«¿Se puede habitar al límite del lenguaje? Estas cuestiones se plantean mucho a nivel académico y no lo suficiente en instancias casuales. Pienso que la posibilidad de poder tensionar categorías o incursionar en los límites de la identidad nos abre la oportunidad de pensar en modos alternativos de vida», escribe Renato Bastías, estudiante de Teoría e Historia del Arte de la U. de Chile.
Por Renato Bastías
Tras un largo cuestionamiento acerca del rol de las redes sociales en mi vida, me he encontrado con un sinfín de preguntas que, curiosamente, se asemejan a las que me hacía cuando recién empecé a usarlas. Cuestiones de identidad que pensaba haber dejado atrás volvieron tan ruidosas como las conocí en el corazón de mi adolescencia.
Me quedé pensando en el contexto en que estas preguntas aparecían. ¿Por qué pienso en mi identidad al abrir Instagram o al borrar mi cuenta de Twitter?
Cuando era adolescente, las primeras sospechas sobre mi identidad surgieron a través de publicaciones de adolescentes trans. Los posteos del tipo «10 señales de que eres un hombre trans», con sus categorizaciones cerradas y tajantes, fueron esenciales. Poder nombrar por primera vez la identidad propia significaba que había otros, en alguna parte, que se sentían como uno y que estos otros eran suficientes para otorgarle un nombre a este sentir común.
Como en mi propia experiencia, para muchas personas internet ha sido el escenario de nuestras inquietudes trans, ya que las redes sociales nos han dado un espacio para ser visibles. Podemos ver a otros, encontrarnos en ellos y luego hacernos ver. Pienso que dentro de estas comunidades virtuales es donde más se ha trabajado el trauma generacional trans y travesti de haber sido históricamente borrados y silenciados. No obstante, a pesar de la merecida importancia de las dinámicas de visibilización, creo que poco se habla de cómo estas se pueden volver en nuestra contra.
El algoritmo me recomienda un video en que una persona trans X le exige a una persona trans Y que no se identifique de cierta manera ya que «no hace sentido» y «por eso nadie nos toma en serio». Se puede desprender mucho de esta interacción, pero la base del argumento de la persona X es que la visibilidad tiene un costo, y ese costo es el de adaptarse a las expectativas que los individuos heterosexuales y cisgénero tienen de nosotros.
Este video es uno de muchos, pero por alguna razón me detuve en él. ¿Estoy dejando que esta supuesta responsabilidad de ser visible afecte el modo en que me identifico? ¿A cuántas personas trans y travestis más les pasa lo mismo?
Hago memoria del ensayo Time is the Thing a Body Moves Through, de T Fleischmann, donde relata su decisión de dejar de inscribir lingüísticamente su género, insistiendo en que esta ausencia guarda en sí un potencial revolucionario. Recuerdo que esa lectura provocó algo en mí: me dejó pensando en el potencial de una vida no-inscrita. Es posible que la tranquilidad que me trajo ese pensamiento me haya llevado a concluir que me estaba nombrando más por otros que por mí mismo.
¿Se puede habitar al límite del lenguaje? Estas cuestiones se plantean mucho a nivel académico y no lo suficiente en instancias casuales. Pienso que la posibilidad de poder tensionar categorías o incursionar en los límites de la identidad nos abre la oportunidad de pensar en modos alternativos de vida. Esa es, tal vez, la puerta de entrada a pensar otros modos de visibilización que no respondan a la manera en que nos mira la hetero-cisnormatividad. Me gusta lo que Fleischmann dice: «Por supuesto, sigo inscrite en esta estructura, no puedo escapar al lenguaje, pero eso no me impedirá rechazarlo de todos modos y creer que un papel en blanco podría transportarme a otro lugar».