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“Tenemos que intentar aprovechar esta crisis para refundar las democracias”

Madrid es hoy una de las ciudades más golpeadas por el Covid-19, que no es otra cosa que la plaga, el miedo, la muerte, el dolor. Madrid es hoy, también, una ciudad que se saluda entre balcones, que llora acompañada y vuelve a soñar día por medio. Desde ahí, Rosa Montero, editora, periodista, psicóloga, progresista, celosa de la soledad que antes buscaba para pensar y escribir, habla desde aquel lugar al que no queremos llegar. “Necesito tus noticias desde el futuro”, le digo cuando la llamo desde Chile, al fin del mundo, que ella conoce bien.

Por Ximena Póo Figueroa

Desde Madrid, asolada por el virus, la muerte, el desasosiego, pero también con la esperanza colgada desde los balcones, la escritora Rosa Montero (1951) vive su encierro en un estado de alerta cotidiano y estatal en días en que colapsa uno de los sistemas de salud más destacados del mundo en materia de seguridad social; en días en que se sienten los cantos de ventana a ventana que ratifican que no hay metáfora posible cuando se precisa relevar el sentido de comunidad que recorre Europa y que es especialmente visible en la capital española, en la Comunidad Autónoma de Cataluña, en Francia o en Alemania. “Es una situación única que nos ha cogido a todos por sorpresa, y absolutamente devastadora en todos los sentidos. Queda todavía mucho sufrimiento en el mundo”, reflexiona mientras afuera, en las calles madrileñas, ya no hay tráfico, bocinazos, estudiantes, oficinistas ni terracitas para un café. Sólo se escucha ese golpeteo infame de los minutos, sabiendo que al final del día el conteo de muertes no parará, que el Palacio de Hielo recibirá cuerpos para resguardar las memorias que en ellos habitaron. Afuera, en las puertas enfrentadas de los edificios, en la ropa tendida en los patios interiores, sólo sobrevivirá el miedo al descuido y el anhelo de un abrazo diario por recobrar.

La escritora y periodista Rosa Montero. Su última novela editada en 2018 es Los tiempos del odio. Crédito de foto: Patricia A. Llaneza.

Rosa Montero, galardonada en 2017 con el Premio Nacional de las Letras, es una mujer “bien plantada”, como se suele decir en España; una mujer cuya trinchera ha sido el periodismo, la democracia, la humanidad puesta a prueba en sus crónicas, entrevistas, ficciones. Nació en Madrid y estudió periodismo y psicología. Su biografía se escribe en su propia página de Internet y se saluda con respeto y cariño entre quienes la conocen. Desde finales de 1976 trabaja de manera exclusiva para el diario El País, en el que fue redactora jefa del suplemento dominical durante 1980-1981. En 1978 ganó el Premio Mundo de Entrevistas, en 1980 el Premio Nacional de Periodismo para reportajes y artículos literarios y en 2005 el Premio de la Asociación de la Prensa de Madrid por una vida dedicada al periodismo, a liderar equipos con la generosidad de una maestra rigurosa y centrada en el humanismo y la responsabilidad que conlleva cada palabra para quien la dice, la escribe, la edita y la publica.

Rosa, vivir esta pandemia en Madrid justo ahora, en medio de un mundo hiperconectado pero en el que a la vez conviven desde el primer al quinto mundo, parece irreal, pero no lo es. Tú estás en Madrid, donde ha pegado fuerte, donde se dice que las «ventanas rotas» del sistema social, político y económico han hecho que todo sea más precario para soportar este golpe. ¿Cómo lo has vivido desde este encierro tuyo que es el encierro de millones?

Cómo lo estoy viviendo, dirás. Estamos todavía todos al comienzo de una crisis muy larga. Pues verás, a mí me encanta aislarme, precisamente. Lo que intento hacer en mi vida normal es liberar una serie de semanas y me voy con mis perras a un refugio secreto que tengo y me paso allí sola muchos días, sólo saliendo a pasear a las perras, haciendo gimnasia, escribiendo y leyendo. Y soy feliz. Pero en este confinamiento ha sido muy difícil concentrarse, porque irrumpía el ruido del mundo, el dolor, la tristeza y la preocupación. Esta falta de concentración, por lo que he podido hablar con la gente, es algo muy común. Ya me he ido centrando, en fin. He terminado una novela (la terminé ayer) y empiezo a estar más con los pies en la tierra. Pero es una situación única que nos ha cogido a todos por sorpresa, y absolutamente devastadora en todos los sentidos. Queda todavía mucho sufrimiento en el mundo. Pero lo superaremos, porque en breve, digamos año y poco, habrá vacunas y tratamientos terapéuticos eficaces. 

Tú misma has recordado hace poco que Stephen Hawking decía que «la humanidad no va a desaparecer por el impacto de un asteroide, sino por un virus». Pues bien, los virus y las bacterias nos han atacado a lo largo de la historia y seguimos avanzando. ¿Piensas que hoy sería distinto por el alcance de esta pandemia o bien por la expansión del miedo, la lucha por el poder de las farmacéuticas? 

No es distinto para nada a las pandemias anteriores, ahora simplemente estamos más comunicados, lo que hace que el contagio sea global, pero también tenemos muchas más armas para luchar contra la pandemia. La Gran Peste de 1348 mató en un solo año entre la mitad y las dos terceras partes de los habitantes de Europa. Eso fue muchísimo peor. Europa tardó más de un siglo en recuperarse.

Crédito de foto: Patricia A. Llaneza.

Desde la ficción, pero desde los datos también y desde cómo se mueve el juego geopolítico que bien conoces has entrevistado a líderes como Arafat, Jomeini, Indira Gandhi, Malala, Nixon, sólo por nombrar a algunos, ¿piensas que estamos en el umbral de nuevo orden mundial o bien frente al mismo occidental, capitalista, individualista que se reinventa para hacer mejoras al interior de sus engranajes?

La crisis es tan brutal que creo que el sistema saldrá, de alguna manera, modificado, pero no tengo muy claro si será a mejor o a peor. Tenemos que intentar aprovechar esta crisis para refundar las democracias. 

Has luchado contra la violencia hacia las mujeres y sabes bien que en Chile los movimientos sociales y feministas han sido muy fuertes y decisivos en el último tiempo, propiciando incluso la revuelta social. ¿Cómo has visto este movimiento? 

El antisexismo ha avanzado en todo el mundo en estos dos o tres últimos años. Entre otras cosas, muchísimos hombres se han incorporado al movimiento, como es lógico, porque el feminismo no es un tema de mujeres; estamos cambiando el mundo y nuestra manera de relacionarnos, y eso nos interesa a todos. Ahora bien, espero que la pandemia no suponga una involución. 

Hoy las campañas en el mundo y no sólo en Chile apuntan a cómo escapar de abusos y violencia estando las mujeres encerradas con el enemigo, en cuarentena obligada. Se apela a la sororidad, a la comunidad y al apañe de organizaciones más que a las instituciones estatales…

Efectivamente. Es un panorama aterrador, ¿no? Estar encerrada todo el día con tu verdugo. Aquí el Gobierno está intentando tener en cuenta esas situaciones y hay llamadas de socorro con una palabra clave, por ejemplo. Pero es muy difícil defenderlas a todas. 

Rosa, por último, da pudor hablar de «aprendizajes» en medio de tanto dolor. Cuando te he contactado, hace días, me has dicho que escribir ahora te «cuesta sangre». Tú bien sabes de dolor, de caminos de vida complejos dadas tus experiencias y de años de entrevistas, literatura, ediciones largas. ¿Es momento de pensar en qué nos dejará, de luz y de brumas, este tiempo? ¿Lo logras imaginar?

No tengo nada claro cuál va a ser el balance. Individualmente, creo que todos debemos aprovechar este tiempo para intentar crecer, madurar, hacernos dueños de nuestro tiempo, nuestra vida, nuestro pensamiento. En la vida llamada normal vamos demasiado acelerados y el ruido exterior nos ayuda a no reflexionar, a aturdirnos. Pues bien, ahora tenemos una oportunidad de oro para intentar profundizar en nosotros mismos y repensarnos. Pero en el terreno colectivo, como antes he dicho, veo signos preocupantes. Un fomento del odio más irracional por parte de algunas personas y algunos políticos, por ejemplo. Tenemos que intentar movilizar toda esta pena y este miedo y esta inseguridad hacia la grandeza, y no hacia la parte más miserable de lo que somos.