¿Qué es el trabajo hoy? ¿Cuánto vale? ¿Cómo garantizar un trabajo digno en épocas de plataformización o autoempleo disfrazado de emprendimiento? Esas son algunas de las preguntas que Pablo Pérez Ahumada, académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. de Chile, intenta responder en su libro Poder de clase y política laboral: Sindicatos, asociaciones empresariales y reforma en Chile, publicado en Estados Unidos y que pronto circulará en español.
Por Claudia Lagos Lira | Foto principal: Marcha nacional convocada por la CUT el 11 de abril de 2024. Rodrigo Arangua / AFP
Cuando entrevistamos a Pablo Pérez Ahumada (San Felipe, 1984), el ambiente laboral en Chile estaba movido: conversamos el mismo día del paro de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) ocurrido el 11 de abril de 2024. Pérez Ahumada —profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile e investigador adjunto del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES)— había estado en la marcha junto a los sindicatos que pedían un salario mínimo de 630 mil pesos líquidos, la creación de más y mejores empleos, una reforma tributaria y de pensiones, el fortalecimiento de la negociación colectiva y viviendas dignas, entre otras urgencias.
Cuando lo entrevistamos, también faltaban pocos días para una nueva conmemoración del 1 de mayo, Día Internacional del Trabajador y la Trabajadora, y a fines de abril entraría en vigencia la ley de reducción progresiva de la jornada laboral de 45 a 44 horas, primer paso para alcanzar una jornada laboral de 40 horas semanales en 2028. Medidas como esta son parte de las dimensiones que contribuyen al trabajo decente, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), tema urgente en un país que se encuentra entre las seis naciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) que más horas trabajan. Sin embargo, la llamada Ley de 40 horas no alcanza para quienes tienen un empleo informal (casi un tercio de los trabajadores), ni cubre a los funcionarios públicos (incluidos los de las universidades del Estado) que han comenzado negociaciones con el gobierno para que la reducción de la jornada laboral llegue a todos.
Cuando hablamos con Pérez Ahumada, doctor en Sociología de la Universidad de California San Diego (EE.UU.), los trabajadores portuarios en Coronel estaban en medio de un paro que se extendió por casi dos meses. El conflicto fue un recordatorio de que el trabajo precario y eventual persiste en el país, y que no ofrece certezas siquiera para llegar a fin de mes. Las movilizaciones de los trabajadores subcontratados desde mediados de la década de los 2000 “fueron un balón de oxígeno para un movimiento sindical muy alicaído [en Chile]”, recuerda el académico. De hecho, destaca que los niveles de confianza en los sindicatos en Chile “están lejos de ser los peores”, porque si bien tienen problemas comunes en un contexto de desencanto generalizado, son mejores “si los comparas con otros países y otras instituciones”. Y ahí, por lo tanto, hay una oportunidad para cultivar mejores condiciones de negociación y de trabajo en Chile.
De acuerdo a las sugerencias de la OIT, Chile debería avanzar en menos horas trabajadas, pero también en mejorar las condiciones para organizarse colectivamente, pues está comprobado que una mayor tasa de sindicalización y negociación ramal (y no por empresa) implica mejores salarios y condiciones laborales en general. Cuánto y cómo podemos organizarnos los trabajadores chilenos es la pregunta que ronda por estos días y que está en el centro de la última investigación de Pérez Ahumada, que hace unos meses publicó bajo el título Building Power to Shape Labor Policy: Unions, Employer Associations, and Reform in Neoliberal Chile [Poder de clase y política laboral: Sindicatos, asociaciones empresariales y reforma en Chile], editada por University of Pittsburgh Press y que pronto circulará en español por Ediciones UAH. El libro explora estrategias para construir poder e incidir en las políticas públicas relativas al trabajo y a los trabajadores en el contexto neoliberal chileno. Pérez Ahumada documenta y analiza la acción de los gremios empresariales y los sindicatos desde 1990 en adelante sobre la base de un trabajo de archivo y de prensa, además de numerosas entrevistas a informantes de gremios empresariales, del movimiento sindical y a los responsables en el diseño y ejecución de las políticas públicas laborales.
La investigación propone un modelo relacional para comprender cómo opera el poder de clase: tradicionalmente, los estudios se han centrado en cómo los sindicatos y el trabajo movilizan su poder, pero pocos se fijan en la élite empresarial, a pesar de la centralidad política que tiene en países como Chile. Esta relativa omisión se explica tanto por las dificultades de acceder a dicho espacio, así como también porque cierto foco progresista se fija más en los actores subordinados de la ecuación, como los trabajadores y los sindicatos. En su libro, Pérez Ahumada demuestra la importancia del asociacionismo, esto es, la capacidad de organización de los trabajadores y trabajadoras, y devela las relaciones de poder del trabajo y del poder capitalista, y cómo se condicionan mutuamente.
¿Cómo se entiende el trabajo hoy? ¿Cómo definirlo y cómo valorizando?
—Es una pregunta complicada y depende de quién responda. El trabajo es la base para construir riqueza en la sociedad. Si no hay trabajo, no hay riqueza y no hay recursos para vender o distribuir. El tema es que el trabajo es un espacio de relaciones: alguien que contrata fuerza de trabajo tiene más poder —no solo poder económico sino dentro del espacio del trabajo mismo— que alguien que vende su trabajo. En la práctica, se está moviendo mucha riqueza donde hay plataformas y es que, a pesar de su transformación, el trabajo sigue siendo un espacio de poder entre quienes tienen el control del poder económico y quienes no lo tienen. Es importante hacerse cargo de eso. Por eso los sindicatos siguen siendo los actores para representar las acciones colectivas de los trabajadores en contextos en los cuales los individuos no pueden negociar o no pueden establecerse acuerdos que sean más o menos ecuánimes. Por ejemplo, la ley del teletrabajo que comenzó a ser implementada en enero de 2024: de las solicitudes, casi todas eran de mujeres y el 60% fue rechazado por la empresa; en un 20% de los rechazos el empleador ofreció algo a cambio que no era lo que el trabajador quería y solo el 10% fueron solicitudes aceptadas sin condiciones por la empresa, tal como eran las expectativas de las trabajadoras. ¿Por qué cuento esto? Porque cuando se discutía la ley, uno de los puntos de los sindicatos, que no fue escuchado, es que ellos tenían que ser representantes de la voz colectiva de los trabajadores porque si uno deja todo a la resolución individual, la empresa tiene la capacidad para decidir qué hacer y qué no.
En otras palabras, explica Pérez Ahumada, “el trabajo se valoriza solo cuando existe poder suficiente para valorizarlo, cuando existe capacidad de aumentar los salarios, mejorar las condiciones de trabajo, para reducir la jornada laboral. Es resultado de la lucha entre capital y trabajo, porque, obviamente, el interés del empresario es desvalorizarlo, pagarían lo menos posible. Valorizar el trabajo es el resultado de la capacidad que tengan los actores para imponer sus puntos de vista”.
Poder de clase, distintas clases de poder
Uno de los capítulos más fascinantes del libro es el que se sumerge en la historia de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), la multigremial de la patronal en Chile. Después de haber sido una organización más bien irrelevante hasta la década de 1970, la CPC se reinventa durante la dictadura y se transforma en un actor gravitante para articular la voz y la acción del poder económico. Su incidencia en el diseño de políticas públicas ha sido central desde 1990 a la fecha. A juicio de Pérez, este éxito se sostiene en tres pilares: un pragmatismo táctico, una orientación ideológica inflexible y una capacidad de movilizar el poder de clase de la CPC.
Mientras, los partidos políticos han renunciado a su rol de organizaciones sociales intermedias para canalizar los intereses de los trabajadores. “A los partidos no les importan las demandas de los trabajadores”, afirma el autor en su investigación. Desde la década de 1990 en adelante, explica el académico, “los partidos con tradición fuerte de sindicatos, como el Partido Socialista e, incluso, la Democracia Cristiana, cuando, por razones de estrategia, abandonan su vinculación con los sindicatos, sobre todo los dirigentes sindicales de la CUT parece que quedan huérfanos, sienten que tienen que hacerse cargo del proyecto de la Concertación, pero los partidos de la Concertación tampoco hacen mucho para integrarlos en la toma de decisiones o responder a sus demandas. Eso aumentó la fragmentación y es un problema que tiene efectos hasta el día de hoy en la manera en cómo los sindicatos de base ven a la CUT”.
Por el contrario, “el poder de la CPC es articulador del interés de clases, intereses económico que están por sobre el interés individual de las empresas y del interés sectorial”, explica Pérez Ahumada sobre la capacidad del empresariado organizado para “resolver internamente los problemas que pueden surgir entre sectores económicos”. Y no es que “el sistema electoral en la CPC sea más democrático en un sentido liberal, porque no hay elecciones libres en la CPC, sino que hay un sistema que permite homogenizar interés y, sobre todo, permite reducir las amenazas a la unidad de clase”. Por eso, dice, el modelo de la CPC de incidir en la política pública sobre el trabajo ha sido exitoso. Además, en comparación a la CUT, el número de actores que la CPC debe movilizar y alinear es menor: “en las elecciones en la CPC votan 10 representantes de cada gremio sectorial, más los directores y presidentes; en general, como 70 personas, hay acuerdos preelectorales y cada rama define por quién va a votar y las elecciones no son muy competitivas”, salvo en las más recientes que llevaron al representante del comercio por primera vez a la presidencia de la Confederación: Ricardo Mewes, por el periodo 2022-2024.
¿Hay posibilidades de que ese peso tenga su contraparte en la movilización sindical?
—Los sindicatos del comercio son poderosos, en el sentido de que tienen capacidad de movilización y tienen presencia. El problema es que a veces más no es mejor: el comercio tiene muchos sindicatos, confederaciones y federaciones del comercio que entre ellas se disputan la representatividad y eso es un problema.
Por el contrario, la historia reciente de la CUT es, más bien, de fragilidad y fragmentación. ¿Cómo ves hoy una organización multisindical? Parece un tipo de organización que representa el trabajo del siglo XX y no del XXI.
—La posición que tiene una central como la CUT es frágil porque es muy difícil organizar a un movimiento sindical que está diseñado para funcionar de manera fragmentada. Un ejemplo clásico es la cantidad de sindicatos que hay en Chile: existen alrededor de doce mil sindicatos activos y cada sindicato tiene, en promedio, cien trabajadores. La fragmentación en Chile está promovida institucionalmente y es un problema para el funcionamiento de las centrales sindicales o las confederaciones que no tienen mucho peso en la negociación colectiva, no están insertas en la negociación colectiva. Entonces, los sindicatos son instituciones que funcionan a nivel de empresa y se preocupan de resolver problemas de empresa.
¿Cómo ves hoy este escenario de movimiento sindical, considerando la plataformización, la precarización, el emprendedor, el autoempleo? ¿Podría el sindicalismo mirar estrategias distintas para enfrentar esas necesidades?
—Las miran, están conscientes de eso, pero es muy difícil organizar a ese tipo de trabajo; por ejemplo, el trabajo de plataforma. La persona de la CUT encargada de organizar a los trabajadores de plataformas es dirigente sindical de Uber y estuvo un año intentando buscar un dirigente, activista, que haya participado en las movilizaciones del 2019-2020 de trabajadores de Uber porque todos los que habían participado se volvieron a sus países, dejaron de trabajar. Es muy difícil. Pero es cierto que las y los trabajadores más nuevos que están afiliados al sector servicios son los que más se están sindicalizando.