Una camada de jóvenes fotógrafos y fotógrafas, admiradores de las imágenes que en los 80 denunciaron la dictadura de Pinochet, iniciaron su propio camino en las calles con las protestas estudiantiles de 2011 y de octubre de 2019. Registrando las manifestaciones en Plaza Italia, vivieron en carne propia la represión policial sin nunca bajar sus cámaras. Hoy, José Giribás, un exiliado y veterano miembro de la Asociación de Fotógrafos Independientes, reúne a 15 de ellos en la Fotogalerie Friedrichshain de Berlín, en la exposición Represión y resistencia social en Chile, ayer y hoy.
Por Denisse Espinoza
Treinta y tres años después, José Giribás volvió a sentir el fervor popular en las calles de Santiago y apuntar su cámara en dirección a un guanaco. Ese 18 de octubre de 2019 se dio cuenta de que las manifestaciones no eran como las que estaba acostumbrado a ver en sus últimas visitas a Chile y que algo poderoso estaba pasando. Intuyó que su suerte de fotógrafo lo había puesto nuevamente en el lugar preciso y en el momento indicado.
“Llegué el 12 de octubre de 2019, venía a reportear el acuerdo de la APEC y a visitar el Festival de Fotografía de Valparaíso, y a la semana de estar allá quedó el despelote. Cambié todos los planes, salí a la calle, fui a Plaza Italia y me puse a tomar fotos como en los viejos tiempos. No llegué a la primera línea, eso sí, porque los mismos cabros fotógrafos jóvenes, cuando me veían, me mandaban para la casa”, cuenta José Giribás quien siendo un veinteañero para el golpe de Estado de 1973, salió al exilio.
En Berlín, hizo carrera como fotoperiodista y en 1986 regresó por primera vez a Chile con el encargo de registrar las protestas callejeras contra la dictadura de Pinochet para un diario alemán. Aquí conoció a sus pares de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI) que hacían lo propio enfrentando la censura de los medios locales y tomando imágenes que primero verían la luz fuera del país.
“Mis colegas de la AFI me apadrinaron, Claudio Pérez, Oscar Navarro, Álvaro Hoppe, se preocuparon de mi seguridad y luego yo en Berlín armé la primera exposición con sus fotos que se llamó ‘Sin filtro’ y que fue muy exitosa”, cuenta el fotógrafo, que ahora repite la historia transformándose en el gestor de la primera muestra con imágenes del estallido social en el extranjero.
Represión y resistencia social en Chile, ayer y hoy se titula la exposición que reúne, hasta el 28 de agosto, a 15 exponentes de la nueva camada de fotógrafos y fotógrafas en la Fotogalerie Friedrichshain, quienes tal como lo hicieron los integrantes de la AFI hace más de 30 años, salieron a las calles a tomar el pulso de la contingencia durante la protesta social.
El paralelismo no es antojadizo y ellos mismos se declaran continuadores de esa herencia de trabajo en colectivo, que durante el estallido revivió con más fuerza. Sin embargo, también toman distancia de la historia y destacan las diferencias.
“Es difícil hacer la comparación con una dictadura de 17 años, donde la violencia era profunda y más silenciosa. Durante el estallido hubo más enfrentamiento cuerpo a cuerpo, se formó la primera línea, que en los 80 era algo impensado, quizás ahora había menos miedo”, dice la fotógrafa Sofía Yanjarí, integrante de AFI Woman —junto a Marcela Araya, Valeria Alessandrini y Marucela Ramírez—, uno de los colectivos que están presentes en la muestra de Berlín y que justamente debe su nombre a los fotógrafos de antaño.
“Fuimos parte de un colectivo mixto que se llamaba AFI Santiago y en 2018 nos separamos y formamos un grupo solo de mujeres, algo que todavía es poco común dentro de la fotografía de prensa, que es un mundo todavía muy masculino y machista”, dice Yanjarí, quien exhibe el retrato de una mujer manifestante, vestida de virgen y con una mascarilla de gas que tapa la mitad de su rostro.
“Si bien también voy a la primera línea donde está el combate más directo con la policía, soy mucho de moverme entremedio, buscar otros momentos, observar que está sucediendo alrededor de la manifestación”, dice Yanjarí.
Los ángulos de la revuelta
Varios de los fotógrafos y fotógrafas de está generación comparten el afán de querer alejarse del concepto tradicional de la imagen de prensa para ir en busca de ángulos inesperados, personajes inusuales y escenas que le den una vuelta de tuerca a la protesta.
Uno de ellos es Alfonso González, fotógrafo egresado del Instituto Arcos y miembro fundador de Migrar Photo, uno de los colectivos de fotoperiodismo que más resonancia tiene en la escena local, ya que además de funcionar como una agencia y plataforma de difusión de sus doce fotoreporteros, también dictan talleres, hacen charlas y participan en festivales, desplegándose en Arica, Santiago, Valparaíso y Biobío.
“Venimos trabajando como colectivo desde 2014, entonces cuando vino el estallido estábamos más que preparados. Arrendábamos una oficina en Vicuña Mackenna a diez cuadras de la Plaza Dignidad. Era nuestro centro de operaciones, ahí nos repartíamos, algunos salían a hacer fotos y otros se quedaban a editar y despachar”, cuenta.
Alfonso se decidió por la cámara luego de ver el documental La ciudad de los fotógrafos, de Sebastián Moreno, que retrata justamente la labor de la AFI en dictadura. “Los admiro, fueron mi gran motivación en un inicio. La valentía que tuvieron de estar en las calles en situaciones mucho más densas de la que vivimos en 2019 claramente fue un referente”, afirma.
Sin embargo, también reconoce que, si bien cuando comenzó a hacer fotos para las protestas estudiantiles de 2006 se concentró en los enfrentamientos con carabineros, en 2019 prefirió registrar lo que pasaba en los alrededores de la revuelta. En Berlín, dos fotos suyas llaman la atención: la de una joven apagando una lacrimógena en el piso con un tarro y la de un hombre que corre fuera de la masa de manifestantes con un perro en brazos.
“Para mí el estallido fue una dualidad, era fotógrafo pero también manifestante. Lloré de emoción por lo que veía, todo por lo que habíamos luchado siendo estudiantes se cristalizó, vi gente que jamás había visto protestando, pero toda la represión que vino después fue muy cruda. Me escondía detrás de los quioscos de metal y escuchaba los disparos. Vi mucha gente herida. Hubo un tiempo que dejé de ir a hacer fotos, porque me afectó. Sentí miedo”, recuerda el fotógrafo.
Caterina Muñoz, una de las fotógrafas independientes que participa de la muestra en Berlín, recibió dos impactos de lacrimógena a quemarropas el 19 de octubre de 2019. “Venía cubriendo protestas desde 2011 y jamás me había pasado algo. Hasta entonces, yo iba a las manifestaciones con falda y polera, y luego de que me dispararon nunca más pude exponerme así. Por suerte, alcancé a girarme y las lacrimógenas me pegaron en el hombro y en el muslo y no fue algo peor, pero para mí hubo un antes y después del estallido”, cuenta.
De formación autodidacta en fotografía, pero publicista de profesión, Caterina es voluntaria de un observatorio de policías, que registra la conducta de carabineros durante las protestas y también lleva años realizando un proyecto personal, fotografiando a expresos políticos del Estadio Nacional, cada 11 de septiembre.
“En mi familia hubo presos políticos y exiliados; mi mamá vio cómo ametrallaban gente en las calles, entonces siempre tuvo susto de que yo fuese a las marchas. Para el estallido y luego de lo que me pasó, aún más. Pero para mí, por esa misma historia familiar, es fundamental seguir haciendo fotos y mostrando lo que pasa, porque hay gente que no cree hasta que ve las imágenes”, dice Caterina.
En la muestra, sin embargo, sus fotos escogidas están lejos del furor de la protesta y son más bien huellas sutiles de las manifestaciones o de la represión policial: una mujer mayor posa con una bandera chilena y una pancarta en plena Alameda, y una plaza desierta en Villa Frei, en la que los juegos infantiles desaparecen bajo el humo de las bombas lacrimógenas.
“En un momento dejé de hacer fotos de heridos porque era muy duro. Hay fotos que no sé si voy a mostrar en algún momento porque también es peligroso para la gente que allí aparece. Creo que como fotógrafos tenemos que ser conscientes de eso”, agrega.
José Giribás coincide en la cautela que se debe tener al momento de exhibir este tipo de documentos, y la curatoría de esta exposición, a cargo de dos fotógrafas de la muestra —Nikole Kramm y Sofía Yanjarí—, es más bien un recorrido por el estallido visto como un movimiento social e histórico inédito, empañado por la desproporcionada violencia policial. “Hay que tener presente que estamos mostrando un material a una sociedad que desconoce por completo lo que está pasando en Chile, hay que intentar sensibilizar a través de la foto, pero hay cosas que no mostramos. El trabajo de Nikole Kramm con los heridos oculares, por ejemplo, es muy duro, y los alemanes no lo van a entender. Por eso preferimos armar un video y proyectarlo de forma más apartada dentro de la muestra”, explica el fotógrafo.
Kramm, integrante del colectivo Kintu y una de las curadoras de la exposición, se convirtió en víctima la noche de año nuevo de 2020 en Plaza Italia, cuando recibió un proyectil de parte de Carabineros que la dejó con solo un 5% de visión de su ojo izquierdo. Hoy sigue haciendo fotos y aún lucha por conocer la identidad del uniformado que le disparó, dando su testimonio como integrante activa de la Coordinadora de Trauma Ocular.
“Hay una idea estética, pero también de contenido en la curatoría”, explica Sofía Yanjarí. “Partimos con fotos históricas de la dictadura tomadas por Pepe (Giribás), luego seguimos con otras fotos actuales en blanco y negro de las primeras manifestaciones y de ahí nos pasamos al color, con los estudiantes que saltaron el torniquete, las masivas concentraciones en Plaza Dignidad y las marchas feministas, la llegada de los militares a las calles, la represión policial, y luego de nuevo fotos de los caceroleos, gente de la tercera edad marchando con pancartas, barricadas y encapuchados”, relata.
“Hay diferentes miradas, unas más de prensa, documental; y otras más autorales, pero creo que todos quienes participamos de la muestra y somos parte de los colectivos tenemos una mirada crítica de la fotografía y la utilizamos como un arma contrainformativa”, plantea Alfonso González, de Migrar Photo.
Quizás esa mirada más autoral de la muestra provenga del colectivo Granada, representado por Verónica Garay, quien exhibe la imagen de una joven encapuchada con su torso desnudo y el puño en alto.
Formado en 2017 durante el Festival de Fotografía de Valparaíso, las tres integrantes de Granada se unieron bajo el deseo de retratar a mujeres que se sintieran de una u otra forma parte de una disidencia. Así nació “Venus”, un proyecto que se convirtió en libro y que instaló la perspectiva de género como motor creativo del grupo.
“Hay una mirada más íntima de retratar la revuelta y sobre todo las marchas feministas. También nos interesa visibilizar el trabajo de otres compañeres e involucrarnos con personas que estén interesadas en aprender la fotografía como herramienta de expresión a todo nivel, por eso hacemos talleres de autorretratos para mujeres y disidencias”, cuenta la fotógrafa.
Con la llegada de la pandemia a Chile y el decreto de la primera cuarentena obligatoria, el movimiento social se silenció y la actividad fotográfica inevitablemente también entró en receso. Para los y las fotógrafas, este periodo en términos laborales no ha sido fácil. Los escasos medios de comunicación impresos que quedan compran cada vez menos fotos y las agencias sobreviven a costa de ofrecer sus servicios a prensa extranjera.
“Con Migrar desarmamos nuestra oficina, aunque seguimos activos y comunicándonos, intentando vender nuestro trabajo y mover nuestros talleres y charlas, hicimos incluso un festival virtual en confinamiento que se llamó ‘Luz de ventana’, pero no es fácil. Yo estoy ahora con pegas de chofer y bodeguero porque la foto no da”, dice Alfonso González. “Creo, eso sí, que la olla sigue hirviendo. Siento que todavía nada está dicho, que la lucha no ha parado y no va a parar, y creo que las calles se van a llenar de nuevo. A pesar del proceso constituyente, el descontento se ha mantenido. Nadie ha sido juzgado, la impunidad es patente y frente a esas injusticias ni la gente ni menos los fotógrafos vamos a bajar los brazos”, concluye.