Fue artista visual, profesor, gestor cultural, editor y curador, entre otras muchas cosas. El ámbito de intereses y disciplinas que abarcó son el reflejo de una curiosidad inagotable, la misma que transmitiera con entusiasmo en sus clases. Roxana Pey, académica de la Universidad de Chile, destaca en esta semblanza su aporte a la casa de estudios y, sobre todo, a la cultura y el pensamiento en Chile.
Por Roxana Pey Tumanoff | Foto principal: Daniel Mordzinski
Escenas de una vida barroca. Al final de un verano inacabable, en tiempos de cambio de época, Chiuminatto nos grita a la cara carpe diem, y nos deja una imagen que permanecerá como memento mori. Frente a una piscina, mirando ese mar, evocando su bella y eterna juventud, “había caído a un lado de su silla … y aquel mismo día, el mundo, respetuosamente estremecido, recibió la noticia de su muerte”1. Con consternación, miles lo lloramos, más de lo que él aceptaba creer.
“Mi espíritu encendido / Me echa a raudales / Por las mejillas secas / Lágrimas suaves”2.
Sus estudiantes recordaron que les advertía: el tiempo se fuga, la vida no alcanza.
Su funeral fue como un retablo de destellos, lux in tenebris, de tantas evocaciones espontáneas sobre la “vida radiante” de Pablo Chiuminatto, que dejó huella al andar, a cada paso.
Jamás un diletante sino un erudito. Si comenzó siendo inevitablemente autodidacta ―su personal recusatio―, acto seguido y a contrapelo de varias normas, formalizó estudios en el Magíster en Artes Visuales y en el doctorado en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile. Más tarde, llegó a Italia, su otra patria, para una estadía postdoctoral. Cuánta felicidad debió sentir al vivir en Italia, y colaborar con un equipo que editaba las obras completas de René Descartes y su correspondencia, en el Centro Interdipartimentale di Studi su Descartes e il Seicento, en Lecce.
Reunir esas pasiones fundamentales le permitió publicar el libro notable René Descartes. El método de las figuras. Imaginario visual e ilustración científica (Orjikh, 2013), basado en su tesis doctoral Idea, Concepto e Imagen. Pensamiento visual como doctrina estética en Descartes, dirigida por Pablo Oyarzún en 2007.
Publicó también en esa editorial familiar, Orjikh Editores, fundada junto a su compañera Soledad Sairafi, La habitación ideal (2012), con Begoña Alberdi, sobre el artículo de Edgar Allan Poe “La filosofía de la decoración”; Patagonia desierto de agua (2015), con Rodrigo del Río y fotografías de Damián Gelerstein; Futuro esplendor: ecocrítica desde Chile (2019), con Andrea Casals; La imaginación: el taller de la mente (2019), con Valentina Rosales; Gusto, sabor y saber (2022), escrito con Ignacio Veraguas. No debe pasarse por alto esto de escribir con otros, un gesto permanente de apertura y diálogo de Chiuminatto, para quién “la pintura no es solo pintura. La literatura tampoco es solo literatura”.
Chiuminatto fue artista visual, filósofo, comunicador, curador, crítico, productor, investigador de la historia de la cultura, hipermedios, cibernética, iconología, estética, y dicen que recientemente incursionaba en la teología. El trivium y el quadrivium del siglo XXI. Fue profesor de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Y antes, coincidiendo con el cambio de siglo, integrante triestamental de la Universidad de Chile. En ese tiempo era ayudante de Pablo Oyarzún en varios cursos, en proyectos FONDECYT, y con entusiasmo hizo grandes aportes cuando iniciábamos la reforma del pregrado y creamos juntos el Programa de Formación General que dura hasta hoy. Para Pablo Chiuminatto fue evidente la necesidad de incluir visualidad en los procesos formativos, y en años previos a la masificación del internet tuvo que inventar un formato artesanal que podría corresponder a lo que hoy conocemos como página web, una suerte de diseño instruccional que llamamos “Plataforma del pregrado”. Todo partió con el curso “Concepciones de lo humano” que dictaba Oyarzún, representado por una figura humana de caminar perpetuo.
Explicamos junto a Pablo y Sara Chauriye que la reforma del pregrado no era una acción simple, sino más bien el complejo e intrincado conjunto de “innovaciones infocomunicacionales, creación del portal educativo abierto y el perfeccionamiento de académicos de excelencia, hasta la irradiación de la experiencia a otras áreas y la recuperación de un espacio académico de debate y reflexión colectivo ―o de conversación― que se había perdido… La Formación General que se imparte en la Universidad de Chile no es cultura general ni transmisión vulgarizada de conocimientos especializados, sino más bien se les propone a estudiantes problemas actuales que deben ser abordados con todo su acervo histórico… recuperando el concepto de ‘estudiante de la Universidad de Chile’ frente al de ‘estudiante de una carrera’… [Esto] permite la renovación del material didáctico que los docentes utilizan en sus clases, y una óptima representación pública de lo que la Universidad realiza, concretamente, respecto de contenidos y de la implementación de la tecnología asociada a la educación”.3
En la vida de Pablo Chiuminatto, que parece reflejar una estructura rizomática, tal vez haya sido la pintura el articulador temprano y permanente que le permitía un modelo productivo y experimental, un territorio multidimensional seguro para la ruptura. De todas las artes, la pintura del paisaje como reflexión sobre la percepción, representación, la historia, la memoria. “Nada más antiguo que lo nuevo», dice en una de sus innumerables conversaciones. Como la vida misma, conservación y cambio simultáneos. Pretendía “vivir en el arte”, que es como juntar el aceite con el agua, como arreglar la mayonesa cortada, o la imposibilidad de juntar el cielo y la tierra, de representar ese horizonte inexistente, de iluminar en ausencia del sol. Dice el artista visual Pablo Ferrer que por estos días se preocupaba ―con razón― por la representación del Apocalipsis.
Le gustaba y podía pensar fuera del marco, y aún más, cuando íbamos saliendo, era capaz de volver a entrar, con gran despliegue de teatralidad. Que la vida es sueño, una fábrica de sueños, ese claroscuro parecía conducirlo.
A 50 años del golpe de Estado, Pablo Chiuminatto fue curador en el Museo Nacional de Bellas Artes de El lado oscuro de la luna, retrospectiva de, como dijera él mismo, “El capítulo chileno de Alfredo Jaar” y que “evidencia el desafío de los artistas al probar el silencio que a veces impone la abrumadora realidad histórica”.
A su propio Ismaelillo, Pablo deja el regalo más grande que un padre puede dar a su hijo, un mensaje franco ―“Esos riachuelos han pasado por mi corazón ¡Lleguen al tuyo!”4―, El Quijote. Versión abreviada y adaptada al español de América (Ediciones UC), ni más ni menos que de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes, recuperado en su espíritu de escritura para un público amplio, “un homenaje a Cervantes y también a la literatura clásica”.
Hace pocas semanas se encontraron, recuerdan amigos, a conversar intensamente, a comer y bailar, bailar al ritmo exigido por el nunca indiferente Pablo: “Far l’amore”, de Bob Sinclair y Raffaella Carrà. Así, con el corazón desbordado, desgarrado, exhausto, extasiado, arrojado, cansado de tanto amor, en arrebato de pasión parte el cuerpo de Pablo Chiuminatto.