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Camila Sosa Villada: “Hay un montón de gente nombrándose disidencia y que no es disidente de nada”

Si el mundo artístico fuese una gran avenida, Camila Sosa Villada sería quien que la cruza y detiene el tráfico. La actriz y autora argentina publicó Las malas en 2019, un libro en el que se disuelven las fronteras entre autobiografía, crónica y ficción; un relato sobre un grupo de travestis que se prostituyen en un parque de Córdoba, y que, de paso, también es su historia. La de esa familia mágica que la vida le entregó en medio de la violencia. En esta entrevista, Camila habla sobre la escritura y los lugares en los que encuentra la belleza. También explica por qué la chilena Claudia Rodríguez “es la mejor escritora de nuestro tiempo” y por qué detesta la palabra “disidencia”.

Por Javiera Tapia

La novia de Sandro. Un blog que existió en internet y que luego fue borrado por su autora. Muchas veces se dice que una vez que algo llega a esta nube infinita, aunque lo elimines, siempre estará ahí. Quién diría que esa idea que, en general, representa un problema para muchas personas que ven pedazos de su vida en internet sin su consentimiento, jugaría a favor de todes y nos dejaría un regalo. La novia de Sandro fue eliminado por Camila Sosa (La Falda, Argentina, 1982), pero antes, un fan anónimo respaldó toda esa escritura y, después de varios años, envió ese registro por correo electrónico a su autora. Lo que alguna vez supuso una vergüenza para ella, con una nueva lectura y el paso del tiempo, se había transformado en un tesoro. En el testimonio de una revolucionaria. 

Ese es el origen de Las malas, el libro que Tusquets editó en marzo de 2019 y que atrajo mucha lectoría y buenas críticas. Allí cuenta la historia de un grupo de travestis que se prostituyen en el Parque Sarmiento de Córdoba y la familia que construyen juntas alrededor de la Tía Encarna, la matriarca. Es un libro híbrido, no es casual que se publicara dentro de la colección Rara Avis. Tiene mucho de autobiografía, pero también de ficción, crónica y realismo mágico, incluso; lo que lo convierte en un relato indomable, inclasificable, al igual que su autora, que además ha publicado, entre otros, el ensayo El viaje inútil (2018) y la novela  Tesis sobre una domesticación (2019).

Además de estar acompañada, en su memoria, por esta familia de travestis a las que homenajea y con las que construye una suerte de mitología, cuenta que hubo lecturas que se colaron durante la escritura de Las malas: “La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Alexievich; Memorias de una superviviente e Historia del general Dann y de la hija de Mara, de Griot y del perro de las nieves, de Doris Lessing; Formas comunes, de Gabriel Giorgi y, siempre, Marguerite Duras”. 

Crédito: Alejandro Guyot.

Fue en 2020 que Camila recibió el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que año a año entrega la Feria del Libro de Guadalajara a la mejor novela escrita por una mujer. “Hoy el mundo es un poco más justo y, por lo tanto, más bello. Y como a mí no me asusta la mentira y tampoco caer en obviedades, les agradezco el coraje y lo inesperado. Se sienta un precedente con esta indecente escritora travesti que recibe tamaña distinción. Y, como dice Susy Shock, mi comadrita, se inaugura la venganza de las travestis por donde menos se lo esperaban: a través de la palabra”, dijo en su discurso de aceptación. 

En esa misma ocasión, se refirió a Las malas como un libro cómplice, uno “que anestesia la culpa de una sociedad que pretendió mi cadáver y el de muchas. Y que aún lo pretende”. Porque las travestis han soñado y sueñan con otras existencias posibles, mientras que la sociedad latinoamericana les recuerda que su esperanza de vida en el continente es solo de 35 años, según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).     

“En una entrevista dijiste que te sorprendía que con el libro muchas personas descubrieran que ‘las travestis viven en la mierda’”, le digo. Camila responde que se ha encontrado constantemente con ese tipo de comentarios. “Aman su negación”, asegura, sobre un mundo que sigue eligiendo no mirar.   

Para ella, el secreto de Las malas es precisamente todo lo que no se cuenta. Eso es “lo que vuelve al libro accesible al dolor y a la palabra. Todo lo demás permanece en el silencio y está en cada página. Es un libro que se escribió con dolor y resentimiento porque, claro, esa es la venganza, poder devolver una canción, juntar los escombros de una vida y hacerlos palabras. Vengarse a través de ellas”, dijo al recibir el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. 

¿Cómo se resiste la vida sin alegría, sin belleza, sin sueños? ¿Cómo se le planta cara a la violencia sin fantasía ni magia? Estas preguntas me llevan nuevamente al libro de Camila. A algunas imágenes que impactan no solo por su escritura talentosa, sino también por ser talismanes dentro del horror. María la Muda, que poco a poco se descubre como ave. Los hombres expatriados sin cabeza que aman a las travestis, una metáfora perfecta de la supresión del mandato patriarcal como única salida para amar fuera de la norma. Una matriarca que hace llorar a la virgen cuando canta o un grupo de travestis que se bañan en la fuente de la juventud hecha de sus propias lágrimas. 

Todas esas imágenes llenas de magia “son las excusas para callar algo que podría ser terrible para mí si despertara mi cuerpo de su necesaria anestesia; enloquecería, pintaría mi boca de anaranjado y me iría a vivir entre cangrejos, a la orilla del mar. Ya no escribiría ni hablaría. Me dejaría arrastrar por la locura. Por eso no hay realidad en Las malas, porque yo no quiero volverme loca todavía”, explicaba el día de su premiación. 

De nuevo. ¿Cómo se resiste la vida sin alegría, sin belleza, sin sueños? ¿Cómo se le planta cara a la violencia sin fantasía ni magia?  Al escucharla hablar, se me viene a la cabeza la historia de todes quienes no fueron hombres cis durante el siglo XX. Y pienso de inmediato en Ayuquelén, el colectivo lésbico feminista chileno creado en 1984. Lesbianas construyendo, celebrando y defendiendo su existencia en medio de una dictadura, con un nombre como Ayuquelén, palabra mapudungún que significa “la alegría de ser”. Así de revolucionario. Porque la alegría en medio de la violencia, en cualquier época y contexto, es un arma y un sostén. Lo sigue siendo.

En Las malas, Camila empuja el significado tradicional de “lo bello” hasta hacerlo polvo. Como si todas las descripciones que pudiésemos hacer del concepto resultaran vanas o insuficientes. En su vida, últimamente, la belleza que la conmociona la ha encontrado en “la serie La veneno, los libros de Delphine de Vigan. En los poemas de Sharon Olds. Siempre en la voz de Billie Holiday. En mi amante dormido en mi cama y todos los rastros del sexo que tuvimos una y otra vez hasta dormirnos. En la comida que hacen mis viejos. En mis amigos y yo bajo el embrujo de alguna sustancia bailando a plena luz del día. En Claudia Rodríguez de punta a punta”, dice, sobre la poeta y activista chilena. 

Y al final de esta lista bella, lanza una reflexión que nos baja a tierra:  “Luego de una visión como esta es necesario cerrar los ojos y estar en silencio. Recordar que el mundo se termina y no hay belleza que nos salve”.

La relación entre la argentina y la escritora y actriz Claudia Rodríguez es profunda. En  2019, y a diez años de haber debutado en el teatro, Camila llevó al escenario Vienen por mí, un unipersonal basado en el texto de Claudia. Lo que separa la cordillera, lo unen las experiencias, las palabras y el arte. 

Camila dice que “Claudia Rodríguez es la mejor escritora viva de nuestro tiempo. Es inteligente, honesta. Habla desde su experiencia. No intenta robarle la vida a nadie para escribir. Su mundo, el mundo de su mamá, de sus hermanos, de su infancia, de su juventud y la prostitución; de su cuerpo, su silicona. Me recuerda mucho a Sharon Olds. Su escritura es como una pequeña bomba. Detona en quien la lee. Hace una economía de lenguaje admirable. Es dulce. Yo le digo la travesti más transparente”. 

El 19 de abril de 2021, Claudia dijo: «Una de las cosas hermosas que tenemos las travestis es besar. Abrazar. También el humor y las risas (…). La vida pasa por encima de nosotras con pocas posibilidades de que podamos decidir, pero ahí están los besos, los abrazos y la ternura de la que aún no hemos escrito». ¿La ocasión? El lanzamiento virtual del libro Me arde, de Mara Rita.

Otra de las invitadas a la cita fue Camila Sosa. Ese día, ella preparó un texto llamado, precisamente, Besitos o el terror del mundo. Lo leyó frente a la cámara de su computador, pero parecía hacerlo sobre un escenario: 

“Tienes que abrir más la boca, me dices. Cómo explicarlo, que cada vez que doy un beso trato que sea pequeñito. Pequeñito por el miedo de dejar el hambre de infinitos millones de besitos que tengo guardados dentro de mí. Temo que si abro un poquito más la boca, me devoraría al mundo por completo y todo lo que esté cerca en menos de un segundo. Créeme, tienes que creerme. Temo que me lo devoraría todo, créeme, todo. Y aún así tendría hambre de infinitos millones de besitos. Por suerte para el mundo y lo que esté cerca, solo un beso tuyo me saciaría por completo y me dejaría solo con hambre de ti y nada más, que te quede claro. Pero todo esto contigo es casi imposible. Por eso aún el mundo y lo que está cerca, me temen”. 

Y con aquel final, el silencio se extendió durante varios segundos. 

Ese día, ambas hablaron también de los sueños. Claudia decía que las travestis tenían que contar los propios “porque no se nos permite soñar”. Camila, luego, respondía a la pregunta ¿qué es ser travesti?. “No es necesario que coincidamos en la respuesta”, advirtió. “Por eso se hace tan necesario, urgente, positivo y bello que escribamos y soñemos. Porque todas tenemos distintos sueños”. 

***

“Yo escribo ficción, ese es mi asunto, en el teatro, en la escritura, cuando canto. Es ficción pura”, dice, cuando le pregunto si acaso todes construimos la ficción que más nos gusta para vivir. “La vida es una ficción, claro”, agrega. “Lo otro es que nos guste o no. Estamos viviendo no una ficción, sino una mentira. Incluso las dizque disidencias, incluso el movimiento lgbterf, están viviendo una mentira donde primero nombran su identidad y en torno a eso organizan su guion. Lo veo a diario. En esto, las travestis fuimos al revés. Nos dimos cuenta mientras íbamos viviendo cómo nombrarnos, cómo vivir, qué condiciones había a nuestro alrededor para que nuestra vida se desarrollara. Pero claro, hablo de hace muchos años atrás. No era nada sencillo lidiar con esto”. 

Si una ha seguido sus comentarios públicos, sabrá que Camila es crítica con el feminismo por ser un nuevo espacio de poder, y porque se ha transformado en un gran paraguas que también alberga discursos transexcluyentes, es decir, que no consideran a las personas trans como sujetos del feminismo. Es la postura de quienes se denominan TERF, acrónimo de Trans Exclusionary Radical Feminist (Feminista Radical Transexcluyente). “Yo no voy a estar aguantando a una tarada que me trate mal, que me trate de hombre, que me insulte, que me haga sentir incómoda. A los 14 años me fui de mi casa a dormir debajo de una piedra, mirá si no voy a poder irme del feminismo y de la palabra mujer”, dijo en una entrevista en La Tercera, en marzo de 2021. 

Cuando le pregunto por la disputa cultural desde las disidencias, aparecen otras reflexiones críticas. “Creo que hay un montón de gente nombrándose disidencia y que no es disidente de nada, y no solo eso, sino diciendo además que hacen cultura disidente. Un montón de aprovechadas y aprovechados diciendo lo que hay que oír en la era del pink washing, usurpando las experiencias travestis de otras generaciones y apropiándoselas en nombre de un colectivo que es capaz de dar mucho más de lo que hasta ahora está dando”, reclama.

“Como si estos personajes, aparecidos ayer y que se nombran a sí mismos trans, trans no binarios y no sé cuántas otras nomenclaturas más sin compartir ni una sola condición histórica o social con las travestis de hace veinte, treinta, cuarenta, cincuenta años atrás, silenciaran con sus expresiones verdaderas obras de arte que va a contrapelo de lo establecido. Hacen mucho ruido, son muy ruidosos y están ocupados en un panfletarismo que no admite respuestas, porque ya dan todo cocinado, masticado, digerido y cagado. Eso da la sensación de una fuerza, pero se me hace que es solo ruido”, opina, categórica. 

Hablamos sobre la adaptación de Las malas a una miniserie, a cargo de Armando Bó. Le comento que leí en archivos de prensa que ella había aceptado la realización del proyecto con la condición de que el equipo de trabajo estuviese integrado por personas trans. Ella me corrige y, de paso, a los periodistas que publicaron esas notas, pues donde escribieron “trans”, la palabra que se debía usar era “travesti”. 

“Puse la condición de que hubiera travestis, que no es lo mismo que decir personas trans. Las personas trans son otra historia. Las travestis, como yo, las del libro, las que quiero que integren los equipos en el set, esas son más especiales”, dice. “Mira, yo detesto la palabra disidencia. En los proyectos culturales mainstream siguen llamando a las que supimos adaptarnos, las que tenemos apariencias que ellos toleran y que piensan que el público puede tolerar; las educaditas, las oportunistas también. Pero las verdaderas travestis están en otro lado y haciendo otras cosas”. 

Muchas cosas. Ojalá siempre en gerundio: viviendo, creando, besando y soñando.