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Maltrato verbal, intervenciones no recomendadas e incluso violencia psicológica son algunas de las experiencias que han vivido muchas mujeres durante el preparto, el parto y el posparto. Hoy, la violencia obstétrica se traduce, entre otras cosas, en la “medicalización y patologización de procesos naturales, un trato deshumanizador, y la negación de la autonomía de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos y su sexualidad”, escribe Marcela Ferrer-Lues, académica, socióloga especialista en salud pública y género. De aquí la importancia y urgencia de la aprobación de la Ley Adriana, que busca proteger a mujeres, personas gestantes, recién nacidos y parejas.
Por Marcela Ferrer-Lues
El momento del parto ha sido históricamente celebrado. Se suma un nuevo integrante a la familia, lo que hace posible la trascendencia que buscamos como seres mortales. Decimos que llega “con la marraqueta bajo el brazo”, aludiendo a la prosperidad que trae consigo. En las sociedades agrarias, significaba otro trabajador que en pocos años aportaría a la economía familiar, más aun si era varón. También decimos que “todo niño es una bendición”, buscando omitir las circunstancias que llevaron a ese nacimiento, especialmente si se trató de un embarazo no deseado o no buscado. A fin de cuentas, todo parto es la celebración de la vida misma, la demostración de que somos capaces de perpetuarnos como sujetos y especie.
Las circunstancias que acompañan a los embarazos y partos no son siempre, sin embargo, eventos afortunados. Algunos embarazos se producen por violencia sexual, tema sobre el cual la sociedad chilena avanzó hace pocos años, al despenalizar la interrupción voluntaria de los embarazos resultantes de una violación. En el caso del parto, en mayo recién pasado la Cámara de Diputados aprobó el proyecto conocido como “Ley Adriana”. Se inspira en el caso de Adriana Palacios, quien con 19 años dio a luz a su hija sin vida en el Hospital de Iquique, en 2017. Durante más de dos semanas, Adriana sintió que necesitaba atención y la solicitó reiteradas veces, sin ser escuchada ni considerada por el personal de salud, que argumentó inexistencia de signos clínicos que justificaran su hospitalización. La joven fue devuelta a su casa en varias ocasiones, en una cadena de actos negligentes que culminaron en una cesárea de emergencia, producida después de intentar sin éxito un parto vaginal.
En lugar de vivir un momento de celebración y alegría, la joven fue objeto de múltiples maltratos, como también de violencia física y psicológica, que le dejaron profundas secuelas. La iniciativa legal inspirada en el caso busca que ninguna mujer pase por lo que ella vivió.
Las circunstancias que derivaron en la muerte de su hija están lejos de ser excepcionales. Los partos, en su gran mayoría, se califican como “exitosos”, pues concluyen con la madre y su hija o hijo en buenas condiciones físicas. Sin embargo, se sabe que durante el parto un número importante de mujeres sufre diversos tipos de maltrato verbal, tales como represión a las expresiones de dolor, amenazas, uso de lenguaje grosero, sarcástico o humillante (“¿no te gustó abrir las piernas?”). Además, existe una amplia utilización de intervenciones no recomendadas, tales como episiotomías sistemáticas, maniobra de Kristeller, cesáreas sin justificación, rotura de la membrana, monitoreo fetal constante, uso de oxitocina sintética para producir y acelerar las contracciones uterinas, tactos vaginales reiterados, entre otras.
El problema radica en que estas intervenciones se aplican de manera rutinaria, sin discriminar su necesidad, y sin el consentimiento libre e informado de las mujeres. Todo esto ocurre principalmente en establecimientos públicos, pero también privados. A punto de convertirse en ley, la “Ley Adriana” será la primera iniciativa en Chile que reconoce oficialmente la violencia obstétrica, fenómeno que existe desde que el parto dejó de ser territorio de parteras y pasó a ser atendido en hospitales por profesionales especializados, lo que comenzó a instalarse con la expansión de la biomedicina en el siglo XIX.
Un reconocimiento necesario, pero tardío
Consolidada en Chile durante el siglo XX, la atención hospitalaria permitió que el parto dejara de ser un evento riesgoso, contribuyendo a disminuir la mortalidad materna e infantil. No obstante, instaló también un conjunto de prácticas que implican la apropiación del cuerpo y de los procesos reproductivos de las mujeres por parte del personal de salud. El resultado ha sido la medicalización y patologización de procesos naturales, un trato deshumanizador, y la negación de la autonomía de las mujeres para decidir sobre sus cuerpos y su sexualidad. Se trata, en definitiva, de un viejo problema presente en todo el mundo, que solo recientemente ha sido reconocido.
Por ejemplo, el 13 de julio de este año el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de las Naciones Unidas publicó una resolución calificando como violencia obstétrica una denuncia presentada en contra del Estado español. Por ello, recomendó a ese Estado indemnizar a la víctima para reparar los daños físicos y psicológicos, y también implementar intervenciones en el sistema de salud y judicial orientadas a respetar la autonomía de las mujeres y su capacidad para tomar decisiones informadas sobre su salud reproductiva. Se trata de la segunda vez que Naciones Unidas advierte al Estado español de un caso de violencia obstétrica, la primera en 2020.
La Ley Adriana se orienta a erradicar la violencia obstétrica mediante acciones en línea con estas recomendaciones. Se trata, a todas luces, de un avance en los derechos de las mujeres y las personas gestantes, como también de la sociedad chilena en su conjunto. Sin embargo, considerando que la violencia obstétrica comprende prácticas de larga data realizadas en todo el mundo, resulta inevitable preguntarse por qué hemos tardado tanto en reconocer e intervenir sobre estas prácticas y por qué, en pleno siglo XXI, continúan realizándose.
Contra el paternalismo médico
Como todo fenómeno social, la violencia obstétrica y su invisibilización se explican por múltiples razones. La maternidad se ha construido por siglos como el ideal de realización de las mujeres, constituyéndose en el mandato que desde pequeñas define sus proyectos de vida. Las mujeres que deciden no ser madres, tan legítimo como decidir serlo, son vistas como mujeres incompletas. Las bondades de la maternidad son enfatizadas, mientras se ocultan todas las dificultades, costos y dolores que conlleva, siendo a lo más asumidas como un sacrificio necesario sobre el cual apenas hablamos.
Solemos decir que la vida cambia con la maternidad, pero no hablamos de lo que significa el parto, de la situación que enfrentaremos y las opciones que tenemos. A fin de cuentas, al final del embarazo el parto será inevitable. Más vale asumir y entregarse, recordando lo que escuchamos tantas veces desde niñas: “parirás a tus hijos con dolor”. Esto afecta a todas las mujeres, pero principalmente a las más pobres, que cuentan con menos educación y recursos para acceder a información de calidad, y con escaso margen para dialogar y acordar con su médico tratante. Terreno fértil para el paternalismo médico, instalado en nuestro sistema de salud desde sus orígenes y reforzado por la hegemonía de la biomedicina, que releva a un segundo plano los aspectos sociales, psicológicos y culturales.
La Ley Adriana vendrá también a reforzar los procesos de autonomía para la toma de decisiones libres e informadas, sumándose a iniciativas como la ley de deberes y derechos de las personas en salud, que poco a poco van permitiendo cambiar subjetividades y prácticas.
Por último, no debiera sorprender que una parte importante de las mujeres que hemos vivido un parto nos estemos enterando desde hace poco que fuimos objeto de distintos grados de violencia obstétrica. Se trata de una de las violencias más naturalizadas, que afortunadamente comenzamos a visibilizar. Informar a las personas sobre sus derechos en atención en salud, especialmente a las más jóvenes, e introducir perspectiva de género y derechos humanos como materia obligatoria de los currículos de las carreras de la salud, son pasos imprescindibles. Con ello, avanzaremos en generar el cambio institucional y cultural para que esta violencia no siga replicándose cotidianamente en nuestro país.
Osvaldo Ulloa: “Uno esperaría que alguno de los millonarios que hay en Chile se la jugaran también por la ciencia”
En enero se convirtió en uno de los primeros humanos en bajar más de 8.000 metros bajo el mar para investigar la fosa de Atacama, un lugar hasta ahora inexplorado y en el que el equipo de la expedición, además de mapear el fondo marino, descubrió nuevas especies y estructuras geológicas. Un hito para la ciencia chilena que no se podría haber logrado sin la coordinación del grupo científico, un empresario extranjero y la ayuda del Ministerio de Ciencia, asegura el oceanógrafo.
Por Cristina Espinoza
El océano profundo es el ecosistema más grande y menos explorado en el planeta Tierra. Por lo complejo de su estudio, se requiere tecnología de última generación y una inversión al nivel de la exploración espacial, la que hasta hoy se ha privilegiado. “Tenemos mejor mapeada la Luna y Marte que el fondo de los océanos”, asegura Osvaldo Ulloa, oceanógrafo, académico de la Universidad de Concepción y director del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO). Lo tiene más que claro. En enero se convirtió en uno de los primeros humanos en bajar los 8.069 metros hasta el fondo de la fosa de Atacama, depresión ubicada frente a las costas del norte de Chile y sur de Perú. Junto a su colega chileno Rubén Escribano, también oceanógrafo, se convirtieron a su vez en los primeros latinoamericanos en descender a tal profundidad.
Los resultados de este hito de la ciencia local y mundial revelarán datos inéditos sobre la fosa con mayor biodiversidad explorada hasta ahora. Lograron mapearla con tan buena resolución, que aparecieron estructuras geológicas que no estaban en las cartas de navegación; observaron una gran densidad de holoturias (pepinos de mar), descubrieron nuevas especies de organismos, y detectaron microorganismos en las paredes rocosas, desconocidos para esta zona.
Para Ulloa, llegar al fondo de la fosa de Atacama fue un viaje que requirió mucho más que las tres horas y media que tardó en tocar fondo el sumergible DSV Limiting Factor, propiedad del explorador estadounidense Victor Vescovo, quien también bajó en esta oportunidad.
¿Cómo se gestó esta travesía?
—Uno de los objetivos que nos planteamos en el IMO fue explorar y estudiar la fosa de Atacama. Tuvimos nuestra primera expedición en 2018, Atacamex, donde logramos llegar con un vehículo no tripulado y obtener muestras de la zona de mayor profundidad. Filmamos, hicimos fotografías y recolectamos muestras que empezamos a analizar. Inmediatamente después, en marzo de 2018, fuimos invitados a participar en una expedición internacional, con investigadores de más de diez países que venían a la fosa de Atacama. Dentro de ellos estaba Alan Jamieson, uno de los especialistas mundiales en fauna de la fosa, que ese año se convirtió en jefe científico de Victor Vescovo, un magnate texano que había decidido construir un submarino y comenzar a bajar, originalmente, a los puntos más profundos de los cinco océanos. Lo hizo entre 2018 y 2019, pero decidió seguir visitando otras fosas. En julio del año pasado estaban trabajando al otro lado del Pacífico y quisieron venir a la fosa de Atacama. Alan Jamieson me dijo: “Victor Vescovo quiere ir y le gustaría colaborar con ustedes en la parte científica”. El 100% de la ciencia quedó a cargo de Chile. El arreglo fue que el permiso para hacer la expedición quedaba en nuestras manos.
Empezamos a buscar los permisos y aquí fue clave el apoyo del Ministerio de Ciencia, porque tuvimos bastantes problemas. Finalmente, el entonces ministro de Ciencia [Andrés Couve] conversó con el comandante en jefe de la Armada, que es por donde pasan estas cosas en última instancia, y la Armada nos apoyó. Esto nos tomó varios meses. La expedición se realizó en enero de 2022. Victor Vescovo trajo todo el equipamiento, tripulantes e ingenieros submarinistas y los puso al servicio de la ciencia chilena, sin más condición que poder bajar a la fosa junto al equipo.
En este caso, se trató de un proyecto particular financiado por un privado, pero sin esa ayuda, ¿se podría hacer este tipo de exploración en Chile?
—En la exploración de la fosa fuimos tremendamente privilegiados. Pero nosotros partimos haciendo la investigación sin saber esto. La exploración y el estudio del océano lo podemos seguir haciendo. Obviamente necesitamos un compromiso mayor, público-privado. Este tipo de investigación es atractiva para gente como Victor Vescovo y uno esperaría que alguno de los millonarios que hay en Chile se la jugaran también por la ciencia. Para dar un ejemplo, cuando bajábamos, una de las cosas que Victor me dijo y que me quedó grabada es “Lo que me ha costado esto, la expedición, el submarino; es lo que se gasta uno de mis colegas en un jet privado”. O sea, no estamos hablando de cifras siderales. Son voluntades, y yo mismo he tenido la suerte de que la investigación que he hecho, en gran parte, ha sido financiada por fundaciones privadas, porque en ningún proyecto individual de nuestro sistema de ciencia, ni siquiera de los centros como el Instituto Milenio, podemos hacer cosas de esta envergadura, a menos que nos asociemos con gente de otros países y tengamos aportes de otras fuentes privadas.
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Fueron casi diez horas de expedición, divididas en tres horas y media de bajada, tres de recorrido y tres de subida en el sumergible para dos personas.
—La preparación principal fue psicológica —cuenta Osvaldo Ulloa—. Uno no puede entrar con miedo. Cuando mandas un lander [un vehículo autónomo no tripulado para exploración] no puedes buscar mucho. Te da una percepción muy distinta, hay una riqueza en términos de paisaje mucho mayor de la que me imaginaba. ¡Colores! Yo pensé que era todo gris y resulta que hay colores maravillosos abajo, azules, anaranjados, rojos. Nos muestra cómo es un ambiente que antes no habíamos tenido la posibilidad de observar. Para mí, el privilegio de haberlo hecho vale todas las trasnochadas y dolores de cabeza.
¿Qué se ve a más de 8.000 metros de profundidad?
—Lo primero que nos llamó la atención fue la gran cantidad de organismos que había. De hecho, Victor Vescovo, que ha bajado otras fosas, dijo que estos organismos están, pero no en la abundancia de acá, y eso nos dice que la fosa de Atacama es particular. Los datos están mostrando que es la fosa más productiva, donde seguramente haya más vida en el planeta. Vimos un tipo de holoturias que posiblemente sean especies nuevas. Yo quería ver comunidades microbianas, porque sabemos que en otros lugares, como las fuentes hidrotermales, existen tapices que viven pegados a la roca, pero no teníamos evidencia de su existencia a 8.000 metros en la fosa. Para nosotros fue una sorpresa saber que existen allá abajo. El problema ahora es saber de qué viven y cómo vamos a estudiarlas. Son tapices localizados en lugares muy particulares de roca, muy difíciles de observar con los métodos tradicionales. Tenemos que ingeniárnoslas para volver, ya sea con este submarino o con robots autónomos.
¿Cuánto lograron recorrer?
—En la horizontal, siete kilómetros durante tres horas de navegación. En la vertical, como 500 metros de paredes rocosas. Nos movimos de 8.069 a 7.500 metros. Durante nuestras inmersiones solo podíamos observar directamente. El submarino llevaba cámaras de alta resolución y serán horas y horas analizando qué organismos aparecen. La ventaja que tuvimos es que además del sumergible, se llevaron tres lander y los usamos para obtener muestras de ADN ambiental, que es una de las cosas que nos interesan para poder complementar lo que se obtiene mediante imágenes. También pusimos trampas con carnada para poder captar nuevas especies.
¿Hay descubrimientos de los que ya se pueda hablar?
—La ciencia toma tiempo. Imagina que hicimos la expedición en 2018 y recién el año pasado salió la publicación de que el anfípodo gigante (pulga de mar) que encontramos era una especie nueva. Creo que lo más relevante es resaltar el hecho de que la cantidad de vida que hay en la fosa de Atacama es mucho mayor de lo que sospechábamos, corrobora que es un oasis de biodiversidad. Lo más probable es que descubramos muchas cosas nuevas con nuestros datos. Para mí, ya es un descubrimiento la existencia de comunidades microbianas que viven a más de 8.000 metros. Hoy tenemos un mapa de altísima resolución que muestra que hay estructuras geológicas que no sabíamos que existían. Hay que estudiarlas y, sobre todo, entender por qué están ahí. Eso va a ser un aporte.
¿Lograron cumplir con los objetivos científicos que se habían propuesto?
—Logramos un 70%, porque una de las cosas que queríamos hacer era capturar peces abajo y no lo logramos. Creemos que una de las razones es porque usamos las trampas de los lander que ellos habían diseñado y vamos a tener que rediseñarlas. Queríamos también mapear mucho más. La idea era mapear desde Valparaíso hasta Antofagasta, pasando por Taltal, pero al principio falló el sonar. Se perdió una inmersión que estaba planificada y que nos hubiera dado más datos. Pero normalmente las expediciones son así, uno va con un plan bien ambicioso y por distintas razones no se lleva a cabo. Pero quedamos contentos, trajimos material y obviamente la experiencia.
Poder hacer esta exploración es un ejemplo claro de la madurez que ha alcanzado nuestro sistema de ciencia. Sin el Ministerio [de Ciencia] no sé si esto se hubiese logrado. Hubo muchas trabas, y afortunadamente el sistema nos apoyó y funcionó. Eso demuestra que es la institucionalidad la que debe acompañar el desarrollo científico del país. Podemos tener muchos fondos, pero si no tenemos estos otros componentes, estas cosas fracasan. Hemos avanzado con el establecimiento de estos centros, que han sido superimportantes para hacer investigación asociativa, pero tenemos que dar otro salto, ser estratégicos y definir cómo lo hacemos, porque va a tener que ser una combinación de universidades, del Estado y ojalá de privados. Eso sigue siendo lo que nos falta.
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Hasta ahora, solo el 20% de los océanos del planeta está mapeado en alta resolución, y en Chile, en particular, queda muchísimo por hacer; frente a nuestras costas hay varias regiones que aún no están mapeadas en alta resolución, explica Ulloa. Pero eso debería comenzar a cambiar, ya que gracias a un Fondo de Equipamiento Científico y Tecnológico (Fondequip) de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) se podrá instalar el “Sistema integrado de observación del océano profundo para la investigación en geociencias”, que tendrá sensores oceanográficos y geodésicos anclados al fondo para medir la deformación del piso oceánico producida por el choque de dos placas.
—Existen en Chile, en tierra, pero no en el fondo marino. Este va a ser el experimento más grande que la comunidad oceanográfica nacional va a intentar hacer — cuenta el oceanógrafo.
¿Cuál es el plan?
—Pensamos instalar la primera parte el segundo semestre de 2022 y la segunda en enero próximo. No tenemos buque, solo tenemos los equipamientos, pero habrá que pagar o postular a un fondo. En otros países, si haces una expedición, aseguras el buque dos años antes. Acá te dan el resultado [del fondo] dentro del mismo año. Por eso, cuando partimos teníamos una tarea gigante: cómo metemos la ciencia del océano en una institucionalidad para que funcione a otra escala. Los astrónomos ya lo hicieron: están coordinados, tienen proyectos, trabajan en conjunto. A nosotros todavía nos queda un largo camino, pero creo que este tipo de expediciones con impacto mediático puede ayudar a rediseñar nuestro sistema y la institucionalidad.
¿Para qué nos serviría tener una institucionalidad para la oceanografía?
—Gran parte de lo que somos como país en términos climáticos y geográficos se lo debemos al océano. Estamos frente al océano más grande del mundo y además somos un país que tiene acceso directo a la Antártica, entonces no entender el rol que cumple el océano en la nación y en el futuro lo único que hace es retrasar nuestro desarrollo. Nos queda mucho por hacer desde el Estado. Espero que sigamos avanzando con el Ministerio de Ciencia. Se avanzó bastante con los tres años del ministro Couve y, por primera vez, la ciencia estará en el Consejo de Ministros para el Desarrollo de la Política Oceánica y eso es un tremendo avance. Pero ahora hay que trabajar en los programas, en una nueva institucionalidad. Tenemos que ver cómo hacemos para enfrentar la oceanografía de manera más seria. Con los centros ya tocamos techo, se requiere otro esquema y hay que discutirlo. Debe existir la voluntad primero, tomar la decisión como país de que es un área estratégica. Todavía estamos en eso y espero que esta expedición y lo mediática que ha sido ayude a demostrar que sí somos capaces de lograr cosas.
Estructuras de datos compactas: comprime (bien) y vencerás
Datos tan importantes como los biológicos o los astronómicos crecen a una velocidad superior a la velocidad con que crece nuestra capacidad para almacenarlos y utilizarlos. Desarrollar formas más eficientes de almacenamiento y procesamiento de datos puede redundar en un menor uso de hardware, energía y ancho de banda, en la mejora de aplicaciones bioinformáticas como las necesarias para las terapias genéticas o el desarrollo de vacunas y medicamentos, e incluso favorecer saltos científicos impensables, como el que dio la inteligencia artificial. Es la contribución que pueden hacer las estructuras de datos compactas desde las ciencias de la computación.
Por Gonzalo Navarro
Nuestra siempre creciente capacidad para recoger y explotar todo tipo de datos a nuestro alrededor está dando forma a una nueva sociedad que era impensable hace unas pocas décadas y cuyo funcionamiento es ya imposible sin el manejo masivo de estos datos. Desde las ciudades inteligentes hasta la ciencia basada en datos, desde la predicción del clima hasta la inteligencia artificial, desde las sociedades digitales hasta la robótica, nuestro presente y futuro está cruzado por realidades y promesas alrededor de una capacidad extraordinaria para obtener, almacenar, procesar y utilizar datos a una escala nunca vista antes.
Estas grandes promesas traen también grandes desafíos en muchos frentes, y particularmente en el de la ciencia de la computación, la disciplina por excelencia llamada a ofrecer soluciones a los enormes problemas de eficiencia y escalabilidad que surgen y surgirán con cada vez mayor relevancia. Un par de datos para ilustrar. El primero es que hace tiempo ya que la velocidad a la que crecen los datos biológicos y astronómicos disponibles en el mundo han sobrepasado la Ley de Moore, que predice la velocidad a la que crecen nuestras capacidades de almacenamiento y procesamiento computacional. Es solo cuestión de tiempo que no podamos con ellos. El segundo es que el gran salto en la inteligencia artificial, que nació a mediados del siglo pasado y que hasta hace una década o dos se consideraba un sueño frustrado, se debe en gran parte simplemente a nuestro aumento en la capacidad de procesar más datos y a mayor velocidad. El solo hecho de mejorar la eficiencia convirtió un imposible en una realidad cuyas consecuencias recién empezamos a intuir.
Mi principal área de interés, en el Departamento de Ciencias de la Computación de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, es el área llamada Estructuras de Datos Compactas. Ésta tiene que ver con un enfoque al problema de cómo procesar eficientemente datos muy masivos en forma comprimida, y se combina sinérgicamente con otros enfoques (procesamiento distribuido, paralelo, etc.). Partamos del hecho de que una cosa es el volumen de los datos y otra distinta la cantidad de información que realmente contienen. Los datos se suelen representar en una forma sencilla que permite su fácil utilización, pero eso hace que ocupen un volumen que puede ser muy superior al necesario. La compresión consiste en hallar una representación que ocupe un espacio cercano a la información que realmente tienen estos datos. La teoría de la información estudia cuánta información contienen los datos y, por lo tanto, cuánto y cómo se pueden comprimir.
Sin embargo, la compresión misma no es una respuesta a los problemas planteados, porque tradicionalmente estos datos deben ser descomprimidos nuevamente antes de poder hacer algo útil con ellos. Peor aún, en muchos casos ni siquiera con los datos descomprimidos es factible realizar operaciones complejas en forma eficiente. Es necesario crear estructuras de datos sobre ellos, que son representaciones redundantes —a veces, altamente— para agilizar su acceso y manipulación.
Las estructuras de datos compactas buscan obtener lo mejor de estos mundos. Buscan representar los datos más las estructuras de datos que se requieran para su procesamiento eficiente, en un espacio cercano a la cantidad de información que éstos contienen, es decir, cercano a lo que podrían llegar a comprimirse. Así, los datos se usan directamente en su forma comprimida, sin descomprimirse en ningún momento. Mientras con las representaciones clásicas podemos tener que agregar nuevas estructuras de datos para cada nuevo requerimiento de funcionalidad, aumentando así el espacio requerido, una estructura compacta bien diseñada puede ofrecer una funcionalidad muy amplia sobrepasando apenas el espacio que ocupan los datos comprimidos.
Las estructuras compactas permiten no solo reducir espacio, sino que procesar los datos en memorias menores y más rápidas (por ejemplo, en memoria principal en vez del disco), usar menos hardware y energía (por ejemplo, en data centers que distribuyen los datos en las memorias de muchos computadores interconectados) y usar menos ancho de banda para transferir datos y procesar mayores volúmenes (por ejemplo, en dispositivos móviles). Existe incluso una línea llamada computación comprimida, en la que el tipo de compresión usada ayuda a realizar cómputos más rápidamente que sobre los datos originales. Ésta es un área que tiene solo un par de décadas de vida, pero que ha obtenido ya importantes resultados. Me referiré a dos ejemplos de mi investigación reciente.
En el Centro de Biotecnología y Bioingeniería (CeBiB) nos hemos centrado en estructuras de datos para colecciones genómicas de una misma especie, las cuales son altamente repetitivas porque dos genomas de la colección difieren solo en un pequeño porcentaje. Almacenar estas colecciones es muy desafiante porque están creciendo rápidamente. Por ejemplo, en 2018 se completó en el Reino Unido el proyecto de secuenciar 100.000 genomas humanos, lo que suma unos 3 x 1014 pares de bases, o 300 terabytes almacenados en forma simple. Este es un caso en que una compresión adecuada permite reducir el espacio en un factor de hasta 100. Este tipo de repetitividad ocurre en otros escenarios, como software o documentos versionados (como GitHub o Wikipedia), pero es en las aplicaciones bioinformáticas donde se requieren los procesamientos más complejos de estas secuencias, con objetivos como terapias genéticas o diseño de vacunas y medicamentos. En 2020 publicamos un artículo en el Journal of the ACM, la principal revista de computación, donde describimos una nueva estructura de datos que puede realizar búsquedas complejas sobre colecciones genómicas en forma muy eficiente y usando muy poco espacio, gracias a explotar determinadas características que ofrece este tipo de colecciones repetitivas. La estructura fue recibida con interés en el mundo bioinformático también. Estamos desde entonces trabajando en integrar esta estructura a un software bioinformático de uso amplio con los creadores del conocido software de alineamiento de secuencias BowTie, pues solo herramientas de este tipo permitirán el manejo de los grandes volúmenes genómicos que enfrentamos a futuro.
En el Instituto Milenio Fundamentos de los Datos (IMFD) tomamos el problema de implementar bases de datos de grafos eficientemente. Este tipo de bases de datos permiten representar información en forma de objetos y de relaciones entre objetos, agregando atributos tanto a los objetos como a las relaciones mismas, a modo de luego poder inferir nueva información mediante encontrar patrones de conectividad y caminos dentro de estos grafos. Es un modelo que, si bien es antiguo, ha ganado mucha popularidad recientemente con el surgimiento de repositorios de información menos estructurados y con el mayor poder de cómputo que hay disponible para procesar esa información. Es el formato de Wikidata, la base de datos que provee información estructurada a Wikipedia, y un componente cada vez más frecuente en los sistemas de información modernos. Un gran desafío es que los patrones que deben encontrarse para inferir nueva información son complejos, y se necesitan algoritmos sofisticados para encontrarlos eficientemente. Para funcionar, estos algoritmos necesitan muchas estructuras de datos altamente redundantes sobre los datos, lo que multiplica varias veces el espacio que requieren estos grafos, ya voluminosos de por sí. Esto hacía que los algoritmos más eficientes fueran inaplicables en la práctica. En 2020 y 2021 publicamos dos artículos en las prestigiosas conferencias ICDT y SIGMOD donde demostramos que esta redundancia no es necesaria. Es posible implementar los mejores algoritmos para inferir información de los grafos en un espacio cercano al de su representación comprimida, lo que abre la puerta a manejar eficientemente volúmenes mucho mayores de información. Seguimos trabajando en enfrentar problemas de búsqueda más complejos que los ya abordados, y en poder implementar en el IMFD un servidor que permita desde todo el mundo realizar consultas complejas en una copia completa de Wikidata, pues las soluciones actuales ya no están dando abasto.
La ciencia de la computación abarca un amplio espectro, que va desde investigación muy teórica, cercana a las matemáticas, a otra muy práctica, cercana a la ingeniería. Siempre me ha atraído el área de algoritmos y estructuras de datos, que permite transitar entre ambos extremos: diseñar soluciones a problemas desafiantes que tienen valor teórico y cuyo desempeño se puede demostrar formalmente, pero que también tienen valor práctico, pueden implementarse y convertirse en sistemas que tienen un valor para la sociedad.
Hacia un desarrollo regenerativo
“Se necesitan cambios políticos y económicos en distintas escalas, que van desde las comunidades hasta la sociedad mundial. Los beneficios no serán directos ni inmediatos, por lo que la capacidad de gobernarnos con una mirada de largo plazo y con una perspectiva solidaria es fundamental […]
Seguir leyendoHecho en Chile: Vacunas con sello local
Cuenta la historia que Chile alguna vez produjo sus propias vacunas. Que personajes como José Miguel Carrera y José Manuel Balmaceda estuvieron involucrados en promover tanto campañas para inocular a la población como una institucionalidad vacunal en Chile, la que se abandonó tras la dictadura. Sin embargo, después de 20 años, esta historia contará con un nuevo capítulo, esta vez protagonizado por la Universidad de Chile y su nuevo Centro de Biotecnología y Producción de Vacunas.
Por Sofía Brinck
Corría noviembre de 1878 cuando un telegrama viajaba de forma urgente desde San Felipe a Santiago. “La viruela cunde. Principia a desarrollarse fuera de Salamanca. La vacuna que se tiene es malísima, no produce efecto. Pido a la sociedad respectiva buen fluido”. La situación era delicada y las preocupaciones del señor Tomás Echeverría, remitente de la misiva, tenían sustento. Con una altísima tasa de contagio y mortalidad, la viruela era uno de los principales problemas de salud pública de la época. Controlar los brotes era una tarea gigantesca, y tal como lo evidencia el telegrama, contar con una vacuna no era suficiente.
Para ese entonces, las vacunas eran conocidas en Chile y en la región, precisamente debido a la viruela. La primera vacuna de Sudamérica, extraída de vacas que sufrían viruela animal y transportada en personas inyectadas con el suero, había llegado por barco a Montevideo en 1805 y de ahí fue distribuida a Argentina, Chile y Perú. Tres años más tarde, se fundaba en Chile la Junta Central de la Vacuna, en Santiago, encargada de coordinar las juntas departamentales que ofrecían un servicio gratuito de inoculación. El tema era de tal importancia que entró en la agenda de gobierno de José Miguel Carrera, quien lideró una de las campañas de inmunización en el período de la Patria Vieja, en 1812. Sin embargo, el proceso fue difícil. Gran parte de la población rechazaba las vacunas, ya que se creía que causaban viruela en personas sanas en lugar de prevenirla.
La Junta fue modificada varias veces en décadas posteriores, procesos en los que estuvieron involucrados Diego Portales, en 1830, y Domingo Santa María, en 1883. Cuatro años después, en el gobierno de José Manuel Balmaceda, Chile inauguraba el Instituto de Vacuna Animal Julio Besnard (IVA-JB), que tuvo como primera misión producir la vacuna antirrábica para uso animal y el suero antivariólico.
Para Cecilia Ibarra, una de las coautoras del estudio e investigadora del Centro de Ciencias del Clima y la Resiliencia (CR)2 de la Universidad de Chile, la producción nacional de vacunas fue parte de una política de Estado que incentivó el intercambio internacional de conocimientos en ciencia y tecnología, estimuló la formación de científicos e incluso fue especialmente importante en contextos de emergencias naturales. “Chile ha tenido experiencias de desastres como terremotos y aluviones, donde contar con un stock por razones de seguridad ha salvado vidas”, recuerda Ibarra. “El stock de sueros se usó completo tras el terremoto de 1939, debiendo recurrir a la ayuda de Argentina, que envió suero antigangrenoso. Esto fue repuesto con una devolución en suero antidiftérico producido por el Instituto Bacteriológico”.
La larga historia de avances tecnológicos y médicos en vacunas llegaría a su fin con el retorno a la democracia. A partir de 1970, se dejaron de introducir nuevas vacunas al stock nacional y, más tarde, la Constitución de 1980 relegaría al Estado a un rol subsidiario que, según la investigación de Ibarra y Parada, provocó “un desplome en la fabricación estatal de medicamentos”. Se siguieron fabricando vacunas, pero no hubo inversión en tecnologías, equipamiento e innovación, lo que condenó la producción casi a la obsolescencia. El área de producción del ISP fue cerrada en 2002, aunque quedó stock que se siguió envasando hasta 2004. Así, un año más tarde, se terminaría la larga historia de avances científicos y desarrollo tecnológico que había comenzado casi dos siglos atrás.
A juicio de Flavio Salazar, vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile y director alterno del Instituto Milenio de Inmunología, los gobiernos de la época dejaron morir al sistema de producción de vacunas. En el programa radial Palabra Pública, el profesor aseguró que “la decisión de contar con una renovación y modernizar todo el sistema se debería haber tomado antes. Se pensó que ese era un tema que podían resolver los laboratorios internacionales y que Chile no era competitivo, con una visión absolutamente de mercado que hoy estamos pagando”.
Una demanda astronómica
Desde la década del 2000, el stock de vacunas en Chile se ha basado en importaciones de laboratorios extranjeros. Una historia que podría haber continuado sin demasiados sobresaltos si no hubiese sido por la pandemia del SARS-Cov-2 a fines de 2019 y el posterior desarrollo de vacunas como principal tratamiento preventivo.
El acceso y distribución de las vacunas ha sido uno de los principales desafíos a nivel mundial en la lucha contra el virus. Los países de mayores recursos han acaparado grandes cantidades, lo que se ha traducido en una desigualdad abismal en las tasas de inoculación: 79% de las vacunas han sido usadas en países de ingresos altos y medio-altos, mientras que solo un 0.5% de las dosis ha llegado a naciones de menores ingresos, de acuerdo a cifras de la Universidad de Oxford.
Para el Dr. Olivier Wouters, académico de la Escuela de Política Sanitaria de la London School of Economics and Political Science, el principal problema es cómo ampliar la producción de vacunas para poder satisfacer la constante demanda internacional. Una solución, dice, sería incentivar la producción nacional de vacunas en países que hasta ahora no contaban con industria propia. “Probablemente es muy tarde para esta pandemia, pero va a haber nuevas pandemias en el futuro”, reflexiona. “Y deberíamos tomar cartas en el asunto antes de que eso pase, o incluso si descubrimos que el covid-19 es algo que llegó para quedarse y que tenemos que vivir con el virus”.
En este contexto, diversos países que hasta ahora habían dependido de importaciones han decidido ingresar a la producción de vacunas, ya sea de manera independiente o de la mano de empresas extranjeras. Argentina, por ejemplo, produce en sus laboratorios el principio activo de la vacuna Oxford-AstraZeneca, el que luego es enviado a México para ser envasado y distribuido como vacuna. A esto se suma el anuncio, en febrero de este año, del laboratorio privado argentino Richmond, que firmó un acuerdo con el Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF) para producir en el país la vacuna Sputnik V.
Sin embargo, Wouters también llama a la cautela. “Esto es especulación, pero no parece económicamente eficiente tener a 190 países produciendo vacunas. Los precios podrían subir, ya que las producciones en lugares como Chile pueden resultar más caras que las importaciones. También hay que tener en cuenta que la situación actual es única. No siempre existe una demanda constante y urgente de vacunas a nivel mundial”, advierte. Una opción por explorar, a su juicio, sería desarrollar instancias de cooperación internacional a través de organismos multilaterales que permitan aunar esfuerzos de países que tal vez individualmente no lograrían desarrollar sistemas de producción propios.
Nuevas vacunas para Chile
A pesar de que la pandemia ha sido el escenario perfecto para ejemplificar la necesidad de contar con una producción nacional de vacunas, los intentos por retomar esta tradición en Chile datan de antes de la llegada del covid-19. Según Flavio Salazar, cerca de 2015 se le presentó a la Corfo un proyecto para recuperar la capacidad de producción de vacunas, que tenía por sede tentativa los terrenos de la Universidad de Chile en Laguna Carén. Si bien la idea no prosperó en su momento, seis años más tarde ya está en camino a convertirse en realidad.
El 9 de septiembre, la universidad, en alianza con la farmacéutica italiana ReiThera, anunció la construcción del Centro de Biotecnología y Producción de Vacunas en el Parque Carén, hito que culmina con años de esfuerzo, negociaciones y estudios. Este nuevo espacio tendrá una superficie de 7 mil metros cuadrados y constará de una planta multipropósito con capacidad para producir 100 millones de dosis anuales de hasta cinco productos biofarmacéuticos distintos. El primero será una vacuna contra el covid-19 elaborada con la fórmula de ReiThera, que se encuentra en Fase II de investigación en Europa y que ha demostrado una respuesta inmune en el 99% de las personas inoculadas.
“La primera meta será satisfacer la demanda por vacunas de covid-19 a nivel nacional e incluso regional, pero el proyecto no se agota ahí: el plan también implica, a más largo plazo, dar la posibilidad a otras universidades del país de escalar sus investigaciones a fases clínicas, que es el paso donde la mayor parte de los proyectos se estancan por no existir infraestructura adecuada para continuar con los experimentos. Queremos convertirnos en un apoyo para las instituciones de educación superior, donde puedan encontrar el espacio y herramientas para hacer lotes clínicos y producción industrial de sus investigaciones”, explica el rector de la Universidad de Chile, Ennio Vivaldi.
Para poder ofrecer ese apoyo a otras universidades es necesario desarrollar conocimientos y tecnologías que Chile no tiene en estos momentos, los mismos que se perdieron tras el cierre de la producción de vacunas en el ISP. Y esa es otra de las piedras angulares de la iniciativa, ya que la U. de Chile no será solo un centro de distribución o venta de los productos, sino que se espera una completa colaboración con la farmacéutica italiana en todas las etapas del proceso, desde el desarrollo de ideas hasta la producción.
La alianza con ReiThera marca una diferencia con la institucionalidad original de producción de vacunas en Chile, ya que el proyecto se erige sobre una alianza público-privada —el laboratorio italiano era una compañía privada, pero durante la pandemia el Estado italiano compró un 27% de sus acciones—. Para el rector Vivaldi, esto representa un nuevo modelo de funcionamiento para la ciencia en Chile, “donde tanto el Estado como la empresa invertirán en una infraestructura que impulsará el desarrollo del país, contando a la vez con el apoyo de asociados internacionales que permitan hacer transferencia de conocimientos”, explica. Precisamente, para poder afianzar las relaciones con los nuevos socios, a fines de septiembre una comitiva de académicos acompañó al rector a Italia para conocer la planta productora de vacunas con sede en Roma, cuya estructura es similar a la que tendrá el centro de la Universidad de Chile.
Sin embargo, esta no ha sido la única iniciativa anunciada en Chile. En agosto, el laboratorio chino Sinovac, en alianza con la Pontificia Universidad Católica (PUC) y la Universidad de Antofagasta, anunció que instalará una planta de manufactura de vacunas en Santiago y un centro de I+D en Antofagasta. La diferencia con el proyecto de la Casa de Bello es que en la planta de Sinovac se llenarán y terminarán las vacunas; el resto del proceso se continuará realizando en otros países. Para Salazar, la iniciativa de Sinovac no es contradictoria con la de la U. Chile, pero no es suficiente. “En el fondo, esto igual nos va a hacer depender internacionalmente de otros. Pero sí nos ayuda, nos pone en el mapa, fomenta la investigación y el desarrollo. Nuestro proyecto, que también incluye a la PUC y a otras instituciones, va más profundo, va a intentar recuperar las capacidades del país en el diseño y producción; en todo el espectro que se necesita para generar vacunas”, declaró en el programa Palabra Pública.
Aparte de los avances tecnológicos y las posibilidades científicas que este hito representa, para Cecilia Ibarra hay un tema de fondo que tiene que ver con la responsabilidad estatal en temas de salud pública. “El Estado tiene un rol en la seguridad de la población y en mantener una soberanía sanitaria. Es un asunto estratégico: nuestro país depende totalmente de las importaciones de medicamentos, lo que a su vez depende de la disponibilidad del mercado. Esta situación no solo va en desmedro de la seguridad de la población, sino que limita las posibilidades de desarrollar estrategias de atención en situaciones críticas y en problemas de salud pública”, advierte.
El rector Vivaldi tiene la misma opinión, razón por la que ha impulsado con fuerza el proyecto en Laguna Carén y se ha opuesto a las voces críticas a la inversión científica, las que apuntan a que Chile debería financiar solo las áreas que ya ha desarrollado, como la minería y el sector agropecuario. “Lo que nosotros queremos demostrar desde nuestra universidad es que resulta fundamental impulsar la investigación científica. A pesar de que, por esta vez, resultaron bien las gestiones para obtener vacunas —un mérito del gobierno—, es excesivamente arriesgado dar por descontado que será siempre así”, afirma. “La gran lección que esta pandemia nos deja es que debemos realzar el sistema público de salud, de la atención primaria estructurada, de la investigación científica y del desarrollo tecnológico Nos parece clave que los chilenos entendamos que cuando hay emergencias, el mercado se copa, por lo que debemos tener capacidades flexibles que nos permitan reaccionar con rapidez. Eso, no hay dinero con qué pagarlo”.
Casi dos décadas después del cese de funciones de los laboratorios de vacunas del ISP, Chile se apronta a retomar la producción e investigación interrumpidas. Se estima que el nuevo centro podría estar operativo nueve meses después de conseguir los permisos correspondientes de parte de las autoridades, comenzando así un nuevo capítulo en esta larga historia que comenzó en el siglo XIX.
Tecnología de frontera en Chile
Tras su regreso de Italia, Ennio Vivaldi dio más detalles sobre el proyecto del Centro de Biotecnología y Producción de Vacunas: “(Esta iniciativa) instalará a nuestro país en una condición distinta frente a amenazas como la del covid-19 y otras que pueden venir; además de otorgarle un carácter de interlocutor a nivel mundial, ubicándolo en las cadenas globales de producción. Al mismo tiempo, se trata de una industria avanzada que no solo genera más empleo y diversidad, sino que crea trabajos de alta calidad y desarrolla una tecnología de frontera. Queremos crear una infraestructura de investigación y producción en el área de biotecnología, que será clave no solo en temas de vacunas, sino en muchas nuevas herramientas terapéuticas, pues la farmacoterapia del futuro utilizará progresivamente más fármacos de origen biológico que químico. Este proyecto mira al futuro convocando a las otras universidades, a las otras entidades estatales, a la empresa chilena y a organismos y empresas extranjeras. Para nosotros es también un ejemplo insuperable de lo que queremos que sea nuestro Parque Carén.
Al mismo tiempo, Vivaldi sostiene que el proyecto también abre una discusión largamente postergada en el país: “En este tema hay una dicotomía de base: ¿debe un país como Chile invertir sustantivamente en desarrollar su ciencia y tecnología? En cualquier caso, me alegro que esta cuestión aparezca por primera vez en forma abierta, explícita. Esto permite aquel debate que se elude cuando se dice que hay otras prioridades, pero que apenas podamos invertiremos en ciencia y tecnología. Desde luego, el razonamiento es muy primario y se basa en una mala entendida división del trabajo. Lo que nosotros queremos demostrar desde nuestra universidad es que resulta fundamental impulsar la investigación científica”.
Crisis climática: Una contienda desigual
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático es “un código rojo para la humanidad”, en palabras de António Guterres, secretario general de la ONU. Según el estudio, si no se hacen cambios drásticos e inmediatos, la vida en el planeta se verá afectada de forma radical: sequías feroces, megaincendios, escasez de agua potable, olas de calor y desplazamiento de poblaciones son algunas de las consecuencias.
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En medio de nuevas olas de contagios de covid-19 y la aparición de nuevas variantes, la comunidad internacional vive una carrera a contrarreloj para inmunizar a la mayor cantidad de gente posible. Pero mientras algunos países aún luchan por vacunar a sus poblaciones más vulnerables, otros ya están planificando cómo abrir las fronteras para viajar al exterior. El covid-19 no solo ha puesto en evidencia las profundas desigualdades en el acceso a la salud en el mundo, también ha abierto un nuevo flanco de enfrentamiento por el orden mundial disfrazado bajo negociaciones y donaciones de vacunas. La etiqueta de “hecho en” nunca había tenido tanta importancia como hasta ahora.
Por Sofía Brinck
Cuando Bárbara Barrera (26), directora de Contenidos de la productora BTF Chile, fue a vacunarse junto a su equipo contra el covid-19 a fines de marzo, se encontró en una situación inesperada. La mayoría de sus compañeros había pasado por las manos de las y los enfermeros de turno, cuando una doctora se les acercó a ella y a su jefe, los únicos restantes. Al enterarse de que su trabajo implicaba viajar mucho, les hizo una oferta: “¿No prefieren vacunarse con Pfizer en lugar de Sinovac?”. Pfizer estaba reconocida en Europa y Estados Unidos, y Sinovac no, explicó, por lo que creía que corrían el riesgo de que no los dejaran entrar. “No nos habíamos preocupado por eso, sólo queríamos vacunarnos con lo que hubiese”, explica Bárbara. “Pero viajar es fundamental para nuestro trabajo, tenemos viajes a México y España. Y por miedo a que nos negaran la entrada, le dijimos que queríamos Pfizer. No tengo dudas de que ambas vacunas funcionen, pero Pfizer parecía ofrecer más garantías”. El resto del equipo, en tanto, ya había sido inoculado con la vacuna china, lo que en ese momento, cuando Sinovac no había sido aprobada aún por la Organización Mundial de la Salud (OMS), los dejaba en la extraña situación de que quizás algunos miembros del equipo no pudiesen viajar.
Tal como se ha visto en otros países que ofrecen más de un tipo de inmunización, no fueron criterios médicos los que influyeron en la decisión de Bárbara. En lugares como Estados Unidos, Reino Unido o Hungría, la gente puede elegir con qué vacunarse, mientras que en Chile o Argentina la distribución ha sido al azar, por lo que no existe, en teoría, la opción de elegir. Aun así, hay gente que, por razones de trabajo, médicas o sociales, busca ciertas marcas de vacunas y las garantías que supuestamente conllevan.
Para María José Monsalves, investigadora del programa Movid-19, de la Universidad de Chile y el Colegio Médico, esta preferencia se explica por el caso de países, especialmente en Europa, que utilizaron cierto tipo de vacunas y están priorizando la apertura de sus fronteras para aquellos inmunizadas con ellas, algo que, sin embargo, no tiene que ver con las propiedades médicas de cada una: “Todas tienen diferencias, pero no son significativas. La vacuna más importante, o la mejor vacuna, es la que está disponible a nivel poblacional y eso es lo que tenemos que transmitir”, afirma. Aunque el tema de la elección de vacunas ha ganado importancia en Chile en las últimas semanas, Monsalves cree que es más bien una controversia mediática y estima que no ha influido en la vacunación efectiva. Si bien aún no hay información concreta sobre este fenómeno en el país, los investigadores de Movid-19 ya lo incluyeron en su última encuesta, cuyos resultados se publicarán a fines de junio.
El apartheid de vacunas
Que la preferencia por ciertas vacunas en Chile esté ligada a decisiones de otros países, especialmente los de mayores ingresos, no es casualidad. Tal como pasó en 2020 con las primeras olas de la pandemia, los procesos de vacunación contra el covid-19 han resaltado las desigualdades económicas y políticas en la comunidad internacional. Así, mientras la Unión Europea o Estados Unidos buscan fórmulas que permitan a sus ciudadanos volver a viajar fuera de sus fronteras, otros países como el Congo o Armenia apenas han logrado inmunizar a su personal de salud. De acuerdo con la OMS, los países de bajos y medianos ingresos representan el 47% de la población mundial, pero han recibido solo el 17% de la producción de vacunas. En tanto, los países del G7, que cuentan con el 13% de la población global, han comprado un tercio de las dosis producidas mundialmente.
La desigualdad es tan evidente que ha sido descrita como un “apartheid de vacunas” por el director general de la OMS, el doctor etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus. “La actual crisis revela una desigualdad escandalosa que está perpetuando la pandemia. Más del 75% de las vacunas ha sido administrada en solo 10 países, y no hay forma diplomáticamente correcta de decir esto: el pequeño grupo de países que produce y compra la mayor parte del suministro mundial de vacunas está controlando el destino del resto del mundo”, declaró el pasado 24 de mayo en su discurso de apertura de la Asamblea Mundial de la Salud.
El número de vacunas no es lo único que varía por país, sino también la repartición según fabricante. De acuerdo con el registro Our World in Data de la Universidad de Oxford, hay once vacunas siendo distribuidas internacionalmente en estos momentos. Sin embargo, hasta el cierre de esta edición, la OMS ha dado aprobación de emergencia solo a siete de ellas: Pfizer-BioNTech (alemana-estadounidense), Moderna (EE.UU.), Johnson & Johnson (EE.UU.), Oxford-AstraZeneca (Reino Unido-Suecia), Covishield (patente de AstraZeneca producida en India), Sinopharm (China) y Sinovac (China). Por su parte, Sputnik V (Rusia) está en las fases iniciales del proceso de evaluación.
Los países de mayores ingresos han comprado en su mayoría productos de las farmacéuticas occidentales. Moderna se ha repartido casi exclusivamente en Estados Unidos, Canadá y Europa; Johnson & Johnson en Estados Unidos, Europa y Sudáfrica, donde realizó estudios clínicos. Sinopharm, Sputnik V y Sinovac, por su parte, han sido compradas por países en Latinoamérica, África y parte de Asia. En tanto, Pfizer-BioNTech y AstraZeneca han repartido dosis en más de 100 países cada una por ser la base de la iniciativa internacional COVAX, un acuerdo entre intereses públicos (entre ellos, la OMS) y privados que busca la distribución equitativa de vacunas en el mundo y que ya ha repartido más de 80 millones de dosis. Cualquier vacuna aprobada por la OMS podría participar de COVAX, pero muchas compañías han llegado a acuerdos de venta directos con países, a los que han comprometido su producción.
Esta diferenciación por fabricante y lugar de distribución ha permeado también en cómo son percibidas las vacunas y su efectividad. El investigador Achal Prabhala es coordinador del proyecto internacional AccessIBSA, que busca igualdad de acceso en medicamentos en la India, Brasil y Sudáfrica, y ha seguido de cerca la distribución y el uso de las vacunas a nivel mundial. Según su opinión, se ha construido un discurso que distingue ciertas “vacunas correctas”, las que son usadas por los países occidentales y que tienen ciertos beneficios como viajar, pero que no llegan a los países de medios y bajos ingresos. “La discusión sobre las vacunas está marcada por la presunción de que si es occidental, funciona. Y si no son occidentales, hay una sospecha de que son malas. Desafortunadamente, estas ideas no están basadas en la razón o la ciencia, es una combinación de fuerzas geopolíticas, sesgos personales y prejuicios”, explica Prabhala desde la India.
Diplomacia sanitaria
El pasado 10 de junio, el presidente estadounidense Joe Biden anunció que su país comprará 500 millones de vacunas Pfizer-BioNTech para donarlas a los 92 países de menores ingresos a través de COVAX. “Estados Unidos ha vuelto”, declaró al llegar a su primera cumbre del G7 en el Reino Unido, en clara referencia a la política de America First de su antecesor. Según la Casa Blanca, la donación es sin condiciones y sin esperar nada a cambio, ya que “está en nuestros valores hacer todo lo posible por vacunar al mundo contra el covid-19”.
La arremetida de Biden llega cuando su país respira más tranquilo tras alcanzar un 43% de población inmunizada, pero también tras meses de negociaciones internacionales en la llamada “diplomacia de vacunas” en la que Estados Unidos no había sido un protagonista activo. “La diplomacia busca que un país A se acerque a un país B para estrechar lazos, establecer marcos de influencias o generar algún tipo de estrategia de posicionamiento. En ese sentido, cuando hablamos de diplomacia de vacunas se hace alusión a un mecanismo de ciertos países, ya sean productores de vacunas, organismos internacionales o países que compran y redistribuyan, a través del cual se pueden acercar a otros países, establecer marcos solidarios de relaciones activas o instalar estrategias de entrada o de competencia internacional”, explica Andrés Bórquez, académico del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile.
A diferencia de los países de medios y bajos ingresos, cuya principal preocupación ha sido entrar en la negociación por las inmunizaciones, los países de altos ingresos, varios de ellos productores de vacunas, han optado por dos caminos. Uno podría llamarse un “nacionalismo de vacunas”, es decir, preocuparse de obtener el mayor número de dosis posible para su propio beneficio; mientras que el otro es una estrategia agresiva de cooperación internacional que prioriza las exportaciones sobre las situaciones internas. “Cada país tiene sus propias complicaciones, sus propios intereses, sus propios puzles que resolver. Es un asunto de legitimidad, tanto interna como internacional”, indica Bórquez.
Bajo el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos se mantuvo firme en el nacionalismo, prohibiendo exportaciones de medicamentos, equipamiento y vacunas. Más tarde, Joe Biden también priorizó resolver la catastrófica ola de covid-19 con la que recibió al país antes de entrar en negociaciones internacionales. Sin embargo, en marzo anunció sus primeras donaciones a México y Canadá, y en mayo informó que pondría 80 millones de dosis a disposición internacional, de las cuales 60 millones corresponden a vacunas AstraZeneca que el país no ha usado, ya que no cuentan con autorización estadounidense. La Unión Europea, por otra parte, priorizó la negociación conjunta de vacunas con laboratorios occidentales y se ha enfrentado con varios problemas de suministro. Los contratiempos han sido tales que algunos integrantes de la comunidad europea, como Hungría, han optado por otras vacunas como Sinovac o Sputnik V, que no están aprobadas por la Agencia Europea de Medicamentos.
En tanto, países productores de vacunas como China, India y Rusia han priorizado la diplomacia y han negociado e incluso donado miles de dosis a sus zonas de interés en el Sudeste asiático, África y Latinoamérica. Un ejemplo es la reciente donación de 50 mil dosis de la vacuna Sinovac a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) para distribuir entre las selecciones que participen en la Copa América y las federaciones locales, así como el ofrecimiento de proveer vacunas a bajo precio al Comité Olímpico Internacional para los Juegos de Tokio. No obstante, a algunos la estrategia les ha jugado en contra: ante una devastadora segunda ola de covid-19, la India debió restringir fuertemente las exportaciones de los 2,4 millones de dosis de Covishield que producía a diario para destinarlas a su propia población. Esto, en consecuencia, afectó directamente los programas de vacunación en muchos países que dependen de COVAX.
El tira y afloja en torno a la diplomacia de vacunas ha sido criticado por la OMS, que advirtió que no se puede pensar en este mecanismo como una forma de cooperación internacional cuando está en juego la salud de millones de personas. Para Lorena Oyarzún, académica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, el tema ya dejó de pertenecer a los ámbitos de la salud y la economía, y debe ser entendido como un asunto estratégico y de seguridad, que refleja las tensiones mundiales del último tiempo. Según Oyarzún, el crecimiento económico de China, que ha extendido su influencia a áreas como infraestructura y tecnología, sumado al rechazo del multilateralismo de parte del gobierno de Donald Trump en Estados Unidos, ha empujado un reordenamiento del sistema internacional. “La diplomacia de vacunas es claramente otra forma de ejercer influencia en áreas del sistema internacional donde aún no hay un orden establecido y siguen bajo disputa entre las dos potencias, como en el área comercial”, afirma.
Para Oyarzún, el siguiente capítulo de la diplomacia de vacunas debería darse en torno a la petición para liberar los derechos de propiedad intelectual de las patentes, idea propuesta el año pasado por India y Sudáfrica, y que ha encontrado un inesperado aliado en Estados Unidos. China y Rusia se han mostrado a favor, mientras que el Reino Unido, la Unión Europea y Japón se han opuesto tenazmente. Si bien sería un paso importante, varios especialistas coinciden en que no bastaría por sí solo, ya que hay tecnologías asociadas que no están en manos de todos, lo que seguirá acentuando desigualdades. “No todos los países del mundo tienen la capacidad para producir vacunas, hay muchos que no tienen la infraestructura necesaria”, sostiene Achal Prabhala. “Pero no se trata solo de copiar las vacunas de otros, sino de desarrollar tecnologías propias. Durante las últimas décadas, muchos países han sido entrenados para depender de las vacunas de otros, y eso ha pasado la cuenta. Si lo logramos, podríamos superar la dependencia emocional e intelectual que tenemos con los productos occidentales”. Sin embargo, ese escenario parece aún lejano. El tema de las patentes entró en la agenda de la reciente reunión del G7 en Inglaterra, pero la propuesta fue rechazada con la oposición de Alemania y Reino Unido.
La diplomacia de vacunas, en cambio, sí tuvo éxito en la reunión. Los siete países donarán 870 millones de dosis, que sumadas a las prometidas anteriormente alcanzarán los mil millones de vacunas. Serán distribuidas a través de COVAX, con la promesa de que al menos la mitad sea entregada este año. Pero para muchos, el gesto llega tarde. “Necesitamos más y más rápido”, respondió al anuncio Tedros Ghebreyesus, director de la OMS, considerando que en el escenario actual el 90% de los países africanos no cumplirá la meta de vacunar al menos al 10% de su población para septiembre. Y los problemas no se detienen allí: COVAX, como mecanismo de distribución igualitaria, también está cuestionado. En la portada de su último número, la prestigiosa revista científica The Lancet hizo una crítica feroz a la iniciativa. Se suponía que las potencias mundiales invertirían en vacunas a través de este programa, lo que, sumado a donaciones directas, permitiría abastecer a los países de bajos ingresos. Algo que finalmente no sucedió, ya que las principales economías negociaron directamente con las farmacéuticas, acaparando las dosis. “COVAX era una hermosa idea, que nació de la solidaridad”, concluye la revista. “Desafortunadamente, no se cumplió (…). Los países ricos se comportaron peor que en las peores pesadillas”.
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Latinoamérica y las vacunas
Chile es el país de Latinoamérica que ha asegurado más dosis per cápita y también el que más ha vacunado: un 62,87% de la población tiene su esquema de vacunación completo al cierre de esta edición. Le siguen Uruguay, con un tercio de sus habitantes, y República Dominicana, con un 20%. El resto de la región presenta en general una baja tasa de vacunación. Según la ONU, a principios de junio solo el 4% de la población latinoamericana estaba completamente inmunizada y COVAX había distribuido 19 millones de vacunas en 31 países de la región. Además, de los 80 millones de dosis donadas por Estados Unidos en mayo, seis serán destinadas a países del continente como Brasil, Argentina, Colombia, Costa Rica, Perú, Ecuador, Paraguay, Bolivia y varios integrantes de la Comunidad del Caribe.
Las negociaciones de Chile le han asegurado más del doble de dosis de las que necesita, lo que ha hecho que el país también haya entrado en la diplomacia de vacunas a través de la donación, en marzo, de 20 mil dosis de Sinovac a Ecuador y otra cantidad similar a Paraguay, en el marco de PROSUR. Hubo un proyecto de enviar 15 mil dosis a Argentina, a la ciudad de Río Turbio, destinada a familiares de chilenos en la localidad. Pero la iniciativa no prosperó, ya que las vacunas Sinovac y Pfizer utilizadas en Chile no forman parte del esquema de vacunación argentino y no se encuentran aprobadas por la autoridad sanitaria local.
La Universidad de Chile y su maestro Humberto Maturana
El neurocientífico Pedro Maldonado recuerda que Humberto Maturana enseñaba con cercanía, siendo maestro a la vez que aprendiz. Y que podía subirse arriba de una mesa para enfatizar un punto sobre la biología de los seres vivos. Sus ideas no solo están vigentes, dice su exalumno y colega. Sino que aún nos quedan por entender muchas de sus consecuencias en diversos ámbitos del quehacer humano.
Por Pedro Maldonado A.
Una triste coincidencia. Hace menos de seis meses falleció mi padre, habiendo cumplido 92 años. Hace algunos días, y con la misma edad, perdimos a Humberto Maturana, nuestro maestro y uno de nuestros padres científicos. Inevitablemente, comienzo este escrito desde lo emocional, porque lo primero que se nos viene a la mente en estas circunstancias es el cúmulo de vivencias compartidas con los que nos dejaron, y luego una reflexión sobre lo que aprendimos con ellos. La certeza de que no podremos compartir más espacios y experiencias nos vuelca a revisar y revalorizar lo que vivimos y recogimos.
Humberto Maturana era y será siempre un científico y maestro, indisolublemente asociado a nuestra Universidad de Chile. Fue estudiante y profesor de la Facultad de Medicina, pero enseñó y trabajó gran parte de su vida en la Facultad de Ciencias. Recoger la experiencia de lo que fue ser su alumno, en los tiempos que originaron las revolucionarias ideas de Maturana, revaloriza el impacto de la vida y enseñanza en nuestros patios y aulas. Fue justamente cuando Maturana se iniciaba como docente en la Facultad de Medicina que uno de sus alumnos gatilló lo que sería uno de sus aportes más relevantes. Enfrentado a la pregunta sobre el origen de los seres vivos, Maturana comenzó a reflexionar sobre lo que constituye un ser vivo. Así, en 1972, publicó De máquinas y seres vivos: una teoría sobre la organización biológica con Francisco Varela, donde se propone la teoría de la autopoiesis.
Maturana fue parte de los profesores fundadores de la Facultad de Ciencias en 1965, y desde entonces, formó a varias generaciones de científicos. Maturana, como otros profesores de esa época, tomó la decisión de volver a Chile luego de haber realizado exitosas estadías de formación en el extranjero. Para Maturana esto tenía que ver con devolver al país el esfuerzo que había hecho en formarlo. El solo hecho de que un grupo de potentes científicas y científicos tomara esa misma decisión fue crítico para la fundación de la Facultad de Ciencias y del futuro de la ciencia chilena.
Imagínense la experiencia de muchos estudiantes que estudiamos en una pequeña comunidad que contaba con académicos del calibre de Hermann Niemeyer, Nibaldo Bahamondes, Mario Luxoro, Luis Izquierdo, Francisco Varela, Ramón Latorre o Danko Brncic, entre muchos otros, y donde los mechones quedábamos boquiabiertos e intimidados cuando un profesor Maturana se subía súbitamente al mesón para enfatizar un punto relevante sobre la biología de los seres vivos.
El entorno en el que me tocó compartir en el laboratorio de Humberto Maturana y Francisco Varela la primera mitad de la década de los 80 fue sin duda muy particular. Socialmente, el país estaba demandando democracia y la vida universitaria era una efervescencia política de la que casi nadie se excluía, con una intensa agenda de debates, discusiones y protestas, sin excluir el trabajo científico. La realización de la actividad científica en esa época era nada menos que heroica. A principios de los 80, Francisco Varela se unió al laboratorio de Maturana, lo que se tradujo en una intensa colaboración que culminó con la publicación conjunta del libro El árbol del conocimiento. Dentro del grupo de trabajo hacíamos lo imposible para ejecutar modestos experimentos para entender aspectos fundamentales de la visión en aves, pero fundamentalmente pasábamos un tiempo enorme teniendo discusiones conceptuales con Maturana y Varela. Esta experiencia dejó una profunda impresión al tener la oportunidad de entender y capturar los procesos reflexivos que dieron origen a las ideas publicadas en ese tiempo. Esto no fue tarea fácil: el lenguaje en que Maturana y Varela escribían acerca de sus ideas es hermético, y poder captar cabalmente la profundidad de sus propuestas requería una constante interacción con ellos. Menos comprensible aún para nosotros era la magnitud e impacto que estas ideas tendrían en el futuro.
Humberto Maturana trabajaba directamente con los alumnos, enseñándoles como un maestro y aprendiz. Esta experiencia fue identificada como uno de los elementos más valiosos cuando recordamos esa época.
El trabajo e impacto científico de Maturana fue muy diverso. Si bien el trabajo sobre autopoiesis ha tenido un enorme reconocimiento en Chile y en el mundo, hay otros aportes de gran trascendencia, como su propuesta sobre mecanismos alternativos a la evolución darwiniana; trabajo elaborado con Jorge Mpodozis, actual profesor de nuestra universidad. Asimismo, realizó sustanciales colaboraciones en el ámbito de las ciencias educativas, la psicología y la sociología, entre otros.
Una de sus ideas más tempranas tiene, a mi juicio, una trascendencia tan poderosa como la de autopoiesis. En 1959, trabajando en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), Maturana junto a Jerry Lettvin, Warren McCulloch y Walter Pitts, publicó un trabajo titulado “What the frog’s eye tells the frog’s brain” (Lo que le dice el ojo de la rana al cerebro de la rana). Este es el paper más citado de Maturana. Es un artículo considerado seminal en el campo de la neurociencia cognitiva, porque demostró que el cerebro no captura fielmente los estímulos físicos del mundo, sino que construye un modelo perceptual del mundo a través de un proceso recursivo de percepción-acción. La realización de que los procesos cerebrales corresponden en gran parte a procesos autógenos y recursivos, está presente en casi todas las ideas que propuso más tarde. Curiosamente, en las neurociencias actuales, esta idea recién está considerándose con fuerza, luego de décadas de pensamiento científico dominado por el marco conceptual de la teoría de la información, a la cual Maturana se oponía con fervor.
Es evidente que las ideas del gran maestro no solo están vigentes, sino que aún quedan por entender muchas de sus consecuencias en diversos ámbitos del quehacer humano. Humberto Maturana seguirá siendo un maestro presente en nuestra comunidad.
Intelectual y referente: legado del Dr. Humberto Maturana Romesín (1928-2021)
El Premio Nacional de Ciencias Naturales 1994, académico del Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile y uno de los pensadores más reconocidos del país, falleció este jueves 6 de mayo. La Casa de Bello decretó tres días de duelo universitario a contar de hoy en su honor.
Por Alfonso Droguett Tobar, Unidad de Comunicaciones, Facultad de Ciencias
El Dr. Humberto Maturana Romecín nació en Santiago el 14 de septiembre de 1928. Estudió en el Liceo Experimental Manuel de Salas y en 1950 ingresó a a Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. En 1954 se trasladó al University College London para estudiar anatomía y neurofisiología, gracias a una beca de la Fundación Rockefeller. En 1958 obtuvo el Doctorado en Biología de la Universidad Harvard, en Estados Unidos. Reconoció como sus maestros a Gustavo Höecker en Chile y a J. Z. Young en Inglaterra e indiscutiblemente se encuentra dentro del área de pensadores que ha influenciado G. Bateson.
Entre 1958 y 1960 se desempeñó como investigador asociado en el Departamento de Ingeniería Eléctrica del Massachussets Institute of Technology.
En 1960 volvió a Chile para desempeñarse como segundo ayudante en la cátedra de Biología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Entre 1965 y 2000 se desempeñó en el Departamento de Biología de la Facultad de Ciencias.
En la década de 1970 creó y desarrolló junto al Dr. Francisco Varela el concepto de autopoiesis.
Desarrolló en esta década el concepto de autopoiesis, el que da cuenta de la organización de los sistemas vivos como redes cerradas de autoproducción de los componentes que las constituyen. Además, sentó las bases de la biología del conocer, disciplina que se hace cargo de explicar el operar de los seres vivos en tanto sistemas cerrados y determinados en su estructura. Otro aspecto importante de sus reflexiones corresponde a la invitación que el Prof. Maturana hizo al cambio de la pregunta por el ser (pregunta que supone la existencia de una realidad objetiva, independiente del observador), a la pregunta por el hacer (pregunta que toma como punto de partida la objetividad entre paréntesis, es decir, que los objetos son traídos a la mano mediante las operaciones de distinción que realiza el observador, entendido éste como cualquier ser humano operando en el lenguaje), premisas básicas, entre otras, de su obra de autoayuda.
Obtuvo el Premio Nacional de Ciencias en 1994. El jurado le otorgó esta distinción por su trabajo de investigación en el área de las Ciencias Biológicas, específicamente en el campo de la percepción visual en vertebrados y por sus planteamientos acerca de la teoría del conocimiento, con la cual abordó los temas de educación, comunicación y ecología.
En el año 2000 fundó junto a Ximena Dávila Yáñez el Instituto de Formación Matríztica.
El Dr. Humberto Maturana fue uno de los pensadores contemporáneos más influyentes. Su obra, ha tenido resonancia en los más diversos ámbitos de la cultura humana, desde la biología fundamental hasta la teoría del conocimiento y la antropología. Basándose en sus estudios fundacionales de la neurobiología de la percepción visual, el Dr. Maturana desarrolló un pensamiento epistemológico y biológico radical, que rescata la naturaleza determinista, sistémica e histórica de los seres vivos. Este cuerpo de pensamiento, que él llamó “Biología del Conocer”, constituye un paisaje conceptual original y deslumbrante por su rigor y lucidez, en el que se establecen profundos vínculos de entendimiento entre el mundo natural y el mundo humano. El Dr. Maturana fue Profesor Emérito en la Universidad de Chile, desarrolló el cuerpo principal de su obra en Chile, y en idioma castellano, por lo que es considerado en muchos círculos como un exponente máximo del pensamiento en nuestro idioma.
Trayectoria
El Dr. Humberto Maturana registró por primera vez la actividad de una célula direccional de un órgano sensorial, junto al científico Jerome Lettvin del Instituto Tecnológico de Massachusetts, por ello, ambos fueron postulados para el Premio Nobel de Medicina y Fisiología.
En 1960 volvió a Chile para desempeñarse como ayudante segundo en la cátedra de Biología de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Fundó en 1965 el Instituto de Ciencias y la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.
En 1970 creó y desarrolló el concepto de autopoiesis, que explica el hecho de que los seres vivos son sistemas cerrados, en tanto redes circulares de producciones moleculares en las que las moléculas producidas con sus interacciones constituyen la misma red que las produjo y especifican sus límites. Al mismo tiempo, los seres vivos se mantienen abiertos al flujo de materia y energía, en tantos sistemas moleculares. Así, los seres vivos son «máquinas», que se distinguen de otras por su capacidad de auto producirse. Desde entonces, Maturana desarrolló la Biología del conocimiento.
En 1990 fue designado Hijo Ilustre de la comuna de Ñuñoa. Además, fue declarado Doctor Honoris Causa de la Universidad Libre de Bruselas. En 1992, junto al biólogo Dr. Jorge Mpodozis, plantea la idea de la evolución de las especies por medio de la deriva natural, basada en la concepción neutralista, es decir la manera en que los miembros de un linaje realizan su autopoiesis se conserva transgeneracionalmente, en un modo de vida o fenotipo ontogénico particular, que depende de su historia de interacciones, y cuya innovación conduciría a la diversificación de linajes. El 27 de septiembre de 1994 recibió el Premio Nacional de Ciencias en Chile, gracias a sus investigaciones en el campo de la percepción visual de los vertebrados y a sus planteamientos acerca de la teoría del conocimiento.
Fue fundador y docente del Instituto de Formación Matríztica, en el que desarrolló la dinámica de la Matriz Biológico-cultural de la Existencia Humana. La propuesta del instituto matríztico es explicar las experiencias desde las experiencias, como un hacer propio del modo de vivir humano (cultura), en un fluir en el entrelazamiento del lenguajear y el emocionar (conversar), que es donde sucede todo lo humano.
Rescatar las emociones dentro de una deriva cultural que ha escondido las emociones, por ir en contra de la razón, fue una de las miradas propuestas por el doctor Maturana y sus colaboradores, pues da cuenta de que la deriva natural del ser humano como un ser vivo particular tiene un fundamento emocional que determina esta deriva. El AMAR (expuesta como verbo, esta noción devela dinámica relacional desde la cual surge en el vivir humano) es la emoción que, sostuvo, funda lo humano en tanto es el fundamento de la recurrencia de encuentros en la aceptación del otro, la otra o lo otro como legítimo, otro que da origen a la convivencia social y, por lo tanto, a la posibilidad de constitución del lenguaje, elemento constitucional del vivir humano y sólo del vivir humano.
El 5 de agosto de 2006, un incendio destruyó totalmente las dependencias del Laboratorio de Neurobiología y Biología del Conocer de la Facultad de Ciencias, que compartía junto a los Dres. Jorge Mpodozis y Juan Carlos Letelier. Aunque quedó muy impactado por los desastrosos resultados del siniestro y la pérdida que afectó a su laboratorio —el que también fuera lugar de trabajo de Francisco Varela—, dijo: “Lo principal está en el corazón y la mente. Eso no se quemó”.
El Prof. Maturana también hizo grandes aportes a las ciencias humanistas, principalmente a la psicología constructivista, tanto procesal sistémica como post-racionalista, citándolo en sus planteamientos principales señala «la terapia permite, en un espacio protegido volver a reencontrar los pilares de las relaciones humanas, aprender a comunicarse positivamente, desarrollar habilidades de empatía hacia la familia y los hijos, aprender a escuchar desde el otro y traer nuevamente a la relación los espacios de respeto, aceptación y reconocimiento del otro como una persona distinta a nosotros. esto es la terapia conversacional, es decir, disolver el sufrimiento en conversaciones de reformulación y aceptación de las experiencias y contenidos negados. Por tanto, las distintas coordinaciones conductuales consensuales que se dan como contradicciones emocionales dentro de un sistema, pueden ser resueltas en el lenguajear (Maturana, H, (1996), y en el fluir de un tipo de conversación reconstructiva”.
Señaló Maturana (1990 a, 1993b) que lo que otorga identidad de clase a una unidad compuesta es su organización. “En las unidades compuestas podemos distinguir organización y estructura, siendo la organización –la relación específica entre los componentes- la que determina la identidad de clase de la unidad compuesta que distinguimos en nuestra observación. Mi paso inmediato será, pues, precisar cuál es esa organización específica que debo distinguir en mi observación para decir que tengo la experiencia de observar una persona”, señalaba.
En el 2014 fue premiado con la «Norbert Wiener Gold Medal» por parte del World Organisation Of Cybernetics and Systems en la ciudad de Ibagué Colombia por toda una vida de aportes y trabajo científico a la Cibernética.
Fue fundador y formador de la Escuela Matriztica con Ximena Dávila donde difunde las ideas de la Biología del Conocer y el Amar incluido el concepto de Cibernética en Tiempo Cero, la Biología Cultural y la autoayuda sistémica-radical.
Fue Doctor ‘Honoris Causa’ por las universidades Libre de Bruselas (Bélgica), Santiago (Chile) y Málaga (España).
Pensamiento y legado científico
Desarrolla en el campo de la biología el concepto de la ‘autopoiesis’, siguiendo los trazos de Bateson y Wittgenstein, entre otros. La realidad es una construcción consensuada por una comunidad, donde se produce una apariencia de objetividad. Reemplaza el concepto filosófico de objetividad por la idea de construcción social. Su ‘biología del conocimiento’ se sitúa en la corriente del relativismo epistemológico y del constructivismo radical, emparentado por ello con los planteamientos de Heinz von Foerster, de los que se distancia a comienzos ya del siglo XXI. No es menos importante su relación con Gotthard Günther.
La realidad de los seres vivos está en la biología, como la percepción y la construcción de la realidad. Maturana describe una biofilosofía determinista que, a partir del concepto de ‘autopoiesis’, descubre sistemas de vida autorreferentes, dotados de autonomía para la supervivencia y la reproducción que actúa de forma distinta según las circunstancias ambientales, lo que le permite inferencias en el campo de los sistemas sociales, la educación, la comunicación.
A partir de sus numerosos trabajos en la anatomía y fisiología de la visión animal, advierte el relativismo de la recepción al constatar “que es el vivir del animal lo que determina cómo y qué ve éste” y que, consiguientemente, existe una “congruencia operacional de un organismo con su circunstancia”, resultado de los “cambios estructurales coherentes entre organismo y medio que han surgido de la historia evolutiva a que éste pertenece”.
Para Maturana y su trazado sistémico, los seres vivos están sujetos a una dinámica estructural interna, que distingue a las especies y a los individuos, descrita por su autonomía o ‘autopoiesis’, pero también por la dinámica comunicativa o relacional que permite el consenso vital de las diferentes formas de vida.
Maturana se acerca a los conceptos de lo que comúnmente se entiende por realidad virtual, construcciones que dejan de serlo en la medida que la dinámica del sistema nervioso las integra como nuevos elementos ambientales y relacionales.
Principales libros
Autor, entre otros, de los libros “De máquinas y seres vivos”, con Francisco Varela (1972), “Autopoiesis and cognition” (1980), “El árbol del conocimiento”, con Francisco Varela (1984), “Emociones y lenguaje en educación y política” (1990), “El sentido de lo humano” (1991), “Desde la biología a la psicología” (1993), “La realidad, ¿objetiva o construida?”, 2 vols. (1996), “La objetividad, un argumento para obligar” (1997), “Transformación en la convivencia” (1999), “From Being to Doing. The Origins of the Biology of Cognition”, con Bernhard Poerksen (2004), “The Origins of Humanness in the Biology of Love”, con Gerda Verden-Zoller (2009).
Publicación original de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile.