Hemos dedicado bastante reflexión a los motivos de la derrota que sufrió la UP en 1973. No ha sido ni será tiempo perdido, pero es también indispensable preguntarse cómo fue que la izquierda triunfó en 1970 y buscar en la respuesta posibles hilos de inspiración para las batallas venideras.
Por Jorge Arrate
Hay muchas razones para conmemorar eventos históricos. En el caso del triunfo de Allende el 4 de setiembre de 1970, hace medio siglo, la principal es que esa victoria fue la culminación de una lucha larga cuyo objetivo explícito era cambiar el signo del poder dominante en la sociedad chilena. La Unidad Popular y su proyecto ha sido el único intento cabal, en más de doscientos años de Chile republicano, por impulsar una transformación igualitaria y radical en el modo como convivimos los chilenos.
Hemos dedicado bastante reflexión a los motivos de la derrota que sufrió la UP en 1973. No ha sido ni será tiempo perdido, pero es también indispensable preguntarse cómo fue que la izquierda triunfó en 1970 y buscar en la respuesta posibles hilos de inspiración para las batallas venideras. Para ello hay que indagar cómo se desarrolló el ciclo anterior hasta que alcanzó la gran victoria de hace cincuenta años. No se trata de buscar un prototipo o de calcar los principales rasgos del movimiento popular de entonces. El pasado no es profecía del futuro. Entonces, a lo que podemos aspirar es a, una vez consideradas las grandes diferencias entre ayer y hoy, encontrar un acicate para innovar, renovar, inventar la mejor forma de luchar hoy, en el siglo XXI.
Desde Recabarren a Allende el movimiento popular (así se le llamaba) engrosó sus filas en un trayecto lleno de avances y retrocesos, de acuerdos y rupturas. En cada lugar que visitaba, Recabarren echaba a andar un partido, el POS, creaba un sindicato, iniciaba la publicación de un periódico e instaba a la creación de una “filarmónica” para desarrollar la cultura y atender a las necesidades de recreación de los obreros y sus familias. Por su parte, los anarco-sindicalistas desarrollaban un poderoso instrumento de lucha: las sociedades de resistencia, cuya arma era la huelga. En el extremo sur, en Punta Arenas y Puerto Natales, emergía una veta socialista autóctona que en 1933 se fundiría en la naciente organización nacional. El movimiento popular creció y se configuró en el desarrollo simultáneo de los partidos de trabajadores, el Partido Comunista y el Partido Socialista, y las corrientes sociales cuyos protagonistas eran los sindicatos y los estudiantes y, más tarde, las organizaciones de arrendatarios y pobladores. Grupos de mujeres levantaron desde comienzos de siglo las primeras banderas feministas.
Un rasgo relevante del movimiento popular fue la generación de una amalgama entre lo político y lo social, en que ambas dimensiones se fundieron en un haz de fuerza en que los partidos ejercían la conducción política. Las cuatro candidaturas presidenciales de Allende fueron momentos de reiteración de una propuesta socialista y de los modos de propiciar su avance. Un segundo atributo significativo, que se consolidó en paralelo al crecimiento del “allendismo”, fue la manera de enfrentar las diferencias en un movimiento que no era uniforme y cuyos integrantes tenían, sobre ciertos tópicos, puntos de vista encontrados.
El movimiento popular chileno, como toda obra humana, tuvo insuficiencias e imperfecciones, pero su potencia residía en estas dos características esenciales: uno, nunca admitió una separación entre la lucha política y la lucha social, que eran una sola y misma tarea. Dos, aprendió duramente a converger sin renunciar a las diferencias legítimas, que se debatían públicamente, y que, en definitiva, no fueron obstáculos, sino factor de enriquecimiento.
En el último medio siglo, el mundo, América Latina y Chile han vivido cambios radicales. Con el desmoronamiento de la experiencia socialista que encabezó en Europa y Asia la Unión Soviética, el retroceso de la socialdemocracia europea y el consiguiente apogeo del mercantilismo neoliberal, el mapa geopolítico, económico y cultural ha cambiado sustancialmente. La riqueza y el ingreso se han concentrado en los países más ricos y, dentro de cada país, rico o pobre, en los sectores de más alto ingreso.
En Chile, el impacto de la derrota de 1973, del retroceso internacional de las ideas socialistas, de la acción exterminadora de la dictadura y su perfil autoritario-comercial y de la interminable transición a la democracia que discriminó a un sector de la izquierda y restó fuerza a las organizaciones sociales, confrontó a los herederos de Allende con nuevos desafíos. En medio siglo no se han repuesto las condiciones que hicieron posible el éxito del movimiento que expresó la Unidad Popular: el mundo político en general y amplios sectores de la izquierda perdieron paulatinamente los lazos que debían amalgamarlo con los movimientos sociales, tanto los históricos como los emergentes, como el movimiento ecologista, el feminismo de masas, el que aglutina las demandas de diversidad sexual o los que representan las aspiraciones de los pueblos originarios. Por otra parte, la izquierda se ha enriquecido con la emergencia de nuevas organizaciones partidistas, pero no ha logrado conciliar sus diferencias. Hasta ahora emprende con timidez tareas convergentes, pero sin profundizar en la elaboración de un proyecto común y de una estrategia para impulsarlo.
El levantamiento popular o “estallido” del 18-O ha abierto un nuevo capítulo en este ciclo que está en curso y pareciera que ha logrado despertar energías dormidas capaces de superar objetivos exigentes. Una vez más, la historia demuestra que sus caminos no son fáciles de predecir. Sin mediar una crisis económica clásica o una crisis política abierta, las ideas de libertad, justicia, igualdad y dignidad abrieron su propio camino, más allá de los cauces tradicionales, como un caudal que hace caso omiso al surco establecido y abre nuevos trayectos, distintos, múltiples, heterogéneos, si bien convergentes en torno a un conjunto de ideales compartidos. El 18-O sumó trabajadores y desocupados, jóvenes sin posibilidad de estudio o trabajo y multitudes de estudiantes universitarios y secundarios, mujeres cansadas del abuso y sometimiento, adultos mayores indignados con la baja consideración social que se les depara, personas afiliadas a muchísimas diversas organizaciones de base, también mujeres y hombres que concurrieron a las protestas en su condición de individuos y movidos por un impulso espontáneo. Al mismo tiempo, mientras el 18-O mostró la indignación ciudadana ante los perfiles, en buena parte ocultos o disimulados, de nuestra convivencia nacional, la pandemia que se desató en marzo pasado los puso en evidencia, como si Chile hubiese decidido montar una exposición de sórdidas inequidades, abusos y privilegios largo tiempo escondidos por un velo erigido a fuerza de la repetición e imposición del credo neoliberal.
La carencia de un vínculo activo y fluido entre las organizaciones políticas y la compleja sociedad y el fraccionamiento del vector de conducción, que han limitado al movimiento popular en los últimos decenios, no apagaron el fuego del descontento popular y la demanda por otro modo de vivir. El vacío se ha llenado con el resplandor de plurales destellos de lucha y creatividad, en que los jóvenes, las mujeres, las nuevas generaciones portadoras de conciencia ecológica y de respeto por nuestros orígenes, emergen como grandes protagonistas.
La historia nos dice que hay muchas maneras de lidiar por una sociedad mejor y que en cada tiempo surge un diseño que nunca es copia del anterior. Estamos presenciando, a cincuenta años del gran triunfo de Allende y de la izquierda en 1970, el desarrollo de un nuevo ciclo impulsado por un nuevo pueblo que tiene la tarea de establecer su derrotero y modos de luchar. Innovación, renovación, creatividad aplicadas a la vida política y social. ¿Cómo será el “movimiento popular” del siglo XXI? ¿Cómo serán los partidos que lo integren? ¿Cuál será su relación con movimientos y organizaciones surgidas de la vida social?
Para debatir y contestar esas cuestiones cruciales, el movimiento popular que encabezó Allende es una referencia indiscutible. La Unidad Popular enarboló un proyecto, nunca separó los ámbitos político y social de la contienda, supo reconocer las diferencias en su interior y potenciar su significado. Es una historia para inspirarse, no para copiar.