de enfermos desasistida porque, desde una lectura moralista (propia del capitalismo heteronormativo) todos ellos eran unos “degenerados” que merecían morir, y porque desde una lectura individualista (propia del capitalismo salvaje) quienes se habían enfermado por sus “malas prácticas” debían sufrir las consecuencias sin generarle gastos a los inocentes, los meritorios, los productivos ciudadanos ejemplares del Estado neoliberal. 

x. Desde la lógica neoliberal, los cuerpos enfermos, los cuerpos contagiosos, los cuerpos (inmuno)deprimidos eran desechables. 

xi. Ante la radical falta de insumos en hospitales desbaratados por el salvaje sistema capitalista, los infradotados hospitales italianos y españoles han tenido que elegir a quienes tratar y a quienes dejar morir. 

xii. Estamos viendo que la vida tiene un valor relativo.

xiii. Está muriendo mucha gente y va a morir mucha más afectada por este virus ante el que carecemos de inmunidad; van a morir sobre todo quienes tienen sistemas inmunitarios comprometidos y eso a veces se sabe de antemano pero a veces no. En cualquier caso, una enfermedad nunca le toca a un individuo, le toca a toda la sociedad. La respuesta debe ser social: todos los cuerpos deben importar lo mismo.

xiv. Sobrevivir como individuos y como comunidades (y como especie) exige que por una vez nos paremos a pensar: toda crisis exige reflexión.

xv. Es esa pausa la que me hace regresar a aquellos filósofos del poder centrados exclusivamente en la protección de las libertades (como Agamben, como Foucault) y plantearme si no habrán caído inadvertidamente en una peligrosa alianza con los presidentes y ministros y políticos negacionistas que rechazan la cuarentena porque nos llevará a una recesión económica de proporciones.

xvi. Ya estamos en una profunda crisis económica que debe ayudarnos a replantear la economía de austeridad y forzar a los gobiernos a inyectarle a la población una dosis keynesiana de fondos, como lo han hecho antes para salvar a la banca del colapso.

xvii. La voz que me interpela es la del teórico africano Achille Mbembe quien, en vez de negar la contingencia viral, advierte que los estados neoliberales son necroliberales, es decir, que su gestión no está puesta en la mantención de la vida sino en la muerte como solución.

xviii. Sobrevivir debe entenderse entonces como un modo de resistencia política ante la gestión de la muerte por acción o por omisión. Sobrevivir debe convertirse en una oportunidad (lo propone la pensadora feminista Judith Butler) para nuevas prácticas de “autogobierno” vitalista que desmonten la operatoria necropolítica. Este es, sugiere nuestra filósofa de la ética, el tiempo de “fortalecer los ideales de la solidaridad social”, el espacio para una intensa activación de lo político. Es el momento en que la polis se une para resolver la crisis colectiva y se impone mutar de actitud y de entender que el cuidado propio es el cuidado del otro: elegir distanciarnos y cerrar la puerta de nuestras casas –si tenemos la fortuna de tener una casa, una puerta que cerrar, si tenemos la suerte de no vivir al día es tomar conciencia del cuidado de la vida en común. 

xix. Porque mientras nosotros cuidamos-cuidándonos, hay otros que ponen sus cuerpos para cuidar-cuidando: ahí están los trabajadores de la salud y las doctoras y los estudiantes de medicina o de enfermería y las voluntarias jóvenes o jubiladas a los que en tantas ciudades del mundo se les aplaude cuando empieza a caer el sol. Ellos están arriesgando su salud para salvar la preciada salud de los demás, para asegurar el buen cuidado de los descuidados cuerpos de nuestras comunidades, los cuerpos inmunológicamente comprometidos de esos otros que podemos llegar a ser nosotros mismos.

“Tenemos que intentar aprovechar esta crisis para refundar las democracias”

Madrid es hoy una de las ciudades más golpeadas por el Covid-19, que no es otra cosa que la plaga, el miedo, la muerte, el dolor. Madrid es hoy, también, una ciudad que se saluda entre balcones, que llora acompañada y vuelve a soñar día por medio. Desde ahí, Rosa Montero, editora, periodista, psicóloga, progresista, celosa de la soledad que antes buscaba para pensar y escribir, habla desde aquel lugar al que no queremos llegar. “Necesito tus noticias desde el futuro”, le digo cuando la llamo desde Chile, al fin del mundo, que ella conoce bien.

Por Ximena Póo Figueroa

Desde Madrid, asolada por el virus, la muerte, el desasosiego, pero también con la esperanza colgada desde los balcones, la escritora Rosa Montero (1951) vive su encierro en un estado de alerta cotidiano y estatal en días en que colapsa uno de los sistemas de salud más destacados del mundo en materia de seguridad social; en días en que se sienten los cantos de ventana a ventana que ratifican que no hay metáfora posible cuando se precisa relevar el sentido de comunidad que recorre Europa y que es especialmente visible en la capital española, en la Comunidad Autónoma de Cataluña, en Francia o en Alemania. “Es una situación única que nos ha cogido a todos por sorpresa, y absolutamente devastadora en todos los sentidos. Queda todavía mucho sufrimiento en el mundo”, reflexiona mientras afuera, en las calles madrileñas, ya no hay tráfico, bocinazos, estudiantes, oficinistas ni terracitas para un café. Sólo se escucha ese golpeteo infame de los minutos, sabiendo que al final del día el conteo de muertes no parará, que el Palacio de Hielo recibirá cuerpos para resguardar las memorias que en ellos habitaron. Afuera, en las puertas enfrentadas de los edificios, en la ropa tendida en los patios interiores, sólo sobrevivirá el miedo al descuido y el anhelo de un abrazo diario por recobrar.

La escritora y periodista Rosa Montero. Su última novela editada en 2018 es Los tiempos del odio. Crédito de foto: Patricia A. Llaneza.

Rosa Montero, galardonada en 2017 con el Premio Nacional de las Letras, es una mujer “bien plantada”, como se suele decir en España; una mujer cuya trinchera ha sido el periodismo, la democracia, la humanidad puesta a prueba en sus crónicas, entrevistas, ficciones. Nació en Madrid y estudió periodismo y psicología. Su biografía se escribe en su propia página de Internet y se saluda con respeto y cariño entre quienes la conocen. Desde finales de 1976 trabaja de manera exclusiva para el diario El País, en el que fue redactora jefa del suplemento dominical durante 1980-1981. En 1978 ganó el Premio Mundo de Entrevistas, en 1980 el Premio Nacional de Periodismo para reportajes y artículos literarios y en 2005 el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid por una vida dedicada al periodismo, a liderar equipos con la generosidad de una maestra rigurosa y centrada en el humanismo y la responsabilidad que conlleva cada palabra para quien la dice, la escribe, la edita y la publica.

Rosa, vivir esta pandemia en Madrid justo ahora, en medio de un mundo hiperconectado pero en el que a la vez conviven desde el primer al quinto mundo, parece irreal, pero no lo es. Tú estás en Madrid, donde ha pegado fuerte, donde se dice que las «ventanas rotas» del sistema social, político y económico han hecho que todo sea más precario para soportar este golpe. ¿Cómo lo has vivido desde este encierro tuyo que es el encierro de millones?

Cómo lo estoy viviendo, dirás. Estamos todavía todos al comienzo de una crisis muy larga. Pues verás, a mí me encanta aislarme, precisamente. Lo que intento hacer en mi vida normal es liberar una serie de semanas y me voy con mis perras a un refugio secreto que tengo y me paso allí sola muchos días, sólo saliendo a pasear a las perras, haciendo gimnasia, escribiendo y leyendo. Y soy feliz. Pero en este confinamiento ha sido muy difícil concentrarse, porque irrumpía el ruido del mundo, el dolor, la tristeza y la preocupación. Esta falta de concentración, por lo que he podido hablar con la gente, es algo muy común. Ya me he ido centrando, en fin. He terminado una novela (la terminé ayer) y empiezo a estar más con los pies en la tierra. Pero es una situación única que nos ha cogido a todos por sorpresa, y absolutamente devastadora en todos los sentidos. Queda todavía mucho sufrimiento en el mundo. Pero lo superaremos, porque en breve, digamos año y poco, habrá vacunas y tratamientos terapéuticos eficaces. 

Tú misma has recordado hace poco que Stephen Hawking decía que «la humanidad no va a desaparecer por el impacto de un asteroide, sino por un virus». Pues bien, los virus y las bacterias nos han atacado a lo largo de la historia y seguimos avanzando. ¿Piensas que hoy sería distinto por el alcance de esta pandemia o bien por la expansión del miedo, la lucha por el poder de las farmacéuticas? 

No es distinto para nada a las pandemias anteriores, ahora simplemente estamos más comunicados, lo que hace que el contagio sea global, pero también tenemos muchas más armas para luchar contra la pandemia. La Gran Peste de 1348 mató en un solo año entre la mitad y las dos terceras partes de los habitantes de Europa. Eso fue muchísimo peor. Europa tardó más de un siglo en recuperarse.

Crédito de foto: Patricia A. Llaneza.

Desde la ficción, pero desde los datos también y desde cómo se mueve el juego geopolítico que bien conoces has entrevistado a líderes como Arafat, Jomeini, Indira Gandhi, Malala, Nixon, sólo por nombrar a algunos, ¿piensas que estamos en el umbral de nuevo orden mundial o bien frente al mismo occidental, capitalista, individualista que se reinventa para hacer mejoras al interior de sus engranajes?

La crisis es tan brutal que creo que el sistema saldrá, de alguna manera, modificado, pero no tengo muy claro si será a mejor o a peor. Tenemos que intentar aprovechar esta crisis para refundar las democracias. 

Has luchado contra la violencia hacia las mujeres y sabes bien que en Chile los movimientos sociales y feministas han sido muy fuertes y decisivos en el último tiempo, propiciando incluso la revuelta social. ¿Cómo has visto este movimiento? 

El antisexismo ha avanzado en todo el mundo en estos dos o tres últimos años. Entre otras cosas, muchísimos hombres se han incorporado al movimiento, como es lógico, porque el feminismo no es un tema de mujeres; estamos cambiando el mundo y nuestra manera de relacionarnos, y eso nos interesa a todos. Ahora bien, espero que la pandemia no suponga una involución. 

Hoy las campañas en el mundo y no sólo en Chile apuntan a cómo escapar de abusos y violencia estando las mujeres encerradas con el enemigo, en cuarentena obligada. Se apela a la sororidad, a la comunidad y al apañe de organizaciones más que a las instituciones estatales…

Efectivamente. Es un panorama aterrador, ¿no? Estar encerrada todo el día con tu verdugo. Aquí el Gobierno está intentando tener en cuenta esas situaciones y hay llamadas de socorro con una palabra clave, por ejemplo. Pero es muy difícil defenderlas a todas. 

Rosa, por último, da pudor hablar de «aprendizajes» en medio de tanto dolor. Cuando te he contactado, hace días, me has dicho que escribir ahora te «cuesta sangre». Tú bien sabes de dolor, de caminos de vida complejos dadas tus experiencias y de años de entrevistas, literatura, ediciones largas. ¿Es momento de pensar en qué nos dejará, de luz y de brumas, este tiempo? ¿Lo logras imaginar?

No tengo nada claro cuál va a ser el balance. Individualmente, creo que todos debemos aprovechar este tiempo para intentar crecer, madurar, hacernos dueños de nuestro tiempo, nuestra vida, nuestro pensamiento. En la vida llamada normal vamos demasiado acelerados y el ruido exterior nos ayuda a no reflexionar, a aturdirnos. Pues bien, ahora tenemos una oportunidad de oro para intentar profundizar en nosotros mismos y repensarnos. Pero en el terreno colectivo, como antes he dicho, veo signos preocupantes. Un fomento del odio más irracional por parte de algunas personas y algunos políticos, por ejemplo. Tenemos que intentar movilizar toda esta pena y este miedo y esta inseguridad hacia la grandeza, y no hacia la parte más miserable de lo que somos.

La fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto y necesitamos explicación histórica

Esta no es la primera vez en la historia que como sociedad nos vemos amenazados por un virus letal y contagioso. El Covid-19 nos vuelve a enfrentar a nuestros más antiguos miedos y nos reta a aplicar los conocimientos científicos y médicos acumulados para enfrentar la crisis desde la mirada de la salud pública. En esta columna, el historiador y Doctor en Estudios Latinoamericanos de la U. de Chile, Marcelo Sánchez hace una revisión histórica de las epidemias que han afectado a los chilenos y chilenas; y los avances tecnológicos y culturales que nos han ayudado en el pasado a combatirlas

Por Marcelo Sánchez Delgado

En medio de la crisis sanitaria resulta difícil escribir algo que no resulte frívolo o autorreferente en términos disciplinares. Sin embargo, con cada día que pasa, el deseo de comprender la actual pandemia de Covid-19 en un contexto histórico se acrecienta. 

Ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI, nos pensábamos protegidos frente a los peligros epidémicos por los avances biomédicos, en el caso en que tuviéramos acceso a tales servicios. Pero la angustia está aquí, entre nosotros y nosotras; vuelven las ideas e imágenes de enfermedad y muerte. Lo reprimido, la fragilidad de la vida ante la muerte ha vuelto.

Hagamos un poco de historia. Las ideas sobre salud y enfermedad que han tenido mayor continuidad en Occidente son las hipocrático-galénicas, que se basaban en el equilibrio interior de cuatro humores (flema, bilis negra, bilis amarilla y sangre) con cuatro elementos del ambiente (fuego, aire, tierra y agua). En el caso de las epidemias, estas ideas buscaban su causa en los miasmas, esos efluvios que surgían de aguas estancadas y ambientes viciados. Este fue el enfoque de los médicos higienistas del siglo XIX. En esa misma época se dan dos procesos de importancia para entender la forma en que intentamos comprender y manejar los problemas que plantean las epidemias en la actualidad. 

Por una parte, el paso de la atención médica desde los individuos a los grupos sociales y la atención hacia las condiciones socioeconómicas, llevaron al surgimiento de la “medicina social”, perspectiva dentro de la cual la tarea del Estado y de toda la política es proteger, mantener, recuperar el buen estado sanitario de la población. Se suele reconocer al médico alemán Rudolf Virchow como el “padre” de la medicina social. 

El segundo proceso del siglo XIX que determina nuestra manera de entender las epidemias es el desplazamiento de las ideas hipocrático-galénicas e higienistas por un método estrictamente científico, cuyo ejemplo más conocido es la etapa heroica de la bacteriología. Con este nuevo enfoque, la medicina adquiere el carácter de “ciencia médica” y se desplaza el lugar del conocimiento médico desde el hospital al laboratorio experimental y se extiende una “revolución del laboratorio”.

Por su parte, el imaginario del microbio, bacterias y virus alentó la tendencia a prestar atención a las fuentes invisibles del mal y a las amenazas escondidas en personas y grupos aparentemente “normales” o amenazantes por alguna razón política o cultural. El combate contra el microbio fue usado desde entonces como una peligrosa fuente de metáforas sociales y políticas. Con el descubrimiento de los fagocitos y al calor de la investigación del cáncer se sumaron a esta tendencia las metáforas bélicas. 

Desinfectores trabajando hacia 1910, imágenes compiladas por Pedro Lautaro Ferrer,  Colección Biblioteca Nacional de Chile, disponible en Memoria Chilena.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, surgieron dos figuras de importancia: la del investigador a tiempo completo y la del estadístico, cuyos esfuerzos mancomunados dieron nueva fuerza a la epidemiología descriptiva y más tarde a la epidemiología clínica y a la medicina basada en la evidencia. Después del éxito del Proyecto del Genoma Humano surge la epidemiología genética. Los grandes éxitos clínicos de estas metodologías, que buscan esencialmente determinar los factores de riesgo, sumado al despliegue biotecnológico nos brindaban en parte esa imagen de seguridad inexpugnable que la epidemia actual ha derrumbado con insólita facilidad.

En Chile, durante las últimas décadas, el mutuo reforzamiento entre una medicina enclaustrada sobre sí misma y la política neoliberal, llevaron a una desestimación tanto por esa otra cara de la moneda que ya mencionamos, la salud pública gestionada por el ente colectivo esencial, el Estado; como por el conocimiento y las experticias forjadas en los laboratorios universitarios

Así, nos encontramos en este momento de angustiosa espera, bombardeados por las más insólitas teorías, aguardando el ritual de la estadística acumulada -que reduce el drama a la contabilidad- y algún éxito de los laboratorios experimentales cuyo norte global es el lucro, a excepción de algunos pocos recintos estatales y universitarios. En medio de la crisis se están planteando problemas urgentes en la atención de salud así como otros cuestionamientos de mediano y largo plazo que incluyen el rol de lo público en salud, la educación cívica y sanitaria, el financiamiento de la ciencias, las discriminaciones y estigmas que afectan a los grupos con menos acceso a los servicios públicos, como migrantes y otras identidades minoritarias.

Chile y sus epidemias 

Las epidemias nos acompañan desde antes del encuentro de las poblaciones originales con los europeos, pero fue sin duda con la dominación colonial que se produjeron eventos epidémicos que han sido llamados el primer Holocausto moderno por las cifras de mortandad, cuyo cálculo estimado para algunas regiones está en torno a 30 millones de personas muertas. No podemos olvidar que entre las víctimas de las epidemias en diversos contextos geográficos y temporales están los pueblos colonizados, con casos extremos como el de la dominación hispano-portuguesa en América, el de la dominación inglesa en India y el de las distintas empresas de dominación colonial en África.

Durante el periodo colonial se sucedían brotes epidémicos que se nombraban con el lenguaje medieval castellano, como el tabardillo o tabardete, el malesito; o bien en lengua mapuche como el chavalongo. Sarampión, tifus exantemático, fiebre amarilla, fiebre tifoidea, viruela, convivían periódicamente con la población chilena. En el paradigma de las ideas hipocrático-galénicas algunas medidas antiepidémicas eran la huida, la cuarentena y algunas acciones sobre el aire como intentar moverlo a cañonazos o quemando hatos de hierbas en cada esquina de la ciudad, estas últimas aplicadas varias veces en el periodo colonial. 

Tanto en el periodo colonial como en el republicano, una respuesta habitual a los brotes epidémicos era la construcción de lazaretos, edificaciones transitorias, generalmente aisladas, en las que se brindaba lecho y alimentación a los enfermos y poca o ninguna atención médica. El lazareto era un lugar para morir

Fue la alta mortalidad de las epidemias de cólera en la década de 1880 lo que llevó a implementar un Consejo Superior de Higiene y en 1892 el Instituto Superior de Higiene, primera piedra en la salud pública, entre cuyas dependencias principales estaba el desinfectorio público y la policía sanitaria, encargadas de luchar contra las epidemias. 

Desinfectorio público hacia 1910, imágenes compiladas por Pedro Lautaro Ferrer,  Colección Biblioteca Nacional de Chile, disponible en Memoria Chilena.

En el siglo XX no fueron pocos los eventos epidémicos vividos en Chile. Peste bubónica al despuntar el siglo, dos brotes de gripe española en 1918 y 1957, tifus exantemático con diferentes intensidades entre 1910 y 1949. 

A fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, junto a los cordones sanitarios y las cuarentenas se fueron afianzando las tecnologías de desinfección. Existían unidades móviles tiradas por caballos o que se desplazaban en locomóvil, que podía trasladarse a diferentes puntos de la ciudad a practicar desinfecciones. Era habitual la desinfección de trenes, tranvías, barcos y también de personas, como ocurrió en Chile en la epidemia de tifus exantemático de 1929-1935, cuando una de las principales medidas sanitarias fue la “Casa de Limpieza”, edificaciones repartidas por la ciudad en las que de forma obligatoria se ingresaba a los ciudadanos y ciudadanas pobres para un corte de pelo (rapado total), un baño y la desinfección de sus ropas.

En 1918, el primer Código Sanitario da fuerza legal a reglamentaciones y prescripciones sanitarias para todo el país. En 1924 se crea el Ministerio de Higiene, Asistencia y Previsión Social y la Caja del Seguro Obrero. Ambos hitos dan cuenta de una tradición local de medicina social que protagonizaron los médicos formados en la Universidad de Chile y sus profesores; entre otros, Alejandro del Río, Lucas Sierra, Exequiel González, Eduardo Cruz-Coke, Luis Calvo Mackenna, Eloísa Díaz, Salvador Allende. 

La Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, creada a fines de la década de 1940, fue uno de los espacios en que se hicieron propuestas de salud pública en nutrición, epidemiología, estadística sanitaria, entre otros temas. Este proceso culmina de alguna manera con el primer Ministerio de Salud en 1952, cuya acción y fortalecimiento paulatino va dando alguna respuesta a los problemas de salud pública más dramáticos del siglo XX: el alcoholismo, la falta de una buena alimentación y de higiene, la lucha antituberculosa y antisifilítica, la alta mortalidad infantil, entre otros.

El cólera en Chile en la Colección Lira Popular del Archivo Central Andrés Bello.

Historia de la medicina. Una disciplina olvidada

La historia de la medicina fue un dispositivo muy útil a fines del siglo XIX para legitimar la unión definitiva de los títulos de médico y cirujano. Así, entre fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, conoció días de esplendor en la universidad europea y norteamericana. En Chile, si bien tenía cultores en el siglo XIX y a principios del siglo XX, como Benjamín Vicuña Mackenna, Pedro Lautaro Ferrer y Juan Marín, es en la segunda mitad del XX que se va desplegando la acción decisiva y la producción de Enrique Laval, Ricardo Cruz-Coke, Gunther Böhm y Sergio de Tezanos Pinto, entre otros, en el campo de la historia de la medicina. 

Aproximadamente entre las décadas de 1950 y 1970, este grupo logró consolidar un museo, una sociedad, una cátedra universitaria, una revista, congresos y un pequeño, pero muy activo campo historiográfico. Junto a estos logros notables hay que decir también que se trataba de médicos historiadores que tendían a una cierta defensa gremial y a un relato heroico de la historia de la medicina, exenta de conflictos y de consideración hacia la experiencia del paciente y la pluralidad conflictiva de ideas médicas. Desde la década de 1980 hasta la actualidad, ante el aumento de la exigencia y carga curricular, la historia fue desalojada progresivamente de las Escuelas de Medicina hasta su completa desaparición en ese espacio.

Desde otra vereda, para muchos historiadores e historiadoras, la historia de la salud y la enfermedad es algo que sienten alejado y secundario para entender la “verdadera Historia”. La historia de la medicina, como vemos en el contexto actual, aporta una perspectiva temporal, indispensable para comprender los procesos de salud y enfermedad. Finalmente, como se preguntaba el historiador francés Alain Corbin, ¿es posible comprender el siglo XIX y el XX sin tener en cuenta el darwinismo, la bacteriología, la higiene, la eugenesia, el racismo, por ejemplo?

Peligros y advertencias

En el contexto actual de lucha contra la epidemia de Covid-19 puede que muchos vean apropiado acudir a metáforas bélicas y que se validen las ideas de inmunidad y salud. Cuando la tormenta pase, deberemos enfrentar el peligro subyacente a seguir leyendo la sociedad y sus conflictos en esa misma clave. Ya sabemos cómo el nazismo trataba a los judíos como bacterias, bacilos, peligro para la salud de la nación. Ciertas ideas de salud y pureza han implicado graves consecuencias para grupos de la diversidad sexual. Por ejemplo, el prestigioso médico y ensayista español Gregorio Marañón pensaba en 1929 que la homosexualidad también podía propagarse como brote epidémico y por contagio social. Y en la historia chilena resuena trágicamente la metáfora del cáncer marxista.

Tampoco será prudente pensar que superar el Covid-19 nos liberará de mirar hacia las otras epidemias, enfermedades y problemas de nuestro tiempo, como la obesidad, la diabetes, la depresión y la depredación ambiental implícita en el capitalismo sin ética. Otro peligro subyacente a esta crisis puede ser la renovación de la confianza irresponsable en esa frase optimista de “la ciencia encontrará la respuesta” a cualquiera de nuestros problemas ecológicos.

Nuestra fragilidad, nuestra indefensión frente a la muerte, han regresado, pero junto con el malestar cabe pensar también que es justamente atendiendo a esa fragilidad que puede surgir una respuesta constructiva socialmente hablando; en palabras de Habermas, una envoltura jurídica y normativa, protectora contra las contingencias a las que se ven expuestos el cuerpo vulnerable y la persona. 

Si la bacteriología de fines del siglo XIX activó una solidaridad interclasista, ya que el mal podía atacar a cualquiera -como en la actualidad-, puede que de la actual crisis emerja un nuevo compromiso comunitario, una nueva ética y un proceso de fortalecimiento de lo público en salud. Como escribió el Dr. Salvador Allende en 1939, “la higiene social, la salubridad pública, la medicina, no admiten transacciones”.

Abusos de confianza

«¿En quién confiar? ¿En instituciones como el Servicio de Impuestos Internos, rudo con los débiles y gentil con los grandes evasores? ¿Confiar en la justicia que encarcela pobres y castiga con clases a los millonarios? ¿En los parlamentarios que legislan para las grandes fortunas? ¿En una iglesia que ocultaba sus crímenes en el prestigio de la tradición?”

Por Óscar Contardo

Durante treinta años el futuro consistía en lograr crecimiento económico y poco más que eso. Era un ábrete sésamo que cada tanto los dirigentes políticos y los economistas nos recordaban, como una tarea pendiente que nunca se acababa y que dependía de todos mantener al día. Debíamos confiar, ellos sabían, ellos habían recuperado la democracia, ellos habían transformado un país pobre y castigado por una dictadura severa, en un modelo de hacer dinero. 

Váyanse a sus casas, dejen todo en nuestras manos, aquí vemos cómo nos vamos arreglando, apártense. Eso fuimos haciendo, tal como nos sugirieron, fuimos mirando desde lejos, como niños que contemplan a los adultos discutir a la distancia sobre cosas de grandes; regresamos a casa, prendimos la televisión, descubrimos los centros comerciales, estrenamos las tarjetas de crédito, compramos lo que nunca antes pudimos y nos aturdimos con un entusiasmo ajeno que brillaba en el fulgor de las tasas de crecimiento anunciadas en las páginas económicas que informaban día a día de un despegue que nos elevaría hasta ver nuevos horizontes. En eso confiábamos, en montarnos en un cohete impulsado por las torres de oficinas que se levantaban en Apoquindo, se amontonaban en el Bosque Norte, trepaban hacia el oriente en un rastro de riqueza que se hacía un lugar en los nuevos barrios, los comerciales de las grandes tiendas y, en el mejor de los casos, las alzas periódicas del precio del cobre. Eso era lo único que nos convocaba a todos por igual. El resto, importaba poco, casi nada. Había que dejar hacer. 

El escritor y periodista chileno Óscar Contardo. Crédito de foto: Felipe Poga.

La lógica del crecimiento económico demandaba deshacer nudos, diluir los puntos de encuentro, separar la paja del trigo y establecer un precio a las puertas de ingreso al porvenir. Una nueva lengua de oferta y demanda le pondría un valor monetario a cada aspecto de la vida; era el idioma que debíamos hablar, qué duda cabe. Cada quién en su dialecto, cada oveja con su pareja. Habría chilenos y chilenas de liceo público, de copago, de colegio privado y colegio de élite. Los habría indigentes, de Fonasa y de Isapre, de micro, colectivo y autopista; chilenos de condominio, de casas chubi, de villas emergentes y barrios narcos; de contrato, contrata, boleteo y ambulantes. Un laminado fino que nos iba separando, fundiendo la convivencia en un magma de irritación y disgusto. Pero había que confiar.

Tanta fue la insistencia en la unanimidad, en el valor de los consensos, que le fuimos perdiendo el gusto al acto de votar. Si en 1988 el tramo de ciudadanos entre dieciocho y veinticuatro años inscritos en los registros electorales alcanzaba el 20% del total, en las parlamentarias de 1993 descendió al 13%. El 2001, los inscritos en el mismo tramo de edad llegaban sólo al 3,4%. La participación se fue desplomando en la medida en que la desconfianza en las instituciones crecía. Sin embargo, pese a todas las señales, el discurso oficial era que en Chile las instituciones funcionaban. Eso nos repetían a los que ya éramos mayores y a los más jóvenes. 

“Las autoridades piden confianza, que las instituciones están haciendo su trabajo, pero lo que vemos, una vez más, es que los discursos sólo sirven para disimular los hechos de la realidad, en donde hay un elenco estable, que parece libre de toda zozobra, y una mayoría que ya se cansó de esperar un futuro que nunca llegó”

No dejaban espacio para nuevas causas y la crítica era descalificada por peligrosa. Chile no estaba preparado para nada más, para ningún otro objetivo que no fuera el crecimiento y la observación estricta de un evangelio económico con interpretaciones bien acotadas, que vertiginosamente se fue revelando como una trama en la que el elenco protagónico era reducido y tenía trato directo con los guionistas. La gran mayoría de los chilenos eran sólo figurantes anónimos sobre quienes recaía la parte más cruda del relato. Pero había que confiar, no por nada el país había logrado entrar al club de las naciones más ricas, la OCDE, el mismo grupo que en cada informe nos arrojaba las cifras de nuestra realidad en todos esos ámbitos que sobrepasaban una mera cifra de crecimiento.


Chile podía exhibir datos macroeconómicos de excepción, pero tenía los peores índices en educación, productividad, innovación y un sinnúmero de aspectos que remataban, además, en el peor índice de confianza interpersonal entre los países de la OCDE. Porque confiar en Chile se había transformado en un asunto restringido al ámbito de lo doméstico, lo privado, y en contadas oportunidades algo que se extiende hacia el ancho mundo de lo público, en donde la mayoría serían simples desconocidos, seguramente tratando de sacar provecho. ¿Cómo no pensar así? Mal que mal, en eso consistía la experiencia diaria: someterse al trato abusivo, sobreponerse a los cobros indebidos y prepararse para una larga maratón que remataría en una jubilación de miseria. ¿En quién confiar? ¿En  instituciones como el Servicio de Impuestos Internos, rudo con los débiles y gentil con los grandes evasores? ¿Confiar en la justicia que encarcela pobres y castiga con clases a los millonarios? ¿En la policía que desfalca? ¿En las Fuerzas Armadas que se juegan los gastos reservados en el casino? ¿En los datos de un censo fallido? ¿En los parlamentarios que legislan para las grandes fortunas? ¿En los candidatos financiados ilegalmente? ¿En un presidente que no paga las contribuciones pero que le exige a los ciudadanos cumplir con sus deberes? ¿En una iglesia que ocultaba sus crímenes en el prestigio de la tradición?

Nos dijeron que tomáramos distancia, que dejáramos que los entendidos hicieran su trabajo. Eso fue ocurriendo. En las elecciones presidenciales de 2017 votó menos de la mitad del padrón. La disminución de participación en Chile no sólo era una de las más bajas de los países OCDE, sino también “una de las más agudas a nivel mundial”, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo.

Ahora, poco después del estallido de octubre, una pandemia arrasa nuestra forma de vida y las autoridades piden confianza, que las instituciones están haciendo su trabajo, pero lo que vemos, una vez más, es que los discursos sólo sirven para disimular los hechos de la realidad, en donde hay un elenco estable, que parece libre de toda zozobra, y una mayoría que ya se cansó de esperar un futuro que nunca llegó.

Replegados a los interiores: Chiloé resiste

Tras el primer caso de Coronavirus confirmado en la isla, el pasado 25 de marzo, varias comunidades se manifestaron en el canal de Chacao, exigiendo levantar una barrera sanitaria que controlara el flujo de vehículos y visitantes, la que finalmente se aprobó. La poeta y profesora chilota Rosabetty Muñoz, ganadora de los premios Pablo Neruda y Altazor, relata en esta columna cómo vive el aislamiento y en medio del miedo, atisba una luz al final del túnel.

Por Rosabetty Muñoz

Parece una exageración afirmar que se borran los hitos temporales en este encierro que lleva un par de semanas en modo abierto y sólo unos días con el Canal de Chacao cerrado a todo tránsito que no sea esencial. Nos sorprendemos preguntando en qué día estamos, qué fecha es. Costumbres tan arraigadas que son parte de nuestra materia cárnea como tomar mate, se ha vuelto un atentado contra la salud. El círculo virtuoso del fuego, la conversación y el artefacto compartido no son una pérdida menor porque su falta es también la pérdida de  las costumbres que son pilares sobre los que se sostiene la construcción de nuestras vidas. 

Vivir suspendidos en este presente sólido, pesado, vigilando el instante como protagonista absoluto, es aterrador. Tal vez eso empuja a intentar vivir como siempre, la idea de no pensar en el porvenir. 

La poeta y escritora chilota Rosabetty Muñoz. Crédito foto: Fabiola Narváez.

Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas. Nuestro sistema de salud no cubre, en tiempos normales, la demanda de una población desperdigada por canales e islas pequeñas, menos frente a esta pandemia. Por eso, tenemos claro que el no contagio es prioritario; en esa dirección fueron desde el principio las demandas ciudadanas. La barrera sanitaria que se consiguió por medio de movilizaciones vecinales y firmeza de los dirigentes, es vigilada también por representantes de las comunidades. Llamará la atención este doble control, pero todos sabemos hasta qué punto ha llegado la desconfianza entre gobernados y gobernantes. En dos oportunidades se ha intentado romper el cerco de protección por acuerdo entre las autoridades regionales y las empresas salmoneras.

 La indignación de los ciudadanos por las decisiones de autoridades ha borrado la mansedumbre característica de nuestra gente y se ha instalado, en su lugar, una ira antigua por la postergación y abandono. Así como el virus vino a cambiar nuestros modos de habitar el territorio, también dejó al descubierto la crudeza de nuestra precariedad. Hay, por lo menos,  dos mundos claramente delimitados. Uno que habla de teletrabajo, que presiona a las familias por permanecer en las casas y despliega ante los confinados, series de televisión, programas de convivencia a  distancia, abre salas virtuales para que los niños continúen con su formación desde las casas; y otro, que no cuenta con internet en los domicilios, que no tiene señal de telefonía o que es discontinua, que no tiene agua potable.

«Cada vez hay más islas dentro de la isla», dice Rosabetty Muñoz. Crédito de foto: Juan Galleguillos

Una buena cantidad de estudiantes de Chiloé pertenecen a los sectores   rurales e incluso muchos de los urbanos, si no tienen el colegio abierto y comunicación directa con el aparato educacional, quedan aislados, porque la forma de sobrevivir ha estado siempre ligada al contacto con el otro, a las redes comunitarias, a la solidaridad que es difícil transmitir por medio de la tecnología. Cada vez hay más islas dentro de la isla. Ayer, sin ir más lejos,  muy temprano en la mañana, en las esquinas de Avenida La Paz y Caicumeo, se veían tan entumidos como siempre, en grupos, los turnos de trabajadores de las pesqueras y procesadoras de mariscos esperando a que los buses los pasen a buscar. No están siendo prudentes, podría decir un continental, porque la prudencia tiene en cuenta el futuro.  

Los chilotes nos resistimos a ser engañados por el aparato informativo. Hemos visto, otra vez, cómo el discurso de la autoridad habla de la seriedad de la situación, mientras en las poblaciones de las grandes ciudades la gente debe salir a trabajar y los privilegiados de siempre saben que, si se enferman, allí estarán los espacios de lujo ya equipados, en sus barrios, con una celeridad inaudita por el sistema de salud estatal. En el archipiélago sabemos que no contamos con esa posibilidad, por eso a la entrada de la isla grande se instaló un cartel que dice “Bienvenidos a Chiloé” y en letra más pequeña “Sólo a los residentes”: sacrificamos la ancestral vitalidad del encuentro con los otros en pos de resguardar nuestra salud.

«Y ahora, frente al aliento de la peste, una vez más prima el interés material por sobre las vidas de los isleños. La agresión del poder económico y el abandono de la autoridad política tienen tantos años como la fundación de las distintas ciudades chilotas»

Hoy es urgente actuar coordinados. Urge permanecer despiertos a lo más y menos evidente. No se puede vivir con miedo ni aceptando las decisiones de quienes protegen sus intereses económicos y/o políticos. Lo único que puede ayudar es la anuencia de los propios ciudadanos, la colaboración entre comunidades y quienes toman decisiones que afectan a todos. 

“Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: dentro de poco, volvieron a resucitar, despertando de la letargia jóvenes y pletóricos de fuerzas, así como la mariposa sale del gusano”. Esta cita del mito Quenos, nos ilumina para decir que no todo es oscuro en este presente suspendido sobre nosotros;  nos ofrece también señales que queremos aprender a leer. Volvieron las enormes mariposas blancas que le dieron nombre al sector donde vivo y hacía por lo menos veinte años que no llegaban. Casi todas las tardes aparecen bandadas de choroyes rompiendo el silencio y en la ventana del baño, lleva dos días posado un coleóptero de largas alas transparentes como cola de ropaje regio, con manchas oscuras en los bordes. 

¿Seremos otros cuando esto acabe? Quiero creer que sí. Que  cada uno de nosotros está haciendo un necesario acopio de valor, raspando la memoria para encontrar formas de vivir más humanas. Que nuestra fortaleza comunitaria, esa férrea manera de solucionar los problemas considerando a los otros, compartiendo la suerte de todos, será el escudo frente a los días venideros.

Zoom: un indiscreto y poco confiable nuevo amigo

En el contexto actual de teletrabajo, millones de personas se han volcado al uso de diferentes plataformas a fin de continuar con reuniones de equipo y, en casos más sensibles, atención médica y psicológica de pacientes. Sin embargo, estas herramientas presentan serios riesgos para la ciberseguridad que deben ser considerados. En esta columna, Daniel Álvarez y Francisco Vera abordan los cuidados más cruciales que hay que tener con Zoom, la más popular de ellas.

Por Daniel Álvarez y Francisco Vera

Por razones que todos conocemos, en pocas semanas Zoom se ha transformado en la aplicación más descargada a nivel mundial y en Chile se ha incrementado considerablemente su utilización desde la declaración del estado de excepción constitucional por Covid-19. Su facilidad de uso y una versión gratuita han permitido a una cantidad importante de personas alrededor del mundo trasladar sus actividades laborales, educacionales y de entretención a sus respectivos hogares.

En el caso de Chile, Zoom se está usando masivamente, ya sea porque instituciones de educación superior como nuestra Universidad de Chile la están empleando como plataforma para la realización de clases en línea; porque organizaciones públicas, empresas u organismos privados lo están utilizando para sus videoconferencias internas o porque profesionales como abogados, psicólogos, periodistas, o incluso, médicos, la están utilizando en sus consultas o labores profesionales.

Lamentablemente, desde el punto de vista de la privacidad y la ciberseguridad, Zoom resultó ser un nuevo amigo indiscreto y bastante descuidado. Veamos por qué.

Al revisar sus políticas de privacidad, Zoom, básicamente, nos dice que puede hacer (casi) cualquier cosa con nuestros datos personales, la información de nuestros contactos y con el contenido de las videollamadas en que participamos. Si bien Zoom declara que cumple con diversos estándares en materia de privacidad, en particular el Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea (GDPR), la legislación del Estado de California, Estados Unidos, y que cuenta con la certificación Privacy Shield que le permite transferir data desde la Unión Europea y Estados Unidos, dichas regulaciones constituyen un piso mínimo, y sus políticas de privacidad dejan mucho que desear.

Debido a las diversas controversias en que se ha visto involucrada Zoom en el último tiempo, se han visto forzados a actualizar su política de privacidad en al menos dos ocasiones en el último mes, siendo la última versión la publicada el pasado 29 de marzo de 2020.

Sin perjuicio de ello, Zoom ha recibido importantes críticas por eventuales usos invasivos, tratamiento desproporcionado de datos personales y por su política de compartir información recolectada de sus usuarios con terceras partes. Profundicemos en algunas de estas críticas:

Preocupante manejo de datos personales

Varios especialistas han criticado la excesiva ambigüedad de las políticas de privacidad de Zoom, ya que en la práctica impiden que el usuario tenga un conocimiento efectivo sobre el tipo de información que se recolecta, cómo se procesa y con quiénes y con qué periodicidad se comparte. En similar sentido, Zoom no ofrece claridad sobre el plazo de retención de datos y su política de gestión de cookies y recopilación pasiva de datos son extremadamente amplias.

La empresa también ha sido objeto de importantes críticas por sus prácticas y políticas de comunicación de la información personal de sus usuarios con terceras partes, que incluyen compañías tecnológicas, de avisaje y marketing y redes sociales como Facebook, entre otros. En este último caso, investigadores de seguridad advirtieron que Zoom intercambia información con Facebook incluso cuando los usuarios de la plataforma no tienen cuenta en esa red social. La compañía aclaró que eliminaría esta funcionalidad en la siguiente actualización de la aplicación.

La plataforma de videoconferencias Zoom se ha vuelto una de las más populares en Chile en medio de la pandemia de Coronavirus.

Zoom también ha sido fuertemente criticada por el amplio proceso de recolección de datos de sus usuarios, que incluye información técnica de los dispositivos utilizados, información sobre geolocalización, contenido de las sesiones grabadas, información sobre las prácticas de los usuarios al momento de usar la aplicación, que incluye información sobre atención de los asistentes durante la videoconferencia, trackeo de clicks y actividad del escritorio del usuario, todas cuestiones no fácilmente advertibles para sus usuarios.

Así, desde el punto de vista de la privacidad y la protección de datos personales, el uso de Zoom puede significar un riesgo importante para sus usuarios, ya que permite la recolección desproporcionada de datos personales de los mismos, tiene políticas y prácticas de intercambio de información con terceros extremadamente amplias y sus políticas de privacidad resultan ambiguas y abusivas. Y algunas de esas características no parecen ser un defecto de la plataforma a ojos de la empresa, sino parte de su diseño.

Falta de cifrado punto a punto

Desde el punto de vista de la ciberseguridad y a pesar de su publicidad, Zoom no ofrece encriptación punto a punto de las sesiones de videoconferencia, lo que permite que la empresa efectivamente pueda acceder a las sesiones, arriesgando además la interceptación de los contenidos que los usuarios generan. Esto es particularmente grave para profesionales como abogados, médicos y psicólogos que, además de las obligaciones legales de secreto profesional que deben respetar, suelen manejar información extremadamente sensible para sus clientes y pacientes, respectivamente. Lo mismo sucede para aquellas compañías que utilizan esta plataforma para discutir o compartir información comercial o estratégica sensible. 

Lamentablemente, muchas de las opciones que ayudarían a mejorar la seguridad de las conversaciones, como dificultar el acceso de terceros mediante su aprobación o el uso de contraseñas, a la fecha de este artículo se encontraban desactivadas por defecto y requieren de cierta experiencia del usuario para reconfigurarlas adecuadamente. 

Problemas de seguridad de las aplicaciones móvil y de escritorio 

También se han encontrado diversas vulnerabilidades y prácticas cuestionables respecto a los clientes de Zoom para Windows y MacOS, respecto de las cuales, sin embargo, la compañía ha tenido una actitud bastante proactiva, adoptando compromisos específicos respecto a la seguridad de sus productos y suspendiendo el diseño de nuevas funcionalidades hasta que esos problemas sean abordados adecuadamente.

Daniel Álvarez es académico de la Facultad de Derecho de la U. de Chile y experto en Derecho Informático.

¿Qué hacer entonces?

Con todo lo expuesto, queda claro que Zoom adolece de varios problemas en torno a su manejo de datos personales y la ciberseguridad de su plataforma, por lo que sería fácil recomendar que no se use en ninguna circunstancia. Sin embargo, la realidad es más compleja y requiere entender los usos que hacemos de Zoom y hacer una adecuada identificación y gestión de los riesgos involucrados, según el tipo de información que comuniquemos.

Zoom sigue siendo un importante competidor en algunos segmentos, como la realización de reuniones o webinars masivos, dada la estabilidad y disponibilidad de su plataforma, y el bajo consumo de recursos de sus clientes. Además, en estos casos, la competencia viene de parte de plataformas como Webex o Meet, que tienen sus propios problemas. Por otra parte, la elección de plataformas no es realmente una opción para los usuarios, sino para los administradores de sistemas, que evalúan aspectos adicionales como la posibilidad de integrarlo a sus sistemas existentes, su precio, disponibilidad, y si pueden asumir ciertos riesgos.

Distinto es el caso de videoconferencias donde se discutan aspectos de la vida privada de las personas, consultas médicas o psicológicas, comunicaciones sensibles, confidenciales o secretas de los órganos de la Administración del Estado o con información comercial sensible para empresas, entre otros casos. En estos casos, existen soluciones con opciones más robustas de seguridad, tales como Signal o Wire para usuarios particulares, y soluciones especializadas para organizaciones, especialmente en lo relativo al cifrado, por lo que el uso de Zoom en esas instancias no es recomendable en esos casos.

De cualquier forma, es importante estar informado adecuadamente de los riesgos que involucra el uso de cualquier plataforma. Hoy Zoom se encuentra bajo intenso escrutinio, pero muchas de las preocupaciones discutidas a propósito de esta aplicación también son aplicables a otras plataformas.

Es importante tener claridad sobre qué necesidades necesitan cubrirse con el uso de una herramienta, teniendo presentes los aspectos de privacidad y ciberseguridad ya mencionados, tales como las políticas de recolección y uso de datos, su transferencia a terceras partes, y aspectos de seguridad tales como el uso de cifrado y la seguridad de los clientes utilizados. 

También vale la pena tener presente si las aplicaciones son de código libre (indicador usual pero no infalible de mayor seguridad y transparencia), y los modelos de negocios involucrados en las plataformas. Como dice el dicho en Internet: cuando algo es gratis, pasa que no eres el cliente, sino que el producto.

Esta columna fue escrita por Daniel Álvarez y Francisco Vera Hott. Network Lead, Privacy International.

El Reino Unido y la pandemia: el problema de llamar a la calma en medio de la tormenta

A simple vista, pareciese que el Reino Unido no enfrenta una situación tan grave como otros países europeos ante la pandemia de Covid-19. Sin embargo, la curva británica de crecimiento exponencial sigue el patrón del resto de sus vecinos y contagios y fallecimientos suben de forma alarmante. ¿Cómo un país con recursos y fronteras naturales no fue capaz de prevenir esta situación? La respuesta está en Boris Johnson, sus comunicaciones y la gente que escucha a su Primer Ministro.

Por Sofía Brinck

El 5 de marzo murió la primera persona de Covid-19 en el Reino Unido, una mujer de 70 años con problemas preexistentes de salud. Para ese momento el país registraba 115 casos confirmados. El Primer Ministro británico, Boris Johnson, ofreció sus condolencias a la familia, pero recalcó que el hecho no cambiaba la situación general y que todo debía seguir funcionando como de costumbre. “Business as usual” era la consigna del gobierno por esos días, que había anunciado recientemente su estrategia de “contener-demorar-investigar-mitigar” frente a la pandemia. En esa conferencia, Johnson alabó al Sistema Nacional de Salud (NHS por su sigla en inglés) y su “fantástico sistema de testeo y vigilancia de los contagiados”, e hizo un llamado a la normalidad, comentando que él saludaba de la mano a todo el mundo, incluso en hospitales. Ese mismo 5 de marzo, el ministro de Salud, Matt Hancock, señalaba que no había evidencias científicas que demostraran la necesidad de cancelar eventos masivos mientras la gente se lavara las manos y estornudase en el codo. Chris Witty, director médico de Inglaterra y asesor médico jefe del Gobierno, pronosticaba en su comparecencia ante el Parlamento que la mitad de los casos en el país se darían dentro de las siguientes tres semanas y el 95% antes de la primera semana de mayo.

La estrategia del gobierno británico para enfrentar la pandemia ha diferido de la cuarentena agresiva de China o Italia, o de un seguimiento temprano personalizado como en Corea del Sur o Singapur. Johnson defendió desde un comienzo la idea de buscar una inmunidad de grupo frente al virus, la que implicaba que cerca de un 70% de la población debía contagiarse para crear inmunidad y limitar el efecto de futuras olas de contagio. La estrategia levantó suspicacias inmediatas en el mundo científico, ya que el proceso dejaba indefensos a los grupos de riesgo como adultos mayores y personas con preexistencias. Además, no había pruebas de que fuera posible lograr inmunidad contra el SARS-CoV-2. Otros acusaron al Gobierno de intentar bajarle el perfil a la crisis para no afectar la economía. Johnson aseguró que sabía lo que hacía y que aún no era necesario limitar el movimiento de la gente o cerrar escuelas.

De pronto, las cosas se precipitaron. En menos de dos semanas el Primer Ministro tuvo que abandonar el tono calmado, pedir la colaboración de la gente para detener el avance del virus con medidas de distanciamiento social y admitir que probablemente todas las familias perderían a algún ser querido. Sin embargo, los británicos lo habían escuchado. Si él les decía que el Gobierno tenía una estrategia y la llegada del virus estaba controlada, ¿por qué preocuparse? El 14 de marzo, una encuesta del diario The Guardian mostraba que cerca de un 20% de los británicos estaba “poco o nada preocupado” por el Covid-19 y que, si bien habían modificado algunos de sus hábitos, sólo un poco más de la mitad de los encuestados había aumentado la frecuencia con que se lavaba las manos.

Las comunicaciones erráticas y confusas del Gobierno le hicieron perder el tiempo vital que llevaba de ventaja frente a otros países y crearon la sensación de que el virus era algo que pasaba en otros lugares, no en el Reino Unido. Londres seguía funcionando, el comercio atendía de forma normal y los pubs, epicentros de la vida inglesa, seguían repletos cada tarde a pesar de las sugerencias de evitar el contacto social. Su cierre llegó el 20 de marzo como medida inevitable dada la falta de respuesta de la gente. Para ese momento había 177 muertos y más de cuatro mil contagiados.

Crédito: Sofía Brinck

Por esos días comenzó la locura en los supermercados y la obsesión por comprar papel higiénico. Sin embargo, la fiebre por abastecerse no implicó que se cumpliese el distanciamiento social. A pesar de que una encuesta de IPSOS mostró que entre el 13 y el 20 de marzo se duplicó la cantidad de gente que evitaba salir de su casa, el fin de semana siguiente al anuncio fue el Día de la Madre y los británicos salieron en masa a parques nacionales y áreas verdes. No ayudó que el país atravesara una racha de días cálidos y despejados, los primeros después del invierno. Al día siguiente, un compungido Boris Johnson anunciaba la cuarentena oficial para el país. No sería un cierre total, ya que los trabajadores esenciales debían continuar asistiendo a sus trabajos y la gente contaba con permiso para ir al supermercado y salir a ejercitarse una vez al día.

Una vez más, las comunicaciones le jugaron en contra al Primer Ministro. La policía, encargada de hacer cumplir las nuevas normas, se encontró de pronto en un escenario donde no tenía claras sus atribuciones. Y, por otro lado, las dudas comenzaron a aparecer: “si quiero ir a hacer mi ejercicio diario en un parque que está lejos de mi casa, pero voy en auto sin tener contacto con nadie, ¿puedo?”. La respuesta de la policía fue que no. Sin embargo, el gobierno rebatió la decisión, diciendo que no estaba prohibido. Pasear al perro, salir con los niños, ¿comprar una vez al día o una vez a la semana? En apariencia, se comenzó a cumplir el distanciamiento social, pero nunca del todo: en los supermercados se ve que la fila para entrar tiene separaciones entre cada persona, pero una vez adentro nadie parece acordarse a la hora de alcanzar el último producto o hacer fila para pagar.

Crédito: Sofía Brinck

La respuesta de sus ciudadanos no ha sido el único problema del Gobierno. Su discurso de efectividad se ha hecho añicos una y otra vez ante las claras deficiencias que ha mostrado el NHS para hacerle frente a la crisis, las que responden a décadas de abandono y cortes de presupuesto. El personal médico, calificado de “héroes” por Johnson, trabaja con la amenaza constante del colapso de los hospitales y la falta de equipamiento. Pero aún más preocupante ha sido la lentitud del Gobierno en aumentar masivamente los testeos, en especial para el personal de salud. Hasta el momento en el Reino Unido se testea sólo en casos de síntomas severos, por lo que la cifra oficial de confirmados esconde una realidad mucho mayor. A pesar de que el Gobierno prometió aumentar los test a 25 mil diarios, hasta el momento sólo dos mil trabajadores de la salud han sido testeados de un universo de un millón 200 mil. Ante la incertidumbre, se estima que un 15% del personal del NHS está en autoaislamiento.

El 1 de abril fue el día de mayor aumento de víctimas fatales de la pandemia en el Reino Unido con 563 fallecidos, lo que ha elevado el total a 2.352. Ha pasado un mes desde la primera muerte y en estos momentos Boris Johnson, Matt Hancock y Chris Witty se encuentran en cuarentena después de haber dado positivo para Covid-19 los dos primeros y haber mostrado síntomas el tercero. El contagio múltiple del equipo que lidera la respuesta del país ante la pandemia ha puesto en tela de juicio que el Gobierno haya seguido sus propias instrucciones de distanciamiento social y recuerda la liviandad de los dichos del Primer Ministro hace menos de un mes, cuando todavía saludaba dando la mano. Eso, combinado con el contagio del Príncipe Carlos, ha hecho que los británicos comiencen a darse cuenta de que el Covid-19 ha llegado para quedarse y que la cuarentena seguirá siendo una realidad en el mediano plazo. Sin embargo, Londres no se ve como ciudad fantasma, sino como ciudad en día domingo. Algunos negocios abiertos, pocos autos, poca gente en las calles. Pero aún hay. Y para este fin de semana vuelve el sol y hay pronosticadas temperaturas de hasta 18 grados. La mayoría de los británicos no se resistirá y saldrá a hacer su actividad física permitida. ¿Y quién decide entonces qué hacer si se me ocurre a mí, a mi vecino, a mi cuadra y al barrio salir al mismo tiempo?

*Al cierre de este artículo, el Gobierno inglés anunció que condonaría la deuda histórica del Sistema Nacional de Salud, calculada en 13.400 millones de libras.

Leernos en Neruda

Las confesiones de Neruda, dice la poeta Antonia Torres, nos pueden parecer tardías y por lo mismo cobardes, pero no por eso dejan de proporcionar un valioso documento sobre una época y su cultura. Además, al ser literatura, permiten algo maravilloso: seguir discutiendo con su autor aún después de muerto y, a través suyo, con nuestro propio presente.

Por Antonia Torres Agüero

En su texto Algunas reflexiones improvisadas sobre mis trabajos (1964), Pablo Neruda acusa la dificultad de hablar sobre su propia obra: “Entre los conferencistas, ensayistas y escritores que van a participar en este seminario, yo soy, tal vez, el que tiene una posición más difícil, una posición que oscila entre la ignorancia y el pudor. La ignorancia de mi propia obra y el pudor natural de hablar de ella”. Más allá de lo auténtica o falsa de esta expresión de modestia, la afirmación me parece interesante porque asume como punto de partida nuestro desconocimiento —para bien o para mal— de los temas, objetivos y sentidos de nuestra propia obra. Más adelante dirá, sobre Crepusculario —haciéndolo extensivo también a otros libros— que nunca “contuvo un propósito poético deliberado, un mensaje sustantivo original. Este mensaje vino después como un propósito que persiste bien o mal dentro de mi poesía”. La declaración puede parecer poco creíble para lectores y no-escritores, pero para quienes somos autores no es nada de extraña. Escribimos por un impulso que poco tiene que ver con un plan o proyecto premeditado. Escribimos sin saber qué estamos haciendo. Escribimos porque queremos tener una experiencia a través del lenguaje. Escribimos porque buscamos una experiencia de lenguaje. Escribimos para “otrearnos” (y de paso, si hay suerte, descubrir algo de nosotros mismos). Y el resultado, como dijo Jorge Teillier cuando supo que había escrito su primer poema verdadero, parece escrito por otro.

Parte de la obra de Neruda dice cosas que, a la luz de mi género y de la corrección contemporánea, resultan antipáticas. Huelen a machismo y exudan un colonialismo salpicado de superioridad occidental y burguesa. Está el fálico arado que hace saltar un hijo del vientre de la tierra. El amor de los marineros que besan y se van mientras la amadas esperan eternas mirando el horizonte. La superioridad del intelectual o artista que habla en nombre de los que no pueden hacerlo por sí mismos. Cierro los ojos. Lo imagino un hombrón protagónico. Un cacique que pontifica sobre el bien y el mal. Lo imagino seduciendo narcisa e indiscriminadamente. Lo imagino un poco como a mi propio padre: una voz autoritaria y soberbia. Una voz que, si bien chochea con lo que digo yo, su hija, también me hace callar frente a sus amigos. Me hace callar, me corrige y me manda a jugar o a dormir a mi pieza. Pero todo eso no lo transforma en un mal padre, y menos en un mal poeta.

No tenemos por qué estar de acuerdo con lo que dice —o lo que creemos que dice— un escritor. Más bien deberíamos maravillarnos de que en virtud de toda la literatura que dejó tras su paso por el mundo podamos seguir dialogando y discutiendo con él, aún después de muerto. Gracias a esa figura elusiva y siempre misteriosa que es el narrador de un relato o el hablante de un poema (y que no es necesariamente el autor biográfico de estos) podemos seguir haciéndolo. Sobre todo si esas ideas, esas visiones, esos paisajes naturales o mentales nos inquietan. Sobre todo si nos provocan y apelan. Más estimulante aún si nos irritan y, pese a ello, nos parecen hermosos y perfectos.

¿Qué quiso decir Neruda con el capítulo dedicado a la violación de la nativa tamil en sus memorias? ¿Se trata de una confesión tardía y la expresión postrera de un largo e insoportable sentimiento de culpa? ¿Y por qué hasta hace muy poco nadie o casi nadie reparó en la gravedad de la confesión? El intento por elaborar respuestas a esas preguntas me parece mucho más productivo e interesante que imponer una clausura a la lectura de su autor. No comulgo con el “Neruda, cállate tú”. Creo que su prosa autobiográfica no deja de ser un constructo literario porque tenga la bajada de “memorias”. Confieso que he vivido, me parece, es la autobiografía más o menos novelada de un poeta. Y en ese sentido, como sucede con la poesía, es expresión, más que verdad o historia. No hay que confundirse. La primera persona es una trampa que nos tiende el escritor. Un truco para que caigamos en la dulce red de la verosimilitud. Por eso tal vez me guste tanto la distancia que proporciona la tercera persona. Parece fome. Parece fría. Pero permite modular la narración de un relato complejo (por doloroso, polémico y privado) de manera que ambos personajes, el que cuenta y el que es contado, tengan espacio suficiente para respirar cada uno con libertad. Sin las presiones de la “verdad” y la “buena memoria”. Y aunque puede y quiera parecer justo todo lo contrario, la supuesta honestidad de la primera persona autobiográfica me late fingida y falsa. Ser autor literario de la propia vida es siempre inventar un poco el propio pasado. Las Memorias de Neruda son para mí eso: una forma de relato literario que elabora una historia “bien armada” y nada tiene que ver con la verdad de los hechos. Tiene que ver más bien con lo que su autor quiso decir e interpretar sobre esos supuestos hechos. Sobre unas ciertas ideas que quiere comunicar con el texto. Y justo allí, en ese momento, entramos los lectores.

Nuestras lecturas posteriores del Confieso y de la poesía nerudiana están ahí para eso: para discutir sus ideas. No obstante, admito que el caso de Neruda aquí es complejo debido a esa especie de doble registro de su discurso memorialístico: estamos ante un poeta narrando. La poesía suele estar asociada a la interioridad, a la verdad individual, a una subjetividad siempre discutible; y la narrativa, en tanto, a la representación de un mundo, ya sea como drama o puesta en escena. ¿Cómo entonces leer la escena de la violación en sus memorias? Creo que como narrativa salpicada de poesía. Es decir, sencillamente como literatura. Neruda está hablando allí de colonialismo, de clase, de deseo, de sexo y de violencia. Pero habla también de arrepentimiento, de confesión y de vergüenza: «El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Hacía bien en despreciarme». Podemos decir que es una confesión tardía y por lo mismo cobarde. Pero también podemos agregar que nos proporciona un documento de una época y de su cultura. Por todo eso el texto me parece valioso: porque en él está inscrita una subjetividad compleja, por un lado, y porque es al mismo tiempo una crónica de un tiempo licencioso, excesivo y plagado de distintas formas de dominios nacionales, imperiales, de género y de castas.

Insisto: el escritor es el único interlocutor con el que podemos, incluso después de muerto, seguir hablando. Dice el propio Neruda que no hubo en su obra nunca un mensaje sustantivo original, que ese mensaje vino después como una persistencia a lo largo de todos sus libros. Es decir, ni él mismo supo con precisión de qué estaba hablando cuando lo hacía. Le hicieron falta muchos años para elaborar lo hecho y lo dicho. Para leerse a sí mismo. Probablemente esa sea también nuestra tarea: leer a Neruda y discutir con él sus ideas e imágenes en relación a nuestra propia experiencia y nuestro presente. Así creo yo se construye la historia de la literatura. Así también se escribe y se lee poesía.

María Emilia Tijoux: “Hoy la frontera está en el cuerpo”

La actual crisis sanitaria y social ocasionada por el avance del Coronavirus sin duda afecta a todas las personas, independientemente de su procedencia. Sin embargo, las características de la migración en nuestro país obligan a pensar en las necesidades particulares de estas comunidades, que en muchos casos no pueden seguir las recomendaciones de salud propuestas desde la autoridad. Sólo el 20% de las y los inmigrantes tienen empleos calificados, lo que redunda en pobreza, hacinamiento y dificultades en el acceso a servicios tan básicos como el agua. Otros, además, no dominan el idioma español. En esta entrevista, la profesora, socióloga y coordinadora académica de la Cátedra de Racismos y Migraciones Contemporáneas de la Vicerrectoría de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile reflexiona sobre la situación de las y los migrantes más precarizados y plantea sus principales preocupaciones.

Por Jennifer Abate

La pandemia nos recuerda el miedo al otro que, al menos conceptualmente, es uno de los factores detrás del racismo. Desde tu campo de experticia y considerando elementos como este, ¿cuáles son tus reflexiones sobre lo que ocurre en nuestro país en el contexto de la pandemia?

Creo que es interesante volver al concepto de frontera, porque la frontera siempre ha marcado la línea de separación entre un país y otro, entre un continente y otro, es una línea real y una línea geográfica que nos separa, y es en ese lugar terrible, de la frontera, donde siempre ha estado el inmigrante cuando no se le deja ingresar a un país. Es un miedo que tiene que ver con que la nación sea contaminada con infecciones, enfermedades, con todo aquello que puede penetrar la piel y podría echar a perder una “raza”. Pero hoy la frontera está en el cuerpo. Entonces el miedo al otro cambia de registro, ¿no? El miedo al otro no es simplemente eso, es xenofobia, que es el miedo al inmigrante por su color de piel, condición, rasgos, origen, nacionalidad, pero ahora el otro puede ser cualquiera. Y otro u otra, que puede ser cualquiera, que hace peligrar la vida. Diría que hoy, en un primer momento, el inmigrante desaparece, no está siendo condenado públicamente de buenas a primeras. Porque este inmigrante al que tanto se le ha temido se transforma en el trabajador que hoy está en los servicios básicos, los recolectores, por ejemplo. Si miramos a quienes limpian las plazas, desinfectan, a quienes están en los servicios públicos, en las labores de limpieza más general o a quienes están en la agricultura, siguen siendo los migrantes.

Considerando eso, ¿tienes una mirada optimista respecto a una potencial mayor valoración de los trabajadores inmigrantes en Chile tras esta crisis?

No, para nada, yo pienso que aquí la cuestión de la explotación, esa figura de que si le pasa algo a alguien, a nadie le importa mucho porque puede ser reemplazado, es la que está dando vueltas en esto que señalo. Pero después está el otro lado, el lado de la gran precarización, cuya razón principal es la falta de papeles, no tener documentos.

¿Cuáles son los principales espacios donde se ve la precarización de las vidas de las personas migrantes?

Quisiera hablar de tres lugares. En primer lugar, la gente de la calle. ¿Quién está hoy protagonizando el mundo de la calle? Hay chilenos, chilenas, inmigrantes de distintas nacionalidades, que están en el centro de la ciudad, a unas cuadras de mi casa, están repartidos en distintos lugares con sus familias, hijos, bebés, expuestos en primer lugar a toda infección y contaminación. ¿Quién se va a preocupar de ellos? Obviamente, están las fundaciones, que hacen un trabajo espectacular, pero no van a dar abasto. Por otra parte, piensa en los campamentos. ¿Quién está en los campamentos? De nuevo, gente no documentada, tanto los inmigrantes sin documentos como chilenos y chilenas que no tienen acceso a la vivienda, que no tienen acceso a derecho. Un tercer lugar, muy complicado, está al interior de las propias casas o de las propias piezas, en condiciones de hacinamiento que sufren particularmente las mujeres, las mujeres que ya han sufrido maltrato, que pueden sufrir maltrato de parte de los hombres, de los padres, maridos, parejas, hermanos, distintos abusos, y en este contexto las mujeres migrantes están viviendo en condiciones de tremendo hacinamiento.

«Está la posibilidad de que ese profundo sentimiento, gigante, que atraviesa todos los sectores sociales, nos lleve a reflexionar sobre la humanidad, el lugar que tenemos en ella. Pero también temo que las fronteras vuelvan a jugar este rol de cierre para impedir el paso de una suerte de figura terrible que vendría a asolar nuestra salud pública»

¿Cuáles son tus principales preocupaciones respecto a las personas migrantes en el contexto de esta pandemia?

Por ejemplo, algo que llegó en Twitter sobre un chico africano que está muriendo en Italia y que filma con su teléfono lo que una enfermera italiana le dice: “negro, muérete, eres un negro inmundo”, etc. Esa escena terrible, que no es de ninguna película, sino que de la realidad, yo la temo. Creo que es imprescindible hacer algo para situar a los seres humanos frente a sus derechos. Pienso en esa pregunta que se hacían en un canal de televisión respecto a si las personas detenidas tenían derechos. Dentro de las cárceles hay migrantes que probablemente no están en el primer lugar de las preocupaciones, y estamos ante un escenario terrible, de una figura, de una persona, que está sufriendo lo peor que puede sufrir un ser humano en las condiciones actuales.

Otra cosa que está pasando, que es muy dura también, tiene que ver con chilenos, chilenas, personas que viven en Chile, que están varadas en distintas partes del mundo y en muchas de ellas son rechazadas; eso es lo mismo que vive un migrante cuando es rechazado. En eso me hace pensar la pregunta que me haces, con la esperanza de que no ocurra nada terrible con una persona migrante en Chile, pero recordemos que a Joan Florvil le pasó una cosa similar en una situación normal de la sociedad chilena, y después a varias mujeres más y a varios migrantes más, que fueron rechazados, maltratados, que murieron por falta de humanidad. Entonces, en estos momentos, la cuestión de la humanidad está en tensión.

¿Tienes conocimiento de si el gobierno central o los gobiernos locales han tomado medidas puntuales para prevenir el contagio entre las personas migrantes, que en muchos casos viven en situaciones de hacinamiento o falta de acceso a servicios como el agua corriente?

Desde el Gobierno, no lo sé. Creo que desde las oficinas de migrantes, en ciertos municipios, es probable que sí, no las conozco todas, por lo tanto me podría equivocar, pero conocí lo que estaban haciendo en Recoleta, en Arica, en La Pintana. Pocos días antes de las medidas de confinamiento estuve en Arica, donde se habían tomado medidas y creo que ha habido voluntades de organizaciones de migrantes y promigrantes, también desde grupos de médicos de distintas nacionalidades, para hacer difusión. Pero no ha habido una decisión del Gobierno de mirar esto y de darlo a conocer. Por ejemplo, en los matinales, hasta ahora no he visto que alguien haya hablado de esto y que plantee lo que implican los riesgos, no para la sociedad chilena, sino que para todos; es un problema de salud pública y hay que preocuparse de los sectores más desfavorecidos, más abandonados.

Y ante esa ausencia de medidas particulares, ¿cuáles crees que deberían ser las medidas en el corto, mediano y largo plazo? En el corto plazo, imagino que lo más urgente es prevenir el contagio, pero más adelante aparecerán problemas asociados a la pérdida de muchos empleos informales, una situación que sin duda afectará a las y los migrantes más precarizados.

Las de mediano o largo plazo deberían ser recogidas en una Ley de Migraciones que todavía no está y que todavía permanece en un lugar muy extraño. Luego está el tema de la salud pública: no debería ser una salud pública atravesada por decisiones económicas que dejan a una buena parte del país en la indefensión. Las medidas a corto plazo deberían ser dadas por especialistas o bien por gente preocupada desde el Gobierno. La gente no está regularizada y, por lo tanto, son muy pocos quienes tienen trabajos estables. Comienzo diciendo que de los que tienen trabajos estables, muchos ya han sido despedidos, y quienes no están regularizados han sido trabajadores ambulantes y se las arreglan como pueden en distintos lugares. Organizaciones como el Servicio Jesuita a Migrantes, la Coordinadora Nacional de Inmigrantes o la Red Nacional de Organizaciones Migrantes, las juntas de vecinos, que son tremendamente solidarias, no van a dar abasto.

Crédito: Alejandra Fuenzalida

Pensando en potenciales escenarios, podría ocurrir que esta pandemia, que no reconoce fronteras, nos permita repensarnos como humanidad más allá de los límites nacionales, pero también podría ser que el miedo a que quienes provienen de otros países traigan enfermedades como esta haga más férrea la defensa de las fronteras. ¿Hacia dónde te inclinas?

Uno sueña con que el futuro sea positivo. Está la posibilidad de que entre tanto sufrimiento y tantas cosas terribles que han pasado en otros países, ese profundo sentimiento, gigante, que atraviesa todos los sectores sociales, nos lleve a reflexionar sobre la humanidad, el lugar que tenemos en ella, que seamos todos seres humanos y humanas en igualdad. Ese es el sueño, lo que a uno le gustaría. Pero también temo que las fronteras vuelvan a jugar este rol de cierre para impedir el paso de una suerte de figura terrible que vendría a asolar nuestra salud pública. A lo mejor el problema no se da por ahí, sino que se va a pensar que el que viene, lo hace extremadamente empobrecido, lo que va a hacer peligrar nuestra situación, la situación de precariedad en la que todos y todas vamos a estar de cierto modo, unos más que otros. Podría ser que esa figura del enemigo externo venga a poner en cuestión nuestra pequeña estabilidad luego de que esto pase.

Respecto a la figura de los trabajadores y trabajadoras migrantes, ¿crees que sigan llegando a nuestro país tal como lo han hecho hasta ahora?

La mano de obra barata siempre es bienvenida –ironiza–, no creo que el cierre sea completo porque hace falta, no es que me haga falta a mí, sino que le hace falta a una economía como la nuestra, a un modelo neoliberal como el nuestro, donde hay trata de inmigrantes actualmente en distintos valles y en distintos lugares del mundo agrícola. Pienso que después de esta crisis sanitaria esa mano de obra va a estar más disponible que nunca, pero me da la impresión de que también se va a sumar mano de obra chilena disponible, porque la gente va a tener que salir adelante como sea y ahí también se va a producir algo… no puedo ser pitonisa para saber lo que va a ocurrir, pero temo que seguiremos estando frente a una figura maltratada, racializada.  

—Tú mencionabas iniciativas municipales que desde las oficinas de migrantes han abordado esta amenaza para las y los más pobres. En estas semanas ha existido una tensión entre el gobierno central y los gobiernos locales. ¿Crees que estos últimos han mostrado una sintonía con las necesidades de las personas que el Estado ha perdido?

Se está dando un fenómeno interesante que tiene que ver con los gobiernos locales y las decisiones que un alcalde o alcaldesa toma respecto de la vida de los habitantes de su comuna. Hay que seguirle la pista a esto y ver cómo se condensan esos poderes locales, es muy interesante desde el punto de vista político, humano, y también para enfrentar la crisis sanitaria. Sobre lo que atañe a los migrantes, no sé si eso se ha planteado ahora, pero sí sé que antes de la crisis sanitaria se le ha reclamado muchas veces a ciertos municipios considerar más a los migrantes que a las personas chilenas, cuestión que nunca ha ocurrido; se trata de derechos humanos, si tienes un hijo o hija que tiene que ir al colegio o que está enfermo, debe poder acceder a esos servicios igual que los demás. Lo que diferencia a esas personas tiene que ver con el racismo. Vuelvo a la escena de esa persona muriendo y de alguien diciéndole que se muera, porque es negro, en Italia. Espero que nunca jamás lleguemos a una cosa así, imaginando que vamos a tener escasez de camas, respiradores, aparatos, material, sobre todo en un país como el nuestro, donde se han privilegiado los bolsillos de los más acomodados. Confío en el buen criterio, humanidad, de alcaldes y alcaldesas que van a considerar a los habitantes de su comuna sin diferenciación de género, clase o color para darles un tratamiento humano en condiciones de enfermedad, pero, sobre todo, de prevención.

En nuestro caso particular, enfrentamos la pandemia a cinco meses del estallido social. ¿Te parece que las críticas que hace el pueblo al manejo del Gobierno de esta crisis tienen un correlato con las demandas levantadas por ese mismo pueblo en las distintas movilizaciones durante el estallido social?

Pienso que hay muchos lazos. Lo que ocurrió de octubre hasta hoy habla de un malestar que implica desconfianza. Creo que hay una desconfianza hacia los gobernantes. ¿Qué es lo que están pensando? ¿Qué están haciendo frente a una crisis tan grave como esta? Tampoco les puedes poner encima toda la responsabilidad de esta crisis, pero, sin embargo, ya se construyó una suerte de lejanía muy grande, una distancia social gigante con quienes nos gobiernan, con figuras que uno quisiera no ver nunca más, no escuchar nunca más. Se acude, por ejemplo, a lo que señala el Colegio Médico, se confía mucho en la palabra de un médico que nos dice que hay que hacer esto y no lo otro, se acude a la gente que defiende la niñez porque qué va a pasar con los niños y las niñas en el caso de que a sus padres les pase algo o queden abandonados. Me parece que esto está haciendo surgir a figuras que no vienen del mundo político y eso coincide con lo que pasó después del 18 de octubre, cuando los protagonismos no eran políticos. Esa desconfianza es independiente del Gobierno, porque uno podría decir que los gobiernos van a ser siempre los más criticados en una crisis como esta, en todas partes, pero no se ve del otro lado una salida que permita un acercamiento comprensivo a lo que está viviendo la sociedad. Entonces hay mucha búsqueda de rendimiento político, mucha búsqueda de instalación para próximas elecciones, mucho lenguaje vacío, y eso la gente ya lo aprendió.