Considerada una de las voces más relevantes de la poesía latinoamericana contemporánea, la autora de La bandera de Chile, libro paradigmático de la dictadura, reflexiona sobre la actual crisis social, sus causas y actores; defiende la necesidad de una Constitución plurinacional y evidencia la labor del escritor en estos tiempos convulsos: “Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que funcionan como diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión”, afirma.
Por Victoria Ramírez
La semana pasada, en el frontis de la Biblioteca Nacional se instaló un lienzo que declaraba “La poesía está en la calle”. Esa simple frase que remitía a la creatividad callejera llegó a oídos de la poeta Elvira Hernández, que como muchos, ha visto los muros de Santiago y otras ciudades de Chile llenarse de consignas. “Esa escritura es el derrame de emociones que arrojó la revuelta social”, me dice al reunirnos en la terraza de un café en un día caluroso, caldeado, acorde al ánimo del último mes.
Como una coincidencia curiosa, me muestra un ejemplar de su libro Santiago Waria (1992) en su versión cartonera, que además contiene el poema “Santiago Rabia”, escrito en 2016, en memoria de la escritora chilena Guadalupe Santa Cruz. Allí, cubiertas por papel corrugado, se reúnen múltiples versiones de Santiago, como un poema largo, agónico, una zona de combate. “Tanta cerrazón me digo tanto esmog tanto solvente/ tanta lacrimógena/ no hay donde poner pie”.
Nacida en Lebu en 1951, Elvira Hernández —seudónimo de María Teresa Adriasola— es una de las poetas fundamentales de la poesía latinoamericana contemporánea, con una carrera realizada a pulso y una escritura “hecha en el ocultamiento”, como dice en su ensayo Sobre la incomodidad, parte del libro homónimo lanzado este año por Ediciones UDP, y en elque rescata parte de sus apuntes, entre ellos algunos referidos al descontento del Chile de las últimas décadas. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Jorge Teillier y el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, reconocimientos que además se materializarán en dos libros que pronto serán publicados. Sumado a eso, fue reconocida con el Premio del Círculo de Críticos de Arte de Chile por Pájaros desde mi ventana (2018), título que se suma a una lista que incluye ¡Arre! Halley ¡Arre! (1986), Carta de viaje (1989), El orden de los días (1991), Cuaderno de deportes (2010), Actas Urbe (2013) y la antología Los trabajos y los días (2016), en el que se recopiló gran parte de su trabajo.
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La escritura de Elvira Hernández tiene una relación íntima con la memoria. Piensa sus textos casi íntegramente antes de pasarlos al papel. Y es en ese “casi” donde quedan espacios en blanco, que completa tiempo después, cuando encuentra la pieza que falta para armar el cuadro. Comenzó a escribir en su juventud, mientras estudiaba Filosofía en el Instituto Pedagógico, en pleno gobierno de la Unidad Popular.
A seis semanas de iniciado el estallido social, Elvira Hernández prefiere no hablar de su obra en esta entrevista y prioriza centrarse en la crisis actual. Estará rondando, sin embargo, La bandera de Chile (1981), ese libro paradigmático de la dictadura que circuló mecanografiado en la clandestinidad, que fue publicado por primera vez en Buenos Aires en 1991 y que recién apareció en Chile en 2010 a través de Editorial Cuneta. Su historia carga también con el hecho de que fue escrito tras la detención de la poeta en el Cuartel Borgoño, en 1979. Es un texto contingente, que incluso hoy en las manifestaciones ha tenido su espejo en algunas pancartas: “La bandera de Chile es usada de mordaza/ y por eso seguramente por eso/ nadie dice nada”.
—Yo tenía una escritura secreta que nunca pude compartir en un grupo de discusión literario, porque el país se polarizó de tal manera que, aunque era para mí algo central, la desarrollé en solitario. No había tiempo, vivíamos casi sin dormir, en permanente alerta. En dictadura tampoco pude llegar a tener un período de formación como el que un escritor desea. Una dictadura te crea barreras poderosas que parten por la censura y tiene una incidencia muy fuerte en el lenguaje de un pueblo. Eso fue para mí gravitante. Lo que había escrito lo boté, porque no servía para nada. Entonces fue como empezar a alfabetizarme de nuevo, porque todo había perdido significado. En ese momento, la resistencia de la escritura consistió en no dejar avasallar la conciencia y no perder la memoria.
—Pensando en la censura y la relación con el silencio que existió en dictadura, ¿qué lugar crees que tiene hoy el silencio en una democracia que hemos visto, de alguna forma, quebrada?
Hay que analizar muy finamente nuestro período posdictatorial, donde se habló de la recuperación de la democracia. Una de las causas de que esto explote es porque se llega a la conclusión de que esta recuperación ha sido una formalidad. Ha habido una falta de democratización y eso se sintió, porque hubo mucho encubrimiento. El desarrollo cultural de este período también tiene implicancias importantes: la entrada a un mundo que yo desconozco, que es el virtual y que ha jugado un rol fundamental. Creo que ha sido el hilo del movimiento, de estas manifestaciones de atroz descontento.
—Así como internet ha sido clave para la comunicación entre los manifestantes, se ha visibilizado a aquellos que están en la primera línea, arriesgando su integridad física. ¿Cómo observas la organización que ha existido en estas semanas de movilizaciones tras el 18 de octubre?
No solamente en las manifestaciones, también en las poblaciones. En todos los estallidos sociales los que le ponen el pecho a las balas son siempre los que están dispuestos a dar todo y por lo general no suelen recibir nada. Quien se pone en la primera línea es alguien que está dispuesto a entregar su vida. Pienso que esta es una sociedad que tiene que entrar en diálogo. Lo que ocurrió durante la primera semana no puede seguir ocurriendo durante cinco meses. Estoy en contra de lo que siento es el espíritu de esta época: la desintegración. Si no estuviera relacionada con la palabra quizás estaría pensando en otra cosa, pero como estoy acá y la palabra siempre es dialógica, tomo distancia.
—En tiempos como estos suele hablarse de la responsabilidad del escritor bajo la idea del “sujeto público”. ¿Cuál debiese ser, a tu juicio, la labor de las escritoras y escritores en la actual crisis?
Creo que tenemos que ser más ciudadanos que nadie. Es un gran momento, en el sentido de que tenemos que buscar un lenguaje para todos, porque una Carta Fundamental es eso. La sociedad tiene muchas necesidades, incluso contrapuestas, pero la palabra tiene que hacer evidente que hay ciertos intereses que nos deben pertenecer a todos y otros que son demasiado individuales para que los carguemos.
—¿Crees que el movimiento social que estamos viviendo podría afectar una escritura “política” a futuro?
Creo que es imposible pasar de largo. Para mi generación la escritura es algo que emana de un inconsciente y es oscuro. No se puede gobernar. Al momento de la escritura el inconsciente tiene que hablar y sabe de nuestras barbaries, imposturas, renuncias morales, claudicaciones políticas. Uno racionalmente puede ahogarlo. A veces vemos escrituras que son planas, porque son muy voluntarias. Han querido llevar una tesis. Hoy es importante la escritura de registro, la escritura impresionista, que son diversas codificaciones de lo que está ocurriendo. Sobre todo es esencial reivindicar la libertad de expresión.
—En tu ensayo “Este país” (2009) te refieres al olvido de la identidad indígena en Chile y das cuenta del reclamo de autonomía en Wallmapu. Algo que ha llamado la atención en este estallido es que se han levantado banderas mapuche como símbolo de resistencia. ¿Crees que el proceso que se inicia en abril pudiese dar oportunidad a generar una Constitución plurinacional?
Creo que esta es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza. En cuanto al pueblo mapuche, que ha avanzado muchísimo en organización política y cultural, que habla ya de territorialidad y autonomía, es necesario ir a un diálogo más profundo y hacer, por fin, de Chile un país plurinacional con participación activa mapuche.
“Creo que (una nueva Constitución) es la última oportunidad de reconocer ese fundamento que son los pueblos precolombinos. Esa sabiduría no-occidental puede llegar a salvarnos de la hecatombe de una economía extractiva que significa arrasar la naturaleza”
—En octubre estuviste en el Festival Panza de Oro, Bolivia. Actualmente ese país atraviesa un proceso complejo tras el golpe de Estado al gobierno de Evo Morales. En Colombia actualmente tienen toque de queda. ¿Cómo observas el clima de descontento con los gobiernos latinoamericanos?
Bueno, hemos vivido todo este tiempo bajo el yugo del neoliberalismo. Es un modelo que sencillamente estalló, porque ya no puede seguir sometiendo más a las sociedades. Ayer vi un rayado que me puso la carne de gallina, con pintura roja decía «Cóndor» y me remitió al Plan Cóndor. Bolivia es un pueblo que tiene más experiencia política que el nuestro. Cuando estuve allá un chico me dijo «Has conocido Bolivia antes de». Para ellos no era ninguna sorpresa lo que iba a ocurrir, pero tenían la angustia de ver que nuevamente esa sociedad se les iba a desarmar. Saben lo que significa. Nuestra Latinoamérica está en un momento de mucho hervor y es vital poder encontrar salidas que pongan justicia. Lo único que puede calmar algo es la justicia.